Cuando la iglesia dé total prioridad a la evangelización, seremos puestos en la única posición de reclamar un segundo Pentecostés.

La iglesia de Jesucristo no es un fin en sí misma. No existe para enriquecerse, o ser popular, o funcionar sólo para sus miembros. Ni siquiera existe para preservar su propia existencia. Por el contrario, existe para darse a sí misma, en incansable sacrificio, para que otros puedan vivir. Su esencia es el epítome de la abnegación, y cuando el mundo ve el propósito de la iglesia de otra manera, se hace gran daño a la causa de Cristo. La iglesia es la presencia de Cristo ministrando al mundo. Los cristianos son sus manos en servicio, sus pies en misión y su voz de misericordia a la gente del mundo. Lo que dijo Jesús de su propia vida es aplicable también a la iglesia: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.[1]

El liderazgo de la iglesia de Cristo ha reconocido en el documento de los MIL DIAS DE COSECHA que en esta hora de la noche del mundo nosotros, como pueblo, debemos fijar una “incuestionable prioridad en la evangelización”. Mientras que la iglesia ha hecho en ocasiones pasadas grandes decisiones en lo concerniente a la necesidad de reavivamiento y una aceleración del esfuerzo redentor, es estimulante que nuestros dirigentes hayan vuelto una vez más, en el documento del Concilio Anual de 1981, a centrar la atención de la iglesia en una renovada prioridad para la evangelización.

Hay cuatro razones muy especiales por las cuales la iglesia debe dar una prioridad sin precedentes a la evangelización en este tiempo:

1. La iglesia debe dar prioridad incuestionable a la evangelización porque no tiene otro propósito de existencia. Elena G. de White ha escrito que la iglesia “fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el Evangelio al mundo”,[2]  y que la obra del ministro ocupa “el lugar de Cristo, en la obra de exhortar a hombres y mujeres a reconciliarse con Dios”.[3]  Dios da a la iglesia, tanto a su ministerio como a sus miembros, una obra que es inspiradora y seria. Los elementos de esta obra esencial aparecen en forma encapsulada en 2 Corintios 5: 17-21.

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (vers. 17). ¡El milagro del nuevo nacimiento es el don básico que la iglesia ofrece al mundo! ¡Vida! No vida ordinaria como los humanos la conocemos, sino vida profunda, vida espiritual, con sus raíces en Dios. ¡Vida eterna es el producto que ofrecemos al mundo! Esta es la cosa más valiosa que se pueda imaginar, ¡y la iglesia es su custodia! El mundo necesita esto más de lo que necesita su próxima comida. Nosotros hemos de conocer su poder, y sentir cuán apropiado es el ofrecimiento que extendemos al mundo.

“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (vers. 19). Si buscamos una definición de la evangelización, aquí está: “¡Dios en Cristo reconciliando al mundo!” ¡El proceso reconciliador de Dios, nacido por milagro del Espíritu, es la evangelización! Y la iglesia, al ofrecer lo más grande del mundo, automáticamente está haciendo evangelización.

“Y [Dios] nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (vers. 19). ¡Maravilla de maravillas! Dios nos ha dado un ministerio para efectuar en su favor: el maravilloso servicio de permitir que otros conozcan esta vida milagrosa. ¡Y la verdad que nace de este pasaje es que este depósito divinamente confiado no es solamente para el ministerio! ¡Es para los cristianos! ¡La evangelización es el regalo de ingreso a la sociedad que Dios hace a los soldados rasos de su casa!

“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo” (vers. 20). Como si una excitación progresiva explotara finalmente, vemos aquí una investidura de autoridad en el cristiano, equivalente al cargo de embajador. ¿Hay algún ministro que no haya sentido esta autoridad? ¿Hay algún cristiano iluminado que no la haya sentido? Aun cuando somos apenas los “aguateros” de Dios, hay una cartera de autoridad para el ganador de almas, que supera cualquier investidura del mayor gobierno o del más poderoso monarca de esta tierra. ¡No es extraño que el magnate terrenal, el poderoso y el hombre de éxito a menudo se detengan a redescubrir sus propias raíces espirituales cuando un noble hombre de Dios se dirige a ellos con autoridad evangélica! Quizá Jesús quería significar esto al decir: “Y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.[4]

Notemos cómo puede sentirse el palpitar de esta autoridad en los grandes episodios de encuentro evangelizador que se hallan en el Nuevo Testamento: Cristo y Nicodemo (Juan 3); la mujer junto al pozo de Jacob (Juan 4); las lluvias pentecostales de bendición (Hech. 1, 2); Felipe y el tesorero etíope (Hech. 8); la conversión de Saulo en el camino a Damasco (Hech. 9); Pedro y Cornelio (Hech. 10); y Pablo y el carcelero de Filipos (Hech. 16). Toda reconciliación del corazón pecaminoso es administrada no por manos humanas, sino por el Espíritu de Dios. El pastor H. M. S. Richards declaró una vez: “Ninguna persona puede venir a Cristo a menos y hasta que Dios lo llame”. La autoridad ha sido dada al hombre, pero es gobernada por el Espíritu Santo. El Espíritu dirige a todos los testigos cristianos. ¡Por lo pronto no debemos hacer nuestros propios planes evangelizadores! Así como no podemos programar el nuevo nacimiento, tampoco podemos programar la evangelización. ¿Cómo podemos nosotros decir cuándo una cierta localidad está lista para una invasión del Espíritu Santo al grado requerido para las conversiones y experiencias del nuevo nacimiento? En realidad, no podemos, excepto al buscar tal sabiduría en oración y que ese don se nos otorgue. En ninguna empresa terrenal se necesita más la dirección del Espíritu Santo que en nuestros intentos de evangelizar.

“[Dios] por nosotros lo hizo [a Cristo] pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (vers. 21). ¡Este es el corazón del Evangelio! ¡La única base exitosa para la evangelización es la predicación y enseñanza de la expiación sacrificial y del señorío de Jesucristo en el marco de la verdad presente! La reconciliación de la vida pecaminosa con Cristo debe ser hecha sobre la base aceptable a Dios. ¡Por lo tanto la evangelización debe tratar el asunto! El problema del pecado se trata en el escenario del sacrificio señalado por Dios para el pecado: “El Cordero inmolado antes de la fundación del mundo”. La salvación ocurre en la vida cuando se contempla a Cristo, se lo acepta y uno se entrega a Él. Cuando se encuentra a Cristo, y la vida encuentra su ancla en la esperanza de la vida eterna, entonces la evangelización rodea ese acontecimiento con las doctrinas de la Biblia y la iglesia: conceptos de verdad que permiten al “bebé recién nacido” crecer en gracia. Y de tal forma surge sobre ese fundamento una infraestructura espiritual, en que “nadie puede poner otro… que el que está puesto, el cual es Jesucristo”.[5]

¡La iglesia, entonces, debe dar prioridad sin precedentes a la evangelización por la misma razón que las personas que viven deben dar prioridad a respirar! Sin respiración no podemos vivir; ¡sin evangelización la iglesia no puede vivir! ¡El grado en el cual la vida de un cristiano, el ministerio de un ministro, un programa de la iglesia o la filosofía de liderazgo de una asociación se confunde con respecto a la importancia de la evangelización, es el grado al cual se puede estar ocupado en mera buena actividad, y a la luz del plan de redención, ser totalmente tibio! ¿Podría esto ser laodiceanismo?

2. La iglesia debe dar incuestionable prioridad a la evangelización para ser como Cristo. Un cristiano no puede ser un cristiano sin ser como Cristo, y ser como Cristo significa estar altamente motivado personalmente para tocar otra vida con el milagro de redención. El rasgo de carácter más obvio de Cristo era su amor por las almas: “Jesús… tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor”.[6]

El cristiano que va y viene, navegando dentro de la vida de la iglesia, pero que no siente la irresistible urgencia de “ir y predicar”, eventualmente se verá obligado a vérselas con esta paradoja básica. Si el reavivamiento vuelve alguna vez a reavivar su alma con la presencia del poder del Espíritu, su esfuerzo redentor será la primera área de su carácter y personalidad que lo demuestre. ¡Los verdaderos cristianos simplemente no pueden ser no redentores!

3. La iglesia debe dar incuestionable prioridad a su ministerio reconciliador porque es el secreto de su bienestar y prosperidad. La evangelización no es un costo sino una inversión. Aun en términos financieros esto es cierto. En general, el dinero entra a la iglesia como resultado de la evangelización. La evangelización exitosa provee abundante dinero como uno de los frutos de la fidelidad.

Algunos han cometido el error de ver a la iglesia como un padre de la evangelización, llamando a ésta una función de la iglesia. Esto es un engaño fatal. Si fuera cierto, la iglesia podría manipular la evangelización sin perjudicarse a sí misma. ¡Bíblicamente el componente terrenal del plan de redención es la evangelización, no la iglesia! Un banco puede actuar como fideicomisario de la fortuna de una herencia, pero nunca ser su dueño ni su creador. La iglesia es fideicomisaria de la evangelización, pero la evangelización existía antes de que hubiera iglesia. Ha demostrado su capacidad para vivir sin la iglesia; pero la iglesia no puede vivir sin la evangelización. Destrúyase la iglesia y la evangelización seguirá viviendo. ¡Destrúyase la evangelización y la iglesia morirá!

La evangelización es de máxima prioridad sobre todo otro asunto de la iglesia. Históricamente, la Iglesia Adventista del Séptimo Día se ha especializado tanto en su misión que las disquisiciones teológicas del mundo religioso que la rodean nunca han afectado su unidad. Siempre ha estado demasiado ocupada, demasiado preocupada con su misión, como para perder tiempo con teorías controvertidas de escaso valor. La iglesia siempre ha estado orientada hacia las crisis. Los verdaderos cristianos se consideran a sí mismos en la tierra de nadie de una gran guerra, una gran emergencia. La iglesia debe, por lo tanto, dejar que sus prioridades y obra sean decididos no por si una oscura palabra en un texto en particular tiene éste o aquel significado, sino por el hecho de que las vidas se están perdiendo en la desesperación de la noche de pecado de este mundo. Los cristianos que han sentido lo crucial del poder que cambia vidas no pueden sentirse atraídos por suposiciones teológicas abstractas concernientes a cosas que Dios ha escogido no revelar clara y definitivamente. Aunque “vemos por espejo, oscuramente”, el cristiano practica la paciencia por medio de su diario ejercicio de fe. ¡La máxima autoridad de la evangelización se ve cuando una prostituta, un drogadicto, un joven pensando en el suicidio o un respetable y autosatisfecho pecador es atrapado por la fuerza redentora, y transformado en un santo lleno de fe y que adora a Dios!

4. Debemos dar prioridad a la evangelización porque el Espíritu Santo ha sido enviado para dinamizar a la iglesia en algo especial: alcanzar a la gente perdida. El Espíritu fue dado en Pentecostés por razones evangelizadoras, y es muy dudoso que la iglesia pueda recibir alguna otra vez la plenitud y el poder del Espíritu a menos que sea para su obra central de evangelización. Cuando la iglesia dé total prioridad a la evangelización, seremos puestos en la única posición en la cual estaremos en condiciones de reclamar un segundo Pentecostés. ¿No necesitamos hace tiempo esta experiencia?

Nunca olvidaré la oportunidad cuando me hospedé en un hotel en los suburbios de Washington D.C., y salí a un centro de compras cercano para buscar algo que necesitaba. Al bajar de mi auto, un joven budista me enfrentó. En forma cortés me dijo: “Señor, ¿puedo invitarlo a asistir a una reunión esta noche sobre el tema del budismo de Nichiren Shoshu?” Mientras hablaba, me alcanzó vahos folletos que trataban de los milagros del budismo y de los muchos que habían hallado una nueva vida por medio de su filosofía.

Como buen cristiano comencé a testificar, a mi vez. Sabía lo suficiente de alguna de sus creencias como para compararla con la “verdad” y testificar por mi Salvador. En poco tiempo me vi rodeado por once de estos jóvenes, todos estudiantes de la Universidad de Maryland. Casi como si el primer joven se hubiera dado por vencido conmigo, pronto me vi confrontado con otro especialmente celoso, obviamente el líder del grupo. Se acercó, me miró profundamente a los ojos, y habló con gran vehemencia: “¡Señor, quiero contarle lo que me ha ocurrido! Yo era un drogadicto sin esperanza. Me encontraba muy enfermo a causa de mi adicción, y dormía 18 horas por día. Las otras seis me las pasaba robando para sostener mi hábito. Estaba dispuesto al suicidio, y; aun planeándolo, cuando estos amigos del budismo de Nichiren Shoshu me encontraron. Me enseñaron el canto, me dieron esperanza, y pronto estaba libre, viviendo una nueva vida”. Sus gestos y sus ojos hablaban de victoria, y uno no podía menos que sentirse impresionado.

La reunión terminó pronto. Pero mientras salía de la playa de estacionamiento, me detuve ante un semáforo en el carril derecho de una avenida de tres carriles. Al extremo izquierdo, un pequeño auto se detuvo también y lo reconocí como perteneciente a uno de los jóvenes. Entre nosotros dos se acercó una camioneta que también se detuvo. Mientras que la luz estaba en rojo, el joven budista indicó al chofer de la camioneta que bajara su ventanilla, lo cual hizo. Entonces le entregó un paquete de folletos, que el conductor agradeció. Precisamente entonces la luz pasó a verde, y los tres autos salieron, probablemente para no encontrarse nunca más. ¡Pero yo manejaba asombradísimo! Estos jóvenes me habían dicho que esa noche, en los suburbios de Washington, se realizarían treinta reuniones en departamentos y hogares. Entre una docena y cincuenta personas asistirían a cada reunión y se sentarían en el suelo para escuchar la conferencia y discutir esos temas religiosos. Pensé para mí mismo: “En la zona de Washington tenemos unos 11.000 adventistas. ¿Hay alguno de nosotros haciendo ese tipo de obra evangelizadora? ¿Por qué no?”

Este versículo de la Escritura presionó en mi mente: “Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz”.[7]

Sobre el autor: W. B. Quigley es secretario asociado de la Asociación Ministerial y Mayordomía de la Asociación General y director en la Asociación General para el plan de los MIL DIAS DE COSECHA.


Referencias

[1] Juan 12:24.

[2] Los hechos de los apóstoles, pág. 9

[3] Obreros evangélicos, pág. 13.

[4] Mat. 16: 19.

[5] Cor. 3:11.

[6] Mar. 6:34.

[7] Luc. 16:8.