- La naturaleza de la profecía
Nuestra comprensión de la naturaleza de la profecía inevitablemente determinará cómo interpretamos las profecías bíblicas y los temas relacionados en el libro de Hebreos.
P. ¿Es cierto que todas las profecías del Antiguo Testamento debían cumplirse con el primer advenimiento de Cristo?
R. Para contestar esta pregunta debería señalarse que no toda la literatura profetice del Antiguo Testamento es de idéntica naturaleza. Hay dos tipos principales de literatura profética: (1) profecía general, representada en Isaías, Jeremías, Amos, etc.; y (2) profecía apocalíptica, que es el caso de Daniel.
Como ha sido ampliamente reconocido, la profecía general tiene una perspectiva que enfoca primeramente el tiempo del propio profeta, aunque también tiene una perspectiva más amplia que el sentido local, incluyendo dimensiones de una escala cósmica que culmina en el gran día del Señor y un nuevo cielo y una nueva tierra (véase Isa. 2: 24-27; 65; 66; Zac. 9-14). Por causa de esas dos dimensiones, puede considerarse algunas veces que la profecía general tiene un aspecto de doble cumplimiento: uno local, contemporáneo, y una perspectiva futura, universal. (Esto no es lo mismo que el principio apotelesmático, el cual permite múltiples cumplimientos.)
La profecía apocalíptica, por el contrario, tiene una visión universal. No trata con el panorama contemporáneo y local de la historia, sino con los principales actos históricos salvíficos de Dios a lo largo de toda la historia humana, la gran controversia entre el bien y el mal. De esa manera vemos en Daniel 2, 7,11 y 12 un tratamiento de los poderes mundiales en sucesión progresiva desde el tiempo de Daniel hasta el juicio previo al advenimiento, y más allá del establecimiento universal del reino eterno de Dios. Además, vemos que el profeta apocalíptico, mientras cubre el panorama completo de la historia, enfoca los acontecimientos del fin del tiempo. Junto con ello, gran parte de la profecía apocalíptica utiliza imágenes simbólicas comunicadas por sueños y visiones que representan realidades históricas.
Otro aspecto importante de la profecía apocalíptica es su continuidad horizontal, histórica. La historia es presentada de manera direccional, una continuidad que está bajo el control de Dios y se dirige inexorablemente a su gloriosa consumación. Esa perspectiva esquematiza la historia del mundo y describe a los poderes que deben jugar un papel en ella. Lo apocalíptico enfatiza el hecho de que Dios está en el control y que la historia de la salvación se mueve de acuerdo con su presencia. Imperio tras imperio emergen en la escena de acción tal como fue predicho, no sólo de acuerdo con el modelo profetizado sino también de acuerdo con su duración de dominio sobre el pueblo de Dios tal como lo indican las predicciones específicas de tiempo. Es esa especificidad en la revelación de la historia lo que va en contra de la aplicación de un doble cumplimiento para la profecía apocalíptica. La literatura apocalíptica tiene una incondicionalidad e inevitabilidad que otorga a sus predicciones características absolutas. Dios está en el control de los asuntos humanos, pues él es el soberano. No importa qué hagan los poderes malvados, Dios triunfará de acuerdo con su presciencia. En armonía con esta opinión, vemos en Daniel el surgimiento de poderes mundiales específicos, un cuerno pequeño con un tiempo pre determinado de supremacía y un período de tiempo después del cual Dios intervendría en favor de su pueblo (véase Dan. 7: 25; 8:14). Un cuidadoso repaso de estas profecías apocalípticas muestra que no terminan con el primer advenimiento. En esa época el cuarto imperio mundial, Roma, estaba en pleno control, y el cuerno pequeño aún no había aparecido en escena, lo cual indicaba que sólo una parte de la profecía se había cumplido y aún faltaba mucho por venir. Por lo tanto, en lo que respecta a las profecías de Daniel, no era el plan de Dios, después de dar a Daniel esta visión profética de la historia de la salvación, que todas las profecías del Antiguo Testamento se cumplieran en el primer advenimiento.
No hay un cumplimiento doble o múltiple de los imperios mundiales de Babilonia, Medo Persia, Grecia y Roma. Aun cuando Roma se presente en Daniel 8 en sus fases pagana y papal, continúa siendo una sola Roma. Como los imperios mundiales tienen un solo cumplimiento, el cuerno pequeño de Daniel 7 tiene un único cumplimiento en la Roma papal, la cristiandad apóstata y el cuerno pequeño de Daniel 8 no tienen más que un simple cumplimiento en las dos fases de Roma. De igual manera, el reino simbolizado por la piedra de Daniel 2 y el “reino eterno” de Daniel 7, cuya inauguración se describe en Daniel 12:1-4, tiene sólo un cumplimiento en la final consumación cuando la edad antigua dará paso a una nueva era y la historia tal como la conocemos dejará de ser.
Es cierto que con Dios todas las cosas son posibles, pero su palabra profética a Daniel revela que la historia no será consumada en el reino eterno en el primer siglo DC. Sería totalmente infructuoso que nosotros, quienes hemos tenido el privilegio de ver el seguro cumplimiento de las profecías de Daniel en el vasto panorama de la historia, desarrollemos teorías con respecto a lo que podría haber pasado, pero en realidad no sucedió.
La condición anteriormente propuesta, por qué esas profecías de Daniel no encontraron su supuesto cumplimiento en el primer siglo después de Cristo, es que la iglesia no se aferró del Evangelio rápidamente ni lo proclamó en su pureza. Esa no es la imagen de la iglesia apostólica que nos entrega el Nuevo Testamento desde los Hechos hasta el Apocalipsis. Si esas profecías no alcanzaron su cumplimiento porque la iglesia apostólica fracasó en su tarea, ¿qué seguridad tenemos de que la Iglesia Adventista, o cualquier otra iglesia, alcanzará la condición necesaria para el cumplimiento de esas profecías y el regreso de Cristo? ¿En base a qué parte de las Escrituras puede sostenerse que la iglesia primitiva no cumplió con las expectativas de Dios, y que esa fue la razón por la cual Cristo no regresó en esa generación?
P. Se sostiene que “el peso completo del testimonio del Nuevo Testamento es que el plan ideal de Dios era que Cristo hubiera regresado en el primer siglo de nuestra era, no mucho tiempo después de su ascensión al cielo”. ¿Es ése verdaderamente el testimonio unánime del Nuevo Testamento?
R. Aunque el Nuevo Testamento enfatiza el pronto regreso de Cristo, también previene acerca de ser demasiado optimista con respecto a un retorno inminente. La carta de Pablo a los Tesalonicenses desarrolla ese punto. Esos creyentes tenían la impresión de que el día del Señor era inminente. Para corregir esa impresión errónea, Pablo les informa acerca de los eventos que deberían transcurrir antes de la segunda venida. Tal como se indica en 2 Tesalonicenses 2, Pablo les dice que antes de la venida de Cristo ocurrirán importantes acontecimientos en el mundo religioso, y los previene para que no sean engañados al respecto (véase vers. 3). Luego el apóstol continúa señalando que antes de que Cristo venga se desarrollará la apostasía, y el poder tan claramente descripto en Daniel surgirá para hacer guerra contra el pueblo de Dios. Hasta que ese poder impío se manifieste, será vano esperar la segunda venida. Pablo dijo, además: “Porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado” quien se establecerá en la iglesia y se sentará “en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (vers. 3, 4). Elena G. de White subraya ese punto de la siguiente manera: “Lo que ha de venir, sin que haya venido ‘primero la apostasía’, y sin que haya sido ‘revelado el hombre de pecado” (2 Tes. 2:3, VM). Sólo después que se haya producido la gran apostasía y se haya cumplido el largo período del reino del ‘hombre de pecado’, podemos esperar el advenimiento de nuestro Señor. Ese período terminó en 1798. La venida del Señor no podía verificarse antes de dicha fecha” (El Conflicto de los Siglos, pág. 405).
El testimonio de Pablo muestra que todo el peso del Nuevo Testamento no indica que el retorno de Cristo hubiera de ocurrir en el primer siglo.
P. Se sostiene que la declaración de Cristo: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mat. 24:34) demuestra que “la evidencia de que Cristo planeaba retornar en esa misma generación a la cual se estaba dirigiendo es abrumadora. El hecho decisivo es que la expresión ‘esta generación’ aparece catorce veces en los evangelios, y siempre se refiere a los contemporáneos de Cristo” (297). ¿Es correcta esa conclusión?
R. Mateo 24: 34 es parte del último discurso de Cristo, en el cual responde a dos preguntas diferentes. La primera trata con el final de Jerusalén; la segunda con el final del mundo (véase vers. 3). De la estructura del sermón muchos han notado que Jesús no discute separadamente la destrucción de Jerusalén y su regreso personal. Da la impresión de que en favor de sus discípulos mezcló el relato de esas dos grandes crisis. Al comparar la historia con ese discurso, pueden descubrirse algunos hechos que se aplican solamente a la nación judía, otros que pertenecen a los que viven en el fin del tiempo, y aún otros que son importantes para ambas clases de personas.
Mateo 24:15-20 se refiere a la caída de Jerusalén. Los versículos 21 y 22 describen brevemente el período entre la destrucción de Jerusalén y las señales del segundo advenimiento. Con respecto a ese interludio Elena G. de White ha hecho esta interesante observación: “Entre estos dos acontecimientos [la caída de Jerusalén y el segundo advenimiento], estaban abiertos a la vista de Cristo largos siglos de tinieblas, siglos que para su iglesia estarían marcados con sangre, lágrimas y agonía. Los discípulos no podían entonces soportar la visión de estas escenas y Jesús las pasó con una breve mención” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 584).
En otros comentarios sobre este período de tribulación, ella dice: “En unas cuantas declaraciones breves, de terrible significado” Cristo “predijo la medida de aflicción que los gobernantes del mundo impondrían a la iglesia de Dios” (El Conflicto de los Siglos, pág. 43).
El comienzo de la tribulación puede ubicarse con la caída de Jerusalén y, de acuerdo con Mateo 24:29, su terminación tuvo lugar en el tiempo de las señales en el sol, la luna y las estrellas -el día oscuro de 1780 y la caída de las estrellas de 1833. Por lo tanto, ese período abarca el tiempo de tribulación que la iglesia padeció como resultado de las persecuciones paganas y papales. Mateo 24:32 y 33 nos permite llegar a la conclusión que esas señales cósmicas son advertencias especiales con el propósito de conducir a la gente al arrepentimiento y dar ánimo al pueblo de Dios. Es en ese contexto inmediato que encontramos el mensaje de Mateo 24: 34 de que la generación que viviera en el tiempo del fin de esa tribulación no moriría sin ver las señales cósmicas del versículo 29. Al comentar el día oscuro y la caída de estrellas de 1833, Elena G. de White señaló: “Cristo anuncia las señales de su venida. Declara que podemos saber cuándo está cerca, aún a las puertas. Dice de aquellos que vean estas señales: ‘No pasará esta generación, que todas estas cosas no acontezcan’. Estas señales han aparecido. Podemos saber con seguridad que la venida del Señor está cercana” (El Deseado de Todas las Gentes, págs. 585, 586).
En otras palabras, esas señales vitales deberían ocurrir durante el lapso de vida de una generación. Considerando la naturaleza del discurso de Cristo en el Monte de las Olivas, ciertamente no existe evidencia abrumadora para afirmar que Cristo quería decir que regresaría en los días de la generación a la cual se estaba dirigiendo. Por el contrario, el contexto inmediato de Mateo 24: 34 parece relacionar este texto con la generación que viviera en el tiempo cuando esas señales cósmicas especiales en el sol, la luna y las estrellas tuvieran lugar.
También puede ser importante destacar que entre los comentadores antiguos y modernos la expresión “esta generación” no se entiende como que necesariamente se refiera a los que escuchaban a Cristo, no son necesariamente sus contemporáneos. Entre las sugerencias para identificar a la frase “esta generación” (he genea hauté) están las siguientes: (1) El pueblo judío como raza, en el sentido de que el pueblo judío como raza no perecería hasta que Cristo retornara (piensan de esa manera Jerónimo, Bietenhart, H. Schniewind, F. Busch, H. Bieten- A. Meinertz, Bauer-Amdt-Gingrich); (2) la humanidad en general, en el sentido de que la raza humana como tal permanecería hasta su venida (H. Conzelmann); (3) “esta clase” o “esta naturaleza” es decir la naturaleza perversa y descreída del hombre continuará hasta el esjaton (W. Michaelis); (4) “discípulos” o “cristianos” continuarán hasta la segunda venida (Crisóstomo Víctor de Antioquía, Teofilacto).
P. ¿Podían haber tenido las profecías de tiempo de Daniel y Apocalipsis un cumplimiento en el primer siglo?
R. Debe comprenderse que el cumplimiento de estas profecías apocalípticas en el primer siglo es posible si el principio de día por año no es una regla de interpretación inherentemente bíblica. Cómo hubieran podido cumplirse esas profecías en un periodo de tiempo tan corto es un asunto que requiere una considerable especulación. Puede resultar interesante, desde un punto de vista académico, pero infructuoso en lo que respecta a su relevancia práctica. Un hipotético cumplimiento posible de esas profecías en el primer siglo. Carece de toda significancia real por el hecho de que no hubo un retorno de Cristo en el primer siglo.
No hay razón por la cual el principio de día por año, no deba ser aceptado como un principio bíblico, especialmente cuando el cumplimiento histórico de todas las profecías de tiempo mencionadas provee amplia evidencia de su validez. Es en este contexto que la función inspiradora de fe de la profecía se manifiesta a sí misma como “la palabra profética más segura” y “una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Ped. 1:19) hasta el segundo advenimiento.
Se ha dicho, algunas veces, que Cristo no hubiera podido venir antes de 1844 si de, hecho la profecía de los 2.300 días -años- fuera incondicional y por lo tanto llegara al año 1844 DC. El argumento continúa diciendo que, siendo que Cristo no hubiera podido venir antes de 1844, la profecía de los 2.300 días -años- debe ser condicional. ¿Es cierto que una profecía de 2.300 días-años incondicional hubiera evitado que Cristo retornara antes de 1844?
Dios en su presciencia (la cual no debe confundirse con la predestinación) dio la profecía de los 2.300 días-años de Daniel 8:14 con la intención de que su solo cumplimiento ocurriera en 1844, luego del cual el Santuario celestial experimentaría la actividad divina de purificación. Esa presciencia divina, comunicada a través de la visión profética apocalíptica, implica conocimiento avanzado de los hechos históricos, incluyendo especificaciones definidas de tiempo. El libro de Daniel da testimonio de la experiencia del gobierno de Dios en la historia. En retrospección, el estudiante del libro de Daniel discierne que la historia no está gobernada por capricho o por las ambiciones poderosas de los gobernantes y las naciones, sino por el beneficioso propósito y plan de Dios. Desde la perspectiva de la Escritura, nada ocurre por casualidad o capricho, pues el propósito y plan soberano de Dios es enfatizado en la profecía del Antiguo Testamento: “Ciertamente será de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado” (Isa. 14: 24, cf. 5: 19; 19:17; 28: 29; Amos 3: 7; Miqueas 4:12; Jer. 50:45).
En la Escritura, la historia es la revelación del plan y el propósito de Dios, un movimiento de eventos conocidos por anticipado y anunciados a sus profetas a través de predicciones. En la profecía clásica el aspecto condicional emerge, particularmente con respecto al propósito de Dios para el antiguo Israel basado en el pacto y en la disposición de Israel de obedecer las obligaciones del pacto. Pero en la profecía apocalíptica no existe tal condicionalidad. En contraste con la profecía clásica, la profecía apocalíptica es universal en su visión y cósmica en naturaleza; no está encadenada al pacto entre Dios y el mundo, y por lo tanto no está condicionada por las obligaciones del pacto.
El preconocimiento de Dios hizo posible predecir en la profecía apocalíptica el surgimiento y la caída de los imperios mundiales y su sucesión histórica de una manera misteriosa. Lo mismo se aplica a los detalles históricos acerca de la obra y el tiempo del Mesías (véase Dan. 9: 24-27) y el período de tiempo otorgado al antiguo Israel. Ese preconocimiento incluía el período de tiempo de supremacía sobre los santos por parte del poder simbolizado por el cuerno pequeño en Daniel 7: 25. Ese preconocimiento incluía también el período de tiempo profético más largo conocido en las Escrituras, la profecía de los 2.300 días-años de Daniel 8:14. Ese preconocimiento divino no tiene nada que ver con el fatalismo, ni simplemente implica que la voluntad del hombre está determinada casualmente, privándolo de su libertad de elección. Significa, sin embargo, que Dios tiene soberanía sobre la historia.
Si hemos de especular que Cristo no hubiera podido volver a la tierra antes de 1844, tampoco podíamos concluir que, en una mentalidad tal la profecía de los 2.300 días-años es condicional. La razón es realmente simple y está declarada claramente en Daniel 8: 26: “La visión de las tardes y mañanas que se ha referido es verdadera; y tú guarda la visión, porque es para muchos días”. El pensamiento de la visión significa particularmente que su elemento de tiempo de “tardes y mañanas”, el cual es realmente verdadero, debía ser sellado en el sentido de que su detalle del tiempo exacto debía permanecer de lado hasta ese tiempo, que era “para muchos días”. El sellamiento o velamiento del elemento de tiempo haría posible que Cristo viniera en un momento más temprano de la historia, por lo menos desde un punto de vista teórico, sin dar en absoluto a la profecía de los 2.300 días-años un carácter condicional ni forzarla a referirse a otro período de tiempo que no fuera el que Dios había dado, es decir, de 457 AC a 1844 DC. En un nivel teórico y especulativo, el sellamiento de la visión haría posible que Cristo viniera antes de 1844 si esa fuera la voluntad de Dios. El hecho de que la visión fue desellada, en la última parte del siglo XVIII y en la primera parte del siglo XIX, percibiéndose el elemento de tiempo amplia y claramente por primera vez, permitió otras opciones por parte de Dios sin hacer que la profecía de los 2.300 días-años fuera condicional, ni hacerla referirse a alguna otra cosa.
De todas maneras, es preferible salir del ámbito de la teoría y la especulación, y entrar en la realidad. La realidad es que en el pre conocimiento de Dios la predicción de ese largo período de tiempo fue hecho y que encontró su único cumplimiento divinamente diseñado en los acontecimientos de 1844, cuando una nueva fase del ministerio que implicaba la purificación, la restauración, y la vindicación comenzó en el Santuario celestial. El año 1844 marca también el tiempo cuando no hay más profecías de tiempo por cumplirse. Todos los seres humanos viven ahora en el tiempo de la prueba, tiempo prestado por Dios, antes del glorioso segundo advenimiento de Cristo que experimentará su pueblo.
- El papel de Elena G. de White en asuntos doctrinales
P. Hay quienes piensan que, al aceptar la Biblia y la Biblia sola como nuestra autoridad final en asuntos doctrinales, no podemos darles a los escritos de Elena G. de White autoridad equivalente. “Elena G. de White no es nuestra autoridad. Esta posición la puede ostentar solamente la Biblia. Apartarse de la Biblia y la Biblia sola’ como el ‘único vínculo de unión’ y nuestro único ‘credo’, sería dejar de ser tanto biblistas como protestantes, y sólo podría dar como resultado la división de esta iglesia”. ¿Se considera a Elena G. de White como autoritativa en cuestiones doctrinales?
R. La expresión “la Biblia y la Biblia sola” aparece frecuentemente en los escritos de Elena G. de White. Una cuidadosa revisión de estas citas en su contexto, indican que:
- En muchas oportunidades la frase da énfasis a la importancia de la Biblia en contraste con la sabiduría, visiones, ideas, tradiciones, falsas doctrinas, y máximas del hombre.
- Esta expresión nunca se usa para contraponer las Escrituras con las visiones o escritos de Elena G. de White.
- Al usar la expresión jamás intenta excluir la valedera obligación de responder a las visiones como luz que Dios ha dado a su pueblo. Por cierto, en varios casos la frase es seguida de palabras que agrado por la aceptación de sus escritos como compromiso por parte de los que aceptan la Palabra de Dios.
- Nuestros pioneros nunca vieron en esta frase que se excluía la utilización de sus escritos o visiones para llegar a la verdad, para estudiar las doctrinas o para comprender los deberes. Antes bien, vieron sus escritos como un instrumento conductor al definir la verdad.
Ya en 1863, lirias Smith declaró en un editorial de la Review and Herald: “la Biblia y la Biblia sola”, “la Biblia en su pureza”, “la Biblia regla de vida suficiente y única digna de confianza”, etc., es ahora el gran clamor de los que están expresando su oposición a las visiones, y están trabajando con su poder para prejuiciar a otros contra ellas…
“El principio protestante, de ‘la Biblia y la Biblia sola’, es en sí mismo bueno y verdadero, y nos adherimos a él tan firmemente como podemos, pero cuando se lo reitera en conexión con abiertas denuncias de las visiones tiene una engañosa apariencia de mal. Usada de esta manera, contiene una encubierta insinuación, calculada muy efectivamente para torcer el juicio de los desprevenidos, que piensan que creer en las visiones es dejar la Biblia, y apegarse a la Biblia es descartar las visiones.
“Cuando pretendemos adherirnos a la Biblia y a la Biblia sola nos obligamos a nosotros mismos a recibir, inequívoca y completamente, todo lo que la Biblia enseña”. Smith procede, entonces, a buscar lo que la Biblia enseña sobre las visiones y su manifestación en nuestros días. Encuentra evidencias en su estudio, y concluye diciendo: “No descartamos, entonces, sino obedecemos, la Biblia al respaldar las visiones” (Review and Herald, 13 de enero de 1863; la cursiva es nuestra).
El papel de Elena G. de White para establecer las doctrinas de la iglesia puede ser resumido como sigue:
Se da énfasis a las Escrituras como nuestra única regla de fe y práctica. Esto, sin embargo, no anula la importancia de las visiones de Elena G. de White, ni la hace menos inspirada de los que lo fueron los escritores bíblicos. En 1847, James White escribió en A Word to the Little Flock, su primera declaración publicada acerca de las visiones de su esposa: “La Biblia es una revelación completa y perfecta. Es nuestra única regla de fe y práctica. Pero esta no es razón, de acuerdo con el testimonio de Pedro, por la que Dios no pueda mostrarnos el cumplimiento pasado, presente y futuro de su Palabra, en estos últimos días, mediante sueños y visiones. Las visiones verdaderas son dadas para guiarnos a Dios y a su Palabra escrita; pero las que son dadas para nuevas reglas de fe y práctica, separadas de la Biblia, no pueden provenir de Dios, y deben ser rechazadas” (pág. 13).
Elena G. de White hizo una propuesta similar, en 1851, en la última página de su primer libro, Experience and Views. Después de presentar sus visiones escribió: “Recomiendo al amable lector la Palabra de Dios como regla de fe y práctica. Por esa Palabra hemos de ser juzgados. En ella Dios ha prometido dar visiones en los ‘postreros días’; no para tener una nueva norma de fe, sino para consolar a su pueblo, y para corregir a los que se apartan de la verdad bíblica. Así obró Dios con Pedro cuando estaba por enviarlo a predicar a los gentiles” (Primeros Escritos, pág. 78).
Cuando nuestros pioneros se reunieron primero en congresos bíblicos (principalmente los cinco congresos de 1848) fueron dadas varias y diversas visiones. Ellos investigaban las Escrituras con oración, pasando algunas veces noches enteras orando e investigando. De su experiencia, Elena G. de White escribió: “Cuando llegaban al punto en su estudio donde decían: ‘No podemos hacer nada más’, el Espíritu del Señor descendía sobre mí y era arrebatada en visión y se me daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado estudiando, con instrucciones en cuanto a la forma en que debíamos trabajar y enseñar con eficacia. Así se daba luz que nos ayudaba a entender los textos acerca de Cristo, su misión y su sacerdocio. Una secuencia de verdad que se extendía desde ese tiempo hasta cuando entremos en la ciudad de Dios me fue aclarada, y yo comuniqué a otros las instrucciones que el Señor me había dado” (Mensajes Selectos, t. 1, pág. 241).
Durante el tiempo en que las doctrinas adventistas estaban siendo desarrolladas, la mente de la Sra. White estaba cerrada, y ella explicaba que “no podía comprender el significado de los textos que estábamos estudiando” (id.). Estuvo en esta condición por dos o tres años (1848 hasta el invierno de 1850- 1851).
Por consiguiente, es evidente que las visiones de Elena G. de White con respecto a las verdades doctrinales eran aceptadas como autoritativas por los pioneros de este movimiento y por Elena G. de White misma. En 1892, escribió: “En algunas ocasiones el Espíritu de Dios vino sobre mí, y porciones difíciles fueron aclaradas por medio de la manera señalada por Dios, y entonces hubo perfecta armonía” (Review and Herald, 26 de julio de 1892).
Fue mediante el don del espíritu de profecía que esta voz autoritativa trajo la unidad a los creyentes. Si llegara el momento cuando este don no se considerará más como proveniente de Dios, sería fácil conjeturar cuán rápidamente se disiparía la unidad de creencias ahora evidente en el movimiento mundial de los adventistas.
J. N. Andrews lo expresó de esta manera en un editorial de la Review and Herald de 1870: “El propósito de los dones espirituales es mantener viva la obra de Dios en la iglesia. Permiten al Espíritu de Dios hablar para corregir errores y para sacar a luz la iniquidad… En resumen, su obra es la de unir al pueblo de Dios en la misma mente y en el mismo juicio sobre el significado de las Escrituras. El mero juicio humano, sin instrucciones directas del Cielo, no puede descubrir la iniquidad oculta, ni corregir las dificultades oscuras y complicadas de la iglesia, ni prevenir interpretaciones diferentes y conflictivas de las Escrituras. Verdaderamente, sería triste si Dios ya no pudiera conversar con su pueblo” (Review and Herald, 15 de febrero de 1870).
P. Algunos piensan que existe diferencia de grados en la revelación (no en la inspiración) entre la Biblia y los escritos de Elena G. de White. “Porque la atención de Dios a los temas es proporcional a su Importancia. Ha efectuado una supervisión más milagrosa sobre la Escritura que sobre los escritos de Elena G. de White. Esto no es hablar de grados de inspiración, sino más bien de grados de revelación”. ¿Hay grados de revelación? Y ¿qué intentó decir Elena G. de White al describir sus escritos como una “luz menor” que lleva a la Biblia (Review and Herald, 20 de enero de 1903)?
R. Como vimos anteriormente, el Espíritu Santo es el autor tanto de la Biblia como de los escritos de Elena G. de White. (Véase Selected Messages, t. 3 [sic], pág. 30.) Además, la manifestación del poder del Espíritu Santo en la experiencia de Elena G. de White tanto en la recepción de las visiones como en la transmisión de ellas fue comparable a la de los profetas bíblicos. Esto no deja lugar para grados de revelación o de inspiración. Elena G. de White repetidamente enfatiza este hecho.
“En los tiempos antiguos Dios habló a los hombres por la boca de los profetas y apóstoles. En estos días les habla por los Testimonios de su Espíritu. Nunca hubo un tiempo en que Dios instruyera a su pueblo más fervientemente de lo que lo instruye ahora acerca de su voluntad y de la conducta que quiere que siga” (Joyas de los Testimonios, t. 2, pág. 276).
“O Dios está enseñando a su iglesia, reprobando sus errores y fortaleciendo su fe, o no lo está haciendo. Esta obra es de Dios, o no lo es. Dios no hace nada en sociedad con Satanás. Mi obra en los últimos treinta años lleva el sello de Dios, o el del diablo” (Testimonies, t. 4, pág. 230).
Elena G. de White se refirió a sus escritos como “una luz menor” para mostrarnos el camino y la “luz mayor” de la Escritura. Ella escribió: “Poco caso se hace de la Biblia y el Señor ha dado una luz menor para guiar a los hombres y mujeres a la luz mayor” (El Colportor Evangélico, pág. 174). Su énfasis recae sobre la “luz” de la Biblia. Sus escritos eran para guiar a la luz de la Biblia y a la “verdad presente”. Probamos sus escritos por la Biblia. El que prueba es mayor que lo probado. (Véase El Gran Conflicto, pág. 10.) Esta declaración en la Review, del 20 de enero de 1903, anima a una amplia distribución de sus escritos y no minimiza la importancia de la “luz menor”. Antes bien, establece: “Oh, ¡cuánto bien podría haberse realizado si los libros que contienen esta luz fueran leídos con la determinación de practicar los principios que contienen!… Muchos más se regocijarían ahora en la luz de la verdad presente”.
La idea principal del artículo es la importancia de la circulación de sus libros como la luz del cielo, no la inferioridad de sus escritos ante la Biblia. De hecho, en el mismo artículo declara: “La Hna. White no es la originadora de estos libros. Ellos contienen la instrucción que durante el período de su vida Dios le ha estado dando. Contienen la luz preciosa y consoladora que Dios ha concedido generosamente a su sierva para ser dada al mundo… El Señor me ha señalado que estos libros han de ser esparcidos por todo el mundo”. Obviamente, la luz menor está jugando un papel prominente, porque guía a las grandes verdades contenidas en la luz mayor. Mantengamos en la mente que la luz menor sigue siendo luz y nunca oscuridad. Cuantitativamente puede ser una luz menor, pero cualitativamente sigue siendo luz. De este modo, en el contexto de su declaración no hay conflicto aparente entre sus escritos y las Escrituras.
En la aseveración específica extraída del manuscrito del Dr. Ford, el autor reclama que los grados en la revelación son respaldados sobre la base del uso de los mensajes proclamados por profetas inspirados, y que los escritos de Elena G. de White, al no pretender ser canónicos, fueron el resultado de un menor grado de revelación. ¿Dónde podemos encontrar en las Escrituras alguna indicación de esta clase de distinción? ¿Hay alguna evidencia bíblica de que los mensajes de profetas tales como Elias en el Antiguo Testamento, o Juan el Bautista en el Nuevo Testamento (que Jesús mencionó como el mayor entre los profetas: véase Lucas 7: 28), fueron el resultado de un grado menor de revelación que el de los otros profetas, solamente porque su proclamación no procuraba llegar a ser canónica? ¿Dónde se encuentran tales evidencias en las Escrituras?
P. Se sostiene que el papel de Elena G. de White era “pastoral” y no “canónico”. “Ninguna doctrina llegó a la iglesia por medio de Elena G. de White. Primero, la verdad era establecida mediante la Palabra y sólo entonces confirmada por la mensajera del Señor… Ella cambió algunas posiciones doctrinales, Incluyendo la benevolencia sistemática, la ley en Gálatas, los pactos, la hora de guardar el sábado, la consumición de cerdo, etc… Nuestro mayor error ha sido dejar que los escritos de Elena G. de White tengan derecho a veto sobre las Escrituras”. Nos preguntamos: ¿Los escritos de Elena G. de White son aplicaciones solamente prácticas, pastorales, sin la pretensión de tener autoridad en temas doctrinales? ¿Cambió Elena G. de White posiciones doctrinales acerca del sábado, el diezmo, etc.?
R. Una evidencia abrumadora convenció a los pioneros de la iglesia Adventista del Séptimo Día, de que Dios, a través de Elena G. de White, nos ayudó a alcanzar nuestras posiciones doctrinales, no a iniciar doctrinas, sino más bien confirmar las posiciones correctas logradas mediante el estudio bíblico con oración, y guardar contra posiciones erróneas. Elena G. de White cuenta aquellas experiencias:
“Muchos de nuestros hermanos no comprenden cuán firmemente han sido establecidos los fundamentos de nuestra fe. Mi esposo, el pastor José Bates, el hermano Pierce, el pastor Edson y otros que eran perspicaces, nobles y leales, se contaban entre los que, después de pasar la fecha de 1844, escudriñaron en procura de la verdad como quien busca un tesoro escondido. Me reunía con ellos, y estudiábamos y orábamos fervientemente. Con frecuencia permanecíamos juntos hasta tarde en la noche, y a veces pasábamos toda la noche orando en procura de luz y estudiando la Palabra.
Los que tratan de traer teorías que remueven los pilares de nuestra fe, respecto del Santuario o relacionadas con la personalidad de Dios o de Cristo, están obrando como ciegos.
“Vez tras vez, esos hermanos se reunían para estudiar la Biblia a fin de que pudieran conocer su significado y estuvieran preparados para enseñarla con poder. Cuando llegaban al punto en su estudio donde decían: ‘No podemos hacer nada más’, el Espíritu del Señor descendía sobre mí y era arrebatada en visión y se me daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado estudiando, con instrucciones en cuanto a la forma en que debíamos trabajar y enseñar con eficacia. Así se daba luz que nos ayudaba a entender los textos acerca de Cristo, su misión y su sacerdocio. Me fue aclarada una secuencia de verdad que se extendía desde aquel tiempo hasta cuando entremos en la ciudad de Dios, y comuniqué a otros las instrucciones que el Señor me había dado.
“Durante todo ese tiempo, no podía entender el razonamiento de los hermanos. Mi mente estaba cerrada, por así decirlo, y no podía comprender el significado de los textos que estábamos estudiando. Este fue uno de los mayores dolores de mi vida. Quedaba en esta condición mental hasta que se aclaraban en nuestras mentes todos los principales puntos de nuestra fe, en armonía con la Palabra de Dios. Los hermanos sabían que cuando yo no estaba en visión, no podía entender esos asuntos, y aceptaban como luz enviada del cielo las revelaciones dadas” (Mensajes Selectos, t. 1, págs. 241, 242).
Al escribir acerca de la experiencia recién descripta, en 1906 Elena G. de White relató: “El poder de Dios bajaba sobre mí, y yo recibía capacidad para definir claramente to que es verdad y to que es error”. Luego comenta: “Al ser así delineados los puntos de nuestra fe, nuestros pies se asentaron sobre un fundamento sólido. Aceptamos la verdad punto por punto, bajo la demostración del Espíritu Santo. Yo solía quedar arrobada en visión, y me eran dadas explicaciones. Me fueron dadas ilustraciones de las cosas celestiales, y del santuario, de manera que fuimos colocados donde la luz resplandecía sobre nosotros con rayos claros y distintos. Sé que la cuestión del santuario, tal cual la hemos sostenido durante tantos años, está basada en justicia y verdad” (Obreros Evangélicos, págs. 317, 318).
Durante el segundo de tos congresos acerca del sábado, celebrado en el granero de David Arnold, en Volney, Nueva York, a mediados de agosto de 1848, había una amplia divergencia de opiniones acerca de tos puntos doctrinales entre tos treinta y cinco guardadores del sábado que se reunieron. Elena G. de White lo relató así: “El ángel que me acompaña presentó ante mí algunos de los errores de los presentes, y también la verdad en contraste con sus errores. Esos puntos de vista discordantes, que según ellos sostenían esta- estaban de acuerdo con la Biblia, sólo estaban de acuerdo con su propia opinión de la Biblia, sus errores debían ser abandonados y debían unirse al mensaje del tercer ángel” (Spiritual Gifts, t. 2, págs. 98, 99).
No hay nada indeciso relacionado con tos mensajes que Dios dio a Elena G. de White referente a puntos de doctrina. “La verdad ganó la victoria” -nos dice.
Al igual que estos primeros comienzos, Elena G. de White testificó de las verdades doctrinales, a to largo de todos los años en casos demasiado numerosos como para mencionarlos en este limitado espacio. Notaremos, sin embargo, sus muy positivos mensajes dados para refutar las persuasivas enseñanzas pan- teístas del Dr. Kellog en 1903. Cuidadosamente, Elena G. de White delineó la verdad y el error en enseñanzas doctrinales cruciales que tenían que ver con Dios mismo.
Siguiéndole de inmediato, aparecieron las enseñanzas de A. F. Ballenger acerca de la doctrina del Santuario, posiciones que hicieron inválidas las enseñanzas de la iglesia tocante a 1844. Cuando se reunió con él, en el congreso de la Asociación General de 1905, to reconoció como el hombre que “había visto en una asamblea trayendo ante los presentes ciertos temas que no podían ser sostenidos como verdad. Él había juntado una multitud de textos que confundirían las mentes a causa de sus aseveraciones y su mala aplicación de tos textos… Dios prohíbe su curso de acción -le dijo a Ballenger- haciendo que las benditas Escrituras se presten a testificar en favor de una falsedad por el modo de agruparlas. Adhirámonos todos a la verdad establecida del Santuario” (Manuscrito, 1905).
En conexión con esto, ella hizo sonar la alarma:
“Los que buscan remover tos antiguos hitos no se sostendrán; no están recordando cómo han sido recibidos y escuchados. Los que tratan de traer teorías que remuevan tos pilares de nuestra fe, respecto del Santuario o relacionado con la personalidad de Dios o de Cristo, están obrando como ciegos. Están buscando traer incertidumbre, y poner al pueblo de Dios a la deriva, sin un ancla” (Manuscrito, 1905).
En claro lenguaje declaró:
“Si las teorías que el hermano Ballenger presenta fueran recibidas, llevarían a muchos a separarse de la fe. Contrarrestarían las verdades sobre las cuales el pueblo de Dios se ha mantenido ya cincuenta años. Me siento impulsada a decir en el nombre del Señor, que el pastor Ballenger está siguiendo una luz falsa. El Señor no le ha dado el mensaje que está sustentando relacionado con el servicio del Santuario.
“Nuestro instructor habló al hermano Ballenger:
“‘Está trayendo confusión y perplejidad con su interpretación de las Escrituras. Piensa que le ha sido dada una luz nueva, pero su luz llegará a ser oscuridad para los que la reciban. . . Los que aceptan su interpretación de las Escrituras relacionada con el servicio del santuario están recibiendo el error y transitando por senderos falsos. El enemigo trabajará las mentes de los que están hambrientos de novedades, preparándolos para recibir teorías y exposiciones falsas de las Escrituras”’ (loc. cit.).
Elena G. de White, entonces, exhortó a los hombres de experiencia a mantenerse con firmeza por la verdad:
“Cuando vengan hombres que deseen mover un alfiler o un pilar del fundamento que Dios ha establecido por su Espíritu Santo, permitan a los hombres de edad que fueron pioneros en nuestra obra hablar francamente, y permitan hablar también a los que están muertos, por medio de la reimpresión de sus artículos en nuestros periódicos. Junten los rayos de luz divina que Dios ha dado mientras ha guiado a su pueblo paso tras paso en el camino de la verdad. Esta verdad resistirá el examen del tiempo y de la prueba” (loc. cit.).
Aun cuando Elena G. de White pudo haber rechazado el permiso para que sus escritos fueran usados para decidir asuntos como el “continuo” de Daniel 8, ella repetidamente suma la luz que le había sido dada en atención a asuntos doctrinales mayores, tales como los que involucran al santuario, el sábado, el estado de los muertos, el segundo advenimiento, y otros temas doctrinales mayores. En éstos no hay equivocación.
Si pensar que la obra de Elena G. de White no fue canónica, significa que Elena G. de White no nos dio una sola verdad como doctrina, podemos concordar. Si lo que significa es que Elena G. de White no puede ser considerada digna de confianza en sus comentarios acerca de doctrinas -que ella no puede mostrar la aprobación o desaprobación del Cielo a ciertas posiciones doctrinales, especificando lo que es verdad y lo que es error, o ampliando nuestros conceptos del significado de ciertos puntos doctrinales-, tal posición está lejos de armonizar con sus propias declaraciones y las posiciones denominacionales. Cerca del término de su ministerio, en el año 1910, ella se refirió a la luz que el pueblo debiera recibir, “línea sobre línea, precepto sobre precepto, un poquito aquí y otro poquito allá. Esto es para presentarse al pueblo porque ha sido dado para corregir engañosos errores y explicar lo que es la verdad. El Señor me ha revelado muchas cosas que señalan la verdad diciendo: ‘Este es el camino, andad en él’” (Carta 117, 1910, en Mensajera de la Iglesia Remanente, pág. 131).
Elena G. de White pretendía que sus escritos tuvieran autoridad sobre asuntos doctrinales, y así lo sostiene la iglesia. Ella no minimiza la importancia de sus escritos como luz de confianza.
Referente a los cambios de Elena G. de White a “varias posiciones doctrinales”, debe decirse que más bien que hacer cambios en posiciones sustentadas debido a las visiones, hubo un desarrollo de la comprensión de algún punto preciso en el tema mencionado, a menudo aumentado por una clara aplicación de las verdades bíblicas.
Por ejemplo, la benevolencia sistemática “en el principio del diezmo” en los años 1880, llegó a ser el “diezmo”, la décima parte de las entradas en vez del diez por ciento del valor estimado de las propiedades de una persona.
El sábado, que de acuerdo con la Escritura debe ser guardado de tarde a tarde, se pensó desde 1846 hasta 1855 que iba de 18 a 18. El estudio bíblico ferviente, en 1855, indicó claramente la puesta del sol como la posición correcta, y esto fue confirmado por una visión dada a Elena G. de White (véase Testimonies, t. 1, pág. 116). La visión siguió al estudio bíblico.
P. También se argumenta que la actitud de Elena G. de White hacia la tipología como una herramienta bíblica y su respaldo a los principios de interpretación bíblica sostenidos por los milleritas y los primeros pioneros no es válido. “La evidencia tipológica como fundamento para la doctrina nunca ha sido válida -únicamente es válida la ilustración tipológica de doctrina probada de otra manera” (628). “Su presentación de la minuciosidad de la investigación divina de nuestras vidas es una aplicación homilética de la ley para nuestras almas”. ¿Es la tipología una herramienta hermenéutica válida, o Elena G. de White está simplemente haciendo una aplicación homilética?
R. Al considerar la interpretación bíblica, Elena G. de White empleó el principio tipológico en la formación de doctrina. El Antiguo Testamento, dice, “es tan ciertamente el Evangelio en tipos y sombras, como el Nuevo Testamento lo es con su poder desplegado” (Testimonies, t. 6, pág. 392). Dice, “el sistema ceremonial se componía de símbolos que señalaban a Cristo, su sacrificio y su sacerdocio” (Patriarcas y Profetas, pág. 380). (Véase, además, El Gran Conflicto, pág. 400.) También reconoció el significado profético de los tipos. “El Tabernáculo, o Templo, de Dios sobre la tierra fue un modelo del original en el cielo. Todas las ceremonias de la ley judía eran proféticas, tipos de los misterios del plan de redención” (SDA Bible Commentary, Comentarios de Elena G. de White, acerca de 1 Corintios 3:7-11, pág. 1095). “Todo el sistema de tipos y símbolos” -declaró- “era una profecía compacta del Evangelio” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 12). De esta manera respaldó la relevancia profético- cristológica de la fiesta ceremonial en la primavera para el primer advenimiento, y del día de la expiación para el segundo advenimiento. (Véase El Gran Conflicto, págs. 450, 451.)
La fecha específica del 22 de octubre de 1844, para la purificación del Santuario al final de los 2.300 años/días fue basada en argumentos de las fiestas ceremoniales del Antiguo Testamento. De las fiestas de la Pascua y la presentación de los primeros frutos en la primavera, dijo: “Estos tipos se cumplieron en cuanto al acontecimiento” y “también en cuanto al tiempo” (El Gran Conflicto, pág. 450). De la misma forma, el día de la expiación en el otoño tenía especial referencia al tiempo, al ocurrir el décimo día del séptimo mes judío. Al observar la certeza del fin de los 2.300 días, afirmó: “La computación de los períodos proféticos en que se basa ese mensaje, que colocan el término de los 2.300 días en el otoño de 1844, pueden subsistir sin inconveniente” (ibíd., pág. 510).
Elena G. de White no permanece sola entre los profetas cuando reconoce el principio tipológico de interpretación. Hay una imperceptible línea de distinción, muy difícil de trazar a veces, entre el uso de evidencia tipológica como fundamento para doctrinas y, por el contrario, su uso para sostener una doctrina establecida. ¿Puede considerarse el uso que hace Pablo de la Pascua al expresar su doctrina de la cruz (1 Cor. 5: 7), como una ilustración de lo primero o de lo segundo? La respuesta no es tan fácil como parece. ¿Qué decir del uso que hizo Jesús de la serpiente de bronce (Juan 3:14, 15), y Jonás (Mat. 12:39, 40)? ¿Es usada esta tipología como base de doctrina o simplemente como una ilustración? La misma pregunta puede hacerse en la referencia de Pablo al altar del que los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían derecho de comer (Heb. 13:10). ¿Qué decir de su referencia a Cristo como el segundo Adán? (1 Cor. 15:22, 45)?
A veces se hace obviamente difícil establecer la distinción. Una cosa es segura, no obstante: era un principio aceptable y sano en la iglesia primitiva tal como está revelado en los escritos del Nuevo Testamento. ¿Por qué debe ser menos que eso hoy?
Por consiguiente, las interpretaciones tipológicas de Elena G. de White deben ser consideradas como declaraciones doctrinales válidas y no simplemente como aplicaciones homiléticas.
P. Hay quienes piensan que la exégesis de Elena G. de White de la parábola de las diez vírgenes (Mat. 25:1-13) no puede ser usada para sostener el concepto de un juicio investigador. Su “respaldo a la exposición millerita de Mateo 25:1-13 es completamente indefendible. El pasaje no está hablando de 1844, sino del fin del mundo”. “Tanto la interpretación adventista de Mateo 25:1-13 como su relación con Daniel 8:14 (el juicio investigador) fueron acuñadas para refutar el chasco, y no son escriturísticas”. Nos preguntamos: ¿Es válida la exégesis de Elena G. de White sobre Mateo 25:1-13?
R. En El Gran Conflicto, páginas 444-460, el aspecto histórico-profético de la parábola de las diez vírgenes, como una ilustración de la experiencia del pueblo adventista, amplía el cuadro retratado por la parábola y desarrolla el impacto total y la intención de la enseñanza de Cristo. Un comentario posterior de Elena G. de White acerca de la parábola de las diez vírgenes, que se encuentra en Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 335-347, refleja de manera general las actitudes de los creyentes hacia el segundo advenimiento. En Palabras de Vida del Gran Maestro ella enfatiza el aspecto espiritual o de la salvación de los acontecimientos retratados en Mateo 25:1-13.
De este modo, la explicación de Elena G. de White de las parábolas demuestra que ella las consideró idóneas para ilustrar acontecimientos pasados, presentes y futuros, y como tales, podían simbolizar los incidentes históricos tanto como los proféticos-salvífico-históricos. Algunos la ven enseñando un punto mayor, otros que revela una aplicación dual o dimensiones multifacéticas.
Ella empleó la parábola de las diez vírgenes como una ilustración dual de la experiencia del pueblo de Dios antes del segundo advenimiento. La parábola de las diez vírgenes fue aplicada por los creyentes adventistas de 1844 a su experiencia en el chasco que ocurrió en la primavera, y al dar el “clamor de medianoche”. En Mateo 25:1-6 Elena G. de White, que había pasado a través de esa experiencia, encontró una ilustración de la experiencia del pueblo adventista hasta y a través del chasco (véase El Gran Conflicto, págs. 444-449).
A continuación del chasco del 22 de octubre de 1844, por medio del estudio del ministerio de Cristo en el Santuario celestial, nuevas comprensiones emergieron para poner estos aspectos no cumplidos en una nueva perspectiva, ubicando la parábola hasta la fecha como una ilustración de la continuación del movimiento adventista en la Iglesia Adventista del Séptimo Día (véase El Gran Conflicto, págs. 478-481).
En contraste con el uso tardío de la parábola como se la presenta en Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 335-347, esta aplicación es enfocada en la venida de Cristo a la tierra, no en el Anciano de Días, y se refiere a la iglesia como la novia. En su exposición Elena G. de White se concentra aquí en la aptitud para “reunirse con el esposo” cuando venga en su segunda venida. Un profeta tardío, bajo la inspiración del Espíritu Santo, puede reconocer con un profundo sentido de total importancia lo que no era aparente para el primer escritor, como es ¡lustrado claramente en libros tales como Mateo y los escritos de Pablo.
Finalmente, ¿sobre qué base puede uno reclamar que el respaldo dado por un profeta a una interpretación particular de una declaración escriturística es “completamente indefendible”? Así, los mismos escritores del Nuevo Testamento serían hallados faltos en el mismo terreno. Véase, por ejemplo, el uso que hace Mateo de la declaración de Isaías respecto de una virgen que concibe y da a luz un hijo (Isa. 7:14; Mat. 1: 22, 23), y de su interpretación de la proclamación de Oseas de las palabras de Dios. “De Egipto llamé a mi hijo” (Ose. 1:11; Mat. 2:14, 15). Esto es cierto también para el discernimiento de Pablo de la declaración del Señor a Abrahán: “A tu descendencia daré esta tierra” (Gén. 12: 7), como está interpretado en Gálatas 3:16.
En estos casos, encontramos que respaldar posiciones que son los fundamentos de las declaraciones originales, la hacen aparecer de verdad “completamente indefendible”. La Sra. White obviamente no estaba sola al hacerlo así.
P. Se ha declarado que Elena G. de White enfatizó la importancia de estar siempre abiertos a nueva luz. “Algunas palabras dichas por Elena G. de White en Minneapolis casi un siglo atrás, son las más pertinentes para nuestro asunto actual. Ella declaró: ‘Lo que Dios da a sus siervos que hablen hoy quizás no haya sido la verdad presente veinte años atrás, pero es el mensaje de Dios para este tiempo’. Las grandes verdades raramente son nacimientos virginales… Aun cuando la Verdad encarnada vino a nuestro mundo envuelta en pañales, toda la verdad ha sido así envuelta desde entonces. Tales pañales deben ser retirados como la mortaja de Lázaro, cuando llega la hora de la actividad de la resurrección. Esta hora está amaneciendo para la iglesia Adventista”. La pregunta es: ¿Necesita la iglesia progresar en su comprensión de la verdad?
R. El pastor G. I. Butler, presidente de la Asociación General, que no estuvo presente en la reunión de Minneapolis por causa de su enfermedad, y que estaba prejuiciado contra lo que iba a ser presentado por los pastores Jones y Waggoner, por correspondencia que había recibido antes de las reuniones, envió cartas y telegramas a los delegados alertándolos contra estos mensajes. En el congreso se propuso que se tomara un voto para comprometer a los maestros “a enseñar solamente lo que había sido enseñado hasta ahora” (A. V. Olson, Through Crisis to Victory, pág. 273). Fue en este clima que Elena G. de White urgió a la apertura ante una nueva luz, e hizo la declaración mencionada. Elena G. de White ciertamente animó a los creyentes a ser abiertos y receptivos a una verdad adicional. “No hay excusa -dijo-, para alguien que tome la posición que no hay más luz para ser revelada, y que todas nuestras exposiciones de las Escrituras están sin error” (Counsels to Writers and Editors, pág. 35). Expresó el pensamiento de que “ninguna doctrina perderá nada por una investigación concienzuda” (loe. cit.). Sin embargo, como condición esencial para la recepción de nueva luz, vio la necesidad de confirmar la luz ya poseída. Por esto, exhortó: “Aprovechad la luz que brilla sobre vosotros y recibiréis mayor luz” (El Camino a Cristo, pág.113). La nueva luz -dijo-, estará en armonía con las primeras revelaciones y no tendrá la tendencia a “desarraigar la fe en los antiguos hitos” (Counsels to Writers and Editors, pág. 49).
Al considerar la importancia de la declaración cuestionada, debemos mencionar esta otra cita de Elena G. de White: “Las verdades que se han ¡do revelando consecutivamente, a medida que hemos avanzado en el ámbito de las profecías reveladas en la Palabra de Dios, son actualmente verdades sagradas y eternas” (Mensajes Selectos, t. 2, págs. 118, 119).
También subraya que la nueva luz estará en armonía con la fe establecida de los creyentes. “Dios no ha olvidado a su pueblo, y escoge un hombre solitario aquí y otro allí como los únicos dignos para confiárseles su verdad. No le da a un hombre nueva luz contraria a la fe establecida del cuerpo” (ibíd., pág. 45).
Predijo que “uno se levantará, y aún otro, con nueva luz que contradice la luz que Dios ha dado bajo la demostración de su Espíritu Santo” (ibíd., pág. 32). “La única salvaguardia” para la iglesia, por consiguiente -advirtió-, era no recibir “ninguna doctrina nueva, ninguna interpretación nueva de las Escrituras, sin someterla primero a los hermanos de experiencia” (ibíd., pág. 47). Este sometimiento debe ser hecho con “espíritu humilde, dócil, con ferviente oración” (loc. cit.). Aconsejó que, si esos experimentados creyentes “no ven luz en ello, cedan a su juicio; porque ‘en la multitud de consejeros hay seguridad’ (loe. cit.). “Ni un alfiler será removido de lo que el Señor ha establecido” (Review and Herald, 25 de mayo de 1905).