Ante el decidido avance de filosofías y teologías secularizantes, el ministro de Dios puede erigir un vallado de protección utilizando las eficaces orientaciones bíblicas.

La epístola del apóstol Pablo a Tito parece revelar que la hermandad de Creta estaba siendo sacudida por serios problemas (Tito 1: 5), entre los cuales se hacía evidente cierta tendencia a adoptar puntos de vista heréticos (vers. 10, 14). Quizá los ojos del experimentado apóstol estaban viendo más allá de lo que podía percibir la limitada experiencia de su colaborador (vers. 16), por lo que decidió darle directivas cuya utilidad se proyecta por sobre la intrincada maraña ideológica que confronta el pueblo de Dios, inclusive de nuestros días.

La epístola parece destacar ciertas pautas sobre qué hacer, las que podrían ayudarnos toda vez que se avizoren problemas teológicos en el horizonte de la iglesia. He aquí algunas de esas útiles orientaciones.

  1. Retorno a los orígenes. El hombre escogido para ocupar funciones en la iglesia debe ser “retenedor de la palabra fiel como ha sido ensenada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (1: 9), “no atendiendo a fábulas ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad” (vers. 14). En todo momento, y más todavía en horas de crisis, debe hablar “lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (2:1). Debe ser el hombre que conduzca a la grey hacia los principios originales de la verdad (1: 1-3).
  • La revelación por encima del subjetivismo. El apóstol percibió la presencia de un pernicioso grupo que, con una significativa capacidad de comunicación, estaba transmitiendo errores (1:10). Evidentemente basaban su enseñanza en posturas humanistas (vers. 14), derivadas de un fuerte subjetivismo ajeno al espíritu de Cristo (vers. 15, 16). Frente a esta situación, el consejo es claro: “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (2:1), “conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad” (1: 1).
  • Debe haber coherencia entre la teología y la experiencia cristiana. San Pablo nos ayuda á entender que Dios no planea revelarnos una doctrina destilada, sin experiencia cristiana o ajena a la piedad práctica. En la introducción de su epístola nos habla del “conocimiento de la verdad que es según la piedad” (1: 1). Por eso, en toda la carta da instrucciones acerca de la conducta cristiana (3: 8), “no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (2: 10).

Un ejemplo de coherencia entre doctrina y vivencia lo encontramos en la exposición que el apóstol hace de la justificación por la fe. Es por gracia (3:5-7), y se expresa a través de la vida ética responsable, propio del que ha nacido de nuevo (vers. 8; 2: 10-14).

  • Firmeza. A pesar de la necesidad de ser “amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres” (3:2), hay momentos en los cuales quien recibió responsabilidades eclesiásticas debe actuar. “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente” (1:5). “Habla y exhorta y reprende con toda autoridad” (2:15). A pesar de los riesgos que eventualmente surjan, hay momentos en los que el dirigente cristiano debe ser firme. “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que Insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (3: 8).

En algunos casos San Pablo dice que hay que ir más allá: “Repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe” (1: 13). Y, posiblemente como caso excepcional, declara que frente a enseñanzas perturbadoras y disolventes el “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada” (1: 9) debe hablar con absoluta claridad. Refiriéndose a los “contumaces, habladores de vanidades y engañadores”, dice: “A los cuales es preciso tapar la boca” (1: 10, 11).

  • No dar lugar a quienes causan divisiones. Evidentemente hay divisiones que son inevitables y hasta saludables, pero otras son nocivas para el pueblo de Dios. Como ejemplo de las primeras, recordemos las palabras de Jesús refiriéndose a las divisiones familiares que surgen cuando sólo algunos de los familiares se convierten (Luc. 12:52, 53). Como ejemplo de las segundas, recordemos la rebelión de Coré, Datán y Abiram (Núm. 16; Judas 11). El apóstol es muy específico al recomendar que “al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio” (Tito 3: 10, 11).

No dudo al decir que éstos y otros principios bíblicos nos serán cada vez más valiosos, teniendo en cuenta lo que el mismo apóstol Pablo nos dice sobre los últimos días: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Tim. 4: 3, 4).

A medida que nos acerquemos al día final del gran conflicto, más y más problemas teológicos se levantarán en el horizonte del pueblo de Dios. Aferrémonos a estos consejos que nos fueron dados “conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:1, 2).