La bestia de Apocalipsis 13 y la sanación de la herida mortal

Los primeros versículos de Apocalipsis 13 presentan las figuras del dragón y de la bestia que emerge del mar. El texto indica que una de las cabezas de la bestia recibe una herida mortal, pero que luego es curada (Apoc. 13:3). Por muchos años, las expresiones “herida” y “curada” se interpretaron como un único hecho histórico, dado que se encuentran en singular. No obstante, al identificar la naturaleza y el carácter de la bestia, es posible concluir que no se trata de un único evento, sino de un proceso que reúne varias evidencias históricas.

Naturaleza y carácter de la bestia

Al utilizar el sustantivo naturaleza, deseo establecer la esencia de las figuras proféticas de Apocalipsis 13 ya mencionadas. Por la forma en que se presentan en el panorama profético, ellas representan, por su naturaleza, poderes mundiales. En cuanto a la palabra carácter, me refiero a la índole de esas figuras proféticas. En armonía con su naturaleza, el carácter de esa secuencia de poderes mundiales es de dominio político opresivo.

Tanto la naturaleza como el carácter de la bestia que surge del mar se destacan al trazar un paralelismo de sus características con las que presentan figuras proféticas que se encuentran en Daniel 7 y 8. Los paralelismos son impresionantes.

1) Daniel 7 presenta la sucesión de reinos mundiales por medio de cuatro bestias simbólicas; la cuarta, descrita como “espantosa y terrible” (Dan. 7:7), representa al Imperio Romano. En Apocalipsis 12, el dragón simboliza a Satanás y, también, al Imperio Romano, instrumento demoníaco que intentó destruir al Hijo que la mujer había dado a luz (Apoc. 12:4).

2) En Daniel 7:8 se representa al poder romano con un cuerno (vers. 23). En Apocalipsis 13:1 se lo representa con la bestia que surge del mar.

3) En Daniel 8:8 y 9, después del dominio del macho cabrío que representa a Grecia (vers. 21), surge un cuerno pequeño desde uno de los cuatro vientos del cielo, que representa la sutil sucesión del dominio de Roma imperial a Roma papal (vers. 23-25). En Apocalipsis 13:1 y 2, se representa esa sucesión del dominio con las figuras del dragón y de la bestia.

4) En Daniel 8:8 y 9, la figura del cuerno pequeño representa a Roma imperial, porque sucede al Imperio Griego, y a Roma papal, por las similitudes con el cuerno del cuarto animal de Daniel 7:8. En Apocalipsis 13:2, aunque la sucesión de Roma imperial esté representada por figuras diferentes — dragón y bestia—, el carácter de ambas es el mismo pues la bestia recibe del dragón “su poder y su trono, y grande autoridad”.

5) Daniel 7:1 al 7 representa la naturaleza de los poderes mundiales con las figuras del león, el oso, el leopardo y el animal espantoso y terrible. En Apocalipsis 13:2, la bestia que emerge del mar conjuga partes de esos animales, algo que la identifica como un poder mundial.

6) En Daniel 7:8, una de las características del cuerno pequeño, o Roma papal, es la “boca que hablaba con mucha arrogancia” (LBLA). En Apocalipsis 13:5 se le atribuye la misma particularidad a la bestia, a la que le fue dada una “boca que hablaba palabras arrogantes y blasfemias” (LBLA).

7) Daniel 7:21 indica otra peculiaridad de la figura que representa Roma papal: el hecho de hacer “guerra contra los santos”. La bestia que se menciona en Apocalipsis 13:7 también lucha “contra los santos”.

8) Daniel 7:25 afirma que el cuerno que representa a Roma papal habla contra el Altísimo. En Apocalipsis 13:6, la bestia abre “su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre”.

9) Daniel 7:25 menciona el período de dominio opresivo del cuerno pequeño, Roma papal, utilizando la expresión “tiempo, y tiempos, y medio tiempo”, que corresponde a 3 años y medio, 42 meses o 1.260 días. Apocalipsis 13:6 indica el período de supremacía de la bestia, 42 meses. En lenguaje profético, conforme al enfoque historicista de interpretación, estos períodos corresponden a 1.260 años.

Los paralelismos encontrados nos llevan a considerar que la bestia que emerge del mar representa, por su naturaleza, un poder mundial; y por su carácter, un poder de dominio político opresivo. Estas características se encuentran, históricamente, en el Estado Papal.[1]

Proceso de la herida mortal

El Papado adquirió poder político a partir de las concesiones del emperador Constantino (312-336) y de la oficialización del cristianismo como religión del Imperio, por el emperador Teodosio (380). La caída del Imperio Romano, en 476, demandó que el obispo de Roma ejerciera mayor poder político, lo que se concretó años más tarde, cuando el general Belisario venció a los godos que asediaban a Roma, y el emperador Justiniano concedió autoridad civil al obispo de Roma, en 538.[2]

El poder civil del Papado se consolidó con el establecimiento del Estado Papal mediante la “Donación de Pipino III”, en el año 754. Sobre la base de esta organización, el Papado actuó como un Estado imperial en un vasto territorio que inicialmente incluía Rávena, Pentápolis y Romaña, y que luego abarcó Ancona, Bolonia y Perugia, una extensión de 44.000 km2, gobernando con un poder político opresivo que duró hasta el final del período profético de 1.260 años en 1798.

De acuerdo con la interpretación profética, la herida mortal que sufrió una de las cabezas (Apoc. 13:3) fue un golpe contra la estabilidad del Estado Papal. De hecho, ese proceso comenzó con la prisión de Pío VI y la proclamación de la República Romana, en 1798. La muerte del papa en la prisión de Valencia, al año siguiente, provocó una terrible humillación al Papado, que experimentó una sensación de aniquilamiento.[3] Aun así, el extenso territorio que estaba bajo la administración papal continuó como base geográfica del Estado Papal.

Por varios siglos, Italia estuvo dividida en reinos o Estados independientes, entre los cuales se encontraba el Estado Papal. A comienzos del siglo XIX, sin embargo, surgieron movimientos favorables a la unificación de Italia. En ese proceso, se levantaron varios líderes, entre los cuales se destacaron Giuseppe Mazzini, que actuó en los territorios del norte de Italia, y Giuseppe Garibaldi, que luchó en los territorios del sur. El primero fundó, en 1831, la “Sociedad de la Joven Italia”, y el segundo organizó el temible escuadrón de los “camisas rojas”.

Ante las amenazas de esos movimientos, en 1848, el papa Pío IX elaboró la Constitución Política del Estado Papal, que garantizaba al papa el gobierno de ese territorio. Sin embargo, al año siguiente, Mazzini y Garibaldi establecieron la República Romana, dando un gran paso hacia la unificación. Ese mismo año, Víctor Manuel II se hizo cargo del Estado de Piamonte. El movimiento avanzó con la unión de los Estados de Toscana, Módena, Parma y Romaña. En 1860, Garibaldi conquistó Palermo y Nápoles y comenzó a invadir los territorios papales, dejando para la iglesia solo Roma y Lacio. En 1861 Víctor Manuel II fue proclamado rey de Italia, aunque dos Estados permanecieran separados: Roma y Venecia. Finalmente, en 1870, Roma se anexó a la República Italiana, poniéndole fin al Estado Papal. El papa Pío IX se enclaustró en el Vaticano y se consideró un preso político. Este evento fue el ápice del proceso de la herida mortal en una de las cabezas de la bestia.

Proceso de curación

Apocalipsis 13:3 predice la curación de la herida mortal y un movimiento en el que toda la Tierra se maravilla y sigue a la bestia. Varios intérpretes del Apocalipsis consideran que esta “curación” se produjo cuando Francia, dirigida por Napoleón, permitió el nombramiento de Pío VII y la firma del “Concordato” en 1801, que estableció los límites del poder civil del Papa. Sin embargo, el Papado tomó varias decisiones destinadas a asegurar el restablecimiento de su naturaleza de potencia mundial y su carácter de poder político opresor.

Tras asumir el pontificado, en 1846, Pío IX, ante los movimientos de unificación de Italia, exaltó el título de “Vicario de Cristo”, buscando restablecer la jerarquía católica en el mundo cristiano. En 1854, se proclamó el dogma de la inmaculada concepción de María, declarando que la madre de Jesús asimiló los atributos divinos de su Hijo, siendo, así, la corredentora de la humanidad.[4] En un esfuerzo por compensar la pérdida de autoridad política, el papa también publicó el documento Syllabus errorum, en 1864, con la intención de advertir a los gobernantes europeos acerca de elementos considerados heréticos, como el liberalismo, el socialismo, la libertad religiosa, las Sociedades Bíblicas y las publicaciones contrarias al Papado.

En ese contexto, Pío IX decretó el dogma de la infalibilidad papal, en 1869. Esa declaración concede al papa poder supremo sobre la iglesia universal.[5] Un año después de la pérdida de todos los territorios papales, Pío IX logró obtener del parlamento italiano la “Ley de las garantías papales”, en la que se declara sagrada e inviolable la persona del papa.

El acontecimiento más significativo en el proceso de curación de la herida mortal, que hizo posible la constitución de un territorio pontificio, fue el Tratado de Letrán, firmado por Benito Mussolini y Pío XI en 1929. Este tratado reconocía al papa como gobernador del Estado Vaticano, delimitaba la extensión del territorio y garantizaba al Papado una indemnización por parte del Gobierno italiano por las tierras confiscadas.

Al comienzo de las reuniones del Concilio Vaticano II, en 1963, se publicó la constitución Gaudium et Spes, en la que se propone que la Iglesia Católica es “el todo y el fin de todo”.[6] En la encíclica Ecclesiam Suam, publicada al año siguiente, Pablo VI desarrolló un nuevo plan para el mundo, ilustrado con círculos concéntricos, siendo el primero la Iglesia Católica; el segundo, las otras religiones; el tercero, la humanidad plena. En el centro estaría el papa, como el primer guardián y pastor.[7] El papa también inauguró una serie de viajes por el mundo, visitando varios países como líder del Estado Vaticano.

Juan Pablo II siguió esta estrategia, visitando trescientas ciudades de los cinco continentes, en cuarenta viajes, a fin de presentarse como “pastor universal”. El Código de Derecho Canónico, publicado en 1983, afirma que el papa “es la cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal en este mundo. En consecuencia, debido a su cargo, goza en la iglesia poder ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal, que puede ejercer siempre libremente”.[8] En 1989, Mijaíl Gorbachov reconoció al Estado Vaticano y, en diálogo con Juan Pablo II, estableció relaciones diplomáticas entre el Kremlin y la Santa Sede.

Las acciones promovidas por el Estado Vaticano a fin de recuperar la autoridad perdida del Estado Papal continúan. La tendencia es restablecer, en la bestia que emerge del mar, la naturaleza y el carácter de su simbolismo, con la curación definitiva de la herida mortal sufrida.

Sobre el autor: profesor emérito de la Facultad de Teología de UnASP, EC, Brasil.


Referencias

[1] Ruben Aguilar, “O Estado Papal”, Ministério (julio-agosto 2020), pp. 24-26.

[2] Edward Gibbon, The Decline and Fall of the Roman Empire, tomos 2 y 4.

[3] Bruce Shelley, Church History in Plain Language (Waco, TX: Word, 1983), p. 357.

[4] Henry Sheldon, History of the Christian Church (Peabody, MA: Hendrickson, 1988), t. 5, p. 54.

[5] Sheldon, pp. 65, 66.

[6] Bert Beach, Vatican II: Bridging the Abyss (Washington, D.C.: Review and Herald, 1968), p. 147.

[7] Johann Heinz, “O Papado Moderno: Reivindicações e Autoridade”, en Estudos Sobre Apocalipse, Frank Holbrook (org.) (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2021), pp. 391-428.

[8] Código de Direito Canónico (Lisboa: Conferência Episcopal Portuguesa, 1983), Cân. 331.