Hace poco vi por televisión una discusión en cuanto a si era correcto enseñar la evolución y/o la creación en las escuelas fiscales. La audiencia estaba formada por alumnos de escuela primaria y sus maestros. Uno de los participantes era un clérigo joven que favorecía la enseñanza de ambas teorías. Francamente me sentí avergonzado por sus respuestas ilógicas y hasta contradictorias. Pretendía creer en un Dios que creó todas las cosas, pero anulaba su creencia al afirmar que también aceptaba la evolución.
Al preguntársele si realmente creía que habíamos evolucionado a partir de formas inferiores de vida, explicó cómo enseñaba el tema a los jóvenes de su iglesia: mostraba una figura de un mono, hacía algún chiste acerca de que “aquí está uno de los antepasados de ustedes”, y de alguna manera introducía a Dios en esa extraña enseñanza. Es fácil comprender por qué varios de los alumnos en su audiencia tenían conceptos confusos.
Repito este incidente sólo para ilustrar la total confusión que existe en el mundo cristiano en cuanto a este tema. No niego el hecho de que los sabios que favorecen la evolución son muchos más que los creacionistas. La mayoría de los hombres de ciencia y los dirigentes intelectuales aceptan la teoría de la evolución de una manera u otra. Pero trágicamente, lo mismo es cierto de algunos teólogos y pensadores cristianos. Muchos han tratado de acomodarse a la ciencia con teorías híbridas tales como la del día-época, la de la brecha y la del creacionismo progresivo.
Como movimiento cristiano mundial, los adventistas están virtualmente solos en creer en una interpretación literal del registro de la creación que se encuentra en Génesis. El factor de mayor peso para esta posición, para mí, es nuestra observancia del sábado del séptimo día, un período de 24 horas que comienza con la puesta del sol del viernes.
Toda esta introducción es a modo de subrayar la importancia de la entrevista con el Dr. Ariel Roth, director del Instituto de Geociencias de nuestra iglesia. Algunos pueden preguntarse por qué nuestra iglesia gasta cantidades significativas de dinero cada año para sostener este programa. ¿Por qué no nos aferramos sencillamente al registro bíblico y dejamos a un lado lo que el mundo pueda decir acerca de los orígenes de la vida? Pensemos un momento. Pensemos en las veintenas de estudiantes adventistas que estudian cursos científicos superiores en las universidades seculares. Añadamos los muchos profesores de ciencias que hay en nuestro sistema escolar. Luego considere la cantidad de laicos educados que leen y estudian, y que además viven en una cultura que se basa en forma predominante sobre la filosofía de la evolución.
No podemos considerar livianamente este último punto. Las costumbres y prácticas de la sociedad actual no pueden divorciarse de sus conceptos de los orígenes. Es un poco difícil para alguien que es adventista desde hace muchos años razonar de causa a efecto en este asunto. Dios y una creación instantánea son una parte tan integral de nuestro pensamiento que es difícil ponernos en el lugar de los que no creen lo mismo. Debemos recordar, sin embargo, que nuestra responsabilidad hacia el Dios-creador, simbolizada por la observancia del sábado, es extraña para la mayoría en la tierra. Para ellos, las maravillas de la ciencia y la tecnología humanas demuestran que el hombre es una forma avanzada y progresiva de vida que sólo responde ante sí mismo. El hombre es el dueño de su suerte; Dios es eliminado o por lo menos minimizado.
Dicho brevemente, el gran objetivo de la raza humana actual no es la regeneración espiritual, la obediencia voluntaria y la adoración a un amante Dios creador. El gran objetivo es la elevación del yo al trono de los deseos y caprichos materialistas. Por lo tanto, nuestra iglesia tiene la definida responsabilidad de investigar constantemente todo indicio de evidencia que otorgue credibilidad a la posición bíblica acerca del origen de la vida. Dios no exige una fe ciega en este aspecto. Quiere que usemos la razón y la inteligencia al considerar el tema del creacionismo para que los miembros de la iglesia y los que estudian nuestro mensaje puedan tener confianza de que la observancia del sábado realmente conmemora una semana de la creación que realmente existió, y que así aumente su fe en las Escrituras. La manera en que consideremos los orígenes y el registro de Génesis 1 a 11 tiene grandes implicaciones acerca de la credibilidad del resto de la Biblia.
Pero regresemos al incidente inicial. El intento confuso y confundidor del clérigo para reconciliar el creacionismo bíblico con la ciencia evolucionista actual debiera ser una advertencia directa a cualquier sugerencia de compromiso. El punto más sobresaliente en esta entrevista, en mi opinión, es la respuesta que da el Dr. Roth a la pregunta: ¿Hay alguna relación entre la significación del relato de la creación y los datos específicos que da la Biblia? En otras palabras, ¿puede el verdadero significado y belleza de la observancia del sábado ser comprendido y experimentado fuera de su posición como monumento recordativo de una creación literal en seis días? Roth contesta: “No se puede basar una significación verdadera sobre un informe dudoso”. ¡Estoy de acuerdo con él!
No es ningún secreto que desde dentro del adventismo se ataca, tanto en forma sutil como abierta, la doctrina del sábado, su observancia, significado y validez. Las discusiones teológicas en los últimos años, aunque no giraban directamente alrededor del sábado, produjeron la salida de algunos que renunciaron a su creencia en la importancia del sábado como también en otras doctrinas. Lo extraño es que algunos dieron ese paso dentro del marco de una fe que pretende centrar toda creencia y práctica sólo en Cristo. Por esta razón debemos comprender claramente y creer que la verdadera observancia del sábado no puede vivirse fuera de una relación genuina de amor con Aquel que nos creó y nos ordenó obedecerle por amor. La obediencia sigue constituyendo la suprema evidencia de lealtad y amor. No debemos y no podemos enseñar la observancia del sábado meramente como una creencia o una doctrina divorciada de Aquel que le da sentido y significación. El sábado está inextricablemente entretejido en la misma constitución de la Trinidad que se unió en amor lleno de gracia para traer este mundo a la existencia y crear al hombre a su imagen. Aquí está la manifestación suprema del amor.
Cualquier concesión que hagamos con respecto a nuestra posición acerca del registro del Génesis estará acompañada de una pérdida de fervor en cuanto a la integridad de las Escrituras y del Dios que las dio. Además tendrá una influencia significativa sobre nuestro mensaje. D. Elton Trueblood señala el curso que siguen las iglesias que pierden de vista su mensaje: “Precisamente cuando el mundo está comenzando a percibir mejor su necesidad, la iglesia está perdiendo la seguridad de su misión, y hasta desarrolla facetas extrañas o marginales, y la mayor razón para el fracaso de su misión es una confianza disminuida en su mensaje” (The Essence of Spiritual Religión, Harper & Row, 1975, pág. x).
Este esquema de desvío doctrinal también fue descrito por Elena G. de White. A medida que pasa el tiempo, los descendientes espirituales de los fundadores se alejan “mucho de su ejemplo de humildad, de abnegación y de renunciación al mundo. Así ‘la simplicidad primitiva desaparece’. Una ola de mundanalidad invade la iglesia ‘trayendo consigo sus costumbres, sus prácticas y sus ídolos’ ” (El conflicto de los siglos, pág. 436).
Las modernas instituciones educativas también ilustran esta tendencia. Muchas instituciones de educación superior en los Estados Unidos (las universidades Harvard, Princeton, del Sur de California, Auburn, Boston, del Estado en Wichita, Wesleyana, etc.) comenzaron como instituciones religiosas, dependientes de iglesias, que desde entonces han avanzado mucho en el camino a la secularización y han cortado los lazos que las unían a las iglesias. Ninguna institución educativa comenzó como institución secular y más tarde se volvió religiosa (por lo menos hasta donde yo sepa). La tendencia parece siempre ser la de alejarse del Dios de la Biblia. Nuestras instituciones educativas afrontan algunas presiones semejantes a las que tuvieron las que una vez fueron religiosas.
Sin duda ustedes deben saber que no conozco a ninguno de entre nosotros que acepta la teoría evolucionista en su totalidad. Pero me preocupa algunos-comienzos de componendas. Una encuesta, aunque limitada (razón por la que debe ser considerada con muchas precauciones) indica que algunos pastores y educadores adventistas creen que los acontecimientos descritos en el registro de la creación en el Génesis ocurrieron en algún punto entre 20.000 y muchos millones de años atrás. Creo que si alguna vez perdemos nuestra creencia en la creación en seis días, como ha ocurrido con muchos otros grupos, primero adoptaríamos un modelo de largas eras para la vida sobre la tierra, y recién más tarde nos daríamos cuenta de que ese concepto, que para ese entonces sería aceptado, no armonizaría con la semana de la creación del Génesis.
No tengo dudas de que las creencias de Elena G. de White en este aspecto eran similares a las de Moisés y las que Dios expresó en los Diez Mandamientos. Ella habla repetidamente acerca de la cuestión de la duración de la semana de la creación. Por ejemplo, declara en la Carta 31 de 1898: “El sofisma de que el mundo fue creado en un período indefinido de tiempo es uno de los engaños de Satanás. Dios habla a la familia humana en términos que ella puede comprender. No deja el asunto en forma tan indefinida que los seres humanos puedan manejarlo de acuerdo con sus propias teorías”. Dice también en Patriarcas y profetas: “Pero la suposición de que los acontecimientos de la primera semana requirieron miles y miles de años, ataca directamente los fundamentos del cuarto mandamiento. Representa al Creador como si estuviese ordenando a los hombres que observaran la semana de días literales en memoria de largos e indefinidos períodos. Esto es distinto del método que él usa en su relación con sus criaturas. Hace obscuro e indefinido lo que él ha hecho muy claro. Es incredulidad en la forma más insidiosa y, por lo tanto, más peligrosa; su verdadero carácter está disfrazado de tal manera que la sostienen y enseñan muchos que dicen creer en la Sagrada Escritura” (págs. 102, 103; véase también Spiritual Gifts, t. 3, pág. 92). Finalmente expresa su preocupación acerca de las tendencias que aparecen en los que se apartan de la Biblia: “Los que dudan de la verdad de las narraciones del Antiguo Testamento y del Nuevo, dan a menudo un paso más y dudan de la existencia de Dios y atribuyen poder infinito a la naturaleza. Habiendo perdido su ancla son arrastrados hacia las rocas de la incredulidad” (El conflicto de los siglos, pág. 577).
Agradezco a Dios por nuestro grupo de estudio de las geociencias y por nuestros otros fieles hombres de ciencia que aceptan la Palabra de Dios como un registro literal de los orígenes y otros acontecimientos tales como el diluvio. Vivimos en una época sin fe, pero Dios todavía tiene su remanente que proveerá una respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8).