¿Dónde se encuentra finalmente el valor humano más elevado?
El debate público sobre el aborto se ha venido realizando durante muchas décadas; pero el conflicto parece insoluble e interminable. Es tiempo de reexaminar los supuestos básicos y revisar cuidadosamente el celo y las pasiones que motivan los puntos de vista opuestos. En la lucha que se avecina para capturar la mente y la conciencia de los pueblos, todos los contendientes se beneficiarán oyendo tanto a Sócrates diciendo “Conócete a ti mismo”; como a Aristófanes exclamando “El sabio aprende mucho de sus enemigos”. Entonces podremos preparar refutaciones bien pensadas y persuasivas, y revivir las consideraciones por las preocupaciones legítimas de los demás y sus necesidades.
Para ayudarnos en este diálogo, puede ser muy útil tener a mano un resumen de las afirmaciones con respecto a la vida y a la libertad que promueven los abogados de la posición pro-vida y los representantes de la pro-elección.
Antes de 1973 la mayoría de los Estados norteamericanos y de otras naciones ponían al aborto fuera de ley, excepto en casos de violación, incesto, o cuando fuera necesario salvar la vida de la madre. Se daba como un hecho que un bebé que todavía no había nacido estaba incluido entre aquellos que gozaban del ‘inalienable derecho a la vida’ bajo la Declaración de la Independencia, y las constituciones que definen los derechos de ‘cualquier persona a la vida, la libertad y la propiedad”.
En 1973, en el caso Roe vs Wade, la Suprema Corte de los Estados Unidos decretó que un feto no nato no era un ser humano viviente, y por lo tanto, no era una persona legal calificada para gozar del derecho a la vida garantizado por la constitución. Más bien, era la propiedad de su madre y literalmente una parte de su cuerpo sobre el cual sólo ella tenía el control. Aun cuando la constitución no creó expresamente tal derecho, la Corte infería que la privacidad física es un derecho constitucional fundamental y, por lo tanto, inviolable por la intrusión del Estado.
Al mismo tiempo, las legislaturas de los Estados quedaron libres para promulgar leyes que permitieran el aborto si decidían hacerlo. Por ejemplo, Estado de Nueva York autorizó el aborto y lo caracteriza como ‘justificable’ si se realiza durante las primeras 24 semanas del embarazo; y en el tercer trimestre, si resulta necesario para salvar la vida de la madre. Todos los otros abortos después de 24 semanas quedan prohibidos, presumiblemente en reconocimiento de un ser viviente que ahora ocupa la matriz, y a pesar de que es un rechazo de la pretensión de la madre de tener libertad para regular su propio cuerpo.
La posición pro-elección: libertad para decidir
La mayoría de los defensores del aborto están comprendidos en el grupo llamado pro-elección, que defienden el derecho de la mujer de gozar de libertad ilimitada para decidir lo que ocurrirá en el uso y el goce de su cuerpo. Si una mujer no puede gobernar la más íntima función de su cuerpo —sus capacidades reproductivas— entonces tampoco puede controlar su propia vida. El derecho de una mujer a la determinación propia, dicen, no debería ser limitado por irracionales decretos gubernamentales, ni por los antojos de su socio masculino.
Los que defienden la posición pro-elección consideran que los principios de la ley natural, esos inalienables derechos a la vida y la libertad —que son evidentes por ellos mismos— garantizan a una mujer el derecho de ser y hacer lo que quiera, con libertad para disfrutar de ese derecho en la prosecución de su elección personal de la felicidad. ¿Cómo pueden ignorarse estos derechos a la vida y la libertad de un ser humano que ya existe, preguntan, para subordinarlos a los derechos de un ser potencial?
Los pro-elección consideran al aborto como una solución imperfecta, pero que impone la menor angustia, la menor aflicción y la menor culpabilidad en las lamentables circunstancias de un embarazo no deseado, especialmente en el caso de violación, incesto, defectos predecibles de nacimiento, y cuando es necesario para salvar la vida de una mujer.
La posición pro-elección es compatible con el concepto de privacidad de John Stuart Mili: que la libertad en sociedad no debería restringirse cuando su ejercicio afecta y concierne solamente al individuo, como ocurriría en el uso solitario y privado de drogas, tabaco, o alcohol. Sin embargo, como observan los que defienden la posición pro-vida, el corolario es que la sociedad podría regular apropiadamente el comportamiento individual que interfiere demostrablemente con los derechos de otros; por ejemplo, el derecho a la vida de un niño que todavía no ha nacido.
El argumento clásico de no-consentimiento para el aborto fue presentado por Judith Jarvis Thompson, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en 1971. Supongamos, propone ella, que algún niño prodigio, o cualquier ejemplar de excelencia humana, sufre de una enfermedad fatal que sólo puede revertirse por extensas transfusiones de un tipo raro de sangre. Supongamos que una mujer con ese tipo de sangre es secuestrada por los que apoyan a este ser excepcional. Gentilmente, pero contra su voluntad, la confinan a un cuarto cómodo pero cerrado con llave. Luego se le informa que será unida al paciente por una línea vital durante nueve meses, y se le advierte que la desconexión antes de los nueve meses significará la muerte segura para él, mientras que una unión ininterrumpida significa su liberación e independencia.
¿Le incumbe moralmente a la mujer acceder a este arreglo para preservar esa vida? Si esta cautiva involuntaria se niega a aceptar tal restricción de su vida, su libertad, y su felicidad, ¿quién no saltaría en su defensa para cortar la línea de provisión esclavizadora, aunque eso signifique la muerte del que depende de ella? Para los pro-elección la injusticia de imponer la participación involuntaria en cualquier relación simbiótica, especialmente la servidumbre de un embarazo no deseado, se pone de relieve al situar el debate en términos de consentimiento contractual o libre elección.
Pro-vida: el derecho a vivir
Quienes defienden la posición pro-vida replican que los que se aventuran en el terreno del consentimiento contractual pueden llegar a encontrarse atrapados en los zarzales de la responsabilidad personal. ¿No ejercita la mujer en forma total el control de su vida y de su cuerpo cuando consiente en tener relaciones sexuales, con el conocimiento de sus posibles consecuencias? ¿No es razonablemente predecible que un acto consciente de relación sexual resultará en la concepción y producirá, necesariamente, una restricción de la libertad? No se puede relevar a una mujer de su deber de honrar las consecuencias de su tan cacareada libertad de elección expresada en su acto copulativo inicial, aún cuando el cumplimiento de ese deber sea gravoso.
Es más, puede haber riesgos que una mujer no esté preparada para asumir, porque no los tiene en cuenta. Es previsible que los métodos contraceptivos sean defectuosos; o es posible el nacimiento de un niño deformado, aunque no sea estadísticamente probable. Sin embargo, puede argüirse que estas consecuencias indeseables de concepción son demasiado remotas para establecer un consentimiento por adelantado o la aceptación intencional del riesgo que presentan, a pesar de un acto sexual que es, por otra parte, un acto voluntario.
En realidad, en la ley contractual, el error factual mutuo acerca de las circunstancias materiales puede nulificar un acuerdo y relevar a la parte agraviada del deber de realizarlo. De acuerdo con esto, ¿no podría ninguna circunstancia especial justificar el aborto si la concepción fue impuesta por una participación involuntaria, como en el caso de violación, incesto, o donde los menores carecen de capacidad de voluntad para hacer un arreglo con consentimiento informado? Estas son distinciones complicadas y también decisiones difíciles, que requieren un escrutinio cuidadoso en el debate que ahora está en curso acerca del aborto.
Los pro-vida dicen, además, que ningún ejercicio específico de la libertad de una mujer puede infringir los derechos igualmente válidos que otro ser tiene a la vida. La libertad de cada individuo en sociedad es limitada, como se resume en la máxima legal popular: “Tu derecho a blandir tu puño termina donde comienza mi nariz”. No hay ningún aspecto de la sociedad civilizada en el cual uno tenga total control sobre su vida o su libertad. Usted entrega su libertad absoluta a cambio de protección y ventajas sociales. Usted no puede bloquear el acceso igual a la luz y al aire de un vecino detestable instalando una alta muralla vengativa para rodear su propiedad. Como su vecino tiene derechos a la propiedad, usted no es libre para criar animales de corral malolientes en la ciudad.
Puede ser que una mujer se oponga al uso de cinturones de seguridad, pero la ley y su propia seguridad requieren que los use, restringiendo así su libertad durante los nueve minutos o las nueve horas que conduce su automóvil. También se inhibe su libertad para usar heroína o deleitarse fumando en lugares públicos. Por supuesto, los que defienden la posición pro-elección responden que el embarazo compulsorio implica nueve meses de servidumbre, y no es una intrusión relativamente menor, como es el uso de cinturones de seguridad. Arguyen que tanto la longitud de tiempo como la naturaleza de la usurpación son cálculos de proporciones geométricas en cualquier plan en que se vea que limita la libertad personal.
Los que defienden la posición pro-vida se sienten mortificados cuando se los clasifica como “anti elección”. Ellos señalan que la pretensión de libertad de elegir el aborto es menos persuasiva cuando consideramos que cada acto erróneo implica una elección a actuar o refrenarse de actuar. La aserción de libertad para actuar es claramente irrelevante en el análogo caso de elegir robar o no robar. Si el aborto es el asesinato de ura vida humana, entonces el asunto que está en juego no es la libertad para usar nuestro propio cuerpo, sino la libertad para elegir entre matar o no matar a una persona, de hacer lo correcto y no lo que es erróneo. Lo correcto o lo erróneo de un acto nunca podrá determinarse por la libertad de elegir actuar.
Los que defienden la posición pro vida se resienten especialmente que se los compare con los nazis, simplemente porque ambos grupos están contra el abato. Hitler se opuso al aborto porque quería que hubiera más población para la fortaleza militar nacional. Los pro-vida quieren evitar el asesinato de bebés inocentes; y llamarlos nazis es tan ilógico como llamar perro a un gato simplemente porque ambos tienen cuatro patas.
Abogados a favor del aborto
Es claro que los abogados a favor del aborto no forman un grupo homogéneo. Hay algunos que aprueban el aborto porque es una forma de control de la población que impide el estilo de vida alternativo de madres solteras en la beneficencia pública. Estos eugenistas retrógrados no están preocupados por la dignidad o la libertad de elección de la mujer; lo único que buscan es evitar que la lista de los que viven de la beneficencia pública se incremente más.
Otros consideran el aborto como una herramienta necesaria para controlar la explosión demográfica. Todavía otros lo miran como un método para tratar el problema de bebés deformes, cada día más fácilmente identificables mediante la amniocenlesis y los sonogramas. Esto equivale a eliminar un problema social destruyendo a las personas que lo constituyen u originan, lo cual es indigno de mayores comentarios.
Otros defensores del aborto se preocupan porque los miles de casos que se realizan ilegalmente no acabarán con el problema, antes bien lo único que lograrán será alentar la actividad criminal cuando charlatanes descalificados llenen ansiosamente el vacío. Las mujeres económicamente solventes se las arreglarán para lograr médicamente un aborto legal o hacer un arreglo conveniente. Quienes no cuentan con recursos se volverán a las prácticas furtivas, a las instalaciones antihigiénicas y al charlatanismo carnicero. El aborto legal podrá ser una atrocidad, pero todavía es preferible a los abortos inevitables, antihigiénicos y criminales que de otra manera ocurrirían.
Y a fin de cuentas, la mayoría de las mujeres que contemplan la posibilidad de un aborto están preocupadas por consideraciones emocionales, económicas o físicas, y rara vez invocan principios feministas o derechos reproductivos en su favor. Cuando un hecho considerado normalmente como una bendición se convierte en una calamidad personal, ya sea que la decisión sea terminar el embarazo o llegar hasta el parto, nosotros no podemos medir la magnitud de la ansiedad, la vergüenza, el sentimiento de culpabilidad y el remordimiento que sienten al realizar un aborto contra la agonía de soportar un embarazo obligatorio y un trabajo de parto, seguido por la adopción o la crianza de un niño indeseado y no amado.
Muchos defensores de la libertad de elección de la mujer, si bien no están preparados para declarar al margen de la ley la práctica del aborto, se niegan a endosarla como una política pública aceptable simplemente por la conveniencia de una mujer o en aras del control de la natalidad. Ellos prefieren que el talento, el tiempo y los recursos invertidos en protestas antiabortivas, o en la reglamentación de las mismas, sean orientados a la enseñanza de la abstinencia, el control o la prevención como alternativas para evitar el aborto. Ellos convendrían en que la sociedad alentara la paternidad responsable y diera apoyo emocional y financiero a quienes decidan completar el embarazo con el propósito de criar a sus hijos o darlos en adopción. Les gustaría que enfocáramos todas nuestras energías en el objetivo de que la sociedad y no la política fuera la encargada de condenar el aborto, por medio de la persuasión y la educación, dirigida a las mujeres y en armonía con sus derechos a la autodeterminación.
Los defensores de la oposición contra el aborto
Los que militan en la oposición contra el aborto son, asimismo, muy diversos. Algunos sienten que una población creciente es la primera fuente de recursos de una nación, y el aborto lo único que hace es diezmar la generación venidera, privando a su país de millones de jóvenes ciudadanos-consumidores con fatales consecuencias económicas. También existe la preocupación muy difundida de que la legalización de cualquier conducta atraerá a los inocentes y alentará la experimentación de aquellos que de otra manera huirían de una actividad declarada ilegal. Muchos señalan el aborto como la causa principal de la decadencia y degeneración moral de los norteamericanos, fenómeno que está llevando al país a la declinación y autodestrucción nacional.
La vasta mayoría de los que militan en el campo pro-vida se oponen al aborto en virtud de su amante preocupación por la preservación de la vida de cada niño que todavía no ha nacido. Condenan la insensible matanza de millones de bebés como una violación del sexto mandamiento de la ley de Dios: “No matarás”. Dios es el que da la vida, y sólo él tiene el derecho de quitarla. Nosotros estamos moralmente obligados a protegerla. El aborto es un pecado que pervierte los propósitos procreativos del sexo al destruir una vida humana.
Los del grupo pro-vida adoptan tradicionalmente la posición de que la vida humana comienza con la concepción en el momento de la fertilización, o muy poco después de un breve período de animación. Job, David, Isaías y Jeremías, en el Antiguo Testamento, hablaron repetidamente de que los seres humanos son conocidos por Dios desde antes de que se formaran en la matriz. El salmista reconoció que Dios está vinculado al ser humano desde antes de su concepción: “Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien” (Sal. 139:13, 14).
El evangelista Lucas relata que el bebé brincó de gozo en el vientre de Elizabeth cuando oyó la voz de María y sintió al niño Jesús que estaba en el vientre de su madre. Tertuliano declaró que “es un hombre, el que va a serlo, ya su fruto está presente en la semilla”. Tanto el Voto Hipocrático como el de Maimónides prohíben a los médicos efectuar un aborto.
Conflicto y debate
Aquí yace la raíz del conflicto entre las posiciones pro-vida y pro-elección. Los de la posición pró-vida condenan el asesinato de bebés. Los de la pro-elección enfatizan el derecho de la mujer de ejercer dominio sobre su cuerpo puesto que no hay prueba conclusiva de que la incipiente vida comienza en la concepción. Para uno de la posición pro-elección le es más fácil eludir el cargo de asesinato si los de pro-vida tratan de establecer la vida desde el momento de la concepción. Es muy fácil considerar un embrión o un feto nonato como todavía no humano, sino simplemente como m huevo fertilizado o tejido rudimentario, si lo miramos sólo desde la perspectiva de la concepción. Porque, no obstante su potencial procreativo, nadie considera seriamente a un espermatozoide transparente o a un huevo femenino como vida humana. De hecho, millones y millones de ellos se destruyen, se eyaculan o se descarten rutinariamente lodos los días. ¿En qué sentido bs hace su unión más humanos después de sólo algunas horas o días?
Además, si los de pro-elección pueden determinar la vitalidad desde el momento en que la mujer siente el movimiento del feto dentro de ella, o puede fijar la viabilidad en el momento cuando la vida del infante se presume capaz de vivir independientemente fuera de la matriz, entonces la vida no ocurre hasta el quinto o sexto mes. Esto sugiere que el aborto podría permitirse cuando menos hasta el último trimestre.
Los de pro-elección arguyen también que cuando Dios formó a Adán del polvo de la tierra éste no se convirtió en un alma viviente, según el relato del Génesis, sino hasta cuando Dios insufló en su nariz aliento de vida. ¿Por qué, entonces, preguntan, la Iglesia Católica, esa resuelta oponente al aborto, se ha negado, desde 1773, a bautizar a niños nacidos muertos o abortados, a menos que crea que todavía no se les ha infundido el alma o aliento de vida?
Los de pro-vida replican que la realidad significativa no es tanto cuándo comienza la vida, sino el hecho de que la vida es indiscutible, pues ya ha comenzado desde el momento en que una mujer contempla la alternativa del aborto. Los biólogos modernos aceptan generalmente que la vida comienza alrededor del séptimo día después de la concepción cuando el huevo fertilizado es implantado en la pared del útero, lo cual ocurre generalmente muchas semanas antes de que la mujer tenga la menor idea de estar embarazada.
Los de pro-vida citan informes que muestran que los niños ya tienen actividad cerebral a las seis semanas y latidos del corazón a las cuatro, y ya responden a estímulos externos de su ambiente. Los de pro-vida condenan el atroz desmembramiento, envenenamiento y estrangulamiento de seres que ya sienten aunque estén en la matriz. Un bebé nonato sumergido en solución salina para abortar se agita y retuerce en la matriz hasta morir ahogado. Un feto que nace prematuramente al inyectársele prostaglandina (que induce las contracciones musculares) saldrá vivo pero morirá casi inmediatamente por y causa de su inmadurez.
Una vez nacido el bebé nadie toleraría asesinato cometido por su madre simplemente porque la crianza sea una incomodidad para ella. ¿Cómo, entonces, puede una mujer matar justificablemente a su feto para escapar a la exigencia y la dependencia mucho menor del embarazo impuestas por un niño en desarrollo dentro de su matriz? Ese feto no se desarrollará para llegar a ser un pez o un pájaro, sino que se concibe y nace como un ser humano, hecho a la imagen de Dios. Nuestras leyes reconocen consistentemente los principios del desarrollo mediante una legislación que busca la preservación de especies en peligro de extinción. Por ejemplo, el águila calva (ave heráldica de los Estados Unidos) no sólo está prohibido matarla, sino también destruir sus huevos, puesto que sólo falta que se desarrollen para llegar a ser águilas calvas.
Algunos de pro-elección, afectados ante la acusación de infanticidio, o molestos por las dudas de que puede haber vida después de la concepción, cambian el debate para centrarlo en la evaluación de toda vida. Arguyen que ni siquiera Dios exalta la vida humana en forma absoluta, pues destruye a todos los pecadores impenitentes y rebeldes. Señalan que Dios exterminó toda vida, incluyendo a los bebés, en el diluvio, en el tiempo de Noé; y que no vaciló en matar a todos los primogénitos varones de Egipto durante la pascua.
Además, Dios envió y a veces dirigió ataques contra los amalecitas, amonitas, amorreos y anaceos, y contra todos los pueblos de la región, en ocasiones al grado de aniquilar a todas las mujeres, los niños e incluso el ganado. El matar seres humanos en defensa propia o en tiempo de guerra constituye otra de las bien establecidas excepciones a la absoluta santidad de la vida, dicen ellos.
Los de pro-vida replican que Dios no es un promotor del aborto, y ciertamente no proclaman tener directivas divinas para matar. En realidad lo único que hace él es ejecutar la voluntad humana. El aborto destruye a los inocentes no a los impíos, mientras que Dios nunca destruyó la vida humana excepto para preservar la vida y la santidad de su pueblo contra el mal. Dios sólo destruyó naciones que habían llegado a ser tan corruptas que no había ya posibilidades de redimir o rehabilitar a ninguno de sus habitantes. Siendo que rechazaban a maestros o ejemplos de justicia, su descendencia sólo habría producido el mismo mal carácter y destinado para la misma condenación. El ejemplo de rebelión y de indulgencia propia de estas naciones sólo habría corrompido al pueblo de Dios y causado incalculable daño a los ¡nocentes. Por tanto, Dios, en su infinito amor, les impuso el menor sufrimiento a ellos, a fin de evitar mayores sufrimientos a su pueblo más tarde.
Siendo éste el caso, replican los de pro-elección, en última instancia, la honestidad debería movernos a reconocer que el aborto se justifica donde la vida de una mujer está en peligro si se continúa el embarazo. Los defectos cardiacos congénitos, por ejemplo, pueden representar un formidable riesgo durante el embarazo, como en los casos de hipertensión primaria pulmonar o el Síndrome de Marfán, que también conlleva una alta incidencia de transmisión genética.
Operación rescate
A la vanguardia del movimiento pro-vida está un grupo llamado Operations Rescuers, quienes afirman sus derechos constitucionales de libertad de expresión y asociación para declarar la profundidad y la intensidad de su dedicación personal a su causa. Ellos están dispuestos a sufrir arresto y prisión y soportar otros abusos con tal de contrastar la moralidad de su postura con la iniquidad del aborto. El propósito de sus demostraciones y de violación voluntaria de la ley que realizan es persuadir a otros con su punto de vista creando una crisis de conciencia que obligue a los observadores a confrontar las realidades morales del aborto.
Emplean tácticas de no violencia pero en sí es desobediencia civil obstruccionista, según la tradición de Gandhi y Martin Luther King, tales como el bloqueo de las instalaciones donde se realizan abortos para impedir el libre acceso de los pacientes. Los Rescatadores más extremistas son capaces de poner piquetes de vigilancia y reducir al ostracismo públicamente a los espantacigüeñas en sus hogares o en sus clubes y literalmente demoler sus clínicas. Estos son celotes, disidentes e inconformistas, que truenan contra una posición mayoritaria que ha sido determinada legalmente en un proceso gubernamental.
Los Rescatadores proclaman su lealtad a las leyes divinas que son más elevadas, las cuales prohíben el asesinato y obligan a uno a resistir las injustas leyes humanas. Siendo que la gente no deriva sus derechos del estado, sino de Dios, uno está libre de desobedecer, y debiera hacerlo así, a pesar de las pérdidas o sufrimientos personales, siempre que el gobierno civil o las instituciones humanas violen las leyes divinas.
Los Rescatadores afirman el derecho ciudadano de la autodefensa contra los ataques que amenazan la vida y, por extensión, su derecho a intervenir en favor de los seres amados, o de cualquier niño indefenso que esté siendo molestado. En armonía con esto, reclaman el derecho de proteger a los que son más indefensos, afirmando los derechos a la vida de los niños que todavía no han nacido y sacándolos de un lugar peligroso a otro seguro.
La Ley de la Necesidad, como fue invocada exitosamente por los opositores antinucleares, también los autoriza a violar la ley. La necesidad de salvar a un niño atrapado en un edificio en llamas o que está ahogándose en una piscina autorizaría a un rescatador a entrar en una propiedad para salvarle la vida, a pesar de que la ley dice que no se debe entrar en una propiedad privada.
Los Rescatadores invocan motivos piadosos y señalan que aunque Jesús, en general, se sometió a las autoridades y sufrió pasivamente la muerte, fue más allá de la amonestación o la exhortación cuando echó por la tuerza a los cambistas del templo. La actividad comercial de aquéllos no violaba las leyes, pero Jesús protestó y tomó el asunto en sus propias manos en obediencia a un principio más elevado.
Los Rescatadores también señalan que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos se originó en la lucha de desafiar a autoridades legalmente constituidas, de desafiar a gobiernos corruptos, y desobedecer leyes injustas cuando violan las leyes de Dios que son más elevadas. La idea de libertad en sumisión a las leyes supone la idea de racionalidad, responsabilidad e integridad de parte del agente libre. Sin embargo, la persona que es parte de la minoría no necesita someterse obedientemente mientras espera que la mayoría recapacite, cuando su fuerza se basa en derechos concedidos por Dios. Y por lo mismo, los promotores del aborto no pueden reclamar los mismos derechos de conciencia para desobedecer la ley, una vez que éste ha sido declarado ilegal, puesto que ellos no actúan en armonía con las directivas divinas.
La suma de todos los sentimientos de la mayoría no siempre conduce a principios morales infalibles. En la Alemania Nazi la mayoría aceptó, o tácitamente convino, con los objetivos nazis, y sin embargo estaban equivocados. Los juicios de Nuremberg afirmaron que hay una ley moral superior ante la cual todos los hombres son responsables. Uno no podría justificar las atrocidades de los nazis bajo el pretexto de obedecer órdenes superiores. Uno es responsable de cualquier acto que viole una ley moral superior, y está obligado a negarse a participar en tales actividades criminales, aunque en nuestra sociedad aquello sea “legal”.
A decir verdad, los Rescatadores arguyen que los propósitos prácticos de su misión son proteger a las minorías que carecen de poder e influencia, no sólo contra tiranos opresivos, sino también contra los caprichos de la voluntad popular convertida en ley por una mayoría que no es más que un populacho en bancarrota moral. Por eso la Declaración de Derechos protege a los individuos contra las transgresiones del gobierno irresponsablemente mal aplicadas por la mayoría de quienes las sostienen.
Nosotros obedecemos la ley socialmente porque maximiza el goce de la libertad individual, y aumenta las libertades agregadas a la persona. Nos someteremos a un sistema ordenado de control de tránsito y nos detenemos frente a una luz roja, porque el sistema genera mucha más libertad permitiéndonos proseguir cuando se enciende la luz verde. Sin embargo, los hombres razonables pueden evitar los aspectos dudosos de un sistema y proseguir por su propia cuenta y riesgo cuando una luz está apagada o cuando se queda en rojo indefinidamente. Desobedecemos la ley en tal caso porque impone más altos que avances, y las autoridades no han podido corregir la falla. Una ley que se ha vuelto obsoleta ya no cumple sus legítimos propósitos de expandir las libertades personales en su totalidad.
Muchos de pro-vida se sienten incómodos con la beligerancia, la violación de la ley y la explosión de una publicidad rampante que se manifiesta en todas las tácticas del grupo Operation fíescuers. Siendo que nuestro sistema ofrece verdadera libertad a los disidentes y opositores, uno tiene la responsabilidad correlativa de persuadir a otros, incluyendo los legisladores, y apelar ordenadamente a la razón y a la conciencia. El desacuerdo con la opinión contraria de una mayoría no nos da derecho a subvertir el orden y destruir a la misma sociedad que protege nuestras libertades. Tanto Pedro como Pablo instaron a los fieles a ser leales y sumisos a todos los gobiernos establecidos porque fueron instituidos por Dios para preservar la ley y el orden bajo los cuales pueden florecer la paz y la espiritualidad personales. (Véase 1 Ped. 2:14,13,14; Rom. 13:1; Tito 3:1.)
Los críticos de los Rescatadores sostienen que la paz y la tranquilidad públicas no deberían violarse por bien intencionados descontentos que provocan confrontaciones bajo la máscara de la libertad de expresión. El aborto es, por el momento, un asunto legal, merecedor de la protección bajo los derechos de la propiedad y el empleo, y muchas veces hay otras legislaciones para las actividades relacionadas con la salud conducidas bajo las mismas premisas, lo que justifica la libertad de acceso para el público.
Algunos cristianos preferirían que la militancia religiosa se hiciera con el arma de la oración, y no mediante luchas sociales. Los creyentes no deberían afirmar sus propios derechos con protestas, sino dejándolos en las manos de Dios. Es prerrogativa de Dios juzgar a los injustos. Cuando dejamos las cosas en manos del Todopoderoso, se mantiene la integridad de las personas por la sumisión a la autoridad. La piedad y la excelencia de nuestras vidas son las mejores formas de persuadir a las almas y ganarlas para Dios quien, después de todo, es La Gran Comisión de los creyentes. Los valores humanos definitivos, no estando diluidos por las preocupaciones mundanales, no tienen que ver ni con la libertad ni con la vida, sino con la gloria de Dios. Los cuales, replican los Rescatadores, es precisamente la razón por la cual ellos se sienten llamados a actuar, como lo están haciendo, en beneficio de otros.
Cierta vez el presidente Harry Truman llamó a un experto que era manco para que no tuviera que hacerle frente a la declaración equívoca, “on the one hand yes, but on the other, no” ([por una parte sí, pero por la otra no]. Lógicamente el manco no podía decir eso). Muchas veces es difícil considerar los argumentos expresados por otros con una mentalidad abierta. Es mucho más fácil conformarse con la certeza dogmática del anonimato. Sin embargo, hay muchas voces entre mezcladas en todo grupo humano, y nosotros deberíamos escucharlas. Si hemos de resolver honestas diferencias de opinión, debemos considerar igualmente las necesidades y derechos legítimos de los demás. Las huellas del Señor siempre son visibles para los que las buscan. Caminando en su amor, su compasión y preocupación por todos, podemos comenzar a vendar los unos las heridas de los otros.