Existen en el Cáucaso ruso unas casas de aspecto extraño y singular. Son construcciones semejantes a una torre: sólidas, altas, pero sin ventanas. En contraste con este estilo vemos con frecuencia, en las grandes ciudades de este continente, residencias modernas casi enteramente de vidrio. Se trata de dos concepciones arquitectónicas diametral mente opuestas. Estos mismos criterios extremistas se manifiestan en el campo de la elocuencia sagrada.

Hay sermones que son sólidos, elocuentes y bien coordinados, pero que carecen de ventanas, es decir de ilustraciones. Por otra parte los hay que se componen en su casi totalidad de ilustraciones, mas pecan por su escasa solidez y sustancia.

Un conocido profesor de retórica de uno de los grandes seminarios estadounidenses repetía con frecuencia su convicción de que los sermones debían ser despojados de ilustraciones. Por eso cuando predicaba, a pesar de sus elegantes recursos retóricos, de la elocuencia y la corrección de la dicción, no lograba impedir que la fatiga física y mental dominasen a sus oyentes. Era evidente en su predicación la ausencia de ilustraciones que amenizaran la aridez de su exposición homilética.

Los predicadores de más éxito son los que saben presentar una verdad abstracta —teológica o filosófica— en lenguaje sencillo y objetivo, valiéndose con habilidad del uso de ilustraciones.

Uno de los predicadores de Escocia que más brillo confirió al público protestante de aquel país fue Tomás Guthrie (1803- 1873). Refiriéndose al ministerio de sus primeros años, F. R. Webbster escribe: “Las personas que residían dentro de los límites de su parroquia, todas menos tres, frecuentaban su iglesia, y durante los siete años de su ministerio en aquel lugar hubo en la comunidad sólo un delito criminal.[1]

En su pasturado posterior en Edimburgo, la iglesia con capacidad para mil personas se llenaba en cada reunión. Los oyentes se apiñaban en los corredores y junto a las ventanas del templo para oír sus homilías revestidas de sencillez y poder.

“Pocos hombres comprendían tan bien como él cuán grande es el poder de una ilustración adecuada, y ningún predicador jamás empleó una ilustración con más efectividad que él”.[2]

Whitefield, Beecher, Spurgeon, Moody, Morgan y otros notables príncipes de la palabra empleaban los argumentos como ollares de sus discursos, pero utilizaban las ilustraciones, que son las ventanas, para arrojar luz sobre la lógica abstracta que muchas veces caracteriza la exposición doctrinal.

Entre todos los predicadores antiguos y contemporáneos ninguno como Jesús se valió con más propiedad del extraordinario recurso de las ilustraciones. En su memorable discurso conocido como el Sermón del Monte, hallamos 65 metáforas, que son como haces de luz que iluminan sus enseñanzas. La sal, la luz, el tesoro, las aves, los lirios, la hierba del campo, el pan, los peces, la serpiente, el árbol, la roca, etc. ¡Hay un total de 65 metáforas! Es un sermón que puede ser leído en alta voz en sólo 15 minutos. Vale decir que estas 65 metáforas fueron enunciadas en la proporción de tres por minuto.

Hay en este sermón un detalle que merece ser destacado. Sobre los edificios altos y las antenas de las radioemisoras se colocan luces rojas que sirven de aviso a los pilotos en sus vuelos nocturnos. Mediante un dispositivo eléctrico intermitente esas luces se encienden y se apagan automáticamente. Se sabe que esos destellos breves son más eficaces para llamar la atención de los pilotos que una luz que brillara continuamente. De la misma forma, una sucesión de metáforas, ilustraciones, parábolas o alegorías bien escogidas y presentadas en forma concisa, contribuye a despertar y a aumentar la atención de los oyentes.

Las metáforas presentadas por el divino Predicador eran como focos de luz que centelleaban con intermitencia, impresionando la mente y el corazón de quienes lo oían, haciéndoles exclamar: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).

La Biblia, la naturaleza, la historia y la vida humana con sus experiencias multiformes son fuentes inagotables de ilustraciones para los predicadores que conservan los ojos, los oídos y la mente abiertos en esta ávida e incansable colecta de material homilético.

Existe, además, otra fuente que no debería jamás ser subestimada: la invención propiamente dicha. Creemos que es perfectamente lícito inventar (en el sentido técnico) una ilustración, hasta en forma de relato. Jesús empleó ese método en algunas de sus parábolas. Tenemos como prueba la manera en que introdujo la parábola del buen sembrador. Dijo: “El que sembraba salió a sembrar”. Billy Graham, conocido evangelista contemporáneo, en una de sus cruzadas se valió de ese recurso. Predicando sobre el nuevo nacimiento ante un público numeroso ilustró así el milagro de la regeneración:

“Hay una historia relacionada con un cerdo y un cordero. Un labrador llevó al puerco a la casa. Lo bañó, le lustró las patas, lo perfumó, le ató una cinta alrededor del pescuezo y lo colocó en la sala. El cerdo era un espectáculo. Casi podría haber sido aceptable a la sociedad y a los amigos que pudiesen venir, tal era su aspecto fresco y limpio. Durante algunos minutos fue un compañero muy simpático, pero, apenas la puerta se abrió, el cerdo salió de la sala y se encaminó al primer lodazal que encontró. ¿Por qué? Porque en lo íntimo continuaba siendo cerdo. Su naturaleza no había sufrido modificación alguna. Cambió por fuera, pero no por dentro.

“Ahora tómese el cordero. Póngaselo en la sala y después sálgase con él a dar un paseo. Hará todo lo posible por evitar los lodazales. ¿Por qué? Porque tiene naturaleza de cordero.

“Si tomaras un hombre y lo pusieras en el primer banco de la iglesia, podrá parecer casi un santo. Durante un tiempo podrá quizá engañar a los amigos pero, al día siguiente, estando en el escritorio, en casa o en un club su verdadera naturaleza volverá a la superficie. ¿Por qué obra así? Porque su naturaleza no se modificó. No nació de nuevo”.[3]

El empleo de ilustraciones como ésta, aunque inventada, es de gran efecto gráfico, pues apela a la imaginación del oyente, llevándolo a comprender en forma objetiva el mensaje del predicador. Pero se ha de tener cuidado para que la invención no resulte extravagante, ridícula, absurda e inconveniente.

Al destacar la importancia del uso de ilustraciones en la presentación de los grandes temas de la fe, no olvidamos el deber de denunciar el abuso en el empleo de este recurso. Hay sermones que se asemejan a una colección de ilustraciones, relatos y experiencias que buscan suscitar la risa, despertar las emociones y entretener a los oyentes. Son como las casas de vidrio. Representan un erróneo y censurable concepto homilético.

En conclusión, dos son los males que se han de evitar. Por un lado el peligro de una predicación árida, sin ilustraciones. Por el otro, homilías con exceso de ventanas, y por lo mismo despojadas de contenido.

Dos extremos censurables.

¡En el medio está el camino de la virtud!


Referencias

[1] Webbster, F. R., A History of Preaching, tomo 2, pág. 336. Milwaukee Northwestern Publishing House, 1955.

[2] Harwood Pattison, T., The History of Christian Preaching, pág. 326. Philadelphia, American Baptist Publication Society, 1903.

[3] Graham, Billy, Paz com Deus, pág. 166. Rio, Casa Publicadora Batista.