A medida que los discípulos intimaban con su Señor y Maestro experimentaban una sensación profundamente reconfortante. Era un honor y un privilegio oír sus instrucciones, trabajar con él y beneficiarse con las correcciones hechas con tacto y bondad por el Maestro Evangelista.
No puedo pensar en otra asociación que sea más dulce y sagrada que el compañerismo que existía entre nuestro Señor Jesucristo y sus discípulos durante los tres años y medio de su ministerio terrenal. Como pastor y copastores estudiaron juntos, trabajaron juntos y oraron juntos. Eso sucedió hace unos dos mil años. Pero nosotros, los que somos llamados a ser colaboradores con él, podemos gozarnos hoy en el mismo grato compañerismo, si nos asociamos unos con otros y edificamos para la eternidad dando la decisiva advertencia para los últimos días: “Aparéjate para venir al encuentro a tu Dios.”
El asunto que quisiera destacar es éste: ¿Podemos mejorar el compañerismo que existe entre los coedificadores?
Seamos cautelosos
Existe la tendencia entre algunos de nosotros, los pastores ordenados, a creer que los recién graduados poseen una preparación más valiosa que la que puede obtenerse en el campo de trabajo. Valoramos tanto su habilidad para trabajar por Dios, que cuando el joven aspirante al ministerio da los primeros pasos en el terreno de la experiencia, podemos quedar chasqueados. Esperamos demasiado de él en el comienzo.
Si bien es cierto que no debemos menospreciar la preparación de los jóvenes graduados, tenemos que reconocer el hecho de que Dios los coloca bajo nuestro cuidado, con el objeto de que les sirvamos un “vaso de agua fresca” de la fuente de la experiencia. Es muy cierto que los profesores de nuestros colegios son hombres de experiencia. Pero el compacto programa de los colegios con mucha frecuencia abruma de tal modo a maestros y alumnos, que impide la obra de compartir los inestimables consejos que son hijos de la experiencia. En este sentido nosotros, los que estamos en el campo, podemos cooperar con nuestros hermanos de os colegios, al suplir lo que conocemos que es de necesidad vital.
Con esta idea en nuestra mente, no debiéramos criticar demasiado los defectos de nuestros compañeros más jóvenes. En lugar de ello, debiera ser nuestro deseo modelar y edificar a los obreros jóvenes para la gloria de Dios, de modo que resulten capaces de ocupar sus puestos en la organización del Señor. Personalmente creo en la necesidad de tolerar sus yerros, porque yo también los cometo. Siempre procuro ver lo mejor de ellos, porque creo que Dios hace eso mismo conmigo.
A menudo se insinúa en nuestro ánimo de obreros experimentados un deseo egoísta. Es fácil que pensemos que al formarlos debidamente, estos jóvenes nos desplazarán del blanco que nos hemos propuesto alcanzar, o bien del lugar que ya ocupamos. Este modo de pensar encierra un grave peligro. Puede neutralizar todo el poder de realización de los obreros más antiguos. Estamos en la obra del Señor porque hemos sido llamados. Puesto que se trata de su obra, y él tiene la dirección en sus manos, tiene la prerrogativa de poner y quitar obreros, para el bien de su iglesia.
El desafío que se nos presenta, como ministros ordenados, es nuestra oportunidad de fomentar el valor de aquellos con quienes estamos asociados, dándoles gratuitamente de la sabiduría y experiencia que hemos recibido de Dios. Debe constituir para nosotros gran gozo y un desafío mayor, el hecho de que aquellos a quienes hemos ayudado, ocupen posiciones de mayor responsabilidad que las que ocupamos nosotros. Representa un gran desafío espiritual el ser capaces de menguar mientras ellos crecen.
Un amor y comprensión mayores
Aquellos de nosotros que hemos pasado por grandes apuros, debiéramos ser más fervientes en pedir a Dios una mayor consagración y amor, de modo que seamos capaces de ayudar a los jóvenes ministros a llevar la antorcha de la verdad a alturas que no hemos alcanzado.
Si tenemos demasiada tendencia a criticar, no podremos ayudar a los obreros jóvenes de personalidad recia. Hay quienes han llegado a recomendar que un aspirante al ministerio sea separado de la obra, sin darle tiempo suficiente y ayuda para que llegue a desarrollarse.
Algunas veces esperamos que otros se desarrollen demasiado rápidamente, siendo así que el Señor ha sido tan paciente con nosotros. Creemos que lo bueno que hay en otros debe ser tan variado como lo que pensamos que los demás ven en nosotros. Es posible que el Maestro Constructor esté desarrollando en ellos valores de otra clase, a causa del propósito para el cual los prepara. Nuestra mayor contribución a la edificación de la obra de Dios es nuestra habilidad de ver en nuestros compañeros la misma que Dios ve en ellos.
Que Dios nos ayude a comprender que esa asociación con los obreros jóvenes es uno de los privilegios ministeriales más delicados y sagrados. Cuando me asocio con ellos me gusta sentir que tengo una responsabilidad que habla de la eternidad, la de modelar y capacitar a estos instrumentos que Dios ha elegido. Me agrada considerar las grandes posibilidades que existen en mis compañeros jóvenes, desprendiéndome de toda forma de estrechez egoísta.
Cuando me asocio con mis colaboradores jóvenes, comprendo mi sagrada responsabilidad que siempre va en aumento. Sé que un día tendré que comparecer ante Dios y darle cuenta de cuál fue mi comportamiento con los instrumentos elegidos por él. La pregunta que se me hará en el día del juicio podría ser ésta: “¿Has ayudado a tus colaboradores a conquistar su propia naturaleza, su deseo de crédito y popularidad a costa de los demás?”
¿Cómo estoy viviendo delante de mis colaboradores? ¿Me respetan únicamente por mis credenciales y posición? Cuando trabajo con ellos en la obra de dar el último mensaje de la misericordia de Dios, ¿reconocen que hay en mí una profunda consagración y amor duradero por las cosas de Dios?
Señalémosles bondadosamente los peligros que les esperan en las sendas del servicio. Si cometen errores al presentar el mensaje, necesitan nuestra benévola comprensión. Casi siempre resulta más difícil construir que destruir. A medida que nuestros compañeros jóvenes avancen por el camino de la experiencia, pongámonos a su lado y digámosles: “Hermano, sigue avanzando y que Dios te acompañe. Los errores que tú cometas, también serán los míos.”
Nuevas ideas
Algunas veces creemos que las ideas que proceden de los aspirantes al ministerio son un insulto para nuestros muchos años de experiencia. Y hay quienes menosprecian esas ideas por el único motivo de que no son ellos los autores. Y tampoco faltan quienes se apresuran a apoderarse de la nueva idea y sacar beneficio de ella como si fuera propia. Tal actitud produce mayor daño a los obreros experimentados que obran de ese modo, que a los jóvenes que trabajan con ellos. Y aun puede llegar a desarrollar en el pastor ordenado un complejo de inferioridad, que se manifestará de diversas formas, tales como celos, espíritu de crítica y censura. Es difícil luchar y vencer esos males una vez que se han posesionado del corazón. Empañan nuestra visión de las cosas celestiales, y a medida que los alimentamos, va disminuyendo nuestro poder para trabajar en favor de la obra de Dios. Nunca perdemos con el hecho de reconocer el valor de una idea, cuando lo merece, ¡nunca!
Causa gozo ver a los jóvenes entrar en el ministerio. Necesitan nuestras oraciones y nuestra dirección. Aprobemos sus ideas con entusiasmo, sometamos a prueba las que sean de valor, y siempre reconozcamos todo su derecho de propiedad. La debida consideración de las buenas ideas de nuestros colaboradores es un modo excelente de animarlos a desarrollar la individualidad que Dios les ha dado. ¿No aceptaremos con gusto las ideas y los planes de nuestros obreros jóvenes, y no procuraremos mejorar con ellos nuestro propio ministerio?
Es el deseo de Dios que vivamos vidas consagradas y que ayudemos a formar compañeros consagrados en el ministerio. Según como se siembre la semilla, así también será la cosecha que producirá. Si observamos una actitud suficiente de “yo soy más santo que tú,” entonces es probable que el obrero a quien le hemos ayudado a formarse se nos parezca. Si somos sensibles al yo y no a la influencia divina, también lo será nuestro asociado. Si nuestra presentación de los mensajes es argumentativa y predomina en nosotros un espíritu de debate, la mente de nuestros compañeros jóvenes se formará inconscientemente por el mismo patrón. Cuando hayamos aprendido a tratar correctamente con nuestros colaboradores, nuestro testimonio en favor de Dios será poderoso; cuando mantengamos los ojos fijos en Cristo Jesús y en la tierra nueva, el nuestro será un ministerio activo, magnético, lleno del Espíritu Santo.
¡Contemplad la abundante lluvia del Espíritu Santo de Dios que espera un ministerio consagrado, armonioso y cooperador! Hermanos, si queremos terminar la enorme obra que resta por hacer, tenemos que recibir el poder del Pentecostés de los últimos días. Ojalá podamos fijar nuestra vista en la Nueva Jerusalén y estar listos para recibir ese incomparable privilegio que es la ascensión de los santos a la amada ciudad que hoy espera a los redimidos.
En Romanos 12:1 Pablo nos hace la siguiente invitación: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable’ a Dios, que es vuestro racional culto.”
Quiera el Señor persuadirnos a esforzarnos para alcanzar un ministerio más noble, agradable y plenamente consagrado, para que Dios pueda cumplir el propósito divino que tiene reservado para todos nosotros.
“A fin de que la obra pueda avanzar en todos los ramos, Dios pide vigor, celo y valor juveniles. Él ha escogido a los jóvenes para que ayuden en el progreso de su causa. Para hacer planes con mente clara y ejecutarlos con mano valerosa, se requiere energía fresca y no estropeada. Los jóvenes están invitados a dar a Dios la fuerza de su juventud, para que por el ejercicio de sus líderes por reflexión aguda y acción vigorosa, e tributen gloria e impartan salvación a sus semejantes.
“Se necesitan jóvenes que no sean arrastrados por las circunstancias, que anden con Dios, oren mucho y hagan esfuerzos fervientes para obtener toda la luz que puedan.”—“Evangelismo,” pág. 314.
Sobre el autor: Pastor-evangelista de la Misión Central de Luzón, Filipinas.