Aprensión y curiosidad expresaban casi todos los rostros de la clase de habla española al comenzar la primera clase del pastor Carlos E. Wittschiebe. Era el 3 de enero ppdo. De las tres materias que estudiaríamos, “Psicología y Orientación Pastoral” era indudablemente la menos conocida. (Se trataba, en realidad, de dos cursos fusionados: “Psicología Pastoral” y “Orientación Pastoral”.) Con su habitual cordialidad y buen humor, el Prof. Wittschiebe comenzó a plantear en la primera clase los objetivos del curso. Profusamente ilustrada con incidentes de su propia experiencia como orientador-consejero, esta clase resultó sumamente interesante —como todas las demás.

En las clases se nos informó que hasta hace pocos años algunos de nuestros hermanos consideraban que un adventista no debía estudiar psicología. ¿No había escrito la Hna. White contra esto? Es interesante, sin embargo, notar que —como lo dice también la Hna. White— “Dios puede moldear la mente que él ha hecho, sin el poder del hombre, pero él honra a los hombres pidiéndoles que cooperen con él en esta gran obra”[1]. (Por supuesto, para trabajar con la mente es necesario conocer sus leyes. Y de esto se ocupa la moderna psicología. Se nos hizo recordar, además, que E. G. de White escribió hace unos ochenta años: “La enfermedad de la mente prevalece por todas partes. Nueve décimas de las enfermedades de que sufren los hombres tienen su fundamento aquí”[2].

“Gran parte de las enfermedades que afligen a la humanidad tienen su origen en la mente y pueden ser curadas solamente al restaurar la salud mental”[3].  (La cursiva es nuestra.)

Esto hace aun más imperativo el estudiar psicología. 1 Esta ciencia no es enemiga peligrosa sino una eficaz colaboradora. Y, hablando de “Psicología y Orientación Pastoral” en forma específica, el profesor nos señaló un párrafo en Obreros Evangélicos, pág. 192. que desde ese momento adquirió nuevo significado para nosotros: “Se necesitan pastores que, bajo la dirección del Príncipe de los pastores, busquen a los perdidos y extraviados. Esto significa soportar molestias físicas y sacrificar la comodidad. Significa una tierna solicitud para con los que yerran, una compasión y tolerancia divinas. Significa tener un oído que pueda escuchar con simpatía lamentables relatos de yerros, degradación, desesperación y miseria”. (La cursiva es nuestra.)

Las dudas que quizá había en las mentes de algunos se disiparon completamente. En adelante —como él mismo lo confesó— el pastor Wittschiebe tuvo una de las clases más entusiastas y estudiosas de su experiencia como profesor. Sabíamos que parte de nuestro deber como misioneros era el de ser “médicos de almas”, deber y privilegio que todos estábamos ansiosos de poder atender en la mejor forma posible. A medida que transcurrían las ocho semanas del curso estudiamos acerca de las relaciones que existen entre el inconsciente, la conciencia y el superyó (superego). Palabras tales como: empatía, represión, agresión, racionalización, proyección, introyección y otras se tornaron más familiares. Como les ocurre con frecuencia a los estudiantes de medicina, al estudiar las características de ciertas enfermedades mentales no pudimos dejar de descubrir (con razón o sin ella) que teníamos unas cuantas.

Así, por ejemplo, los que leímos, de Karen Horney, La Personalidad Neurótica de Nuestro Tiempo, llegamos a la conclusión de que, cual más cual menos, todos padecíamos de neurosis.

El hecho es que —como muchos lo expresaron— uno de los grandes beneficios del curso ha sido el de ayudar a conocernos a nosotros mismos.

Se nos enseñó, además, cómo tratar a los enfermos en nuestras visitas a hospitales, etc.

Quizá lo que más nos sorprendió a este respecto fue que no debemos ir y tratar de decir sólo palabras animadoras. Hay que ayudar al enfermo a expresar sus sufrimientos, sus temores y hasta su angustia (frente a una próxima intervención quirúrgica, por ejemplo). Hay que hacerle notar que también otras personas valerosas -sintieron temor en ocasiones similares.

Eso producirá un alivio que un: “No se preocupe, Dios lo va a cuidar” jamás podría lograr. Y después que el enfermo ha podido expresar sus temores, será más fácil pedir la ayuda de Dios para él.

Estudiamos también cómo atender a los enlutados. Aquí, como en el caso anterior, necesitamos aprender más a escuchar que a hablar.

Y esto se aplica en general a todos los aspectos del trabajo del consejero pastoral. ¡Cuántas veces hablamos y hablamos, creyendo que nuestra tarea consiste en dar palabras de consuelo o repetir consejos, cuando lo que más necesita el que sufre es una persona que sepa escucharlo!

¿Qué hacer con los que tienen problemas conyugales, o cuando hay problemas entre padres e hijos, o con los que tienen dificultades para adaptarse al medio social en que viven?

Por supuesto, debemos saber escuchar sus problemas. Debemos ayudarlos a descubrir por sí mismos la solución. Y, en un sentido general, debemos recordar que un problema que se ha venido gestando durante ¿os, cinco o más años no puede solucionarse en quince minutos. Tres, ocho y quince entrevistas de toda una hora de duración quizá sean necesarias para que el problema sea finalmente entendido y la solución hallada. El pastor tiene ante sí un campo casi inexplorado con vastas posibilidades. Pero debe recordar en todo momento que tiene también otras funciones. Ocho a doce horas por semana es el máximo que se nos recomendó emplear en estas tareas de orientación. Y otra sabia recomendación que fué repetida varias veces es: “Recuerden que un curso y la lectura de cuatro libros no hacen de nadie un experto”. El pastor no es un psicólogo o un orientador. Es, sí, un “médico de almas” que puede emplear con ventaja cuanto aprenda en este sentido. Quizá varios hayan aplicado ya algunos de estos principios sin darse cuenta de ello. Eso es como tocar de oído, decía el pastor Wittschiebe. Pero hay muchas más posibilidades de acertar y progresar cuando se conocen las notas. No sólo pueden ser ayudados nuestros miembros de iglesia. De hecho, sí, a ellos dedicaremos principalmente nuestros esfuerzos. Pero también hay quienes no son adventistas que gustosos acudirán a un pastor adventista si oyen que él sabe ayudar a resolver problemas. Y, como ha sucedido a menudo, estas personas podrán llegar a ser miembros de nuestra iglesia, inspiradas por la comprensión encontrada en el pastor.

En la penúltima clase del curso, el profesor dió oportunidad para expresar lo que pensábamos en cuanto a éste. Entre las expresiones que se destacaron estaban las siguientes:

1. Me ha ayudado a conocerme un poco mejor.

2. Me ha ayudado a ser más tolerante con el prójimo.

3. Me ha hecho notar la necesidad de aprender a escuchar.

4. Me ha permitido entender que hoy es tanto o más necesario que entonces el amor expresado por el Maestro hacia el paralítico de Betesda o María Magdalena.

Sobre el autor: Profesor de Biblia del Colegio Adventista del Plata, Argentina


Referencias

[1] Medical Ministry, pág. 188.

[2] Testimonies, tomo 5, pág. 444

[3] Id., tomo 3, pág. 184.