En un artículo anterior contrasté la predicación basada en la exposición de una porción de la Escritura con la predicación temática, que consiste en la reunión de evidencias bíblicas en cuanto a un determinado tema. Alguien podría creer que considero que el método expositivo es la verdadera predicación bíblica y el otro no, pero éste no es el punto. La predicación de asunto puede ser muy bíblica, como también puede no serlo, del mismo modo que la predicación expositiva.

  Sin embargo, es mucha más fácil que no sea bíblica la predicación temática que la expositiva. Un hombre puede elegir un tema, hacer el bosquejo, apuntalarlo con unos pocos textos bíblicos, y darle la forma y estructura que él quiere. El resultado puede ser una predicación bíblica pero, en muchos casos, no lo es. En el sermón temático usted puede exponer su propia filosofía y hacer que la Biblia lo respalde. En el sermón expositivo ocurre lo opuesto: usted no puede intervenir en el bosquejo, ni en el contexto, porque la misma Escritura ya lo determinó. De este modo, usted está completamente bajo el control de la Palabra de Dios.

  Sin embargo, la causa del descrédito de la predicación expositiva fueron los predicadores que permitieron que degenerara en un continuo comentario. Se tomaba una porción de la Escritura, se citaba un versículo y se formulaban unos breves comentarios. Luego se citaba el siguiente versículo y se lo comentaba. Pero esto no le gusta a nadie, ni siquiera al que lo hace. Dwight L. Moody, dijo una vez: “Cuando era muchacho mi padre me mandaba a limpiar el jardín. Podía llegar a hacer un trabajo tan pobre ¡que tenía que clavar una estaca en el terreno para saber dónde debía continuar al día siguiente!” Algunos predicadores comienzan haciendo comentarios de la Palabra de Dios del mismo modo en que Moody limpiaba la maleza: un poco aquí, y otro poco allá. Y cuando su tiempo termina, anuncian el estudio de la próxima semana. Pero, por así decirlo, deben poner una estaca en tierra, porque saben que la predicación de la semana próxima será tan pobre como la que concluyó. El comentario continuo, indudablemente, no es predicación expositiva.

  La Palabra de Dios nos ofrece notables ejemplos, tanto de la predicación temática como de la expositiva. En Lucas 24, nuestro Señor se une a dos discípulos que por el camino a Emaús se dirigen desde sus hogares a Jerusalén, y discute con ellos los episodios acaecidos en el fin de la semana de la crucifixión. Luego de que los discípulos afirman con tristeza: “Hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (Luc. 24:21), Jesús les dice: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrase en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Luc. 24: 25-27). El tema era la cruz. Estos discípulos no habían comprendido su significado. Entonces, ¿qué hizo Jesús? Comenzó a revelar desde el Génesis y a lo largo de toda la Biblia todas las evidencias de sí mismo.

  Consideremos ahora Hechos 8, donde encontramos otro incidente. En este caso, en vez de ser dos hombres que caminan, es una que regresa en su carro de Jerusalén a su hogar. El Espíritu de Dios ordena a Felipe que se una al carro. El hombre está estudiando la Biblia, especialmente Isaías 53. ¿Cuál es el mensaje de Isaías 53? El tema fundamental es: “Como cordero fue llevado al matadero”. Felipe le pregunta: “¿Entiendes lo que lees?” Y el hombre le responde: “¿Y cómo podré si alguno no me enseñaré?… ¿de quién dice el profeta esto; ¿de sí mismo, o de algún otro?” Nótese que el relato dice después: “Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hech. 8:35). Estoy convencido de que Felipe en su explicación fue más allá de Isaías 53, pero ¿cuál era el interés fundamental del eunuco? Su interés estaba en este capítulo en particular.

  ¡Qué piezas magníficas que debieron de haber sido estos dos sermones! Luego el sermón temático de Cristo, los discípulos se preguntaban: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros?” (Luc. 24:32). Hermanos, cuando predicamos de la Palabra de Dios, los corazones de nuestro pueblo -y también los nuestros- debieran arder. Del etíope la Biblia dice: “Y siguió gozoso su camino” (Hech. 8:39). ¿Por qué? Porque había encontrado al Mesías; Felipe se lo había dado a conocer a partir de aquel capítulo que estaba leyendo.

  Por lo tanto, la predicación temática y la expositiva pueden ser bíblicas. Ambas son metodológicamente válidas. Jesús utilizó las dos. Ya hemos visto un ejemplo de una predicación temática del Señor, aunque Él también fue un predicador expositivo. Si no piensa lo mismo, lea el Sermón del Monte (Mat. 5, 6 y 7), y vea la exposición de las verdades fundamentales del Antiguo Testamento. Es un sermón descollante. Con esto no quiero decir que usted deba abandonar la predicación temática por la expositiva. Más bien, deseo que aprenda esta nueva dimensión de la exposición bíblica y la presente a su iglesia. Es posible que usted mismo descubra que quiere cambiar.

  Otro aspecto por considerar es que un sermón expositivo no es algo que usted puede preparar el viernes (o el sábado) de noche para predicarlo al día siguiente. Lo mismo se puede decir de un buen sermón temático, aunque es mucha más fácil a último momento unificar un tema y predicarlo. Yo lo hice; me he visto atrapado. He estado muy ocupado toda la semana y el viernes por la noche me siento a preparar un sermón para el sábado por la mañana. Y, después de todo, si usted no confiesa haber hecho lo mismo, ¡es porque soy más honesto que usted! Después he tenido que estar en la puerta el sábado de mañana al finalizar. el culto, y decirme: “No quisiera ver a nadie”. Por supuesto, nunca falta un alma caritativa que se acerque y me diga que prediqué el sermón más maravilloso que oyó alguna vez, pero no me puedo engañar, sé muy bien cuál es la realidad. La Escritura promete que la Palabra de Dios no volverá vacía. Aun cuando se la presente pobremente, Dios tiene un camino para que su verdad alcance los corazones de los que escuchan y reciban su ayuda. Pero esto no es excusa para que no dediquemos tiempo a la preparación del sermón, y la predicación expositiva nos estimulará a dedicar más tiempo en la confección del discurso.

  Posiblemente, usted recuerde la leyenda de Sísifo, al que se lo obligaba a empujar una enorme piedra hasta la cima de una colina, sólo para verla caer en el momento de alcanzarla. Luego debía comenzar a empujarla nuevamente hasta la cima. Algunos predicadores afrontan esta misma frustrante experiencia. Cada semana deben comenzar a empujar el sermón hacia las once y media del sábado siguiente, y luego que llegan las doce, están de nuevo al pie de la colina y deben comenzar a empujar nuevamente. Muchos pastores no saben de qué predicarán la semana siguiente. Un clérigo holandés dijo: “No es el púlpito el que debiera conducirnos al texto, sino el texto el que debiera llevarnos al púlpito”. Debiéramos consustanciarnos tanto con algunos pasajes que nos cueste esperar hasta la siguiente oportunidad que tengamos para presentarlos delante de nuestra iglesia. Debiéramos sentir que es el texto, y no el púlpito, el que nos lleva a predicar. ¿Cómo logramos esto?

  La preparación adecuada de un sermón requiere un estudio profundo y continuo de la Biblia. Antes que lleguemos a ser predicadores de la Palabra debemos llegar a ser estudiosos de la Palabra, y no creo que la mayoría de nosotros podamos decir que somos verdaderos eruditos de la Biblia. Salvo algunas excepciones, no nos hemos involucrado en el estudio de la Escritura, ni como predicadores ni como laicos.

  Una vez escuché al anglicano John Stott en una disertación sobre 1 Timoteo 2 que dio a los alumnos de teología de la Evangelical Divinity School, en Deerfield, Illinois. Habló sin notas, y extrajo de ese capítulo algunos de los conceptos más notables que alguna vez haya escuchado. Hizo un trabajo expositivo tan magnífico que pensé: “Ahora sé por qué este hombre es uno de los predicadores más destacados de nuestro tiempo. Conoce bien la Biblia”. Luego lo escuché en Pasadena, California, y compré cada uno de sus libros que estaban en venta. Los leí todos. No puedo aceptar su exégesis en todos los aspectos, pero me sorprendió descubrir cuánto se asemeja su enseñanza fundamental a mi propia comprensión. La razón es sencilla: cuando alguno de nosotros, sin importar su raigambre denominacional, se acerca a la Palabra de Dios, nuestros conceptos religiosos y teológicos se aproximan.

  ¿Cómo podemos llegar a ser verdaderos estudiantes de la Palabra? Antes que nada, el aspecto fundamental de todo predicador es el estudio devocional de la Biblia. Supongo que usted dedica un momento devocional cada día para alimentar su alma, sin pensar específicamente en las necesidades de su congregación. Si no se alimenta primero a sí mismo, no podrá alimentar a su congregación. Sólo estará rascando el fondo de un recipiente vacío. Todo hombre debiera tener un momento devocional, aunque sólo sea una media hora o un cuarto de hora.

  En segundo lugar, se debiera estudiar la Biblia exegéticamente. Sus frases, sus palabras y sus oraciones debieran ser cuidadosamente analizadas para descubrir su significado exacto. “No se saca sino un beneficio muy pequeño de una lectura precipitada de las Sagradas Escrituras… Un pasaje hasta que su significado nos parezca claro y evidentes sus relaciones con el plan de la salvación, es de mucho más valor que la lectura de muchos capítulos sin un propósito determinado” (El camino a Cristo, pág. 90).

  Me gustaría recomendarle un plan de estudio que personalmente practiqué por muchos años, y que encontré enormemente provechoso. Me gustaría recomendarlo especialmente a los que están comenzando su ministerio. Si usted es capaz de pasar una hora por día durante noventa días con un solo libro de la Biblia, en poco más de dieciséis años habrá dedicado tres meses a cada libro de la Biblia. Y cuando usted haya estado en el ministerio dieciséis años, estará en lo mejor de su carrera. Desde allí en adelante, su predicación crecerá cada vez con mayor poder.

  Usted sabe bien que no hay tal cosa como un pastor que se retira y se transforma en un agente de bienes inmuebles. Si conoce la Palabra, la gente querrá escucharlo mientras tenga fuerzas suficientes. Su predicación continuará en buena forma mientras su mente esté lúcida.

  Por lo tanto, ¿cómo seguirá este plan de estudio de la Biblia? Antes que nada, elija un libro pequeño de la Biblia. Hay varios libros breves -Filemón, Timoteo, Tito, Jonás. Estos libros tienen sólo tres o cuatro capítulos. Luego de elegir uno, decídase a vivir con él durante noventa días.

  He aprendido algo de G. Campbell Morgan. Antes de empezar a preparar sus estudios en cuanto a un libro, lo leía unas cincuenta veces. Un día me dije: “Yo nunca leí un libro cincuenta veces. ¿Qué me puede pasar si lo hago?” Y bien, me tomó ocho minutos leer Filipenses. Sólo tiene cuatro capítulos; pude leerlo todo en ocho minutos. En noventa días lo pude leer fácilmente cincuenta veces. Por lo tanto comencé a leer todo Filipenses. Y así fue como evolucionó mi plan de estudio de la Biblia, un plan que le recomiendo.

  Primero, me siento y leo el libro de la Biblia que voy a estudiar con el objetivo de lograr una visión panorámica. Cuando termino, lo vuelvo a leer en la Revised Standard Versión, en la King James Versión, en la New American Standard Bible, en The New English Bible, en la versión de Moffat, y en todas las demás. Lo leo una y otra vez, del principio al fin. De hecho, que para que me ayude en mi lectura oral lo grabo en un casete. De este modo, cuando voy conduciendo mi automóvil, puedo escuchar el libro que tengo grabado. Los pastores a menudo pasan mucho tiempo manejando, y se puede progresar mucho de este modo.

  ¿Qué he estado haciendo? Hermanos, no hay nada en el mundo que produzca mayor gozo al alma que leer cierta porción de la Escritura, “acampar” con él, y vivirlo.

   Luego reflexioné: “Seguramente, a medida que lea este libro el Señor me dará algunos pensamientos”. No estoy leyendo a ningún otro. Hay sólo tres elementos: el Espíritu Santo, la Palabra de Dios y yo. Nada más. Ningún comentario bíblico; ninguna otra lectura. Entonces me venía la idea, y pensé: “Si el Espíritu de Dios te da un pensamiento, ¿por qué no lo escribes?” Así fue que me hice un cuaderno de apuntes, con una página para cada capítulo y para cada versículo de todo el libro. No era un cuaderno muy voluminoso. Ahora no recuerdo cuántos versículos hay en Filipenses, pero dediqué una página al capítulo uno, y luego una página para cada versículo del capítulo uno. As hice después con todo el libro. Dejé un espacio al comienzo del cuaderno, y me pregunté si podría encontrar alguna referencia de por qué se había escrito este libro, o quién lo escribió y cuándo lo hizo. De esta manera logré una visión de Filipenses que nunca antes había tenido. Hermanos, cuando estudien las Escrituras, abandonen toda opinión preconcebida y todo prejuicio personal. No acepten meramente las ideas de otros hombres. Aprendan por sí mismos lo que Dios está diciendo allí.

  Tenía un cuaderno en blanco, con una página destinada al autor del libro. Otra se refería al lugar donde fue escrito. En otra analizaba las causas por las que fue escrito. Estos aspectos estaban en el encabezamiento, y luego seguí dedicando una página para cada versículo.

  Hermano, cuando usted realiza esta clase de programa de estudio, permítame decirle lo que ocurre cuando llega la mañana. Usted estará ansioso por levantarse mucho antes de que lo haga su esposa y sus hijos. Usted querrá hacerlo para orar: “Señor, debo alimentar mi alma”. ¿Recuerda cuando nuestro Señor oraba en el huerto del Getsemaní? ¿Por quién oraba? Básicamente, oraba por sí mismo. Estaba realizando la gran decisión final por todo el universo. Sus discípulos estaban durmiendo y roncando plácidamente, mientras el Señor estaba solo, aferrado a Dios. Y nosotros necesitamos tener su misma experiencia. “Señor, ayúdame a alimentar mi alma. Sin importar lo que necesite mi pueblo. Ayúdame esta mañana a encontrar lo que mi alma necesita”.

   Por lo tanto, me siento con la Palabra de Dios y con mi cuaderno de notas. Siempre oro en primer lugar, y luego comienzo a leer. Cualquiera sea el comentario o la idea que acude a mi mente, busco la página en blanco y la escribo. En el margen pongo JWO, que son mis iniciales. En unos instantes más verá la razón de esto.

  Hermanos, Dios habla a sus mentes así como lo hace a la mente de cualquiera, y cuando el Espíritu de Dios le conceda hermosos pensamientos en cuanto a su Palabra, grábelos, porque se le pueden esfumar y es muy posible que nunca más regresen. ¡Escríbalos!

  Decidí vivir durante noventa días con Filipenses, y cuando lo logré, pensé: “Bueno, esto es sólo el comienzo, después de todo, no sé si voy a tener tiempo antes de jubilarme de hacer lo mismo con todos los sesenta y cinco libros restantes’’. Pero disfruté tanto de mi estudio que continué avanzando.

  Y entonces pensé: “¿Qué opinan los expertos que pasaron muchos años estudiando la Biblia?” Quise encontrar todo libro que hubiera sido escrito sobre Filipenses e hice una ficha de identificación bibliográfica para cada fuente. También le pregunté a cada uno de mis colegas en el Seminario si conocían algún buen libro que pudieran recomendarme sobre Filipenses. Algunos de estos libros contaban con un buen aparato bibliográfico que, obviamente, incluí en mi fichero personal.

  De este modo, reuní la mayor bibliografía posible sobre Filipenses. Por medio del estudio y del contacto con ciertos autores que conocí y por la lectura de ciertos libros, escogí algunos y los compré. Luego en mi estudio personal de cada mañana intentaba dividir mi tiempo entre la lectura devocional y la lectura exegética de Filipenses. De todos modos pasaba algunos minutos leyendo Filipenses desde el comienzo al final, a fin de obtener una visión completa.

  Y ahora recuerde, este programa de estudio no distrae tiempo de su labor diaria. Más bien es una forma de emplear el tiempo devocional para hacerlo más provechoso. No le estoy diciendo: “Añada esto a lo que está haciendo”. Sencillamente le digo: “Haga esto, en vez de leer azarosamente la Biblia”.

  A medida que leo un libro, le otorgo a cada uno una clave abreviada. Si tomo por ejemplo el libro de Roy Lorne, Life Begins, le hago una ficha bibliográfica, y abrevio Life Begins con la clave LB. Y bien, ¿por qué hago esto si tengo la bibliografía allí? Es que a medida que voy leyendo el libro de Roy Lorne, podré escribir todo lo que me resulte significativo y que me interese en la misma página en mi cuaderno. Entonces pondré LB y el número de página en el margen. De este modo no necesito volver a escribir la bibliografía. Si llego a olvidar qué significa LB, todo lo que tengo que hacer es acudir a mi ficha bibliográfica y ver qué es la abreviatura de Life Begins, el libro de Roy Lorne.

  ¿Cuánto tiempo he pasado acumulando este material? Pasé casi un año con el libro de Filipenses. No sólo mi espíritu se benefició, sino que dos resultados fundamentales surgieron como consecuencia del estudio. Número uno, podía tener una serie de reuniones de oración por semanas y semanas. Cuando usted ha convivido con un libro de la Biblia por tanto tiempo y lo considera capítulo por capítulo todos los miércoles por la noche, le puedo asegurar que la gente vendrá a escuchar una explicación tan buena de la Palabra de Dios. Nuestra iglesia ama escuchar la Palabra de Dios de un predicador que sabe lo que habla. Y cuando ha convivido con un libro durante noventa días, usted sabe muy bien lo que está diciendo, y tiene algo que decir.

  El otro aspecto consecuente de estudiar de este modo es que encontrará en el libro de Filipenses una innumerable cantidad de sermones para predicar. Los bosquejos florecerán por todas partes. Tengo bosquejos de Filipenses que no me atrevería a predicar, porque no importa cuán bueno sea usted, si predica largo sobre cualquier asunto, a su iglesia no le gustará. Y si bien le gustan los temas en serie, también les gusta que la serie termine. Y a menos que usted sea un predicador extraordinario, una serie de seis u ocho temas ya es suficiente. De este modo, tendrá una cantidad enorme de material para predicar. Su problema ahora no será: “¿De qué cosa voy a predicar la semana siguiente?” Sino que su verdadero problema será: “De todos estos sermones, ¿cuál voy a predicar?” Y le aseguro que esta es una frustración mucho más agradable.

  Hermanos, cuando comiencen a apilar libros en su estante y a concentrar su estudio sobre un libro especial de la Biblia, descubrirán que una vez que predicaron una parte de este material, querrán analizar algún otro tema. No debieran pasarse todo el año siguiente predicando el libro de Filipenses. Podrán predicar seis u ocho sermones de estudio. Pero el enfoque expositivo les otorga una enorme cantidad de material para predicar y para enriquecer su predicación, sin importar cuál sea la porción de la Escritura elegida.

  Nuestro objetivo será predicar de algo que encienda los corazones. “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Luc. 24:32). El corazón de nuestro pueblo arderá sólo si nuestros corazones sintieron antes el calor de la llama en el estudio personal de la Escritura.