¿Podría yo enviar a mis dos hijos a 1 uno de nuestros internados a continuar sus estudios si no recibiese el 50% de ayuda sobre los gastos escolares? En promedio, nuestros colegios sudamericanos cobran por un año escolar completo (enseñanza, comida e internado) el equivalente de unos 2,5 sueldos mensuales de 100%. Sin ayuda escolar, dos hijos internos me significarían aproximadamente 5 meses enteros de sueldo, sin contar los inevitables gastos adicionales de viajes, libros y útiles escolares. ¿Podría yo enviar a mis hijos a uno de nuestros internados si no recibiese la “prima escolar”?
¿Cuántos laicos de mi iglesia o distrito pastoral tienen sueldos iguales o más altos que el mío? ¿Cuántos de ellos pueden enviar a sus hijos a nuestros internados sin recibir “prima escolar”?
Podemos aventurarnos a pensar que, en promedio, no más de un 20% de los miembros de nuestras iglesias tienen sueldos más altos que los de sus pastores. Puede ser, en realidad, que ese promedio sea bastante menor. Los que tienen sueldos semejantes a los nuestros, tienen que hacer un sacrificio financiero equivalente al doble del nuestro para enviar a sus hijos a nuestros internados. Ellos no tienen “prima escolar”. ¿Hemos pensado en esto cuando los instamos a que envíen a sus hijos a nuestros colegios?
Y ¿qué diremos de ese otro 80% de hermanos que tiene sueldos inferiores al nuestro? ¿Será que la educación cristiana es sólo para los hijos de misioneros y para los “ricos”? Es cierto que nuestros internados ofrecen trabajo para estudiantes pobres. Pero, también es cierto que generalmente hay más jóvenes y señoritas que quieren trabajar que los que el colegio puede absorber. Algunas decenas de jóvenes en cada país ganan sus becas mediante el colportaje. Sin embargo, ¿qué acontece con los otros miles y miles de jóvenes adventistas, provenientes de hogares de escasos recursos, que simplemente no pueden reunir el dinero para ir a estudiar a nuestros colegios?
El censo de la juventud, tomado en octubre de 1972, nos reveló que el 80% de nuestros niños y jóvenes no está estudiando en nuestras escuelas y colegios. Siendo que hay una relación tristemente estrecha entre el porcentaje de quienes no estudian en nuestras instituciones y el porcentaje de apostasía juvenil, esta situación nos permite anticipar una abundante cosecha de apóstatas. Ya la estamos sufriendo, y se tornará aún más seria a menos que hagamos algo.
¿Qué podemos hacer? El problema es complejo y su solución debe ser encarada desde distintos ángulos. Nuestros internados están esforzándose por aumentar su capacidad de absorber alumnos que necesitan trabajar. La “Compañía Productora de Alimentos” de la División Sudamericana está tratando de establecer fábricas de alimentos junto a nuestros internados para dar trabajo a un mayor número de alumnos. El col- portaje, durante las vacaciones de verano y de invierno y durante el año escolar, es una solución financiera que debiera ser aprovechada por un número creciente de jóvenes. Pero esto no es suficiente. Siempre hay un porcentaje alto de nuestros jóvenes y señoritas que por tener menos de 15 años de edad no son aceptados como alumnos “industriales” o “semiindustriales”. Por razones de edad, talento o formación, no todos pueden aprovechar las ventajas del colportaje. Mirando el problema con crudo realismo, es posible que por lo menos el 50% de nuestros jóvenes no pueda ser auxiliado por estos métodos tradicionales para ir a estudiar en nuestros internados.
¿Qué vamos a hacer? ¿Dejaremos de hablar acerca de la educación cristiana? “Todo el consejo de Dios”, del que Pablo hablaba en el siglo I, en el siglo XX incluye también la educación de nuestros hijos en nuestras instituciones. Si esto no fuera importante, Dios no hubiera insistido tanto en darnos claros mensajes a este respecto mediante la Sra. Elena G. de White.
¿Hemos pensado alguna vez en la posibilidad de crear una “prima escolar” para laicos? En realidad, la idea no es enteramente nueva.
Nuestros hermanos dicen —escribía E. G. de White hace décadas— que de los ministros y padres llega la súplica de que hay veintenas de jóvenes adventistas que necesitan de las ventajas de nuestras escuelas preparatorias, pero no pueden asistir a ellas a menos que se rebaje el costo de la enseñanza.
Los que piden que se cobre menos por la enseñanza deben pesar cuidadosamente los asuntos en todos sus aspectos. Si los estudiantes no pueden por sí mismos disponer de recursos suficientes con que pagar los gastos reales del trabajo fiel y esmerado que se haga por su educación ¿no sería mejor que les ayuden sus padres, sus amigos o las iglesias a las cuales pertenecen o hermanos benévolos y de gran corazón de su asociación, antes que imponer una carga de deuda a la escuela? Sería mucho mejor dejar que los muchos patrocinadores de la institución compartan el gasto, en vez de que la escuela se endeude.
Las iglesias de diferentes localidades deben sentir que descansa sobre ellas la solemne responsabilidad de educar a los jóvenes y preparar sus talentos para que se dediquen a la obra misionera. Cuando ellos vean en la iglesia quienes prometen llegar a ser obreros útiles, pero que no pueden sostenerse en la escuela, deben asumir la responsabilidad de mandarlos a una de nuestras escuelas… Hay personas que prestarían buen servicio en la viña del Señor, pero muchas son demasiado pobres para obtener, sin ayuda, la educación que necesitan. Las iglesias deben considerar que es un privilegio tener una parte en sufragar los gastos de los tales (Consejos para los Maestros, págs. 56, 57. La cursiva es nuestra).
Hay, pues, una responsabilidad definida a nivel de la iglesia local. No es sólo una posibilidad. Es un deber. No se especifican los términos de esta “prima escolar”. Pero se afirma positivamente que debe existir un plan.
Haciendo un cálculo estimativo muy general, pensamos que por cada 100 miembros de iglesia contamos con 8 a 10 jóvenes y señoritas que debieran estar estudiando en el nivel secundario. De éstos, por lo menos la mitad tiene dificultades económicas serias para enfrentar los gastos de uno de nuestros internados. ¿Significa esto que tendremos que reunir, por cada 100 miembros, el equivalente de 4 a 5 becas anuales para ayudar a estos jóvenes? No necesariamente. Lo que significa es que tenemos que interesarnos, a nivel de iglesia local, y “asumir la responsabilidad de mandarlos a una de nuestras escuelas”. Pero la iglesia local no debe estar sola en el plan:
Además de esto, en cada asociación debe crearse un fondo para prestar dinero a los estudiantes pobres, pero dignos, que deseen dedicarse a la obra misionera. Hasta en algunos casos, los tales estudiantes deben recibir donaciones (Id., pág. 57).
La responsabilidad de educar no es sólo de los padres, ni sólo de la escuela o colegio, ni sólo de la asociación o misión. Es una responsabilidad que todos asumimos al hacernos miembros de la iglesia de Dios.
Participen todos en los gastos. Repare la iglesia en que aquellos que deban recibir sus beneficios estén asistiendo a la escuela. Se debe ayudar a las familias pobres. No podemos llamarnos verdaderos misioneros si descuidamos a aquellos que están a nuestras mismas puertas, que se hallan en la edad más crítica y que necesitan nuestra ayuda para obtener el conocimiento y la experiencia que los capacite para el servicio de Dios (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 475. La cursiva es nuestra).
“No podemos llamarnos verdaderos misioneros si descuidamos” esta responsabilidad, dice Elena G. de White. Así como el que viola un precepto de la ley se hace culpable de todos, el que descuida un aspecto de su misión, pone en tela de juicio la validez misma de todo su ministerio. Pero ¿cómo podemos, de manera concreta y práctica, enfrentar esta responsabilidad?
En primer lugar, debemos interesarnos por saber qué estudia y dónde estudia cada niño y joven de nuestra iglesia. Cada familia con hijos en edad escolar „ debiera recibir una visita del pastor. Esto le permitirá al pastor conocer la situación real de cada niño y joven y la magnitud de la ayuda financiera que será necesario proporcionar. Es muy importante que en estas visitas pastorales cada hermano entienda que la iglesia está dispuesta a hacer un sacrificio para que sus hijos estudien en nuestras instituciones, siempre que él también esté dispuesto a hacer un sacrificio. Es vital comprometer la participación financiera de los padres en la medida en que ellos puedan. Hay padres que podrán pagar el total de los gastos escolares. Otros podrán pagar un 80%. Otros apenas podrán pagar el 20%. Se da ocasionalmente el caso de quienes no pueden aportar casi nada. Será necesario enfrentar cada situación con mucha franqueza, sensibilidad cristiana y flexibilidad.
El pastor debiera instruir a los padres que, a fin de recibir la ayuda que sus hijos necesitan para estudiar, será necesario que ellos (los padres) presenten a la junta de la iglesia local un pedido formal, por escrito. En el pedido los padres deben indicar cuánto podrán aportar ellos mensualmente y especificar lo que solicitan de la iglesia. (De paso, la iglesia puede hacer con ellos un plan de 12 cuotas anuales, en lugar de las 9 ó 10 que los colegios establecen.) Luego la junta de la iglesia debe estudiar cada caso.
A esta altura del proceso puede entrar la participación de la asociación o misión. Claramente dice Elena G. de White que “en cada asociación debe crearse un fondo” tanto para préstamos como para donaciones. Hay asociaciones que lo tienen ya desde hace muchos años. En algunos casos, las asociaciones colaboran con las iglesias sobre la base de peso por peso, dentro de ciertos límites, para alumnos de nivel secundario y/o superior de nuestros internados. Esto duplica inmediatamente las posibilidades de ayuda de nuestras iglesias, a ese nivel. Cada asociación y misión puede formular su propio plan. Lo importante es que tengamos un plan concreto que realmente resuelva los problemas.
Otro elemento que también puede jugar en el financiamiento de alumnos que van a nuestros internados es lo que el alumno puede ganar con su trabajo. Hablamos, en este caso, de alumnos de 15 o más años de edad, que están en condiciones de rendir bien en trabajo productivo. Generalmente un alumno tal puede ganar, durante el año escolar, la cuarta parte aproximadamente (esto varía de colegio a colegio) de todo lo que cobra el colegio por un año de estudios.
Si se cuenta con la colaboración de padres, iglesia, asociación o misión (más trabajo de alumnos en algunos casos), no resulta tan difícil resolver los problemas financieros de nuestros estudiantes. Sin embargo, para que el plan funcione bien debe ser puesto en marcha meses antes del comienzo del nuevo año escolar. Al preparar su presupuesto anual de gastos, cada iglesia y grupo debe tener una idea bastante clara de lo que necesitará reservar para ayudar a estudiantes de los diferentes niveles. Un año necesitará más, otro menos. Esto no puede resolverse asignando todos los años el mismo porcentaje del presupuesto de la iglesia para ayuda de estudiantes. Habrá años en que tendrá más estudiantes de nivel secundario. Habrá otros años en que los padres podrán aportar más.
Con crudo realismo debemos reconocer que, pese a nuestros mejores esfuerzos, no podremos resolver todos los problemas. Si después de hacer un auténtico sacrificio como iglesia el dinero no nos alcanza para ayudar a todos, ayudemos por lo menos a “quienes prometen llegar a ser obreros útiles”, a esos “estudiantes pobres, pero dignos” de que habla Elena G. de White. Luego planeemos de tal modo que al año siguiente podamos ayudar a un grupo mayor. ¿Exige sacrificio? Por cierto. Pero es también la mejor inversión, pues nos entregará sus dividendos tanto en esta vida como en la eternidad.
¿”Prima escolar” para laicos? Sí. “Como iglesia, como individuos, si queremos estar sin culpa en el juicio, debemos hacer esfuerzos más generosos para la educación de nuestros jóvenes. . .” (Consejos para los Maestros, pág. 35.
Sobre el autor: Director del Depto. de Educación de la División Sudamericana.