Pocas enfermedades de la humanidad son tan pobremente comprendidas por los cristianos como la depresión. No obstante, esta enfermedad sobrevendrá a una de cada diez personas en algún momento de su vida.
Una mala interpretación frecuente sostiene que los verdaderos cristianos raramente llegan a ser gravemente deprimidos, y que si lo están, uno puede cuestionar la autenticidad de su experiencia religiosa. La fe cristiana, en realidad, activa poderosos recursos para la prevención o la curación de la melancolía. El evangelio presenta buenas nuevas; el principio fundamental de las Escrituras es regocijarse. Aun en este mundo maldito por el pecado, una experiencia cristiana genuina puede proveer un fuerte bastión contra la enfermedad mental, en general, y la depresión, en particular.
Sin embargo, las personas buenas y religiosas a veces sufren graves y prolongados ataques de depresión. Elias llegó a estar tan desanimado, que le suplicó a Dios que terminara con su miseria acabando con su vida. Cierta vez Elena de White soportó una etapa de espíritu deprimido durante la cual “ningún rayo de luz” penetró la oscuridad. Jaime White también experimentó profundos episodios de depresión, particularmente por causas físicas.
La pobreza, la muerte, el divorcio, los amigos que se van, o los hijos que dejan el hogar, normalmente producen períodos de tristeza. Afortunadamente, la mayoría de nosotros puede enfrentar tales experiencias usando recursos espirituales y el sentido común. Esta forma más suave de depresión puede terminar a los pocos días.
Otra forma de depresión se constituye en una forma de vida para algunas personas, que incluso sirve como medios de manipulación de otros. A menudo esta forma no responde al tratamiento. Sin embargo, mucho puede hacerse con las formas de depresión más o menos discapacitadoras, que tienen la característica de perdurar por varios meses y que ocurren de tanto en tanto en las vidas de personas que son en general cariñosas y enérgicas.
La depresión es el resultado de una compleja acción recíproca de causas. Algunas de ellas están fuera de nuestro control. Otras provienen desde dentro y pueden ser clasificadas como físicas, mentales, espirituales o, más comúnmente, una combinación de las tres. Un ejemplo de esta acción recíproca aparece cuando una niñez de amor condicionado se combina con una adultez de legalismo
religioso. La religión legalista culmina en uno de estos dos resultados desafortunados. El fariseísmo, o el desánimo, la desesperación e incluso el suicidio.
No obstante, sería injusto concluir que la mayoría de los cristianos deprimidos también sufren de legalismo. Otros factores pueden entrar en el cuadro. Una persona puede llegar a sentirse deprimida cuando el Espíritu de Dios lucha en su corazón. En el Salmo 32, David registra que “de día y de noche se agravó sobre mí tu mano” (vers. 4). Lo más bondadoso, lo más amante que Dios podía hacer en este caso era presionar la culpa de David sobre él hasta que experimentara el gozoso arrepentimiento y el alivio.
Mente y cuerpo
Una dieta pobre, la falta de ejercicio, el exceso de trabajo y la falta de sueño pueden contribuir a la depresión, pero éstas no implican causas primarias. Los disturbios en el sueño, especialmente el despertarse demasiado temprano en la mañana, proporciona una común y temprana señal de depresión. Pero este insomnio más a menudo es un efecto antes que una causa de la depresión. Enfermedades tales como la anemia, cardiopatías, ataques leves de apoplejía, función tiroidea baja, tumores de páncreas o incluso la gripe pueden producir depresión, así como ciertas medicaciones tomadas para otras enfermedades, tales como las usadas para bajar la alta presión arterial.
No sólo las enfermedades pueden causar la depresión, sino que, dada la íntima conexión entre el cuerpo y la mente, lo contrario a menudo puede ocurrir. La depresión puede causar cefaleas y dolores, pérdida del apetito, pérdida o aumento de peso y fatiga.
La verdadera causa de tales síntomas físicos puede permanecer oculta. Los exámenes médicos totales, aunque indicados corrientemente, rara vez ayudan. En efecto, al paciente se le puede decir: “Usted no tiene nada. Todos los exámenes dieron negativo”. El sabe que algo está mal, pero no sabe qué. Por causa del estigma que todavía soporta la enfermedad psicosomática, trata ansiosamente de encontrar una causa física para los síntomas —tales como la hipoglucemia o ¡a alergia a la comida— antes que admitir la verdad.
Cambios químicos
Los cambios químicos en el metabolismo del cerebro producen otro factor asociado a graves depresiones, y a menudo las prolonga. Los últimos veinticinco años han sido testigos del desarrollo de una cantidad de sustancias químicas llamadas antidepresivos. Estas normalizan la química alterada del cerebro que acompaña las depresiones. De esta manera, acortan —a menudo drásticamente— la duración de la miseria. Si no son tratadas por tales medios, las depresiones graves perduran un promedio de seis a diez meses y pueden extenderse durante años. Como tratamiento, el alivio completo frecuentemente llega a las pocas semanas, trayendo ganancias económicas y humanitarias incalculables, para no hablar de los suicidios evitados.
De manera similar, miles de personas que tienen altibajos de ánimo bioquímicamente inducidos viven vidas esencialmente normales gracias al uso controlado de litio, una sal orgánica simple que es intrínsecamente mucho menos tóxica que la quinina, una sustancia por la cual Elena de White reprendió a una escrupulosa pareja que no quería usarla porque era una “droga”.
Aunque uno no debe descuidar los factores físicos y bioquímicos en el manejo de la depresión, constituyen tan sólo una parte de cualquier programa de tratamiento comprensivo. En este caso, el aconsejamiento profesional puede resultar útil. Desafortunadamente, a los cristianos a menudo les resulta difícil encontrar consejeros en los cuales puedan confiar.
Dado que la confianza es esencial en cualquier relación de ayuda, abrir el corazón a un amigo o pariente puede proveer la mejor opción disponible. Algunos cristianos fervientes prefieren no hacer esto, pues sienten que sólo Dios debería escuchar pensamientos de desaliento. Pero esta actitud es un error, porque la Biblia nos amonesta a llevar los unos las cargas de los otros. Elena de White habla de la necesidad de “pastores que, bajo la dirección del Príncipe de los pastores”… tengan “un oído que pueda escuchar con simpatía lamentables relatos de yerros, degradación, desesperación y miseria” (Elena de White, Obreros evangélicos, pág. 192).
Factores espirituales
Lo espiritual a menudo constituye el factor más importante de todos. Así como la medicina no puede cambiar las circunstancias o resolver los problemas psicológicos, tampoco los consejeros humanos pueden perdonar o aliviar la culpa real. Esta es sólo prerrogativa de Dios. Sólo cuando el cristiano vaya al lugar de la tumba y mire por un momento hacia la cruz, su carga se aflojará sola y caerá.
Aunque la fe y la aceptación de la gracia divina provee remedios correctos para las enfermedades espirituales del deprimido, a menudo parecen las más difíciles de experimentar. Un cristiano deprimido es especialmente propenso a desilusionarse porque Dios lo ha olvidado, porque ha cometido el pecado imperdonable y porque su caso es desesperado. Con demasiada frecuencia la desesperación y los sentimientos de fracaso empeoran, no mejoran, cuando amigos bien intencionados aconsejan tener más fe, orar más, o tratar de resistir con más fuerza esos pensamientos melancólicos. Las personas que no entienden sino pobremente la depresión grave, tienen poca idea de cuán burlonas pueden parecer tales exhortaciones a quien lo ha intentado todo, hasta quedar totalmente exhausto física, mental y espiritualmente.
El ángel que ministró a Ellas no lo exhortó a intentarlo una vez más. Centrándose primero en sus necesidades físicas, le proveyó descanso, alimento y aún más descanso. Del mismo modo, Cristo nos llama con tierna misericordia: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28).
Quienes acepten esta invitación de gracia experimentarán antes el amanecer.
Sobre el autor: David P. Duffie es doctor en medicina y especialista en medicina interna y psiquiatría.