Ser parte de la iglesia remanente no significa exclusivismo.
El 22 de octubre de 1844, millares de ansiosos cristianos en los Estados Unidos esperaban el segundo advenimiento de Cristo. Obviamente, estaban engañados. Pero, de aquel grupo chasqueado, posteriormente surgió la Iglesia Adventista del Séptimo Día, también referida por sus miembros como la “iglesia remanente”. Los adventistas se definen de esta manera teniendo como base una cuidadosa exégesis de algunos textos del libro del Apocalipsis. ¿Cuáles son esos textos? ¿Por qué los adventistas ven en ellos su identidad como “iglesia remanente”?
Apocalipsis 12 enseña claramente que Dios tiene una iglesia remanente en el tiempo del fin. Después de describir la historia de la iglesia cristiana (bajo el símbolo de la mujer), desde el tiempo de Cristo (el hijo del versículo 5) hasta el final de los 1.260 años (538-1798), dice el autor del libro del Apocalipsis: “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17).
Este versículo nos lleva a la época posterior al período de 1.260 años (Apoc. 12:6,14); es decir, al siglo XIX. Sabiendo que es incapaz de destruir al pueblo de Dios, el enemigo se enojó contra un grupo específico, llamado “el resto de la descendencia”, o “el remanente de su simiente”: la iglesia remanente. Ahora, el foco no reposa sobre la mujer (símbolo del fiel pueblo de Dios a través de los tiempos), sino sobre ese grupo en particular: “el resto de la descendencia de ella”; esto es, la iglesia remanente.
Apenas dos veces, en este capítulo, el apóstol Juan menciona una “descendencia” de la mujer. La primera es con referencia al Hijo de la mujer (vers. 5), el Mesías. La segunda, al “resto de la descendencia de ella”, la iglesia remanente. Las dos veces, el apóstol Juan identifica claramente la descendencia de la mujer, lo que apoya la visión de que “el resto de la descendencia de ella” comprende a la iglesia remanente visible. Se presentan dos marcas identificadoras, o dos señales, de esa iglesia remanente: “guardan [obedecen] los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”.
OBEDIENCIA A LOS MANDAMIENTOS
Cualesquiera que sean los mandamientos que queramos incluir en la primera señal de identificación, sin lugar a dudas, debemos incluir los Diez Mandamientos. De esa manera, la primera señal de identificación de la iglesia remanente es su lealtad a los Mandamientos de Dios; todos, los diez, incluido el cuarto, el mandamiento sobre el sábado. Parafraseando Apocalipsis 17, podemos decir: “En el final del tiempo, Dios tendrá una iglesia –la iglesia remanente– que será reconocida por el hecho de que ella guarda [obedece] los Mandamientos, incluso el Mandamiento del sábado, el séptimo día de la semana”.
En el tiempo de los apóstoles, o de la iglesia primitiva, esta no habría sido una señal especial, porque todos ellos observaban el sábado; pero hoy, cuando la mayoría de los cristianos guarda el domingo, el sábado –realmente– se ha transformado en una marca distintiva.
EL TESTIMONIO DE JESÚS
La segunda marca de identidad es el “testimonio de Jesús”. ¿Qué significa esa frase? La expresión “testimonio de Jesús” (marturia Iesou) aparece seis veces en el libro del Apocalipsis (1:2, 9; 12:17; 19:10; 20:4).
Primero. Consideremos Apocalipsis 1:2 y 9. La introducción al libro del Apocalipsis presenta la fuente; es decir, a Dios, y el contenido del libro: la revelación de Jesucristo. En el versículo 2 se nos dice que el apóstol Juan condujo “la Palabra de Dios” y “el testimonio de Jesús”.
Normalmente, comprendemos “la Palabra de Dios” como referida a lo que Dios dice; y el “testimonio de Jesús” como algo paralelo a la “Palabra de Dios”, debiendo significar, por lo tanto, el testimonio que Jesús da respecto de sí mismo. ¿De qué manera hace esto? Cuando estuvo en la Tierra, testificó personalmente al pueblo en Judea. Después de su ascensión, habló a través de los profetas.
En Apocalipsis 1:9, el paralelismo entre “la Palabra de Dios” y “el testimonio de Jesús” se observa claramente: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo”.
En el tiempo del apóstol Juan, “la Palabra de Dios” representaba al Antiguo Testamento, y “el testimonio de Jesús” se refería a lo que Jesús había dicho, a las verdades que él reveló cuando estuvo en la Tierra, tal y como son relatadas en los evangelios y por medio de sus profetas, como los apóstoles Pedro y Pablo, por ejemplo.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Por lo tanto, en Apocalipsis 19:10, leemos la explicación: “El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía”. ¿Qué es “el espíritu de profecía”? Esa frase aparece solamente una vez en las Sagradas Escrituras, y esa única ocasión es en este texto específico. Encontramos un paralelo bíblico muy íntimo entre 1 Corintios 12:8 al 10, donde el apóstol Pablo se refiere al Espíritu Santo –que, entre otros dones, otorga el don de profecía– y la persona que recibe ese don, el profeta (1 Cor. 12:28; Efe. 4:11).
De esa manera, así como en 1 Corintios 12:28 la persona que posee el don de profecía (vers. 10) es llamada “profeta”, en Apocalipsis 22:8 y 9 aquellos que tienen el espíritu de profecía (19:10) también son llamados profetas. Notemos el paralelismo entre Apocalipsis 19:10, y 22:8 y 9:
La misma situación ocurre en los dos pasajes. El apóstol Juan cae a los pies del ángel para adorarlo. Las palabras de respuesta del ángel son casi idénticas, pero con una diferencia significativa. En Apocalipsis 19:10, los hermanos son identificados con la frase: “tienen el testimonio de Jesús”; en Apocalipsis 22:9, ellos son simplemente llamados “profetas”.
De esa manera, si usamos el principio protestante de interpretar las Sagradas Escrituras por las Sagradas Escrituras mismas, podemos concluir que “el espíritu de profecía” en Apocalipsis 19:10 no es una posición de todos los miembros de la iglesia en general, sino apenas de aquellos que fueron llamados para ser profetas. Comentando Apocalipsis 19:10, Hermann Strathmann, erudito luterano, dice lo siguiente:
“De acuerdo con el paralelo 22:9, los hermanos mencionados no son los creyentes en general, sino los profetas. Aquí, también, ellos son caracterizados como tales. Ese es el punto del versículo 10. Si ellos tienen el marturia Iesou (testimonio de Jesús), también tienen el espíritu de profecía; es decir, son profetas” (Hermann Strathmann, Theological Dictionary of the New Testament [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1964-1974], t. 4, p. 500).
En forma semejante, James Moffat explica:
“Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía. Ese comentario específicamente define a los hermanos que tienen el testimonio de Jesús como poseedores de inspiración profética. El testimonio de Jesús es prácticamente equivalente a Jesús testificando” (James Moffat, The Expositor’s Greek of the New Testament [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1956], t, 5, p. 465).
TESTIMONIO DEL TARGUMIM
Los lectores judíos en los días del apóstol Juan conocían lo que significaba la expresión “espíritu de profecía”. Ellos habrían comprendido la frase como referencia al Espíritu Santo, que concede el don profético al hombre.
El judaísmo rabínico equiparó las expresiones del Antiguo Testamento “Espíritu Santo”, “Espíritu de Dios” o “Espíritu de Yaweh”, con “Espíritu de profecía”. Eso puede ser observado en las frecuentes ocurrencias de los términos en el Targumim (traducciones escritas del Antiguo Testamento en arameo), como por ejemplo: “Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como este, en quien esté el espíritu de Dios?” (Gén. 41:38). “Y Jehová dijo a Moisés: Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él” (Núm. 27:18). (Bernard Grossfeld, The Targum Onqelo to Genesis [Collegeville, MN: The Liturgical Press], pp. 138, 102, 145).
Algunas veces, la expresión “espíritu de profecía” se refiere simplemente al Espíritu Santo; pero en muchos otros casos se refiere al don de profecía dado por el Espíritu Santo. Comentando esta expresión en el Targumim, F. F. Bruce afirmó:
“La expresión ‘el espíritu de profecía’ es corriente en el judaísmo posbíblico. Es usada, por ejemplo, en la circunlocución para el Espíritu de Yaweh que viene sobre un profeta. De esa manera, el Targum de Jonatán traduce las palabras de apertura de Isaías 61:1 de la siguiente manera: ‘El Espíritu de profecía del Señor Dios está sobre mí’. El pensamiento expresado en Apocalipsis 19:10 no es diferente de lo que ya fue citado en 1 Pedro 1:11, donde es mencionado que ‘el Espíritu de Cristo’ ya había dado testimonio de antemano, por los profetas del Antiguo Testamento […]. En Apocalipsis 19:10, sin embargo, es a través de los profetas cristianos que el Espíritu de profecía testifica. Lo que los profetas anteriores a la Era Cristiana predijeron es proclamado como hecho cumplido por los profetas de la Era Cristiana, entre los cuales Juan ocupa un lugar destacado” (F. F. Bruce, The Time is Fulfiled [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1978], pp. 105, 106).
Volviendo a Apocalipsis 12:17, podemos decir que “el resto de la descendencia de ella […] guardan [obedecen] los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”, que es el espíritu de profecía, o el don profético.
Esta interpretación es reforzada por el estudio de la palabra griega echó, cuyo significado es “tener”. Esa palabra indica posesión de alguna cosa. “El resto de la descendencia de ella” posee un don concedido por Dios: el don profético. Si “el testimonio de Jesús” fuese apenas nuestro testimonio respecto de Jesús, el apóstol Juan habría escrito algo así como: “Ellos guardan los Mandamientos de Dios y testifican respecto de Jesús”, o “ellos dan testimonio sobre Jesús”. Pero la palabra griega echó nunca es utilizada en el sentido de “dar testimonio”.
En suma, podemos decir que la iglesia remanente, que de acuerdo con la profecía existe después del período de los 1.260 días (después de 1798), tiene dos características específicas: guarda los mandamientos de Dios –incluyendo el Mandamiento sobre la observancia del sábado, de acuerdo con lo que Dios estableció–, y tiene el testimonio de Jesús, que es el espíritu de profecía, o el don profético.
IGLESIA VISIBLE E IGLESIA INVISIBLE
Desde sus inicios en 1863, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha reivindicado para sí misma esas marcas de identificación. Como adventistas, proclamamos los Diez Mandamientos, incluyendo el referido al sábado, y creemos que, como iglesia, tenemos el testimonio de Jesús; es decir, creemos que Dios manifestó su don profético en la vida y la obra de Elena de White.
Nuestros pioneros estaban muy seguros de que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la iglesia remanente de Apocalipsis 12:17. G. I. Buttler, presidente de la Asociación General entre 1871 y 1888, escribió un artículo titulado “Visiones y sueños”, en el que decía lo siguiente:
“Entonces, ¿no hay un pueblo en el que esas condiciones sean completas en estos últimos días? Creemos que este verdaderamente existe en los adventistas del séptimo día. En los últimos 25 años, en todo lugar, ellos han reivindicado ser la iglesia remanente […].
“¿Ellos guardan los Mandamientos de Dios? Toda persona que conozca alguna cosa sobre este pueblo puede responder que esa es una parte importantísima de su fe […]. En lo que se refiere al espíritu de profecía, es un hecho notable que, desde el inicio de su existencia como pueblo, los adventistas del séptimo día han afirmado que aquel está en ejercicio activo entre ellos” (G. I. Buttler, Review and Herald [02/06/1874], p. 193).
Elena de White creía firmemente que los adventistas del séptimo día componen la iglesia remanente, y que Apocalipsis 12:17 es aplicado a ellos. Los adventistas del séptimo día “son el pueblo que representa a Dios en la Tierra” (ver Mensajes selectos, t. 3, p. 17). Ella escribió: “Tenemos los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesucristo, que es el espíritu de profecía” (Testimonios para los ministros, p. 114).
“Tengan todos cuidado de no hacer declaraciones contra el único pueblo que está cumpliendo la descripción que se da del remanente que guarda los Mandamientos de Dios, tiene la fe de Jesús y exalta la norma de la justicia en estos postreros días” (ibíd., p. 58).
Nosotros todavía creemos que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la iglesia remanente, y tiene el espíritu de profecía como marca de identidad.
“Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una característica distintiva de la iglesia remanente y fue manifestado en el ministerio de Elena G. de White. Como mensajera del Señor, sus escritos son una continua y autorizada fuente de verdad, y proporcionan consuelo, guía, instrucción y corrección a la iglesia. Sus escritos también dejan claro que la Biblia es la regla por la que debe ser probada toda enseñanza y experiencia” (En esto creemos, p. 290).
Como adventistas del séptimo día, somos miembros de la iglesia remanente de Dios. Sin embargo, esa identificación no nos concede exclusividad delante de Dios. Jamás enseñamos que solamente los adventistas serán salvos: siempre hemos reconocido la realidad de lo que ha sido llamado “iglesia invisible”, compuesta por el fiel pueblo de Dios de todos los tiempos. Hoy también Dios tiene personas fieles en todas las iglesias, incluyendo a la Iglesia Católica (ver El evangelismo, p. 234). La salvación no es garantizada por el hecho
de que alguien sea miembro de alguna iglesia. Somos salvos como individuos, no como iglesia. Sin embargo, formar parte de la iglesia remanente de Dios significa que tenemos acceso al don especial de Dios, a mensajes inspirados de Elena de White, y que podemos participar en la proclamación de los tres mensajes angélicos especiales (Apoc. 14) para el mundo.
Sobre el autor: Director asociado (jubilado) del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.