En la Biblia se presenta al hombre caído en pecado como separado de Dios (Isa. 59: 2). Es como si la transgresión provocara entre Dios y el pecador un abismo que impone una separación imposible de salvar por parte del hombre mismo. Sin embargo, “nada hay imposible para Dios” (Luc. 1:37). En su amor, Dios dio “a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Por medio del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario, “vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos” (Efe. 2:13). Lo que era imposible para el hombre fue hecho posible gracias a nuestro Señor Jesucristo.
Es en ese sentido que nos referimos a nuestro Señor Jesucristo como a un puente, un puente que ha permitido el acercamiento del pecador contrito, bajo la influencia del Espíritu Santo, a Dios. Hay que destacar que Cristo es el único puente que nos puede unir a Dios. Como claramente lo dice Jesús mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14: 6). Y también lo confirma el apóstol Pedro diciendo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12).
Aquellos que ya han sido reconciliados con Dios por medio de Cristo son llamados a ejercitarse en “el ministerio de la reconciliación” (2 Cor. 5: 18). Con este término el apóstol Pablo designa el privilegio de cada persona reconciliada con Dios de colaborar con El en la obra de ayudar a quienes aún están separados de Dios a experimentar la reconciliación. ¿Cómo se puede hacer esto? Ahora es el momento de introducir el concepto “puentes de Dios para la evangelización”. Este concepto no es original. Hace algunos años el Dr. Donald A. McGavran publicó un libro bajo el título The Bridges of God [Los puentes de Dios].[1] De todas maneras el autor ha adoptado este término para identificar un método de evangelización usado en el Nuevo Testamento, o tal vez debiera decirse “el” método de evangelización del Nuevo Testamento. Puente de Dios es cualquier medio o estrategia que el Espíritu Santo pueda usar para comunicar el mensaje de reconciliación por medio de un creyente a un inconverso. A continuación, deseamos hacer referencia a algunos de los puentes de Dios más comúnmente usados para la evangelización.
El puente del parentesco
Este puente está ilustrado en el relato del testimonio de Andrés. Nos dice la Sagrada Escritura que luego de conocer a Jesús personalmente, Andrés fue a su hermano Pedro. Sus entusiastas palabras para su hermano fueron: “Hemos hallado al Mesías” (Juan 1: 41). Acto seguido nos refiere el relato que “le trajo a Jesús” (vers. 42). Fue entonces cuando Simón recibió su nuevo nombre, es decir, Pedro, y un nuevo trabajo como discípulo de Cristo y futuro pescador de hombres.
Es necesario destacar que Andrés fue primeramente a su hermano. Estaba gozoso por haber conocido y hablado personalmente con Aquel a quien Juan el Bautista había señalado como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (vers. 29). Quería compartir con alguien ese gozo que llenaba su corazón. Entonces buscó a su hermano. ¿Por qué? ¿Por qué no fue a la primera persona que encontró en el camino?
Entre Andrés y Pedro había una relación doblemente estrecha. Los unía el puente del parentesco: eran hermanos. Se conocían muy bien. Todo parece indicar que eran dos hermanos que mantenían y cultivaban una buena relación familiar. Además de eso, parece que arribos tenían profundos principios religiosos. Si Pedro había escuchado la predicación del Bautista, estaba enterado de sus declaraciones concernientes al Mesías. Por interés genuino, o bien por mera curiosidad, él quería conocer al Mesías. Su vida posterior demuestra que más que por curiosidad, el suyo era un interés genuino en las promesas de Dios y en su propia salvación. Dios pudo haber usado diferentes medios para atraerle a sí, pero escogió el puente del parentesco valiéndose de su hermano Andrés.
Cuando una persona está cediendo a la influencia del Espíritu Santo en su corazón, los primeros en notarlo serán sus parientes más cercanos. Es imposible que esto pase inadvertido para ellos. De allí que una persona genuinamente convertida, aunque no esté muy versada en la teoría de la verdad, al haber experimentado la verdad en su corazón se convierte en un espectáculo, un testigo viviente ante los ojos de sus parientes y personas más allegadas.
El puente de la amistad
Veamos un caso bíblico que ilustre el siguiente puente: la experiencia de Felipe. La Biblia dice que Jesús lo halló en Galilea y le dijo: “Sígueme” (Juan 1:43). Felipe entonces le siguió. El relato señala que Felipe halló a su vez a Natanael y le dijo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (vers. 45). El resto de la historia es bien conocido.
Hay que destacar que Felipe y Natanael eran amigos. La amistad era estrecha, sincera y parece que los unía el mismo interés espiritual. Cuando Felipe descubrió con gozo la identidad del Mesías fue a ver a su amigo para compartir su temprana convicción. Se dirigió a su amigo Natanael, porque le amaba, conocía sus inquietudes y quería hacerle partícipe de lo que para él se había convertido en un sueño realizado.
Desde entonces y hasta el momento presente, Dios ha estado usando el puente de la amistad para comunicar las grandes noticias tocantes a su gracia. Dios necesita aún, y quizá con más urgencia que nunca antes, a Felipes que lleven a sus amigos las buenas noticias de la salvación en Cristo.
El puente de la asociación
Al hablar del puente de la asociación queremos identificar así aquellas relaciones que nos unen a personas que, aunque no sean familiares ni amigos personales, están asociados con nosotros por ser vecinos o compañeros de trabajo, de estudio, de pasatiempos, etc.
Un caso bíblico que ¡lustra la idea es el relatado en los primeros versículos del capítulo 18 del libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí se habla de una pareja de esposos que huyeron de Italia a causa de la persecución de los judíos por parte del emperador Claudio. Finalmente se establecieron en la ciudad de Corinto (vers. 2). Aquila y Priscila su mujer se dedicaban al oficio de hacer tiendas (vers. 3). Por esos días Pablo había llegado a la misma ciudad. La Biblia dice que “como era del mismo oficio, se quedó con ellos, y trabajaban juntos” (vers. 3).
Observemos que no eran parientes, no eran amigos, pero los unía la práctica del mismo oficio. Ese fue el punto de partida para la obra de Dios por medio de Pablo en favor de ellos. Gracias al contacto con Pablo, no sólo se hicieron cristianos, sino que “más tarde se distinguieron como fervientes obreros de Cristo” (Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, pág. 200).
Conclusión
Aunque estos no son -de ninguna manera- los únicos puentes de Dios para la evangelización, suelen ser los más comunes. Así fue desde el principio de la obra de la iglesia cristiana. “Cristo primero eligió a unas pocas personas y las invitó a seguirlo. Entonces ellas fueron en busca de sus parientes y conocidos y los trajeron a Cristo. Este es el método con el que debemos trabajar” (Elena G. de White, El ministerio de la bondad, pág. 64).
Antes de concluir debe ser considerado un último punto: Un puente no puede ser usado hasta que no esté construido. Eso significa que debemos buscar los medios de afirmar o construir los puentes del parentesco, la amistad y la asociación. La práctica en la vida diaria del verdadero amor desinteresado, la paciencia, la mansedumbre y los demás frutos del Espíritu Santo, harán posible que tales puentes se establezcan y se afirmen. Una vez construidos, podremos avanzar por ellos para cumplir la comisión evangélica: predicar a Cristo y guiar a los perdidos a Él. ¡Así sea!
Referencias
[1] Donald A. McGavran. The Bridges of God: A Study in the Strategy of Missions (New York, Friendship Press, 1955).