Cómo aumentar el poder persuasivo de su predicación.
¿Cómo puede usted darle más impacto, más fuerza, más potencia a su predicación? Le invito a considerar tres preguntas: 1. ¿Qué es la predicación persuasiva? 2. ¿Qué es un sermón? 3. ¿Cómo puedo hacer que mi predicación sea una fuerza persuasiva en mi iglesia?
Quizá usted ya tenga las respuestas. Pero no saque conclusiones demasiado apresuradas. El éxito de su próximo sermón puede estar en juego.
¿Qué es predicación persuasiva?
La predicación, sea ésta evangelística o pastoral, por su naturaleza esencial, es comunicación persuasiva. La predicación persuasiva no es propaganda; su interés inherente está en la verdad (véase Juan 16:13; 8:32; 17:17). No es una conferencia con una sobrecarga de hechos, aunque abarca y utiliza la investigación académica. No es una reminiscencia personal, aunque abarca la experiencia personal del predicador. No es la impartición de buenos consejos, aunque no pasa por alto los grandes asuntos que tienen que ver con nuestro ser. No es entretenimiento, aunque debe ser interesante y atractiva. No es simple impartición de información, aunque un sermón basado en una buena investigación incluye la información pertinente.
La predicación persuasiva tiene como propósito convencer y mover al oyente a actuar con fe en el contexto de la revelación divina presente en las Escrituras y en la historia. Intenta derribar la resistencia o la indiferencia hacia el reino de Dios y la soberanía de Cristo. La predicación bíblica es la que intenta arrancar una decisión al oyente. En el Nuevo Testamento esta predicación modelo es evidente en los muchos usos del verbo peitho que significa “persuadir” o “convencer”. Observe la forma en que este modelo revela la intención de la predicación y la enseñanza apostólicas:
Hech. 13:43: “Pablo y a Bernabé, quienes, hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios”.
Hech. 18:4: “Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos”.
Hech. 26:28: “Entonces Agripa dijo a Pablo: por poco me persuades a ser cristiano”.
Hech. 28:23: Pablo declaró el evangelio “persuadiéndoles acerca de Jesús”.
La predicación persuasiva comprende tanto elementos subjetivos como hechos objetivos. Siendo que es una comunicación holística, reconoce tanto el proceso emotivo como el racional de los oyentes, combina tanto el análisis lógico como el fervor afectivo.
La predicación persuasiva hace más que informar a los oyentes: cautiva y convence a los oyentes. Los académicos (que hacen una gran contribución al ministerio de la predicación por medio de su investigación y sus escritos) rara vez llevan estas cargas como lo hace el pastor que se encamina hacia el pulpito semana tras semana. Considera las reflexiones de aquellos que han dedicado sus vidas a la predicación:
Charles W. Koller: “La predicación es ese procedimiento singular por medio del cual Dios, a través de su mensajero escogido, se acerca a la familia humana y pone a las personas cara a cara con ellas mismas”.[1]
H.M.S. Richards: “Predicar no es, primariamente, argüir, comentar, filosofar acerca de algo o engarzar el discurso con una hermosa tapicería de sonidos- Predicar es dar testimonio, decir algo que nosotros conocemos a la gente que anhela o debe conocer, o ambos”.[2]
Carlyle B. Haynes: “La predicación es el poder divinamente ordenado del testimonio personal; es Cristo hablando a través de un mensajero designado, limpiado, comisionado”.[3]
Henry Ward Beecher: “Predicar es el arte de llevar a los hombres de una vida degradada a otra más elevada”.[4]
Phillips Brooks: “Predicar es la comunicación hablada de la verdad por el hombre a los hombres”.[5]
A. W. Blackwood: “La predicación es la verdad divina expuesta por un personaje escogido para suplir las necesidades humanas”.[6]
Richard Cari Hoefler: “La predicación es la proclamación del evangelio: anunciar las buenas nuevas de lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará. No es hablar acerca de Dios, sino el instrumento, en cada generación, por medio del cual Dios habla al pueblo. La predicación no es una persona que revela a Dios y la verdad acerca de él. Es Dios revelándose a sí mismo a través de un testigo elegido”.[7]
David Butrick: “Nuestra predicación, comisionada por la resurrección, es una continuación de la predicación de Jesucristo’. La predicación es “una disciplina espiritual mediante la cual ofrecemos nuestras mejores palabras y pensamientos a Cristo’.[8]
En suma, la predicación persuasiva es la proclamación de lo que Dios ha realizado a través de Cristo en el Calvario. Es el mensaje de Dios, no el nuestro. Anuncia lo que Dios hizo en Jesucristo, lo que Dios hace a través de Jesucristo y lo que Dios hará en aquellos que aman a Jesucristo. Su objetivo es lograr una decisión para el discipulado.
Didache, Kerygma, historia de Dios
El Nuevo Testamento presenta dos tipos de predicación: didáctica (predicación pastoral) y kerygmática (predicación misionera). C. H. Dodd estableció una clara diferencia entre las dos arguyendo que la una fue dirigida a los salvados, mientras que la otra fue dirigida a los incrédulos.[9] Sin embargo, Roberto Worley ha demostrado que una distinción tal es tanto artificial como innecesaria.[10] La predicación didáctica y la kerygmática en realidad se complementan la una con la otra. Kerygma es la proclamación fundamental de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús y, como tal, forma el fundamento sobre el cual descansa la didache. Didache es la explicación en detalle de la verdad aplicada que es producto del kerygma. No debemos, como predicadores, enfatizar una a expensas de la otra. Donald Demaray comparte con nosotros una idea. muy útil acerca de estos dos aspectos del ministerio de la predicación:
“La predicación que toma en cuenta a ambas la predicación kerygmática y didáctica produce sanidad y bienestar integral. La predicación que se inclina demasiado por el lado kerygmático, enfatizando la conversión y descuidando el nutrimento y el crecimiento, retarda la madurez mental y espiritual en el discipulado cristiano. La predicación que se inclina demasiado por el lado didáctico puede enfocarse en las implicaciones teológicas o sociales del evangelio. En cualquiera de estos extremos el resultado es un cristiano deformado que carece de fe y gozo cristocéntricos. Los predicadores del Nuevo Testamento mantienen el equilibrio de las dos’.[11]
Consideremos la función de la predicación en el Nuevo Testamento.
El motivo primario de la predicación del Nuevo Testamento era ganar hombres y mujeres para Cristo e inspirar una relación más estrecha con él. Pablo conectó el poder persuasivo del predicador con el temor de Dios (2 Cor. 5:11). Obviamente el apóstol no veía el propósito de la predicación simplemente como presentación o iluminación de la doctrina sino como un intento de convencer a los oyentes. ¡Predicaba en busca de una decisión! Juan A. Broadus dice que ‘no es suficiente convencer a los hombres de la verdad, ni hacerles ver cómo se aplica a sus vidas o de qué manera sería práctico para ellos: debemos “persuadir a los hombres”.[12] Richard R. Caemmerer añade que la predicación persuasiva debe hacer “una diferencia en las personas”.[13]
En la actualidad algunos especialistas en homilética están proponiendo un cambio en el paradigma homilético.[14] Sugieren que redefinamos la predicación como el compartir “mi experiencia”.[15] En esta expresión homilética, el corazón del mensaje está en compartir la vida personal, experiencia, investigación religiosa, etc., del predicador; suponiendo que, al escuchar la experiencia personal del predicador, el oyente descubrirá el mensaje del evangelio y aceptará la fe. Aunque respeto la buena intención de este esfuerzo, una orientación tal sería contraproducente. El problema es que este enfoque subjetivista le roba al predicador su autoridad básica. La predicación se convierte así en un discurso personal cuyo final no tiene más autoridad que la propia experiencia del predicador. Una predicación tal no es Neotestamentaria. ¡La predicación del Nuevo Testamento es contar la historia de Dios: no mi historia! Y en la Biblia, la historia no sólo tiene forma y fondo, sino también historicidad. Cuando predicamos, por tanto, nos levantamos para imprimirle vida de nuevo a la historia de Dios tal como sucedió en la historia. ¿No hizo eso el apóstol cuando proclamó que Dios “fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Tim. 3:16)?
En este revivir la historia de Dios hemos de tener en mente un punto muy significativo. El joven predicador no debe imponer un estilo académico en el púlpito de la iglesia local y esperar ser efectivo. La tarea primordial del estudioso y la del especialista en homilética está impulsada por diferentes propósitos. El estudioso refina, traza y destila la verdad de la Escritura. Después de que el mensaje del texto ha sido explicado (no importa cuán laborioso pueda parecer ese proceso), la obra del estudioso ha terminado. Lea cualquier revista sobre teología erudita y este hecho es evidente en sí mismo. Sin embargo, la obra del especialista en homilética, el pastor predicador, comienza apenas cuando el mensaje del texto es descubierto. El pastor se mueve hacia el necesario segundo paso de adornar, ampliar, y adaptar al momento actual la verdad para el nutrimento de los modernos discípulos. Este crítico segundo paso es necesario porque sus oyentes no tienen una conciencia antigua sino moderna. ¡Viven en el mundo actual, no en el mundo de hace 2000 años! La predicación no es exégesis pública. El mensaje del texto debe ser traído a través de un amplio valle de muchos siglos y aplicado al presente. Aproximarse al púlpito con cualquier otra mentalidad no favorece a la predicación. El fracaso en la comprensión de esta naturaleza esencial de la predicación afecta el papel del sermón. Esto me conduce a la siguiente pregunta.
¿Qué es un sermón?
¿Un “acto de adoración”? ¿una “con frecuencia interminable conferencia sobre los deberes o el comportamiento”? ¿Es una tediosa perorata? ¿Es algo que un pastor “pronuncia” cada sábado a las once de la mañana? ¿Es un consejo centrado en el cliente?
Se han intentado muchas definiciones. William Thompsom dio una sencilla definición de sermón como “una palabra de parte del Señor para usted”.[16] Una definición más compleja dice que el sermón es “la Palabra de Dios [Jesucristo], revelada en las páginas de la Palabra Escrita (la Biblia), que llega a los oídos de la gente por la proclamación de la palabra (predicación)’.[17]
Yo lo pondría así: Como el bisturí es la herramienta del cirujano, el martillo es herramienta del carpintero, el pincel es herramienta del artista, así el sermón es la herramienta del Espíritu Santo en las manos del predicador. El sermón no es el objetivo de la predicación, sino su siervo. Cuando predicamos, no intentamos producir ostentación digna de adulación, sino compartir un mensaje que toca los corazones y las mentes de los oyentes.
Una de mis definiciones favoritas de sermón es la de David Brown: El sermón es “una invitación a la acción en algún punto del mensaje bíblico”.[18] Luego dice a continuación: “Hay dos consideraciones en esta definición. La primera es que el sermón se funda en la historia bíblica, ya sea un pasaje o versículo muy selecto o algún tipo de estudio temático más amplio. El objetivo de cualquier sermón es llevar al oyente a una comprensión más amplia de Dios a través de Jesucristo, de la naturaleza humana, o de cualquier otro tema que esté firmemente arraigado en el mensaje bíblico.
“Segundo, un sermón es un llamamiento a la acción. Un sermón va más allá del mero ministerio de la enseñanza del púlpito (aunque todos los sermones deberían abarcar la enseñanza). El objetivo de la predicación no es la mera impartición de información de sucesos (no importa cuán valiosa sea ésta). Un sermón no se interesa únicamente en la ampliación de nuestro conocimiento. Su objetivo es llevar a la gente hacia el punto de decisión. Es moverlos a hacer algo acerca del material de enseñanza que recibieron. La predicación debe, en cierta forma, constreñir a la gente a poner en acción lo que han oído”.[19]
Allí lo tenemos. El sermón es una invitación a la acción. Por supuesto, así es como funcionaba el sermón en los tiempos del Nuevo Testamento. Consideremos el sermón de Pedro en ocasión del Pentecostés (Hech. 2). El sermón de Pablo en la Colina de Marte (Hech. 17), o el sermón de Jesús sobre la montaña (Mat. 5-7). Estos inspirados predicadores de la Escritura no esperaban entretener a la gente, sino llevar al pueblo a una acción comprometida con Dios.
Además, el sermón no sólo es un llamamiento a la acción, sino también la herramienta de la predicación. Es el siervo de la predicación. Ningún sermón lleno del Espíritu es un fin en sí mismo. El sermón es una expresión de la verdad de Dios a través de los seres humanos como testigos autorizados. Jesús, antes de su ascensión, encargó la palabra de proclamación a la Iglesia (Mat. 28:19, 20). Esta proclamación había de ser el anuncio salvador de las buenas nuevas del favor de Dios hacia el mundo. Habría de ser llevado por medio de los ministerios de la Palabra (kerygma), servicio (diakonia) y el compañerismo (koinonia). El sermón, por lo tanto, no es más que un aspecto del ministerio de la iglesia. No es el único ministerio, pero funciona dentro del ministerio de la iglesia total. ¡Y, como ocurre con cualquier otro don, el sermón lleno del Espíritu nunca pone al predicador en el centro del escenario, sino que llama la atención al Señor del predicador!
Aumentando el impacto persuasivo
Finalmente llegamos a la última pregunta de este artículo: ¿Cómo podemos hacer de la predicación una fuerza persuasiva en la iglesia local? Sugiero tres pasos:
Primero, el poder persuasivo en la predicación aumenta cuando usted puede comunicar dedicación. El poder persuasivo está directamente ligado a la profundidad de nuestra dedicación a Cristo. De este centro dimana todo poder persuasivo. La conexión con Cristo es el secreto del poder. ¡Algunos carecen de poder en su predicación porque carecen de esta dedicación! Paul Sangster escribió acerca de su padre, W. E. Sangster, que luchó contra la tentación de dejar que otras cosas ocuparan el lugar de Dios. El señor Sangster, padre, escribió en su diario: ‘Yo quería categoría más que conocimiento, y alabanza más que aprovisionamiento para el servicio’.[20]
La clave para lograr el poder persuasivo es la consagración, y la senda para la consagración es la entrega. Dietrich Bonhoeffer escribió que ‘cuando Cristo llama a un hombre, lo invita a venir y morir” .[21] El ungimiento del Espíritu Santo es la clave del poder.
Segundo, el poder persuasivo en la predicación aumenta cuando usted puede comunicar carácter. Su poder persuasivo está estrechamente ligado a lo que el griego llama ethos. Su efectividad en el púlpito está directamente ligada a él. La idea del ethos viene de la teoría retórica del griego clásico y se refiere a la percepción de la credibilidad por parte de los oyentes de la que goza el predicador.[22] Donald Sunukjian señala que “el ethos de un predicador es la opinión que sus oyentes tienen de él como persona. Si la opinión que tienen de él es elevada, tendrá un ethos elevado, o gran credibilidad, frente a ellos. Esto significa que ellos serán susceptibles de creer cualquier cosa que diga. Por otra parte, si la opinión que tienen de él es inferior, su ethos, o credibilidad, será pobre, y “taparán sus oídos aun antes de que comience a hablar”.[23]
¿Qué es lo que hace posible la credibilidad de un predicador? Ya hemos mencionado la consagración. A ésta podemos añadir tres elementos más:
- Fidelidad a la palabra de uno. El cumplir la palabra empeñada es un ladrillo importante en la construcción de la credibilidad. Prometer sólo aquello que uno puede cumplir, es vital para fortalecer nuestra credibilidad personal.
- La vida familiar como una demostración de capacidad para reflejar amor a otros. Mucho del contenido del Nuevo Testamento está dedicado a la vida familiar, porque la conducción de la familia es el campo de entrenamiento para un liderazgo confiable en la obra de la iglesia. Los predicadores que tratan a sus esposas en cualquier forma contraria al evangelio ponen en peligro su credibilidad.
- La justicia en el trato con la gente. El predicador no puede darse el lujo de pertenecer a ninguna facción en la iglesia local. Mostrar trato preferencial a los intereses particulares de un grupo en la iglesia local mientras muestra severidad hacia otros es la forma más rápida de perder la credibilidad de su liderazgo.
Tercero, el poder persuasivo en la predicación aumenta cuando usted puede comunicar competencia. Sunukjian muestra que los oradores pueden comunicar competencia “por medio de una apariencia atractiva, una exposición fluida, un mensaje organizado, y un evidente conocimiento del corazón humano”.[24]
La apariencia personal es un indicador de seriedad profesional. Sin embargo, los predicadores permiten con mucha frecuencia que otras cosas proyecten una imagen negativa. ¿Cómo figura el boletín de la iglesia? ¿Cómo se ve su boletín de noticias? Su iglesia no se emocionará con el evangelismo si sus anuncios los avergüenzan.
La exposición y su organización también habla de su competencia. ¿Es confiable su exposición? ¿Es apasionada? ¿Ferviente? ¿Es usted claro y organizado en su presentación? Ser fácil de seguir es decisivo en el arte de persuadir a sus oyentes para Dios. ¿Sus sermones están diseñados clara y cuidadosamente? ¿O son amorfos, de forma libre, gelatinosos? Una estructura buena y firme es una tremenda ayuda para crear un mensaje que sea afín a los oyentes.
La relevancia también es decisiva para la efectividad de los predicadores. Los predicadores tienden un puente entre dos mundos cada vez que presentan eficazmente la Palabra de Dios. Nuestra capacidad de persuasión se acrecienta grandemente cuando los oyentes creen firmemente que el predicador está conectado con el mundo actual, pero que también está en contacto con el mundo del más allá. La relevancia puede fortalecerse utilizando el vocabulario común del pueblo a quien se le predica semana tras semana. Francamente, no hay nada inherentemente sagrado en cuando a Tú o Usted. Sabio es el predicador que utiliza las palabras, imágenes y maneras de hablar de sus oyentes. ¿Qué palabras o frases son familiares para la gente a quien usted ministra? La jerga técnica de la teología puede ser apropiada para el salón de clases, pero no debería ser la norma de expresión para el púlpito.
Al comunicar consagración, carácter y competencia en su ministerio del púlpito, usted incrementará el impacto persuasivo de su predicación.
Referencias
[1] Charles W. Koller, Expository Preaching Without Notes (Grand Rapids: Baker Book House, 1977), pág. 13.
[2] H. M. S. Richards, Feed My Sheep (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1958), pág. 19.
[3] Carlyle B. Haynes, The Divine Artof Preaching (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1939), pág. 19.
[4] Henry Ward Beecher, Lectores on Preaching (New York: Fords, Howard, and Hulbert, 1900), pág. 29.
[5] Phillips Brooks, Lecturas on Preaching (New York: E. P. Dutton and Co., 1907), pág. 5.
[6] A. W. Blackwood, The Fine Art of Preaching (New York: MacMillan Co., 1937), pág. 3.
[7] Richard Kart Hoefler, Creative Preaching and Oral Writing (Lima, Ohio: CSS Pub. Co., 1984), pág. 5.
[8] David Buttrick, Homiletic: Moves and Structures (Philadelphia: Fortres Press, 1987), págs. 449, 452.
[9] C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and Its Development: With and Appendix on Eschatology and History (New York: Harper and Brothers, 1949), pág. 7. Él dice que, “los escritores del Nuevo Testamento trazaron una clara distinción entre la predicación y la enseñanza”.
[10] Robert Worley en una completa refutación de la teoría de Dodd, en su libro Preaching and Teaching in the Early Church (Philadelphia: Westminster, 1968), págs. 30-56, puede ayudar bastante.
[11] Donald E. Demaray, Introduction to Homiletics, 2nd. ed. (Grand Rapids: Baker Book House, 1990), pág. 39.
[12] John Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons, 4ta. ed., rev. por Vemon L. Stanfield (San Francisco: Harper and Row, 1979), pág. 170.
[13] Richard R. Caemmerer, Preaching for the Church (St. Louis: Concordia, 1959), pág. 35.
[14] Andrew Blackwood, The Preparation Sermons (New York: Abingdon-Cokesbury Press, 1948), pág. 255.
[15] Webster’s II New Riverside Dictionary (New York: Berkley Books, 1984), pág. 623.
[16] William D. Thompson, A Listener’s Guide to Preaching (Nashville: Abingdon Press, 1966), pág. 14.
[17] Id., pág. 25.
[18] David Brown, Dramatic Narrative in Preaching (Valley Forge, Pa.: Judson Press, 1981), pág. 81.
[19] Ibíd.
[20] Citado en Paul Sangster, Doctor Sangster (London: Epworth, 1962), pág. 90.
[21] Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship, rev. ed. (Londres: SCM., 1959), pág. 79.
[22] Donald R. Sunukjian, “The Credibility of the Preacher”, Bibliotheca Sacra 139 (julio-septiembre, 1982): 256.
[23] Ibíd.
[24] Id., pág. 257.