Cuatro elementos esenciales del sermón

Predicar no es pronunciar un sermón o una conferencia, aunque sermonear y discursear a menudo sustituyen a la predicación y se los entiende como tales. Estos sustitutos significan que las congregaciones a menudo están sometidas a disertaciones que duran desde 25 minutos hasta una hora de lenguaje humano desprovisto de gracia salvadora. Este contenido puede variar desde una exhibición de brillo intelectual hasta una arenga banal, carente de contenido significativo. Las congregaciones sufren, soportan y, algunas veces, encuentran que dormirse es la única escapatoria de esa “persecución” religiosa.

Ser llamado por Dios para proclamar su verdad salvadora en Cristo Jesús es un privilegio incomparable; privilegio que, a menudo, no es reconocido y es frecuentemente despilfarrado. La tragedia no es sólo que los adoradores no son alimentados debidamente, sino también que se desperdicia la oportunidad de que la gracia y el poder de Dios toquen sus vidas. La hora de la adoración llega a ser, en el mejor de los casos, una experiencia social con algún entretenimiento ligero y, más a menudo, se convierte en un ejercicio de paciencia.

Lo que es la predicación cristiana y lo que no es

La predicación nunca ha estado sin detractores y críticos; nunca lo estará. Pero, en su expresión más verdadera y mejor, la predicación evangélica eleva el alma humana hasta la presencia de Dios. El predicador llega a ser el agente por medio del cual la necesidad humana se conecta con el poder divino. Dios y la humanidad se acercan en un encuentro divino que salva, da energías y renueva el alma. La iglesia necesita esta clase de predicación con desesperación. Por falta de ella, se desarrollan congregaciones que son meramente grupos de consolación social que adoptan diversos matices, aislados de la realidad, el poder y la presencia de Cristo.

La predicación en el púlpito contemporáneo puede ser arruinada por presentaciones de Power Point, sermones prefabricados bajados de Internet o plagiados de libros y revistas. Las congregaciones mueren de hambre por ese encuentro con Dios, que la predicación debería atender.

Ningún predicador da en el blanco todas las veces. Algunas cosas salen mal, horriblemente mal, a pesar de nuestros mejores esfuerzos. No obstante, es un hecho que la predicación bíblica crea una sólida experiencia cristiana.

Cualquiera que ha estado oyendo predicaciones evangélicas a lo largo de su vida conoce las bendiciones que experimentaron como resultado de ello. Moviliza a hombres, mujeres y niños hacia un encuentro con Dios de una manera destacada.

En mi ministerio de más de cuarenta años, he tenido el privilegio y el gozo de escuchar, y ser bendecido e inspirado por sermones de predicadores grandes y pequeños. El fallecido Dr. Martin Lloyd Jones, Billy Graham, James Stewart y John Stott no han sido los únicos en conectar el alma del hombre con el corazón de Dios. Ministros y pastores relativamente desconocidos, en iglesias de todas las tradiciones, han elevado a incontables miles de personas a la presencia de Dios mediante su predicación llena del Espíritu Santo. Ésta es la razón y la meta última de la verdadera predicación cristiana.

Los elementos de una gran predicación

Las congregaciones adventistas del séptimo día que han sido bendecidas por predicadores como Roy Alian Anderson, H. M. S. Richards, Norval Pease y Charles Bradford conocen en sus propias vidas el poder y la influencia de esta clase de predicación.

El elemento común en todos estos predicadores era la proclamación de la gracia y el poder salvador de Jesús. Como Pablo, fueron capturados por la gracia e impulsados a proclamarla. Ellos comunicaban a las congregaciones lo que creían y habían experimentado en cuanto a la participación de Dios en sus propios corazones y mentes; conmovían a otros porque ellos mismos habían sido conmovidos.

Es muy poco probable que un predicador atienda siempre las necesidades de todos sus oyentes; pero también es cierto que la predicación que deriva de la experiencia personal del predicador con Dios y sus conciudadanos tiene más posibilidad de ayudar a un mayor número de oyentes.

Toda predicación efectiva tiene elementos comunes, sin los cuales su valor decrece significativamente. La predicación debe proceder de una ideología que informe e influya en lo que el predicador cree y cómo lo debe entregar.

Este concepto puede ser ilustrado con el ejemplo del ministro que es invitado a predicar en una congregación que no es la de él. ¿Acerca de qué tema predicará?

Digamos que usted fue invitado a predicar en una congregación acerca de la cual no tiene ningún conocimiento personal. ¿Qué dirá que resulte en una bendición para aquéllos a quienes debe ministrar? ¿Cómo puede, razonablemente, esperar conectarlos con Dios?

Aquí es donde una ideología que lo informa, o la falta de ella, se observa más dramáticamente. Un predicador debe conocer a Dios, y debe comprender a los hombres y las mujeres en sus necesidades. Estos elementos provienen de su propio estudio de la Palabra de Dios y de sus encuentros con personas de todas las clases mediante la visitación en sus hogares.

Lo que sigue es una filosofía de la predicación que me ha ayudado a evitar los excesos más serios de la predicación empobrecida. Aunque, cuando reflexiono sobre los muchos sermones que he predicado, me humillo, avergonzado por mi necedad y falta de percepción de lo que estaba haciendo.

ERIC

Cuando hoy preparo un sermón, escribo ERIC en la parte superior de la página. Este acrónimo expresa un enfoque ideológico referente a la preparación de un sermón. Me ha salvado de dar sólo una conferencia y, muchas veces, de sermonear. Su virtud es enfocar mi mente en lo que debería estar haciendo. Representa los elementos esenciales de un sermón: estímulo (ánimo), relevancia, instrucción/ilustración y Cristo.

Estímulo (ánimo)

Todos recibimos un beneficio cuando se nos anima. Probablemente, ninguno rechazaría el estímulo o el ánimo. Cuando realmente reflexionamos sobre las realidades de los oyentes, que proceden de todos los ámbitos de la vida, fácilmente podemos captar la idea de que el ánimo -algo específicamente alentador- ayudará a la mayoría de ellos.

Los enfermos serán animados; los padres que intentan criar a sus hijos en el sendero cristiano serán estimulados; los jóvenes que tratan de resolver lo que harán con sus vidas serán ayudados; los ancianos que pudieran sentirse inútiles, los desempleados, los enfermos crónicos, los desanimados: cada uno de ellos recibirá el beneficio del ánimo, especialmente si procede de lo divino, encontrando el eco de su significado y autenticidad en su propia alma.

El ánimo que les llega desde el corazón de Dios los elevará, y fortalecerá su resolución de seguir adelante, hacia las cosas mejores. Él ánimo crea esperanza, y bendice el alma del oyente y del predicador. Nadie rechaza el estímulo; de otro modo se deprime o queda herido.

Los sermones deben contener un elemento de ánimo y estímulo, para ser efectivos.

Relevancia

Es fatalmente fácil predicar sermones irrelevantes. Por irrelevante quiero significar sermones que no “rascan donde le pica” a la gente. Lamentablemente, ¿quién no ha sido víctima -predicador o adorador- de esta desgracia?

Este hecho me llegó de cerca hace algunos años, cuando fui invitado a enseñar en una clase de Escuela Sabática. El tema era: “Preparación para el casamiento”. La clase era de un grupo de ancianas, algunas de las cuales eran solteronas. Ninguna estaba por debajo de los 70 años de edad. Misericordiosamente, todas ellas vieron el humor y la irrelevancia del tema en esa situación específica.

Pero el humor, no la gracia, avivó el estudio de esa hora; la relevancia estuvo ausente.

La predicación debe atender la necesidad humana con vislumbres apropiadas. Puede y debe tener otros aspectos, pero debe ser relevante para aquéllos a quienes va dirigida. Una aspirina no ayudará a un hombre al que se le amputará la pierna. Analizar los flecos de la vestimenta del sumo sacerdote o definir los parámetros clásicos del existencialismo no serán relevantes para el alma que está luchando con la desesperación o la depresión.

En este sentido, el predicador necesita vigilarse cuidadosamente de no usar temas favoritos. Conozco a un predicador que predicó sobre el tema de la música durante once sábados en un trimestre, incluyendo la Cena del Señor. Su irrelevancia contribuyó a crear una congregación perturbada y crítica. Inversamente, predicar lo que es relevante fomenta la madurez cristiana en quienes son motivados a vivir cristianamente.

La relevancia y la visitación pastoral se favorecen mutuamente. Un pastor que es visitador llega a conocer las necesidades de su congregación al estar con ellos en sus hogares.

Andrew Blackwood escribió en un libro antiguo: “Un ministro visitador produce congregaciones que asisten a la iglesia”.[1] La visitación también crea en el pastor una percepción acertada de las verdaderas realidades de las necesidades humanas. Le ayuda a predicar en forma relevante con lo que enseña desde el púlpito.

La visitación tiene otro aspecto importante: es el antídoto de la depresión y de la enfermedad ministerial. La visitación y el contacto con las personas en sus hogares le otorgará al pastor las perspectivas de la realidad que lo salvará de un egocentrismo no saludable.

Instrucción e ilustración

Nadie nació sabiéndolo todo. Aprendemos por medio de la instrucción, las ilustraciones, la imitación, la aplicación y la puesta en práctica. La predicación no sólo debe animar y ser relevante, sino también ayudar a las personas a saber el cómo. El panorama de la predicación es vasto, y la persona promedio que nos escucha desde el banco no sabrá todo el tema que le presentaremos; pero nuestro pueblo no sólo necesita saber, sino también saber cómo.

¿Cómo ejercito la fe? ¿Cómo me arrepiento y me confieso? ¿Cuál es el significado de la Cena del Señor? ¿Cómo participo en ella? ¿Cómo testifico? ¿Cómo debo prepararme para la venida de Jesús? ¿Cómo estudio la Palabra de Dios para comprenderla? ¿Cómo me relaciono con la hostilidad? ¿Cómo vivo con confianza y fe? ¿Cómo trato la duda? ¿Cómo ejercito una fe salvadora? Las personas necesitan que se las guíe para saber cómo, y la instrucción en nuestra predicación las ayuda a llegar a saberlo.

De esta manera, lo que la gente necesita es un sermón con un elemento de puesta en práctica en él. Suponer que nuestros oyentes comprenden las cosas como nosotros es un error: en muchos casos, no ocurre eso, y debemos instruirlos en la manera de vivir la vida cristiana con fe y confianza en el Señor.

Creo que fue Charles H. Spurgeon quien dijo: “Las ilustraciones son como ventanas que dejan entrar la luz”

Las mejores ilustraciones proceden de nuestra experiencia personal y la de los miembros de la iglesia, muchos de los cuales tienen historias increíbles para contar, y a menudo las conocemos en la visitación. La ilustración debiera hacer precisamente eso, ilustrar.

Necesitamos evitar la frase hábil o la historia divertida, que sólo hace que la congregación se ría. Aunque la predicación debe ser intensamente interesante, no es un entretenimiento. El humor tiene su lugar, pero nunca debiera desplazar la verdad, de modo que la congregación recuerde la idea graciosa pero no la verdad.

Cristo

Cristo en todo sermón. De todas las acusaciones que se han lanzado contra la predicación y los predicadores, la ausencia de Cristo en sus sermones es la más seria. Reflexionar sobre esta omisión nos hace lamentar. De todos los errores, esta omisión es realmente un fracaso.

Un colega observó: “No se puede poner a Cristo en cada sermón” Yo le contesté: “Entonces, no predique ese sermón”. Los sermones sin Cristo a menudo no son más que transferencia de informaciones, arengas secas como el polvo, ejercicios en egoísmo, actuaciones intelectuales o presentaciones mal construidas para llenar treinta minutos.

Necesitamos captar la realidad de las palabras de Cristo: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Esto incluye específicamente a la predicación y se aplica a ella. Cristo en todas nuestras predicaciones no es opcional: es el elemento esencial no negociable que no podemos atrevernos a descuidar u omitir.

En el pasado distante, cuando asistí al colegio superior, teníamos un profesor, el fallecido George Keough, que exigía que los estudiantes, en cualquiera de sus clases, leyeran el libro Obreros evangélicos. Nos invitaba a memorizar una cantidad de pasajes. Lo bendigo por su sagacidad.

Algunos de esos párrafos nunca los he olvidado. Cito uno de ellos, que ha sido muy valioso para mí:

“El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas la otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario. Os presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y la regeneración, de la salvación y la redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros”.[2]

Los sermones deben tener a Cristo en su centro; Éste es nuestro deber y responsabilidad. Pero, más que eso, es nuestro privilegio elevar a Jesús ante la gente, hacerlo grande en sus corazones y mentes. Las razones para esto son obvias: sin Jesús no puede haber salvación. No hay otro camino para llegar a Dios; él sólo es el camino a Dios. No hay alternativas. Como lo expresó Pedro: “En ningún otro hay salvación” (Hech. 4:12).

Cuando se presenta a Jesús en nuestra predicación, lo que se proclama no caerá en los oídos y los corazones de nuestros oyentes como una clase de agregado, un pensamiento de última hora. Más bien, vendrá a ser como el cuerpo y la sustancia de lo que tenemos para decir; y también será lo que es esencial para vivir una existencia bien vivida. Entonces la salvación llega a ser posible para los hombres, las mujeres, los varones y las niñas. Sin él, no sucede nada significativo; con él, las almas se transforman, se animan, se llenan de energía, y son elevadas; y encuentran libertad y gozo, esperanza y valor. En una palabra, llegan a ser cristianos.

Predicar con ERIC -estímulo (ánimo), relevancia, ilustración y Cristo- siempre lleva consigo la posibilidad de la salvación para el oyente. Esta ideología informativa tiene potencial. No es sólo un método; también ha guiado a un predicador que luchaba con ello a comprender que la predicación tiene un propósito y un fin: conectar el alma de los seres humanos con el corazón de Dios en una experiencia salvadora. Ése es un privilegio maravilloso, y nos invita a hacer nuestros mejores esfuerzos para que esto ocurra.

Sobre el autor: Pastor jubilado, reside en Watford, Hertsfordishire, Inglaterra.


Referencias:

[1] Andrew Blackwood, Pastoral Work (Filadelfia: Westminster Press, 1945), pp. 220, 213.

[2] Elena G. de White, Obreros evangélicos (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1971), p. 330.