Acabo de preparar ocho sermones extraídos del libro de Nahum. Son mensajes para la Semana de Cosecha vía satélite en la Rep. de Bolivia. El libro de Nahum no es el mayor libro de la Biblia, pero es un gran libro. A simple vista, es un libro de condenación. Nahum profetizó la destrucción de Nínive cien años después de Jonás. Cuando Jonás predicó, la ciudad se arrepintió, se volvió a Dios, y él la perdonó. Pero, el tiempo pasó y los mismos pecados volvieron a dominar el corazón de los ninivitas. Entonces, Dios envió a Nahum, a fin de que anunciara la destrucción de la metrópolis impenitente.

Pasé muchos días analizando el libro de solo tres capítulos. Intenté hallar el mensaje de la gracia redentora de Dios detrás de los terribles anuncios de destrucción, y no fue difícil. La gracia es la hebra dorada que une cada uno de los versículos del libro. Desde el primer capítulo Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable” (vers. 3); “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia” (vers. 7); hasta el último versículo del libro: “No hay medicina para tu quebradura; tu herida es incurable”. Todos hablan de un Dios que espera, invita y cree en el ser humano.

Si no puedes abrir la Biblia y ver con claridad meridiana el tema de la gracia de Jesús en cada página, es necesario revisar tu comprensión de la obra de Cristo. Este es el único tema de la Biblia. Todo lo demás es complemento, contexto o resultado de lo que Jesús hizo en favor del pecador, en la cruz del Calvario.

No podemos olvidarnos de que somos mensajeros de la gracia. El movimiento adventista surgió en el siglo XIX, en cumplimiento de la profecía adventista que anunciaba a un ángel que volaba en medio del cielo y que tenía el “evangelio eterno”. Este evangelio está escrito en letras de molde, de inicio a fin de la Biblia. Génesis 1:1 afirma: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Todo es obra de Dios, de su misericordia y su poder. Al ser humano solo le restaba aceptar o rechazar el mundo maravilloso creado para él. Todo le fue entregado por gracia. En el último versículo de la Biblia, encontramos lo siguiente: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros” (Apoc. 22:21). No hay obras, no hay dinero, no hay esfuerzos; Jesús lo hizo todo y lo entregó por gracia al ser humano. Gracia de inicio a fin. Y, en cada página, uniendo estos dos polos, fluye la sangre de Cristo, símbolo de la gracia.

Este fue el mensaje que sustentó mi vida y mi ministerio. Fue el Señor de la gracia que, un día, me encontró y me enseñó a andar en sus caminos. Fue Jesús quien me condujo paso a paso, durante casi cuatro décadas, al predicar el evangelio de la gracia. En este punto de mi ministerio, puedo entonar con mis hermanos: “Si no fuera por mi Jesús, mi alma estaría perdida, si no fuera por mi Jesús”.

Esta es la última vez que escribo “De corazón a corazón” para la revista Ministerio. Como Pablo, puedo decir: “Llegó la hora de mi partida”. Si eres un joven pastor, y me preguntas: “¿Cómo pudo llegar hasta este momento?”, respondo: Por la gracia maravillosa de Cristo. Nada soy. Nada valgo; soy solo barro. Pero, con ese material, Dios, en su maravilloso amor, hizo un vaso para dar de beber agua de vida a muchas personas sedientas en el desierto del pecado.

Parece que fue ayer cuando, con solo 21 años, me presenté ante el presidente de la Asociación para iniciar mi trabajo. Era un joven lleno de sueños, planes y mucho deseo de hacer grandes cosas para Dios. Casi no sentí pasar el tiempo. Hoy, luego de cuatro décadas, solo tengo palabras de gratitud a ese Dios que un día me llamó para predicar su Palabra.

Continúo soñando. Creo que Dios todavía está dispuesto a hacer en mi vida, y a través de ella, mayores cosas. Tengo la certeza de que la gracia de Cristo continuará operando en mi experiencia, en la medida en que se lo permita. Cada día, al separar tiempo para mantener comunión con él, estaré diciendo con esa actitud: “Señor, estoy aquí, buscando tu presencia, porque solo nada consigo, nada puedo, nada soy. Necesito de tu gracia y tu poder”. Cada vez que, por cualquier motivo, descuidamos el tiempo que debemos pasar con Dios, estaremos diciendo: “Solo, puedo vivir. No necesito de ti, Señor”.

Querido colega, acepta la gracia de Jesús. Experiméntala, báñate en la gracia, predica la gracia. Exalta a Jesús, de inicio a fin de todo el sermón, independientemente del asunto presentado. Pon a Jesús de inicio a fin en tu ministerio. Después, es pera, como Pablo, la corona de la vida que el Señor preparó no solamente para él, sino también para todos los que aguardamos su venida.

¡Que Dios conduzca tu ministerio!

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.