El lugar de las mujeres en la vida y la enseñanza de la iglesia apostólica.
Los Evangelios retratan un respeto por las mujeres y un nivel de inclusión notable desde el punto de vista del primer siglo, a pesar de que parezca muy moderado y limitado actualmente. Aunque sería una equivocación presumir que todas las mujeres se tenían completamente fuera de vista en el judaísmo palestino del período intertestamentario, dado que encontramos evidencias de alguna participación de las mujeres en la sinagoga y de heroínas como Judith en la literatura judía de la época, la convención cultural era todavía fuerte en la creencia de que las mujeres, por ejemplo, fueran de juicio más débil y pertenecieran a la esfera privada de la casa.[1]
En la narración de los Evangelios, la samaritana fue, probablemente, la primera “evangelista” en hablar sobre la venida del Mesías (Juan 4:28-30, 39), y María fue la primera persona comisionada para divulgar las buenas nuevas de la Resurrección (Juan 20:17; cf. Mat. 28:10).[2] Lucas utilizó, deliberadamente, una serie de historias en pares, presentando a un hombre en una historia y a una mujer en la otra, para mostrar el valor que se le da a la fe y al ministerio en el plan de Dios. Esto puede verse en las historias de Zacarías y de María, que abren el Evangelio, y de Simeón y Ana, en el Templo; también se repite en partes posteriores del libro.[3]
Lucas también observó que no solo fueron discípulos de sexo masculino los que acompañaron a Jesús y aprendieron con él durante su ministerio, como hubiera sido normal para un rabino de la época. Mujeres discípulas también acompañaban a Jesús, lo que debió haber sido considerado extraordinario y hasta vergonzoso (Luc. 8:1- 3; cf. 24:1, 6, 8).[4] Al haber sido curadas por él, cada una de ellas eligió apoyar (diakoneō) el ministerio de Cristo con sus propios recursos, algo que les habría dado honra como benefactoras, si no se hubiesen deshonrado al alejarse de los papeles esperados para las mujeres al viajar con el grupo de Jesús.[5]
Es particularmente notable el retrato que el final de los Evangelios hace de las mujeres, pues las presenta en el contexto de la crucifixión (Mat. 27:55, 56), cuando casi todos los discípulos habían huido (Mat. 26:56; Mar. 14:50-52; cf. Luc. 22:54). Ellas también visitaron la tumba (Mar. 16:1; cf. Juan 20:1), mientras que los apóstoles estaban escondidos en una casa con las puertas trancadas (Juan 20:19).
Priscila y las mujeres en Hechos
A Priscila (Prisca) se la menciona en diferentes oportunidades y se la presenta con dones tradicionalmente femeninos, como la hospitalidad (Hech. 18:2, 3), pero también ejerciendo actividades públicas, como maestra (Hech. 18:26) y colaboradora de Pablo (Rom. 16:3), acciones que generalmente no se esperaban de una mujer en aquella época. Nunca se la nombra sola, sino siempre con su marido, Aquila (Hech. 18:2). Es digno de notar que, aunque raramente se mencionaba el nombre de la esposa en relatos antiguos, cuando esto ocurría se lo colocaba en segundo lugar. En el caso de Priscila, sin embargo, frecuentemente se cita su nombre en primer lugar cuando se indican ambos nombres. Al presentarlos, Lucas mencionó primero a Aquila, como sería de esperar, pero en las otras dos alusiones, el nombre de Priscila apareció primero. Esto es particularmente interesante en el último caso, porque la actividad en la que estaban involucrados era la de enseñar a una persona. El hombre al que Priscila y Aquila estaban enseñando no era un discípulo sin experiencia, sino Apolo, el predicador brillante y elocuente, “poderoso en las Escrituras”. Él sabía mucho sobre Cristo, pero necesitaba un aprendizaje adicional, del cual Priscila participó (Hech. 18:24-28).
Al considerar el tipo de autoridad implicada en este relato, es posible constatar que las Escrituras tenían la autoridad final y que Priscila y Aquila desempeñaron un papel consistente con el de humildes líderes siervos. Algunos alegan que Priscila, en esta tarea, estaba sujeta a Aquila y bajo su supervisión, pero el hecho de que su nombre sea mencionado en primer lugar cuestiona este argumento.[6] A Priscila se la cita con Aquila en Romanos 16:3 como una synergo, o colega de trabajo, término utilizado por Pablo para referirse a sí mismo (1 Cor. 3:9) y a otros, como Lucas (Fil. 1:24) y Timoteo (1 Tes. 3:2).[7] En este caso, no es necesario justificar el hecho de que una mujer ejerciera el papel de educadora. El ministerio de Priscila es solo un ejemplo entre varios de mujeres mencionadas en Hechos, incluyendo la labor de Dorcas (10:36-39), la actividad de las hijas de Felipe como profetisas (21:8, 9) y la iniciativa de Lidia, que, con discreción, ofreció hospitalidad a Pablo y sus colaboradores y obró como su benefactora (16:13-16, 40).
Febe
En Romanos 16:1 y 2, Pablo escribió sobre Febe: “Les recomiendo a nuestra hermana Febe, que está al servicio [diakonos] de la iglesia de Cencreas. Acójanla en el nombre del Señor, como debe hacerse entre creyentes, y atiéndanla en todo cuanto necesite de ustedes, pues también ella se ha desvelado por ayudar [prostatis] a muchos, entre ellos, a mí mismo” (BLPH). Es significativo que Pablo haya utilizado la forma masculina diakonos, una indicación de que no solo se refería a ella como una mujer que sirve, sino como alguien que ocupaba un papel formal con un título establecido. La opción más probable en el contexto cristiano es que ella fuera una diaconisa. Esto concuerda con la afirmación de que era una diakonos de una iglesia particular, y con la inclusión de calificaciones para las mujeres en la lista de 1 Timoteo 3:11. Otra posibilidad es que actuara como agente designada de la iglesia en Cencrea.
El rol de liderazgo de Febe está fuertemente avalado por el término que la identifica como una prostatis. La palabra está relacionada con el don espiritual del liderazgo (proistēmi), aunque la forma sustantiva no se encuentre en ningún otro lugar del NT. Se utiliza en el mundo judío y grecorromano, en otros textos griegos de la época, para referirse a varios tipos de líderes oficiales.[8] El uso femenino del sustantivo también puede encontrarse en inscripciones que elogiaban a mujeres ricas que actuaban como mecenas, proveyendo financiamiento y, por lo tanto, teniendo alguna autoridad sobre el grupo. De acuerdo con la costumbre de la época, una mecenas ofrecía asistencia financiera a un grupo y sus miembros a cambio de honra pública y autoridad de los clientes que atendía. Febe, sin embargo, como alguien fiel a Cristo, actuaba del mismo modo que una hermana.[9]
Junia y otras mujeres
Además de Febe, ocho mujeres se mencionan en Romanos 16, incluyendo a Priscila y Junia, que, como Febe y Priscila, parece haber desempeñado un rol de liderazgo.[10] Acerca de ella, Pablo escribió: “Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes, y mis compañeros en la cautividad, los que son insignes entre los apóstoles; los cuales también fueron antes de mí en Cristo” (Rom. 16:7, RVA). El desafío inicial, que hace que muchos duden de la exactitud de este versículo, es que muchas versiones traducen el nombre como “Junias”, masculino, en lugar de “Junia”, femenino. Sin embargo, no es así como se entendía antiguamente. A pesar de los argumentos contrarios, Junia era un nombre común de mujer en el siglo I d.C.; aparece al menos 250 veces en inscripciones y otros textos romanos durante ese período, mientras que Junias (masculino) no aparece en ningún lugar durante la misma época.[11] Algunos han utilizado otro enfoque, argumentando, basados en la preposición griega en, que el versículo debe traducirse “conocidos por los apóstoles”, en lugar de “conocidos entre los apóstoles”. Sin embargo, la evidencia no corrobora que en deba ser utilizado de esta forma. De hecho, Linda Belleville descubrió un paralelismo casi exacto del mismo período que solo tiene sentido al traducirse como “entre”.[12]
Esto no significa reivindicar para Junia un ministerio semejante al de los Doce, o al de Pablo, sino decir que ella, al igual que otros que fueron llamados apóstoles en el NT, como Jacobo (Gál. 1:19) y Bernabé (Hech. 15:2), ejerció un rol de liderazgo como representante de Jesucristo. En Filipenses 4:2 y 3, se menciona a Evodia y Síntique como “colaboradoras” (sunergos) que lucharon al lado de Pablo en la causa del evangelio (Fil. 4:2, 3); el mismo término se utiliza para referirse a los líderes masculinos que lo ayudaron. Es posible encontrar indicios de liderazgo femenino en la iglesia cristiana también en 2 Juan, donde la “señora elegida” (vers. 1) podría muy bien ser la mecenas y líder de una iglesia hogareña en la provincia de Asia (actual Turquía occidental).
Aunque, cuando se consideran por separado, algunos de estos casos de liderazgo femenino no son del todo seguros, al considerar todos los diversos ejemplos, surge un patrón decidido. Uno se pregunta por qué motivo términos como apóstol, colaborador, diácono y líder se toman como lenguaje de liderazgo cuando se refieren a los hombres, pero se desestiman automáticamente cuando se aplican a las mujeres.[13]
Las mujeres en las iglesias hogareñas
Un camino válido para comprender la experiencia de las mujeres y su lugar en las iglesias hogareñas del primer siglo es explorar lo que puede conocerse sobre el trabajo y la autoridad de las mujeres dentro del hogar.[14] Aunque el poder absoluto del pater familias (hombre cabeza de familia) siendo un ideal romano, dentro de su propio hogar la mujer tenía una considerable autoridad y autonomía en aspectos como el aprovisionamiento, el cuidado y la supervisión de todos; la compra de tierras; el trabajo en el campo y la venta de productos; mientras que el marido se ocupaba de los asuntos cívicos y públicos.[15]
Aunque las mujeres casadas estaban oficialmente bajo la supervisión de su marido, muchos hombres no se preocupaban por los asuntos domésticos. Aunque muchas viudas dependían de sus familias, un número creciente de ellas, junto con algunas mujeres solteras, lograba ser económicamente independiente y gobernar plenamente sus propios asuntos. Reuniones de la iglesia en casas como la de la madre de Juan Marcos (Hech. 12:12), Ninfas (Col 4:15) y Priscila, llevaban reuniones públicas, de la esfera masculina, y que normalmente se celebraban fuera del hogar, a un lugar en el que las mujeres a menudo ejercían, de facto, y a veces plenamente, su autonomía y autoridad. Esta realidad exige una mayor consideración de los supuestos claros relacionados con la autoridad en el Nuevo Testamento.
Conclusión
Próximo al final de su ministerio, Jesús habló mucho sobre su Segunda Venida y repetidamente llamó a sus discípulos a estar listos para cuando él viniera. Al terminar de contar la parábola de las diez vírgenes, él advirtió que es necesario velar, “porque no sabéis el día ni la hora” (Mat. 25:13). A continuación de esa advertencia, inmediatamente comenzó una segunda parábola, afirmando: “Porque el reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos” (Mat. 25:14, 15).
Como dice la conocida parábola, los siervos que utilizaron lo que el Maestro les había dado fueron recompensados, mientras que el que ocultó su talento fue castigado. En el contexto de la inminente venida de Jesús, ¿osaremos insistir en que un talento o don dado por Dios no sea usado en todo su potencial para completar la obra de predicar el evangelio a todo el mundo?
Nota: El contenido completo de este artículo puede encontrarse en <link.cpb.com.br/99648d>.
Sobre el autor: profesora de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews.
Referencias
[1] Filo, On the Special Laws 3.169-170; Embassy to Gaius 40.319; Flavio Josefo, Antiquities of the Jews 4.219. Ver Bernadette J. Brooten, Women Leaders in the Ancient Synagogue (Nº 36; Chico, CA: Scholars Press, 1982); Amy-Jill Levine, “Second Temple Judaism, Jesus and Women: Yeast of Eden”, Biblical Interpretation 2 (1994).
[2] Elena de White observó: “Fue María quien primero predicó acerca de Jesús resucitado. […] Si hubiera veinte mujeres donde hoy hay una, que hiciera de esta sagrada misión su trabajo precioso, veríamos muchos más convertidos a la verdad. […] La influencia refinadora y suavizante de las mujeres cristianas es necesaria en la gran obra de predicación de la verdad” (Review and Herald, 2/1/1879).
[3] Gabriel visitó a Zacarías y a María; les dijo que no temieran y le prometió un hijo a cada uno. Sin embargo, sus respuestas difieren marcadamente, pues mientras que Zacarías fue reprendido por su falta de fe (Luc. 1:18), la pregunta de María no recibió reprensión, sino una fuerte garantía (1:34- 37). También puede verse una historia de un hombre y una mujer en los dos profetas, Simeón y Ana, que saludaron a Jesús en el Templo (2:25-39). Además, Jesús resucitó al hijo único de la viuda de Naín (7:11-17), así como a la hija de Jairo (8:40-56). A continuación de la parábola de la oveja perdida, que centra la atención en el pastor (15:3-7), se encuentra la parábola de la mujer que perdió la dracma en su casa (15:8-10).
[4] Charles H. Talbert, Reading Luke (Macon, GA: Smyth & Helwys, 2002), pp. 93-105; Ben Witherington III, “On the Road with Mary Magdalene, Joanna, Susanna, and Other Disciples – Luke 8:1-3”, Zeitschrift für die Neutestamentliche Wissenschaft 70 (1979).
[5] Joel B. Green, The Gospel of Luke (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1997), pp. 317-321.
[6] No sería menos plausible sugerir que Aquila pudo haber provisto el acompañamiento y la ayuda que permitiera que la obra de Priscila en la esfera pública en contacto con los hombres fuera menos cuestionable.
[7] Ben Witherington, The Acts of the Apostles: A Socio-Rhetorical Commentary (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), pp. 335-339, 567.
[8] Darius Jankiewicz, “Phoebe: Was She an Early Church Leader?”, Ministry (abril de 2013), pp. 10-13; Elizabeth A. McCabe, “A Reevaluation of Phoebe in Romans 16:1-2 as a Diakonos and Prostatis: Exposing the Inaccuracies of English Translations”, en Women in the Biblical World (Lanham, MD: University Press of America, 2009).
[9] Greg Perry, “Phoebe of Cenchreae and ‘Women’ of Ephesus: ‘Deacons’ in the Earliest Churches”, Presbyterion 36, Nº 1 (2010), p. 15.
[10] Ben Witherington, Women in the Earliest Churches (Nueva York: Cambridge University Press, 1988), p. 116; Eldon Epp, Junia: The First Woman Apostle (Mineápolis, MN: Fortress, 2005); Nancy Vhymeister, “Junia the apostle”, Ministry (abril de 2013), pp. 6-9.
[11] Epp, pp. 26-28.
[12] A favor de “conocidos por” están Michael H. Burer y Daniel B. Wallace, “Was Junia Really an Apostle? A Reexamination of Rom 16.7”, New Testament Studies 47, 2001. Linda Belleville está entre quienes defienden la traducción “conocidos entre”, y encontró un paralelismo casi exacto de esta construcción. Ver Linda L. Belleville, “Iounian… ‘episēmoi ‘en tois ápostolois: A Re-examination of Romans 16.7 in Light of Primary Source Materials”, New Testament Studies 51, 2005.
[13] Carolyn Osiek y Margaret Y. MacDonald, A Woman’s Place: House Churches in Earliest Christianity (Mineápolis, MN: Fortress, 2006), p. 228.
[14] Ibíd., pp. 144-163.
[15] Por ejemplo, Jenofonte escribió sobre el marido y la mujer que mantenían una asociación en casa en la que el marido aportaba los recursos y la esposa los administraba (Oeconomicus 3.14-16). Su trabajo doméstico (como resultado de la formación de la esposa adolescente por el marido mayor) se ha comparado con el de una abeja reina, el de un comandante militar y el de un concejal (7, 36-43; 9, 15).