En el primer trimestre de 2023, el Instituto Barna publicó un estudio sobre cuánta confianza tenían los pastores en su llamado vocacional. Los resultados fueron preocupantes. El 66 % de los pastores menores de 45 años dudó en algún momento de su llamado, mientras que el 51 % de los mayores de 45 años sintieron lo mismo. Cuando se les preguntó si pensaron alguna vez en dejar el pastorado, el porcentaje llegó al 72 % (link.cpb.com.br/a4392a).
Las dudas sobre el llamado y la vocación impactan significativamente la manera en que ejercemos nuestro ministerio. El trabajo que realizamos es complejo, desafiante, y se está volviendo cada vez más difícil. La moralidad está en declive, las familias se están desintegrando, una cantidad aterradora de personas son emocionalmente frágiles y, para muchos, la creencia en Dios no tiene relevancia práctica en la vida cotidiana. Y no estoy hablando de aquellos fuera de nuestras comunidades. Al hablar con colegas de diferentes partes de Sudamérica y del resto del mundo, parece haber una convergencia de percepciones. “En los últimos días vendrán tiempos peligrosos”, dijo Pablo, y creo que estamos viviendo en ellos (2 Tim. 3:1).
Dado este escenario, no es inusual experimentar inseguridad en algún momento del viaje. Sin embargo, cuando eso sucede, debemos volver al principio de todo. El llamado es el ancla del ministerio, lo que nos mantiene en marcha cuando el mar de la vida se vuelve tormentoso, las crisis se amontonan y los ideales parecen desvanecerse. El apóstol Pablo exhortó dos veces a Timoteo, su “hijo en la fe”, a que guardara el fuego del llamado. En 1 Timoteo 4:14 escribió: “No descuides el don que está en ti”. La segunda vez, en 2 Timoteo 1:6, sus palabras fueron aún más enfáticas: “Por eso te recomiendo que avives el don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos”.
La experiencia ministerial de Timoteo no fue tranquila y las luchas que enfrentó lo llevaron hasta las lágrimas (2 Tim. 1:4). A pesar de esto, nota la preocupación del apóstol: un ministro de Dios no puede ser negligente con el llamado, y mucho menos dejar que se enfríe. Es importante recordar que Pablo escribió estos consejos mientras estaba encarcelado por causa del evangelio. La claridad del llamado que recibió del Señor daba sentido a todas las experiencias que atravesaba. Su informe a los miembros de Corinto nos ayuda a hacernos una idea de las pruebas por las que pasó: azotes, naufragios, peligros, incomodidades, necesidades y preocupaciones (2 Cor. 11:24-28). Pero a pesar de todo esto, pudo exclamar: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
Las Escrituras están llenas de ejemplos de gente que fueron hasta las últimas consecuencias porque sabían de quién había recibido el llamado: Abraham, Moisés, Isaías, Jeremías, Daniel, Santiago, Pedro, Juan y tantos otros. Ellos nos sirven de inspiración. Así, en la historia del pueblo de Dios, ¿seremos hallados entre los que se volvieron atrás, o en la lista de los que, por la fe, avanzaron decididos “hacia el premio del soberano llamado celestial en Cristo Jesús” (Fil. 3:14).
Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.