Tengo tres hijos varones, de 7, 5 y 3 años. Casi puedo garantizar que el próximo sábado uno de ellos preguntará:

-Papá, ¿cuál es la iglesia a la que iremos hoy? ¿A una grande o una pequeña?

Otro, ciertamente, preguntará:

-¿Iremos a la iglesia nueva o a la vieja?

A lo que normalmente sigue el debate, entre ellos, acerca de cuál es la mejor:

-Me gusta la nueva iglesia, porque tiene almuerzo después del culto -dice uno de ellos.

-Eso; y tiene mayor espacio para poder correr -agrega otro.

-Sí, pero José [un amigo de otra iglesia] no es de esta iglesia -señala, contrariando.

Y el debate continúa.

Sé que, en comparación con otros colegas, tener tres iglesias es un lujo; aun así, enfrento considerables problemas. ¿Cómo será con los que pastorean un distrito de diez o más congregaciones? Para el pastor que tiene bajo sus cuidados muchas iglesias, la programación del sábado se convierte en un carrusel, y eso genera un impacto en toda la familia, especialmente en los niños, que ya enfrentan muchos problemas como hijos de pastor.

Para mí, el proceso de crecimiento de nuestra iglesia sucedió muy rápidamente. La iglesia principal del distrito agotó su capacidad de abrigar miembros visitantes. Junto con los líderes, llegamos a la conclusión de que la mejor salida sería instalar una nueva iglesia, en lugar de invertir en la reforma y la ampliación del edificio. Así, cuarenta miembros se trasladaron a un área determinada de la ciudad, y allí iniciaron un nuevo núcleo. En un año, la iglesia madre agotó nuevamente su capacidad. El entusiasmo por ver nacer una iglesia, que fue prosperado, dejó marcas positivas; de manera que la decisión de seguir el mismo camino fue tomada sin resistencia. Esta vez, el núcleo de la nueva congregación fue hacia el otro extremo de la ciudad.

Para la evangelización, eso fue maravilloso. Pastoralmente, significó un cambio completo de abordaje. El surgimiento de tres iglesias en tres años, en un ambiente cultural poco acostumbrado a este avance, se pareció a generar tres hijos en tres años. Todas las áreas experimentan gran impacto. Cada iglesia reivindicaba su derecho a la atención exclusiva de su pastor, y cada una de ellas tenía supuestamente buenas razones para hacer eso: la iglesia madre, porque era mayoría iglesia de la zona norte de la ciudad, porque estaba en fase de transición; la congregación de la zona sur, porque era más nueva. Por lo tanto, pastorearlas demandaba una rotación semanal entre ellas. Por esta razón, había un debate entre mis hijos, cada mañana de sábado.

Peligros que asechan

El impacto que un distrito pastoral gigantesco ejerce sobre la familia del pastor tal vez no parezca grande en la agenda inicial de cualquier seminario o entrenamiento sobre implantación de iglesias. Para el pastor común, por otro lado, puede ser una experiencia de aprendizaje que nace de la lucha para buscar alguna forma de identidad entre la familia y la iglesia. Esa condición puede, en determinado momento, cobrar un precio muy elevado en términos de estabilidad familiar.

Pocos meses atrás, asistí a un concilio ministerial, durante el cual tuvimos períodos especiales de oración. Se abrió la oportunidad de que se hicieran pedidos, en cuyo favor se oraría. Entonces, un colega pidió que oráramos por su hijo adolescente, que ya no quería asistir a la iglesia. Parece que ese pedido despertó a muchos otros compañeros y pavimentó el camino para un intenso período de apertura y honestidad, por parte de ellos, de compartir las luchas que enfrentaban para conservar a sus hijos comprometidos en las actividades espirituales.

No es raro leer publicaciones acerca de los desafíos que enfrentan los hijos de pastores, y de las crecientes exigencias y expectativas que recaen sobre ellos en el hogar, en la iglesia y en la comunidad. Muchos estereotipos todavía se mantienen. Los hijos de los pastores nacen en un mundo de intensas demandas y expectativas. Desde temprano en la vida, comienzan a experimentar las presiones de vivir en una “casa de vidrio”, en dirección de la cual siempre está orientada la mirada de las personas. Para empeorar las cosas, algunas congregaciones asumen frecuentemente que, si son hijos de pastor, tienen que ser gigantes espirituales, ser capaces de citar pasajes memorizados de la Biblia o hacer oraciones con palabras elocuentes, de manera que Dios las oiga y las responda inmediatamente. A fin de cuentas, tienen dentro de sí algún tipo de vínculo directo con el Trono celestial. Para algunos pastores de grandes distritos, esta puede ser realmente una preocupación adicional.

Pero, pensando en lo que sucede en mi casa el sábado de mañana y escuchando el debate de mis hijos acerca de la iglesia que prefieren, caí en la cuenta de que, si la iglesia no implementa un programa efectivo de trabajo, en consonancia con el cual los hijos se sientan parte regular de una experiencia de Escuela Sabática y un culto familiar, cada semana, el debate que escucho puede tomar un curso muy diferente en el futuro.

Consecuencias dolorosas

Entre los efectos que el pastorear grandes distritos puede tener sobre los hijos, podemos enumerar las siguientes:

  • Ausencia de los padres en ocasiones especiales para los hijos, como Día del Niño, por ejemplo.
  • Obligar a los hijos a acostumbrarse a diferentes métodos de enseñanza y maestros de Escuela Sabática en varias iglesias, cada semana.
  • Reducción del sentido de pertenencia o compromiso con una iglesia.
  • Ser considerados visitantes, en lugar de ser tratados como miembros regulares.
  • Incapacidad para establecer amistades firmes y duraderas.
  • Alteraciones en la espiritualidad, no detectadas por otros líderes.

La familia del pastor gira en torno de programas, obligaciones, necesidades y requerimientos de la iglesia. Los hijos aprenden rápidamente que viven una vida de sacrificio. Aparentemente, deben comprender que las necesidades de las demás personas son, muy frecuentemente, de mayor importancia que las de ellos.

Al conversar con hijos de pastores que dejan la iglesia, no es raro oír comentarios como este: “Todas las veces que intentaba conversar con mi padre, todo lo que escuchaba era un sermón”. Uno de los mayores obstáculos para los hijos no es tanto tener que escuchar el mismo sermón en cada iglesia, sino tener que escuchar un tipo de predicación de su padre en el púlpito y otro tipo en la vida en familia.

Entre otros comentarios que también he escuchado, al pedírseles que dijeran qué era lo que más les hubiera gustado que su padre hiciera, la respuesta siempre fue esta: “Desearía que mis padres me hubieran dedicado más tiempo”. Todo esto revela que muchos pastores están sacrificando a su familia en el altar del ministerio, bajo la disculpa de que, si están sirviendo a Dios, entonces él cuidará de su familia. Aun cuando sea verdad que Dios cuida de todos, y de la familia del pastor especialmente, como padres debemos también aprender a equilibrar mejor nuestro tiempo, teniendo en vista la seguridad de nuestra familia, que es nuestro primer campo de trabajo.

Posiblemente, el mayor desafío de pastorear grandes distritos sea sus efectos sobre la familia; no es tanto lo que sucede el sábado, sino muchas tareas que impactan cada día en la vida del pastor.

Buscando el equilibrio

Por lo tanto, ¿cómo debe equilibrar el pastor las exigencias de la tarea pastoral en cada iglesia y, al mismo tiempo, asegurarse que su familia no quede con sentimientos de alienación o marginación? Podemos tener una respuesta parcial, al buscar recordar dónde deberían residir nuestras prioridades en el esquema de las responsabilidades pastorales.

Recientemente, escuché a un pastor jubilado, cuyo ministerio fue muy celebrado. Habló de muchas cosas maravillosas que había experimentado en las iglesias que pastoreó. Entonces, agregó el siguiente comentario: “Pero pagué un alto precio por mi éxito. Mis hijos no tuvieron lo que deberían haber tenido de su padre y, hoy, viven apartados del Señor y de la iglesia”.

Mientras observaba sus lágrimas, pensé en mis hijos. ¿Acaso deseo que aumenten aquella estadística? ¿Deseo ser recordado como un pastor de éxito, cuyas iglesias crecieron mucho o que realizó muchas otras cosas, al costo de la pérdida de sus hijos? Conociendo todo lo que conozco en la teoría, ¿estoy preparado para sacrificarlos en el altar del trabajo?

Perdido en esos pensamientos, Dios me recordó que él me llamó, también, para ser padre. Escribiendo acerca del deber del padre pastor, Elena de White declara: “El mucho bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que él tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus propios hijos”.[1] Mis hijos necesitan saber que, junto con su madre, son las personas más importantes de mi vida. Mis congregaciones también necesitan saber esto.

¿Cuáles son algunas de las posibles sugerencias para evitar que nuestros hijos sean llevados por el andar del carrusel de la iglesia? Uno de los ajustes que hicimos, como familia, fue dejar a nuestros hijos en una de las tres iglesias, donde pudieran desarrollar semanalmente su experiencia de adoración a Dios.

Estableciendo prioridades

Es muy fácil, para el pastor, aun cuando no sea intencionalmente, transmitir a sus hijos la engañosa noción de que los miembros de su iglesia tienen prioridad sobre otras cosas, incluyendo a la familia. Eso no quiere decir que el pastor no deba atender todas las situaciones para las cuales es solicitado. Debe estar a disposición las 24 horas del día. A veces, ocurre la muerte de alguien o algún otro imprevisto, que estorba un plan que ya había hecho con la familia; eso puede suceder. Pero los hijos deben ser informados que el imprevisto no los mantendrá para siempre lejos de él. Se deben trazar planes con el fin de que, en la primera oportunidad, todos estén juntos otra vez realizando lo que pretendían. Todo pastor debe planificar dedicar tiempo a los hijos y cumplir escrupulosamente ese propósito.

¿Cómo hacer que esa prioridad funcione? En este punto, es valioso tener claramente especificadas todas las prioridades, a fin de que realicen los ajustes necesarios. Todas las prioridades de mi vida pueden funcionar muy bien, en la medida en que las conserve en su debido lugar. Pero, cuando la prioridad inferior toma el lugar superior, estoy transitando el camino del error. No puedo ser un pastor fiel si descuido la más alta prioridad, que es mi familia. En verdad, según la observación de Pablo, “el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Tim. 3:5).

Estaré descalificado para el ministerio pastoral si esta negligencia caracteriza mi vida. Espiritualmente, es desastroso colocar a mi esposa por sobre mi Señor, a mis hijos por sobre mi esposa o a mi trabajo pastoral por sobre todo. Pero no es desprecio hacia la iglesia que pastoreo el afirmar que su lugar, en mis prioridades, está después de mi devoción a Cristo y después de mi familia. Al contrario, las iglesias recibirán mucho más cuando las ministro comprometido con esas prioridades.

Al recordar y considerar tales prioridades en mi vida, estoy en mejores condiciones para establecer y mantener el equilibrio en mis obligaciones pastorales. “Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo. En el día del ajuste final de cuentas, Dios le preguntará qué hizo para llevar a Cristo a aquellos de cuya llegada al mundo se hizo responsable”.[2] Como dijo el salmista, “He aquí, herencia de Jehová son los hijos” (Sal. 127:3). Este tesoro no puede ser descuidado. No importa cuántos malabarismos haga para atender todas las exigencias de mis congregaciones, pareciera que siempre habrá algo más para hacer. Algunas buenas cosas que claman por atención deben ser dejadas para después, hasta que haga lo que es mejor y esencial. Al tener que realizar trabajos difíciles, debo realizarlos según las prioridades de mi vocación. Entonces, puedo tener en mi corazón la tranquilidad de estar actuando por la fe, sobre la base de las exigencias que Dios hace de mi ministerio.

Resultados compensadores

Los beneficios de un ministerio guiado por prioridades pueden generar grandes recompensas en todas las áreas de acción. Entre otros beneficios, se encuentra la oportunidad de que la iglesia tome iniciativas para desarrollar sus ministerios locales, teniendo al pastor como entrenador y supervisor de las actividades.

Para la familia del pastor, el beneficio también puede ser redentor. El hijo del pastor de un gran distrito, después de ver al padre desarrollar con criterio su trabajo, debidamente organizado sobre la base de sus prioridades, dijo lo siguiente: “Estoy comprendiendo cada vez más a la iglesia, a medida que veo centenas de personas tocadas por Dios, salvas y liberadas de sus pecados para una nueva vida. Percibo ahora que Dios marca la diferencia”.

¿Cómo podemos conseguir el equilibrio entre la atención pastoral de grandes distritos y la atención de la familia? La respuesta a esa pregunta requiere padres dedicados a la oración, conscientes, comprometidos con Dios y que, diariamente, se dejen guiar por el Espíritu Santo. ¡Que el Señor nos ayude a conservar bien protegida la herencia con que nos bendijo!

Sobre el autor: Pastor adventista en Bristol, Inglaterra.


Referencias

[1] Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 215.

[2] Ibid.