La impaciencia por ver a los hombres decidirse por Cristo puede inducir al buscador de almas a utilizar expresiones alarmistas o poco recomendables. Nos referiremos a una de ellas: “Estáis perdidos.” Este juicio está reservado únicamente para Dios. Aunque el hombre de Dios posee las llaves del reino, esto no lo faculta para cerrar las puertas del cielo a ningún alma.

En los días de Noé fue un ángel quien cerró la puerta del arca, y por ende de la salvación. La tarea de Noé se redujo a predicar el camino de la salvación y guiar a los hombres hacia Dios. Pero ahí concluía la responsabilidad humana. La puerta de la gracia permaneció entornada, controlada únicamente por Dios. Y esto acontece también en nuestros días. Con las llaves que posee, el ministro abre los corazones humanos y los expone a la acción de los misterios del reino. Pero la concesión o la retención de la gracia es una prerrogativa que pertenece únicamente a Dios, y no al hombre.

Es un hecho conocido que algunas almas, tal como la fruta, maduran más lentamente que otras. En esos casos la presión que se hace para apresurar una decisión está contraindicada y es costosa. La actitud indebida de ministros demasiado ansiosos ha alejado de las puertas del cielo a muchas almas. Cuando afirmamos que la puerta de la gracia se le ha cerrado a alguien para siempre, estamos excediéndonos de nuestras atribuciones. Algunas almas que han rechazado el mensaje ofrecido en la predicación de un obrero, lo han aceptado mediante la de otro. La salvación no comienza ni termina con el ministerio de ningún hombre; por lo tanto es necesario que sembremos la “semilla de la verdad” cabal y pacientemente, porque ignoramos cuándo prosperará.

La actitud que se asume hacia la persona reacia a la verdad, constituye un índice de los motivos que animan la acción. Únicamente un egoísta buscaría ganar un alma mediante procedimientos desesperados y una falsa persuasión, aun sabiendo que corre el riesgo de alejarla de Dios. Todo obrero de éxito debe reconocer el límite entre los deberes del pastor y las prerrogativas de su Hacedor.