Es común criticar ciertos aspectos de la obra pastoral, y uno de ellos es la capellanía. Ya sea que ésta se ejerza en una institución de salud, o de las fuerzas armadas o de educación, el sacerdote responsable de ese ministerio recibe el nombre de capellán.
Esta palabra deriva del término latino capellanus, que significa “cabo”. Es la persona responsable de la vida religiosa de la comunidad o institución en la que sirve, y también actúa como consejero espiritual.
El propósito de este artículo no es probar la eficacia del ministerio de los capellanes, sino destacar algunos principios que justifican su existencia y cómo se ejerce ese ministerio. A continuación presentamos algunos de esos principios.
La universalidad del pecado. Según el libro de los Salmos (14:2, 3) y la carta de Pablo a los Romanos (3:23) el pecado ha alcanzado a todos los seres humanos. Es una tragedia con difusión universal. Es el quebrantamiento de la ley de amor, la separación de Dios. Por lo tanto, el hombre necesita encontrarse con Dios. Para eso necesita muchas veces que alguien le señale el camino.
El amor y la bondad de Dios. La gente necesita experimentar en su vida el amor y la bondad del Señor (Sal. 86:5; Mat. 5:45; Juan 3:16). Muchos perecen en medio de la angustia y la soledad, por no tener esa experiencia con Dios. El ministerio de la capellanía conduce a esas personas para que tengan esa experiencia, llevándolas a comprender la verdad de las palabras registradas en Jeremías 31:3: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”
El perdón de Dios a los hombres. Isaías 43:25, 44:22 y 1 Juan 1:8 son pasajes que demuestran que Dios está más dispuesto a perdonarnos que nosotros a pecar. Miles de personas ponen en duda el perdón divino. Las iglesias, diversas instituciones y complejos educacionales están repletos de seres humanos que se condenan a sí mismos por no comprender el significado de la declaración libertadora de Cristo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11). Dirigido por el Espíritu Santo, el ministerio de la capellanía puede ayudar a la gente a encontrar y aceptar el perdón divino.
La igualdad de todos delante de Dios. A la sombra de la Cruz todos son iguales delante de Dios (Deut. 10:17; Mat. 28:18, 19; Hech. 10:34; Apoc. 7:9). No existe ni cultura, ni casta ni raza delante de Aquél cuyos ojos están al tanto de todo movimiento del Universo. Los seres humanos hacemos acepción de personas. Mientras tanto, “los ángeles del cielo son enviados para servir a los que han de heredar la salvación. No sabemos ahora quiénes son;
aún no se ha manifestado quiénes han de vencer y compartir la herencia de los santos en luz; pero los ángeles del Cielo están recorriendo la longitud y anchura de la tierra tratando de consolar a los afligidos, proteger a los que corren peligro, ganar los corazones de los hombres para Cristo. No se descuida ni se pasa por alto a nadie. Dios no hace acepción de personas, y tiene igual cuidado por todos los seres humanos que creó” (El Deseado de todas las gentes, pp. 593, 594).
Las necesidades humanas. (Ver Sal. 23 y Mat. 6.25-34.) En todas partes la gente padece necesidades reales y sentidas. Esas necesidades también abarcan aspectos afectivos y emocionales. Hay corazones heridos y magullados, como asimismo emociones despedazadas y atropelladas. Esa gente está en las iglesias, en las instituciones, en el trabajo, en las calles y en las avenidas. El ministerio de la capellanía puede atender esas necesidades porque “el Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: “Seguidme” (El ministerio de curación, p. 102).
Los males de la humanidad. Muchos males afligen a la gente cada día. Aflicciones, angustia, ansiedad, complejos de culpa, tristeza, nostalgia, etc. En la oración que Jesús les enseñó a los discípulos, dijo: “Líbranos del mal” (Mat. 6:13). Al comentar esa declaración Deilson Storch dice que “hoy más que nunca ese clamor refleja la larga historia de la humanidad en su ardua sufrida y desesperada lucha en procura de la libertad. En toda la era del pecado el hombre se ha debatido, padecido y ha ansiado la liberación de los muchos y diversos males que lo afligen” (El Padrenuestro, su interpretación y su mensaje, p. 16, portugués).
El ministerio de la capellanía, por el poder de Dios, actúa como un bálsamo que cura y restaura.
Frente a todos estos fundamentos, el ministerio de la capellanía existe en las instituciones con el propósito de prestar asistencia espiritual y psicológica a la gente que trabaja en ellas, como asimismo a la que se pone en contacto con ellas. En un mundo perturbado por los problemas y dramas humanos, es fundamental que la gente encuentre en alguien a un consejero que la oriente y la incentive a proseguir la jomada, en busca de los objetivos de su vida.
Por eso, respecto del capellán, se puede decir parafraseando el texto bíblico que “el Señor le dio lengua de eruditos para que sepa decir palabras buenas al cansado”. Y que “el Espíritu del Señor está sobre él porque lo ungió para predicar las buenas nuevas a los afligidos, lo envió a sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar libertad a los cautivos y a poner en libertad a los oprimidos” (Isa. 50:4; 61:1)
Sobre el autor: Director del internado del Instituto Adventista de Minas Cerais, Brasil.