“¿Por qué un hombre talentoso como Santiago abandona el ministerio para dedicarse a los negocios?” “¿Qué le sucedió a nuestro pastor? ¿Cómo pudo dejar a su esposa por otra mujer?” “¿Qué le está ocurriendo a aquel pastor? ¡Su actitud hacia la obra ministerial es tan negativa!” “¿Por qué el dirigente de nuestro distrito trabaja continuamente desanimado?”

Esta lista de dolorosas preguntas podría ampliarse mucho. Se podrían registrar todas las razones por las cuales los predicadores se desaniman y deprimen. Podríamos formar docenas de comisiones para que examinen los problemas que conducen al fracaso en el ministerio. Se podrían emplear organizaciones de investigación para que analizaran dichos problemas y ofrecieran soluciones. Pero, ¿no hay por lo menos un factor principal que invariablemente forma parte de cualquier cuadro de fracaso entre los ministros?

Fracasos valederos

Supongamos que los anteriores ejemplos de fracasos corresponden a hombres que estaban calificados en todo sentido para ser ministros del Evangelio. En la actualidad, tanto en el ministerio como fuera de él, hay algunos hombres fracasados sencillamente porque se depende únicamente del juicio humano cuando se elige a los que han de ser ordenados. Aquellos que no han sido llamados al ministerio por Dios y que han fracasado, ¡son fracasos valederos!

La Sra. de White afirma que le fue revelado que “buen número de los que piensan que su deber es enseñar públicamente la Palabra de Dios se han equivocado de obra. No tienen ningún llamado para dedicarse a esta solemne y responsable tarea. No están calificados para la obra del ministerio, pues no pueden instruir apropiadamente a los demás”.[1] Más adelante declaró que “no se debe animar a los hombres a entrar en el campo como ministros sin tener evidencia inequívoca de que Dios los ha llamado. El Señor no quiere confiar la carga de su grey a personas que no estén calificadas para ello”.[2]

Cuando Dios llama a un hombre al ministerio y los hermanos son conscientes de ello, ese hombre puede confiar en el triunfo de su obra. Mientras siga la fórmula del éxito no conocerá nada que se parezca al fracaso. Dios jamás ha llamado a nadie para el fracaso, ¡y eso incluye a Noé! Esto no quiere decir que un ministro llamado por Dios y verdaderamente convertido jamás cometerá un error ni pasará a veces en su obra por alguna experiencia que pueda parecerse al fracaso.

“Como Redentor del mundo, Cristo arrostraba constantemente lo que parecía ser el fracaso. Él, el mensajero de misericordia en nuestro mundo, parecía realizar sólo una pequeña parte de la obra elevadora y salvadora que anhelaba hacer. Las influencias satánicas estaban obrando constantemente para oponerse a su avance. Pero no quiso desanimarse”.[3]

Por qué fracasó Pedro

¿Recuerda Ud. la blasfema negación que Pedro hizo de Jesús? Pedro fue llamado y ordenado por Cristo, sin embargo, el comentario inspirado declara que “Pedro había preparado el terreno para su grave pecado”.[4] ¡Qué pensamiento! Imaginémonos a una persona que, consciente o inconscientemente, prepara el terreno para el fracaso. Nadie considera extraño que se prepare el terreno para el éxito, pero pocos tienen en cuenta el concepto de prepararse para el fracaso. Algunos pueden pensar que la negación de Pedro fue una experiencia excepcional. Sin embargo, él siguió el mismo modelo que al fin sigue todo aquel que fracasa. Según mi opinión, no hay excepciones.

¿Cómo se preparó Pedro para el fracaso? No es necesario que nos pongamos a especular. La realidad es que “por haber dormido cuando Jesús le había invitado a velar y orar, Pedro había preparado el terreno para su grave pecado”.[5]

¡Es bueno que recordemos que la preparación para el fracaso puede incluir más de una clase de sueño! La inconsciencia física no es lo único que produce insensibilidad de mente, de cuerpo y de espíritu. Aquellos elementos que se hallan bajo nuestro dominio y que afectan adversamente a cualquiera de nuestros sentidos pueden ser calificados como “sueño”. Además, produce adormecimiento espiritual cualquier cosa –por más honorable y correcta que sea– que permitamos que se interponga entre nosotros y nuestras horas diarias de estudio y oración. La pluma inspirada nos insta: “Observad celosamente vuestras horas de oración, estudio de la Biblia y examen de conciencia. Poned aparte una porción de cada día para estudiar las Escrituras y comulgar con Dios. Así obtendréis fuerza espiritual, y creceréis en el favor de Dios”.[6]

Púlpitos vacíos

¿Cuántos púlpitos adventistas quedarían vacíos el próximo sábado si a ningún ministro se le permitiera predicar a menos que hubiera dedicado doce horas (dos por día) al estudio de la Biblia y tres horas (treinta minutos por día) a la oración durante la presente semana? ¿Es ésta una conjetura demasiado solemne?

Los predicadores modernos viven en un ambiente agitado. El mundo, con sus correos, sus puestos de libros, sus diarios, sus carteleras, las ondas del éter nos inunda la vista y el oído con cosas buenas y malas. Aun la iglesia aporta una cantidad asombrosa de magnífica propaganda que podría demandar una porción mayor de nuestro tiempo de lectura y de meditación si se lo permitiéramos. Ningún hombre puede abarcar totalmente siquiera una pequeña parte de este diluvio de materiales que conduce a la humanidad al adormecimiento.

¿Cómo debiera relacionarse el ministro con este problema? Del mismo modo como debía haberlo hecho Pedro con respecto a su situación en el huerto. “Si hubiesen pasado en vigilia y oración aquellas horas transcurridas en el huerto, Pedro no habría tenido que depender de su propia y débil fuerza. No habría negado a su Señor”.[7]

¡Cuánta necesidad tiene nuestra iglesia de hombres de oración y de estudio!

Digitalina espiritual

La digitalina para las enfermedades cardíacas del espíritu que se producen entre los ministros es una dosis diaria de doblamiento de rodillas y de estudio de la Biblia. Podemos edificar templos, organizar campañas, ser los hombres del siglo, formar parte de juntas, viajar de aquí para allá por toda la tierra, pero si no nos tomamos tiempo para orar y estudiar la Biblia cada día –repito, cada día, no mañana, no el mes próximo, no el año que viene, sino cada día– ¡habremos fracasado! Algunos piensan que obrarán en forma diferente cuando finalicen cierto proyecto, pero ese tiempo nunca llega. Además, cuando se fracasa en dedicar tiempo a Dios en cualquier día determinado, ese fracaso es de un tipo tal que ya no se puede rectificar. El tiempo no puede volver. ¡Se ha ido para siempre! No habrá una segunda oportunidad para vivir ese día adecuadamente.

Siéntate, compañero en el ministerio, y cuenta los días en los que no has dedicado tiempo a Dios. Es verdad que la mayoría de nosotros realiza alguna tarea que tiene que ver con la iglesia. Hacemos algunas visitas, predicamos un sermón o dos, escribimos cartas, pero esto es darnos meramente en servicio. Estoy hablando no de la entrega de nosotros mismos, sino de la recepción por nuestra parte de aquellos elementos nutritivos divinos que posibilitan que nos demos apropiadamente a los demás.

Por otra parte, no estoy abogando por una vida de clausura en el estudio y la oración y totalmente desconectada del servicio. ¡Jamás! Ambas cosas van unidas. Mi temor es que muchos ministros adventistas no se tomen tiempo –por cualquier razón– para que Dios modele su alma, fortalezca sus convicciones y dé energía y vida a la naturaleza espiritual que resulta de la comunión con él.

Lo que podemos aprender del halcón

Acompáñenme a un estadio de fútbol. Miles de personas se han agolpado allí para ver desempeñarse al equipo de la fuerza aérea de los Estados Unidos. Pero antes del comienzo del partido se suelta a un halcón de suave plumaje que se remonta airosamente por encima del estadio. Finalmente, el ave empieza a volar en círculos esperando la señal. La multitud está en silencio como en las ocasiones en las que se está por jugar una etapa crucial de un partido. Repentinamente el ave pliega sus alas y desciende en picada como un avión de reacción. Sus penetrantes ojos se mantienen enfocados en un señuelo de cuero del tamaño de un puño que, atado a una cuerda revolotea sobre la cabeza del adiestrador y amo del halcón. En el último instante de su descenso pasa de una velocidad de 280 kilómetros horarios a cero, clava sus garras en el señuelo y da con él en tierra.

El programa de adiestramiento de estas mascotas de la academia de la fuerza aérea nos enseña importantes lecciones. Los entrenadores deben pasar de tres a cinco horas diarias con sus aves. Cuando hay buen tiempo se las suelta durante una media hora. Cuando el tiempo es demasiado malo para el vuelo, los entrenadores se ocupan de otros menesteres pero hay uno que deben realizar sin falta. Todos los días deben permitir que los halcones se apoyen en sus brazos. La menor interrupción de esta rutina debilita la confianza existente entre el ave y su entrenador y anula lo que se logró en meses de trabajo.

Nosotros, que necesitamos ser domados como aves silvestres, que tenemos la inclinación de volar lejos de nuestro Amo, que por naturaleza somos pecadores e indomables, que somos rebeldes y quisquillosos, que permitimos que cualesquiera cosas –aun las buenas como las tareas eclesiásticas– nos mantengan apresurados, deprimidos y desanimados, que pensamos que no podemos dedicar tiempo a Dios como debiéramos, ¡oh, cuán desesperadamente necesitamos ser entrenados por nuestro Cetrero divino, Jesucristo!

En lugar de prepararnos para el fracaso, ¿por qué no nos preparamos para el éxito comenzando este día a dedicar tiempo a Dios sobre una base organizada y habitual? Si se sigue ferviente y sinceramente este plan, ¡no habrá razón para el fracaso en el ministerio cristiano!


Referencias

[1] Testimonies, tomo 2, pág. 553.

[2] Obreros Evangélicos, pág. 452.

[3] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 663.

[4] Id., pág. 660.

[5] Ibid.

[6] Obreros Evangélicos, pág. 105.

[7] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 660.