Un estudio de Números 21:4 al 9 en relación con el carácter del Dios de la Torá.

 Para amar a alguien, primero debo conocerlo. Para amar a Dios, esa misma actitud es necesaria. Primero debo conocerlo. Cuanto más conocemos a Dios, más vamos a amarlo. No es natural para el hombre amar al Señor; sin embargo, sus actos amorosos alcanzan nuestro corazón.

A veces, sin embargo, el Dios presentado en el Antiguo Testamento realiza acciones que nos desconciertan y que, a primera vista, parecieran mostrarnos un Señor cruel, sin amor. El relato de Números 21:4 al 9 es uno de los que nos dejan perplejos en relación con el carácter divino. El objetivo de este artículo es analizar algunos aspectos importantes de ese episodio, con la finalidad de comprender mejor el carácter de Dios en su relación con su pueblo, Israel.

 Ninguna otra narrativa del Pentateuco habla de este episodio. Más adelante, un texto que trata sutilmente del asunto es 2 Reyes 18:4, donde leemos: “Quitó los altares paganos, destrozó las piedras sagradas y quebró las imágenes de la diosa Aserá. Además, destruyó la serpiente de bronce que Moisés había hecho, pues los israelitas todavía le quemaban incienso, y la llamaban Nejustán”.[1]

Este es el único lugar en la Biblia hebrea en que se menciona específicamente una serpiente de bronce hecha por Moisés. Ese relato nos muestra la actitud del rey Ezequías, al destruir todos los objetos de adoración que no estaban en conformidad con el verdadero culto del Templo de Jerusalén.

 El versículo de 2 Reyes confirma que el texto de Moisés y la serpiente de bronce es muy antiguo y, al mismo tiempo, muestra el peligro que el pueblo corría de llegar a adorar a un objeto, olvidándose del verdadero Dios de Israel.

 Un texto clave que nos ayuda a entender el relato que estamos estudiando está en Deuteronomio 8:14 y 15, donde dice: “[para que no suceda que] se enorgullezca tu corazón, te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y él te sacó agua de la roca del pedernal”.

 El Señor recuerda a los hijos de Israel que, en medio de la abundancia de la Tierra Prometida, nunca olviden que fue él quien los hizo caminar, y los protegió en el enorme y terrible desierto, repleto de serpientes abrasadoras y escorpiones. Dios guía a su pueblo a pesar de toda la hostilidad del ambiente.[2]

 Análisis del texto En el texto de Números 21:4 al 9, la crítica de Israel tiene tres partes: 1) La angustia del pueblo está frecuentemente asociada a la idea de “morir en el desierto”. Desierto es sinónimo de muerte.[3] 2) En el momento, ellos no tienen “ni pan ni agua”. Esta es la primera vez en que los dos elementos aparecen juntos en una queja de los israelitas. 3) El pueblo estaba cansado del maná, llamado por ellos “pan vil”: hápax (única vez que la expresión aparece en la Biblia hebrea [ver Núm. 11:6-9]).[4]

La crítica del pueblo despierta la reacción divina presentada en el versículo 6. Este texto es central en nuestra discusión acerca del carácter de Dios: “Y Jehová envió [way shalah] entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel”.

Algunas de las versiones más usadas en castellano traducen way shalah como “envió”;[5] mientras que otras, como la Nueva Versión Internacional y la Reina–Valera Contemporánea, prefieren el verbo “mandó”: “Por eso el Señor mandó contra ellos serpientes venenosas, para que los mordieran, y muchos israelitas murieron” (NVI).

 Una primera lectura de este versículo en las versiones mencionadas nos da la impresión de que Dios es un ser cruel, sin misericordia. El pueblo se quejó y el Señor inmediatamente los castigó, enviándoles serpientes venenosas que los atacaban fatalmente.[6]

 Es interesante que el verbo shalah aparece en este versículo en la forma verbal hebrea Piel. Nechama Leibowitz destaca que esa forma Piel tiene el sentido de “dejar libre, dejar en libertad”. Fue utilizada en los siguientes textos:[7]

 “Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Éxo. 5:1).

“Y luego que Faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque dijo Dios: Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y se vuelva a Egipto” (13:17).

“Si se vendiere a ti tu hermano hebreo o hebrea, y te hubiere servido seis años, al séptimo le despedirás libre” (Deut. 15:12).

“Dejarás ir a la madre, y tomarás los pollos para ti, para que te vaya bien, y prolongues tus días” (22:7).

 “Entra y habla a Faraón rey de Egipto, que deje ir de su tierra a los hijos de Israel” (Éxo. 6:11).

 Las palabras en itálica en los textos destacan la traducción de la forma Piel de shalah con el sentido de dejar libre, dejar en libertad.

 Por otro lado, shalah, en la forma Qal, tiene el sentido de “enviar”, o “enviar en misión”. El texto de Génesis 32:3 ilustra esto: “Y envió Jacob mensajeros delante de sí a Esaú su hermano, a la tierra de Seir, campo de Edom”.

Así, la traducción “el Señor mandó” no transmite el significado profundo de la acción de Yahweh. Recordemos Deuteronomio 8:15, que nos dice que el desierto estaba infectado de serpientes ardientes y escorpiones. Era la providencia de Dios lo que preservaba al pueblo del ataque de animales peligrosos

 “Los hijos de Israel no querían más la intervención sobrenatural de Dios. No querían más el maná (pan vil) que Dios les daba. Ellos deseaban una existencia más natural, más normal. Entonces Dios, respetando el deseo del pueblo, dejó que las cosas siguieran su curso natural. Dios permitió que las serpientes se movieran de forma natural, en el grande y temible desierto (retiró la cerca de su protección)”.

Al permitir Dios que las serpientes circularan libremente, comenzaron a morder al pueblo. Como consecuencia, muchos israelitas murieron envenenados.

En Números 21, en el versículo 7, aparecen dos acciones importantes: 1) el pueblo reconoció su error: “Hemos pecado”, y 2) Moisés intercedió después de la confesión del pueblo. En el versículo 8, la orden divina descrita es muy impactante y, al mismo tiempo, inesperada: 1) Haz una serpiente ardiente; 2) Pónganla sobre un asta; 3) Todo aquel que sea picado y mire a la serpiente vivirá.

Algunas observaciones en relación con el carácter de Dios pueden ser deducidas de este episodio.

 En el comienzo del relato (vers. 4, 5), el pueblo habló, desempeñando un papel activo, y eso lo condujo a la muerte. Moisés actuó recién en el versículo 7 (vers. 7b, 9) y condujo a Israel a la vida. El Dios del Pentateuco es un Dios de acción.

 Hay un contraste acentuado entre el principal reclamo del pueblo, “Para que muramos en este desierto” (vers. 5) y la promesa de vida presentada por Dios al decir: “Cualquiera que fuera mordido y mirare a ella [a la serpiente], vivirá” (vers. 8).

 La narrativa de Números 21:4 al 9 es una de las más importantes entre los relatos de murmuración. Es el último acontecimiento antes de entrar en la región de Transjordania. El pueblo estaba pidiendo pan y agua, que es la base de la subsistencia. En este sentido, estaba dudando de la capacidad de Dios para su salvación. Ese incidente permitió que el Señor mostrara dos de sus atributos más importantes: su justicia y su misericordia (Éxo. 34:6, 7).

Independientemente de cuál fuese el origen de la serpiente de bronce, no era ella la que salvaba, sino Dios, que estaba por detrás de aquella representación.

 Ese importante relato de murmuración enfatiza dos aspectos fundamentales. Por un lado, la continua desobediencia del pueblo en el desierto; por otro lado, el continuo perdón y la misericordia milagrosa de Dios.

 La promesa de curación era condicional: “mirar”; y el resultado sería “vivir”. Quien siguió exactamente las órdenes divinas, recibió sanación. (Éxo. 15:26).

La historia de Números 21 es un recuerdo de los actos de amor de Dios para con su pueblo durante toda la travesía en el desierto.

Conclusión

 Las principales partes del relato de Números 21:4 al 9 muestran que Dios desea cuidar de su pueblo y salvarlo en su viaje a la Tierra Prometida. Su amor implica respeto por las decisiones de Israel. Por eso, permitió que las serpientes que había mantenido fuera del campamento durante todo el trayecto quedaran libres.

 La traducción habitual de Números 21:6: “Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes”, puede inducir a la idea equivocada de que el Dios revelado en el Antiguo Testamento es cruel y sin ninguna misericordia. Sin embargo, la traducción que respeta la forma Piel del verbo shalah, con el sentido de “dejar libres”, y el contexto geográfico e histórico realzado por el texto de Deuteronomio 12, nos permiten visualizar a un Dios de amor, preocupado por cuidar de su pueblo y protegerlo de todos los peligros posibles en su viaje a la Tierra Prometida. Por medio de la intercesión de Moisés, el Señor pudo mostrar a su pueblo su gracia y su amor.

 Uno de los textos más conocidos del Nuevo Testamento es el que encontramos en Juan 3:16, que dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

 En este contexto, la referencia histórica que ilustra el gran amor de Dios al levantar al Mesías para que, mediante su crucifixión, pudiera salvar a la humanidad, es precisamente el relato de la serpiente de bronce en el desierto.

 El Dios del Pentateuco amó profundamente a su pueblo. El desierto estaba infectado de serpientes ardientes y escorpiones; era la providencia divina lo que preservaba a Israel del ataque de los animales peligrosos. Cuando el pueblo, de acuerdo con su libre albedrío, no quiso depender más del Señor, él dejó que las cosas siguieran su rumbo natural, retirando su protección. Permitió que las serpientes se movieran libremente, en el grande y terrible desierto. Dios le pidió a Moisés que levantara una serpiente de bronce a fin de salvar a aquellos que habían sido mordidos. Él también envió a su Hijo, Jesucristo, permitiendo que fuese levantado en la Cruz y diera su vida por la humanidad que está perdida.

 Mirando a la Cruz, al Cristo crucificado, tendremos no solamente vida para continuar nuestro viaje en el desierto de la vida hasta la Canaán celestial, sino también vida eterna junto a nuestro querido salvador.

“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15).

Sobre el autor: profesor en el Seminario de Teología de FADBA, Bahía, República del Brasil


Referencias

[1] Ver H. H. Rowley, “Zadok and Nehushtan”, en Journal of Biblical Literature 58 (1939), p. 113ss; K. R. Joines, “The Bronze Serpent in the Israelite Cult”, en Journal of Biblical Literature 87 (1968), pp. 245-256.

[2] hammōwlkăkā (Deut. 8:15) Hifil participio. El sentido atemporal del participio indica que Yahweh ahora también está haciéndolos marchar hasta la Tierra Prometida. P. Jouon, Grammaire de L’hebreu Biblique (Roma, 1982), p. 333, 121.

[3] Ver Núm. 16:13; 20:4, 5; Éxo. 14:11,12; 16:3.

[4] Hápax “pan vil” [balle em haqqəlōqêl]; Koelher-Baumgartner Lexicon, p. 841, aproxima ese hápax con el árabe Qulqulan, que significa “una leguminosa”.

[5] RVR60, RV77, RVA-2015, La Palabra.

[6] Serpientes: ver Isa. 6:2, 6; 14:29; 30:6; Deut. 8:15.

[7] Nechama, Leibowitz. Studies in Bamidbar (Numbers), traducido y adaptado del hebreo por Aryeh Newman (Jerusalén: The World Zionist Org.