Un mes después de que Eliot Spitzer renunció al Gobierno de Nueva York, a comienzos de 2008, Evan Thomas, periodista de Newsweek (24 de marzo de 2008), relató que un amigo de Spitzer le preguntó si le gustaba ser gobernador. “Lo odio -respondió Spitzer-; hubiera querido ser profesor”. Bien, si odiaba su trabajo y quería dejarlo, pero no tenía valor para hacerlo, involucrarse con una prostituta fue la solución para interrumpir su promisoria carrera política.

Ejemplos de comportamientos autodestructivos pueden ser encontrados en todas las profesiones. Como Spitzer, algunos pastores descubrieron que no les gusta su trabajo. Preferirían haber escogido cualquier otra cosa, menos ser pastor, pero no pueden renunciar, pues muchos no sabrían cómo pagar sus cuentas. Se sienten presos y, como Spitzer, se involucran en comportamientos autodestructivos, frecuentemente de naturaleza sexual. Al ser descubiertos, renuncian o son excluidos.

Cuando los pastores se sienten presos de su trabajo y quieren cambiar, se encuentran ante un dilema: es difícil dejar el pastorado, pues sus expectativas siempre estuvieron asociadas con el hecho de ser pastor. Se entiende que el llamado al ministerio viene de Dios, y nadie entra en él pensando en salir. Entonces, explicarles a la familia, a los hermanos, a los amigos y a los colegas la decisión de abandonar todo puede ser una tarea difícil.

Hay ocasiones en que la tensión interior del pastor puede llevarlo a desarrollar o hasta iniciar, consciente o inconscientemente, una situación que le asegure una solución final e inmediata a las frustraciones que se fueron construyendo. Esto puede incluir una relación sexual; entonces, con el descubrimiento, la ansiedad pasa y la carrera llega a su fin.

Cuando una relación ilícita, o cualquier otra aventura de riesgo resulta en el desligamiento de un pastor, el sentimiento de vergüenza y desgracia no se limita a él. Nadie puede calcular los efectos de esto sobre la familia, la iglesia, la víctima y la comunidad. Y eso pude arrastrarse durante años.

Si entrevistáramos a un pastor antes de que deje el ministerio, indudablemente condenaría los actos que traerán como resultado su desvinculamiento. Afirmaría su compromiso pastoral, su amor por la iglesia, su deseo de ayudar a las personas y exaltar al Señor. Entonces, ¿cómo explicar la disparidad entre lo que diría y lo que hará? ¿Qué se puede hacer para ayudar a personas valiosas a evitar situaciones que destruyen vocaciones y perjudican a personas? Evidentemente, hay cosas que se pueden hacer, y la prevención comienza con el pastor.

Acciones preventivas

Los pastores necesitan permanecer alertas a la importancia de reconocer los factores emocionales y cognitivos que afectan nuestro comportamiento. Dentro de cada uno de nosotros existen percepciones y expectativas que son el resultado de nuestras necesidades reales o percibidas: esperanzas, temores, sueños, fantasías, y la realidad de nuestra vida.

A veces, nos sentimos sobrecargados y descubrimos que las cosas que nos dan placer son efímeras y de efecto limitado. Nos descubrimos en un remolino de eventos y nos sentimos incapaces de superarlos. Pero, no somos totalmente incapaces. Podemos evitar el comportamiento destructivo y las aventuras de alto riesgo. Debemos aceptar que tenemos el control de lo que hacemos, y que somos responsables por nuestras decisiones y actitudes.

Muchas personas que buscan ayuda del pastor son débiles, necesitadas y vulnerables. Y el pastor acepta, comprensiblemente, los elogios cuando tales personas le describen cómo fueron beneficiadas por su ministerio. Finalmente, emplea tiempo, energía, y así termina emocionalmente involucrado con las necesidades de las personas. ¡Cuidado! No puede verla, pero la luz roja se ha encendido. Y si la raíz de una relación impropia comienza a afianzarse, córtela. ¡Inmediatamente!

La cultura contemporánea, conforme es presentada por los medios, sugiere que la infidelidad conyugal es normal. Y el pastor también puede ser influenciado por la cultura popular. Como otras personas, también es producto de su tiempo y su lugar.

Los pastores y otros profesionales que tratan con personas son susceptibles a la adulación, especialmente del sexo opuesto. Esa susceptibilidad puede ser el resultado de necesidades psicológicas inconscientes e insatisfechas. Entonces, cuando alguien del sexo opuesto busca aconsejamiento y está angustiado, el impulso humano es tocar o abrazar a esa persona para consolarla y apoyarla. Tal respuesta física está cargada de peligro. El toque puede ser estimulante para las dos partes. Ahorre sus abrazos y toques para los miembros de su familia; no los distribuya a cualquier persona.

Ocasionalmente, un pastor con alguna tendencia psicópata sacará ventaja de una persona frágil; algo que representa un uso profano del poder pastoral, aun cuando en muchos casos caiga inesperadamente en la trampa. Por ejemplo, Jesús dijo que mirar a una mujer con intención impura es lo mismo que cometer adulterio. Esta declaración contiene la idea de que el pensamiento equivale a la acción. En este punto, alguien puede racionalizar: si el error ya está en el pensamiento, y pensamiento es igual a acción, ¿por qué no cometer el acto? Rechace estas conclusiones. Igualar todo pensamiento al acto es abrir el camino a los problemas y a la ruina. A continuación, aparecen algunas precauciones que todo pastor debe tomar:

Reconozca que podemos tener sentimientos sexuales impropios. Pero no tenemos que juzgarnos por esos sentimientos, ni mucho menos actuar sobre la base de ellos.

  • La iglesia nos confiere cierto poder y privilegios. Pero jamás debemos usarlos en ventaja propia.
  • Cuando estemos aconsejando a alguien del sexo opuesto, debemos evitar todo contacto físico más allá de un apretón de manos. En tal situación, el pastor debe establecer el tiempo de conversación, que no debe ir más allá de una hora. Sea especialista o no en aconsejamiento, no es bueno permanecer mucho tiempo con el consultante.
  • El pastor también debe estar atento a la importancia de los conceptos de transferencia y contratransferencia. Estos son términos técnicos que definen los sentimientos del consultante en relación con el consejero y viceversa. En la transferencia, el consultante transfiere al pastor sentimientos (negativos o positivos) que tiene en relación con otros (padres, hermanos, novio). La contratransferencia se produce cuando el pastor transfiere sus sentimientos al consultante. El pastor puede sentir el sufrimiento de la persona hasta el punto en que ese sufrimiento es percibido como suyo.

Es importante que el pastor responda apropiadamente a estos sentimientos. Jamás debe comprometer la relación consejero-consultante ni violar la ética pastoral, que define las relaciones correctas entre pastor y miembro.

Normalmente, el consultante no tiene discernimiento para saber que los sentimientos nutridos en relación con el consejero son el resultado de la transferencia. Por lo tanto, el pastor debe permanecer alerta hacia el potencial daño que estos poderes emocionales ejercen, en el caso de que no sean controlados.

Cada pastor debe tener un amigo íntimo, un colega en quien pueda confiar, con quien pueda conversar, compartir problemas e inquietudes. Si ese amigo le advierte acerca de algún asunto, escuche y actúe en el sentido de remover el problema. Esto evitará mayor sufrimiento en el futuro.

Responsabilidad personal

Siempre que un pastor se involucre en una relación ilícita, es culpable. No existen excepciones. “No me pude controlar”; “Caí en la trampa”; “No imaginé que la situación fuera tan lejos”; todas esas excusas son inaceptables. Cuando los sentimientos lo capturan en áreas en que puede violar el código moral, la responsabilidad es pura y exclusivamente del pastor.

Sea honesto consigo mismo. Toda persona es vulnerable. El área de nuestro cerebro que se encuentra debajo de la corteza cerebral está formada, básicamente, como la de otros mamíferos; y los mamíferos irracionales no son conocidos por su fidelidad sexual. ¿Qué nos distingue, entonces? Tenemos una corteza que nos permite escoger o modificar acciones y que nos capacita para tener ideas sobre comportamiento moral.

Nuestro instinto mamífero y los valores morales pueden, a veces, entrar en conflicto. En Romanos 7:21, Pablo describe una guerra que se libra en nuestro interior, entre el bien y el mal. Por eso, Pedro advierte: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar” (1 Ped. 5:8). Y también señala la salida: “al cual resistid firmes en la fe” (vers. 9).

La decisión es nuestra. Cuando nos sintamos que estamos a punto de caer en alguna clase de comportamiento destructivo, podemos escoger permanecer fieles a nuestra vocación y honrar nuestros valores o podemos escoger el error y recoger las consecuencias.

Sobre el autor: Lawrence G. Downing es pastor jubilado, presta servicio en el White Memorial Medical Center, Los Angeles, EE.UU.y C. Richard Johnson. C. Richard Johnson psiquiatra adventista en Washington, Estados Unidos.