En la medida de lo posible, permítase que el pastor y su esposa vayan juntos. La esposa puede trabajar a menudo al lado de su esposo, y realizar una noble obra. Puede visitar los hogares de la gente y ayudar a las mujeres de esas familias en una forma en que su esposo no puede hacerlo…
Selecciónense mujeres que realicen una obra ferviente. El Señor usará mujeres inteligentes en la obra de enseñanza… Hay una gran obra que hacer para las mujeres en la causa de la verdad presente. Por medio del ejercicio de su tacto femenino y un sabio uso de su conocimiento de la verdad bíblica, pueden solucionar dificultades que están fuera de la órbita de nuestros hermanos. Necesitamos obreras que trabajen en relación con sus esposos y que animen a los que quieran dedicarse a este ramo del esfuerzo misionero. —“Evangelism” pág. 491.
La mujer, si aprovecha sabiamente su tiempo y sus facultades, confiando en Dios para obtener sabiduría y fuerza, puede estar en un pie de igualdad con su esposo como consejera, compañera y colaboradora, y sin embargo, no perder su gracia o modestia femenina. Puede elevar su propio carácter, y a medida que lo hace, va elevando y ennobleciendo el carácter de su familia, y ejerciendo una poderosa aunque inconsciente influencia sobre los que la rodean. ¿Por qué no habrían de cultivar el intelecto las mujeres? ¿Por qué no habrían de responder al propósito de Dios para su vida? ¿Por qué no podrían ellas darse cuenta de sus propias facultades, conscientes de estos poderes que le son dados por Dios, luchar para hacer uso de ellos en la medida máxima para servir a los demás, para hacer progresar la obra de reforma, de verdad y de verdadero bien al mundo? Satanás sabe que las mujeres tienen un poder de influencia para el bien o para el mal; por lo tanto él trata de alistarlas en su causa. —Good Health, de junio de 1880. (Citado en “Evangelismo” págs. 305, 306.)
Descansa una responsabilidad sobre la esposa del pastor, que ella no puede descartar livianamente. El Señor requerirá con usura el talento que le ha confiado. Debiera trabajar fervorosa y fielmente, en unión con su esposo, para salvar almas. No debiera insistir nunca en que se cumplan sus deseos, ni manifestar falta de interés en la labor de su esposo, ni espaciarse en sentimientos de nostalgia y desagrado. Todos estos sentimientos naturales deben ser vencidos. Debiera tener un propósito en la vida que se cumpliera infaliblemente. ¿Qué se puede hacer con los conflictos que surgen con los sentimientos, los placeres y los gustos naturales? Debieran ser sacrificados alegre y prontamente, con el propósito de hacer el bien y salvar almas.
Las esposas de los pastores debieran vivir vidas devotas y de oración. Algunos aceptarían con agrado una religión que no tuviera cruces y que no requiriera abnegación de su parte. En lugar de mantenerse noblemente por sí mismos, confiando en Dios para recibir fortaleza y llevando sus responsabilidades individuales, han pasado buena parte de su tiempo dependiendo de los demás y derivando su vida espiritual de ellos. Si quisieran descansar confiadamente, como un niño, en Dios, y quisieran concentrar sus afectos en Jesús, obteniendo su vida de Cristo, la vid viviente, ¡cuánto bien podrían hacer! ¡De cuánta ayuda podrían ser para los demás! ¡Qué sostén serían para sus esposos! ¡Y qué recompensa recibirían al final! —“Evangelism,” págs. 674, 675.
Es maravillosa la misión de las esposas, de las madres y de las obreras más jóvenes. Si lo desean, podrán ejercer una influencia bienhechora a su alrededor. Gracias a su modestia en el vestir y a su circunspección en el comportamiento, podrían dar testimonio de la verdad en su sencillez. Harían brillar su luz delante de los demás, de manera que vieran sus buenas obras y glorificaran a su Padre que está en los cielos. Una mujer verdaderamente convertida será una poderosa influencia transformadora para el bien. Relacionada con su esposo, puede ayudarlo en su obra, y convertirse en el medio de animarlo y bendecirlo. Cuando el querer y el hacer se someten al espíritu de Dios, no hay límite para el bien que puede llevarse a cabo. —Id., págs. 467, 468.
Si la esposa del pastor lo acompaña en sus viajes, no debiera ir para su propio placer, para hacer visitas y ser atendida, sino para trabajar con él. Debiera tener el mismo interés que él tiene por hacer el bien. Debiera estar dispuesta a acompañar a su esposo, si no se lo impiden los trabajos de la casa, y debiera ayudarle en sus esfuerzos para salvar almas. Con mansedumbre y humildad, pero con una noble confianza propia, debiera ejercer una influencia directriz sobre las mentes de los que la rodean, y debiera hacer su parte para llevar la cruz y la carga en las reuniones, alrededor del altar de familia y en la conversación en el hogar. La gente espera esto y tiene derecho a esperarlo. Si no se cumplen estas expectativas, la mitad de la influencia del esposo se destruye.
La esposa del pastor puede hacer mucho si quiere. Si tiene espíritu de sacrificio y ama a las almas, puede hacer casi tanto bien como su esposo. Una hermana, obrera en la causa de la verdad, puede comprender y alcanzar algunos casos, especialmente entre las hermanas, que el pastor no puede abordar. —Id., pág. 67.5.
Advertencias específicas
Especialmente las esposas de nuestros obreros debieran ser cuidadosas en no apartarse de las sencillas enseñanzas de la Biblia con respecto al vestido. Muchas consideran estas advertencias como demasiado pasadas de moda para darles importancia, pero el que las dio a sus discípulos comprendía los peligros del amor al vestido para nuestro tiempo, y nos envió esta nota de advertencia. ¿Escucharemos la admonición y seremos sabios? La extravagancia en el vestir aumenta continuamente. Todavía no ha llegado a su fin. La moda cambia constantemente y nuestras hermanas siguen su corriente, sin considerar el tiempo y el dinero que gastan. Se emplea una cantidad de dinero en vestidos, que debería ser devuelto a Dios, el Dador. — Id., págs. 675, 676.
Todo esto [el uso del anillo de matrimonio] es innecesario. Que las esposas de los pastores tengan el áureo eslabón que une sus almas con Jesucristo, un carácter puro y santo, el verdadero amor y la humildad y la piedad que son los frutos que produce el árbol cristiano, y su influencia será segura en todas partes… Los norteamericanos pueden aclarar plenamente su posición, manifestando que la costumbre no se considera obligatoria en su país. No necesitamos llevar este distintivo, porque somos fieles a nuestros votos matrimoniales, y el llevar el anillo no sería evidencia de que lo somos… No debiera gastarse un centavo en un anillo de oro con el fin de certificar que estamos casados. No condenamos a los que usan el anillo de matrimonio en los países en que la costumbre es imperativa; que lo usen quienes puedan hacerlo a conciencia, pero no piensen nuestros misioneros que el uso de un anillo aumentará su influencia en una jota o una tilde. —“Testimonies to Ministers,” págs. 180, 181.
Las hermanas cuyos esposos han sido llamados a predicar la verdad presente, están íntimamente relacionadas con la verdad de Dios. Estas siervas, si han sido llamadas verdaderamente por Dios, comprenderán la importancia de la verdad. Se encuentran entre los vivos y los muertos, y deben vigilar las almas por las cuales tendrán que dar cuenta. Su llamamiento es solemne, y sus compañeras pueden ser una gran bendición o una gran maldición para ellos. Pueden animarlos cuando se desaniman, consolarlos cuando se encuentran deprimidos, y darles valor para mirar a lo alto y confiar plenamente en Dios cuando la fe se debilita. Pueden tomar una actitud completamente opuesta, mirar el lado oscuro de las cosas, pensar que lo están pasando mal, no ejercitarse en Dios, hablarle de sus dificultades y de su incredulidad a sus compañeros, espaciarse en las quejas, manifestar espíritu de murmuración, y ser un peso muerto y aun una maldición para ellos. . ..
Una esposa no santificada es la mayor maldición que puede tener un pastor. Esos siervos de Dios que han estado y están todavía en la situación tan incómoda de tener esta influencia agotadora en el hogar, debieran redoblar sus oraciones y su vigilancia, asumir una actitud firme y decidida, y no permitir que estas tinieblas los hundan. Debieran acercarse más íntimamente a Dios, ser firmes y decididos, gobernar bien su casa, y vivir de tal manera que puedan tener la aprobación de Dios y la vigilancia de los ángeles. Pero sí sucumben a los deseos de sus compañeras no consagradas, el ceño de Dios se fruncirá sobre ese hogar. El arca de Dios no puede morar en esa casa, porque propiciaría y sostendría los errores que allí se cometen. —“Evangelism” págs. 677, 678.
Su misión en el hogar
Que la esposa del pastor que tiene hijos recuerde que en su hogar tiene un campo misionero en el cual debiera trabajar con energía incansable y con celo inconmovible, sabiendo que los resultados de su obra durarán por la eternidad. ¿No son acaso las almas de sus hijos de tanto valor como la de los paganos? Entonces, atiéndalos con amante cuidado. Tiene el encargo y la responsabilidad de manifestar al mundo el poder y la excelencia de la religión en el hogar. Debe someterse a los principios, no dejarse dominar por los impulsos, y trabajar con la plena confianza de que Dios es su ayudador. No debiera permitirse nada al margen de su misión.
La influencia de la madre que tiene una íntima relación con Cristo es de valor infinito. Su ministerio de amor hace de su hogar un Betel [Casa de Dios]. Cristo obra en ella, y convierte el agua común de la vida en el vino del cielo. Sus hijos crecerán para ser una bendición y una honra para ella en esta vida y en la venidera.
Si los hombres casados van a realizar la obra y dejan que sus esposas cuiden de los hijos en casa, la esposa y madre está haciendo plenamente una obra tan grande e importante como la que hace el esposo y padre. Mientras el uno es un misionero en el campo, la otra lo es en el hogar, y sus cuidados, ansiedades y cargas frecuentemente exceden por mucho a los del esposo y padre. La obra de la madre es solemne e importante: modelar la mente y estructurar los caracteres de sus hijos, prepararlos para ser útiles aquí y educarlos para la vida futura e inmortal.
El esposo, en el campo misionero, puede recibir el honor de los hombres, mientras que la que trabaja tan activamente en el hogar no puede recibir ningún crédito terrenal por su obra; pero si trabaja para el mayor bien de su familia, tratando de formar sus caracteres de acuerdo con el Modelo divino, los ángeles anotadores inscriben su nombre como el de uno de los más grandes misioneros del mundo.
La esposa del pastor puede ser una gran ayuda para su esposo al tratar de aliviar su carga, si mantiene su propia alma en el amor de Dios. Puede enseñar la Palabra a sus hijos. Puede manejar su propio hogar con economía y discreción. Unida con su esposo, puede educar a sus hijos para que formen hábitos de economía, y pueda enseñarles a reprimir sus apetitos. — Id., págs. 676, 677. La esposa del pastor puede hacer una gran obra, si comprende su dependencia de Cristo, y descubre en él su plena suficiencia. Todo lo que hacemos es de poco valor, aunque consagremos todas nuestras capacidades a Dios. Pero si no nos consagramos, nos convertimos en piedra de tropiezo. Quisiera instar a todos presentándoles la necesidad de alcanzar la más elevada norma de espiritualidad. Una forma de piedad es de poco valor, y realmente es una maldición positiva cuando el corazón no ha sido regenerado. Grandes responsabilidades descansan sobre la esposa del pastor. Mucho dependerá si está reuniendo tesoros celestiales, o si permite que su mente se aferre de las cosas sin importancia. Si se espacia en las cosas celestiales, tendrá el verdadero espíritu misionero; su amor por las almas fluirá en corrientes copiosas, y la constreñirá a buscar y salvar lo que se había perdido. —Review and Herald, 11 de marzo de 1902.