La religión verdadera, entendida como la íntima comunión espiritual entre Cristo y el creyente, la presencia e inspiración del Hijo de Dios en todos y cada uno de los actos de la vida del cristiano, no requiere ningún rito especial para su realización.
Por otro lado, el arte, intuición lírica pura, carece de finalidad en sí mismo. Sin embargo, cuando se asocia a los actos religiosos presenta un efecto utilitario definido pero espiritual, pues participa en la más elevada de las actividades humanas: la relación con el Ser Supremo.
De todas las artes, hay una que ha predominado en la vida religiosa de todos los tiempos, tal vez por ser la más insustancial y etérea de todas: es la música.
Desde los días apostólicos se aconseja a los fieles: “Hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efe. 5:19). También al surgir el movimiento adventista, la Sra. E. G. de White escribe: “En su vida terrenal, Jesús hizo frente a la tentación con un canto. A menudo, cuando se decían palabras mordaces y ofensivas, cuando la atmósfera que le rodeaba era sombría a causa de la melancolía, el disgusto, la desconfianza, o el temor opresivo, se oía su canto de fe y ánimo” (La Educación, pág. 161). “La historia de los cantos de la Biblia está llena de sugestiones en cuanto a los usos y beneficios de la música y el canto”. La música “debidamente empleada es un precioso don de Dios, destinado a elevar los pensamientos a temas más nobles, a inspirar y elevar el alma”. “Así como los israelitas cuando andaban por el desierto alegraron su camino con la música del canto sagrado, Dios invita a sus hijos de hoy a alegrar por el mismo medio su vida de peregrinaje. Pocos medios hay más eficaces para grabar sus palabras en la memoria, que el de repetirlas en el canto. Y un canto tal tiene poder maravilloso” (Id., pág. 163). Después de referencias tan claras, no nos quedan dudas acerca de la importancia de la música, y particularmente del canto sagrado en la vida cristiana.
Toda música que se ejecuta delante del Señor debe ser considerada como una ofrenda ante su trono. Debemos recordar a Abel y Caín cuando ellos presentaron sus sacrificios a Jehová. Abel dio lo que Dios pedía, y su ofrenda fue aceptada. Caín dio lo que le pareció mejor, y su ofrenda fue rechazada. No eran malos los frutos de la tierra que Caín ofreció, además eran el resultado de un arduo trabajo de meses, pero Dios había ordenado otro sacrificio, y siempre se debe dar a Dios lo que él pide.
¿Qué ofrendas musicales presentamos ante el Señor en nuestros cultos y en nuestros hogares? Podemos ofrecer música genuinamente religiosa, música de belleza trascendente, de autores inspirados, ejecutada en una manera sobria y digna, que guíe la mente de la congregación hacia pensamientos elevados y puros? Por otro lado, vivimos rodeados de música que brota de receptores de radio fonógrafos, etc. Música escrita y ejecutada con el propósito de excitar los sentimientos del corazón carnal. De tal manera nos envuelve esa clase de música, tan grata a los oídos, que se la presenta a Dios en los servicios religiosos. Sin embargo, es necesario comprender que el hecho de que un trozo musical resulte agradable a nuestros oídos y excite nuestros sentimientos no es razón suficiente para traerlo ante la presencia divina. Así como los frutos de la tierra que trajo Caín, seguramente hermosos a la vista y gratos al paladar fueron rechazados, también dicha clase de música quedará sin cumplir su objetivo, pues no elevará a la congregación y será un momento del culto intrascendente y fuera de lugar.
Se percibe en el mundo religioso una verdadera preocupación por la calidad de la música ejecutada en los cultos. En el ejemplar de julio de 1961 de la publicación trimestral de la Corporación Americana de Organistas, James Boeringer llama la atención sobre “el reavivamiento en la liturgia que ha afectado cada rama de la música hebraica y cristiana; los judíos están volviendo a su antigua manera de cantar; la Iglesia Católica está propulsando mejores ejecuciones de canto gregoriano, urgiendo a sus fieles a participar en los servicios de canto y proscribiendo el uso del órgano electrónico; las iglesias bizantinas están utilizando su rica herencia de cantos; y las iglesias protestantes aceptan cada vez con menor grado himnos de inferior calidad, canciones seculares con letra religiosa, el mal uso del órgano y servicios musicales desorganizados e insustanciales en los cuales el sentimentalismo sustituye a la verdadera experiencia religiosa”. (Citado por H. B. Hannum en The Ministry, enero de 1963, pág. 19.) Seguramente que los ministros del Evangelio estarán interesados en la elevación del nivel musical en sus iglesias. Desde estas páginas trataremos de dar algunas ideas para que los servicios musicales en nuestros cultos estén en correspondencia con la altura del mensaje que predicamos, y sean una verdadera bendición para los fieles.