“Tiene usted un mentor que lo inspira y lo instruye en su trabajo ministerial? Permítame indicarle a un líder siervo que ha sido un gran mentor para mí: Juan el Bautista. Nunca se identificó como profeta ni como maestro. Sus modos eran toscos y tuvo pocos compañeros, pero su misión era clara: preparar el camino para el Señor.

Juan proclamó la verdad con un coraje sagrado. Esa verdad alcanzó su expresión máxima en una persona, no en una colección de enseñanzas. Cuando Jesús fue al río Jordán con el fin de ser bautizado, Juan exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Esa valiente declaración constituyó el centro de su ministerio. Él reconoció a Jesús por causa de su encuentro personal con Dios: “También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (vers. 32-34).

Al igual que Juan, el Señor nos llama, en el contexto de nuestro ministerio, a proclamar la verdad con valentía, mientras preparamos el camino para su venida. Esa proclamación solo es posible como resultado de un encuentro personal y sobrenatural con Dios. La gente percibía esto con Juan: sentían la presencia de Dios y que el Bautista mantenía una relación viviente con él.

Con tenacidad, Juan el Bautista proclamó el bautismo de arrepentimiento, para la remisión de los pecados. Su mensaje fue un llamado al reavivamiento y a la reforma. ¿Por qué razón la gente escuchó sus exhortaciones? ¿Por qué no lo rechazaron, como si fuera otro fanático más? Porque percibían santidad en su vida; vieron una vida conectada con Dios. Existía una confirmación sobrenatural de que su testimonio era verdadero.

El testimonio valeroso del Bautista fue dado con humildad. De acuerdo con Josefo, Juan ejercía una gran influencia sobre las masas. Fácilmente podía promover sus intereses, para su propio beneficio. Sin embargo, Juan mantuvo un espíritu de mansedumbre. En cierta ocasión, algunos de los discípulos de Juan dialogaron con él: “Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:26-30).

¡Qué gran ejemplo para nosotros, en estos últimos momentos de la historia! Jesús debe crecer, y nosotros disminuir.

Mientras preparamos el camino para la segunda venida de Jesús, ¿por qué razón deberían creer en nuestro testimonio? ¿Podría ser porque vislumbran a Dios actuando en y por medio de nosotros? Debemos proclamar la verdad acerca de Jesús con coraje sagrado, como resultado de una relación viva con Dios; y hacerlo con un espíritu de humildad. Lo que se proclama no guarda relación con nosotros, sino con Jesús.

Estoy agradecido porque Juan el Bautista haya sido un gran mentor para mí. Y ruego que su testimonio bendiga su vida, también. Luego, cuando los redimidos se congreguen frente al Trono de Dios, espero abrazar a Juan. Ya sé lo que hará: sonreirá, señalará hacia el Trono y declarará: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apoc. 5:13).

Sobre el autor: Editor de la revista Ministry.