“Era sabio el Predicador… Procuró el Predicador hallar palabras que agradasen” (Ecl. 12:9, 10, VM).

¡Esta es vuestra hora!

Han terminado los días preparatorios. Se completó el estudio cuidadoso. Se invita la unción del Espíritu Santo. Hoy, con mente y cuerpo alerta, lleváis el mensaje divino al pueblo. Hoy sois sus maestros, sus profetas, sus videntes y sus apóstoles. Hoy Dios habla mediante vosotros un mensaje celestial dirigido a todos. Ninguna fantasía humana dimanará de vuestros labios; hablaréis únicamente aquello que creéis ser un mensaje dado e inspirado divinamente.

Cuando estáis en el púlpito sois conscientes de que ésa es vuestra vocación. No podríais, no os atreveríais, ser otra cosa fuera de predicador. Un pensamiento surge tras otro. Las palabras vienen unas después de otras como si os dijeran ansiosamente: “¡Úsame, úsame!” Elegís o rechazáis prestamente, colocando a cada palabra, idea o sentencia en una ordenaron coherente y enérgica. Tal es el fruto de una cuidadosa preparación, de la experiencia y de la seguridad de la presencia divina en vosotros. Sois predicadores del Evangelio. Esta es vuestra vocación. Es la vida misma. Durante esta breve hora sois hombres de Dios. Mediante la “locura de la predicación” alguien en este día será acercado a la voluntad divina para el hombre.

¡Ahora, Sr. Predicador, encuéntrese con su congregación!

Conoce por nombre a la mayor parte de los feligreses, y a casi todos de vista. Muchas veces los ha saludado en la puerta de la iglesia, en sus hogares y en las reuniones sociales. Pero, Sr. Predicador, ¿se ha encontrado realmente usted con su congregación? Le diré algo acerca de algunos de ellos.

Ahí está el Hno. Robinson, usted lo conoce, por supuesto. Era adventista aun años antes de que usted naciera. Conoció personalmente a algunos de los antiguos pioneros. Ha visto crecer la obra de Dios. Sus amigos y contemporáneos han ido muriendo uno a uno. Es anciano y está solitario. El paso de los acontecimientos modernos lo ha dejado atrás. Hoy ha venido a la iglesia a escuchar acerca de las sendas antiguas, a reconfortarse con las promesas que ama tan profundamente. Sr. Predicador, dedique una palabra o dos en su sermón a los ancianos, a las viudas, a los solitarios. Sus amenes son fervientes y claros cuando usted habla de los triunfos de la obra de Dios. Él es uno de los santos de Dios. Aliméntelo y alimentará bien a toda la grey.

“Usted me conoce, pastor. Soy la señora que lleva el sombrero grande, en la tercera fila. La vida ha sido dura para mí, y sigue siéndolo. Uno de mis hijos está sepultado en Francia, y otro se perdió en Corea. Esto y otras cosas han dejado resentido y desilusionado a mi esposo. Se burla de la religión y de ‘tu Dios’ —como él dice. Esta semana ha sido especialmente difícil. Esta mañana mi esposo me ha injuriado porque vine a la iglesia. ‘¿Qué bien te hace a ti o me hace a mí?’ me preguntó. ‘Eso no traerá de vuelta a los muchachos’. Yo no pido tanto, pastor, sino una palabra o dos, algo de esperanza, una promesa que pueda llevar conmigo como estímulo durante la semana. Algo que me ayude a vencer la tentación a dudar y a desanimarme. ¿Tiene usted algo para mí en su sermón de hoy?”

¿Ve esa fila de jóvenes sentados atrás, pastor? No le dicen mucho, ¿verdad? Casi todos son hijos de familias adventistas. Han crecido en la iglesia, y usted podría pensar que están salvados para la iglesia. Todos vienen a la escuela sabática y a’ sermón, y casi todos asisten a la reunión de los jóvenes. Esta noche estarán en la reunión social. Pero en esa fila de jóvenes hay un problema para cada uno. Algunos son pequeños y otros son grandes. Tomás y Carola van al cine. Pedro está perdiendo terreno debido a su afición por las novelas y revistas de historietas. Jaime, el hijo del anciano, está soportando una verdadera tentación. Tiene un buen puesto, como usted sabe. Esta semana la firma para la cual trabaja le ofreció una promoción y un buen aumento de sueldo si trabaja en sábado durante unas pocas semanas en un proyecto especial.

Oh, son jóvenes admirables. Lo seguirán a usted a todas partes. Aman la oportunidad de trabajar activamente. Lo que podría realizar un ejército de jóvenes correctamente preparados es algo que escapa a nuestra comprensión. Y ellos quieren ser buenos y hacer lo que es correcto. En su vida, pastor, y en su mensaje de hoy estarán buscando inconscientemente el desafío del Cristo viviente. ¿Está ahí para ellos?

“Por cierto que usted me conoce, pastor. Tomás Bagnall, el que paga el mayor diezmo, el bastión de la iglesia, anciano, contribuyente financiero número uno. Los negocios y las ganancias son satisfactorios. Estoy dispuesto a colaborar en la compra del nuevo órgano. Me siento bien cuando puedo ayudar. Esta semana envié 500 dólares a la asociación para la obra evangélica. Usted lo ignora, pero esta semana soporté una de las mayores crisis que haya tenido en mi vida. Un financista amigo me ofreció participar en un gran negocio. Gran beneficio para ambos y poco trabajo. Habría significado mucho para la iglesia también. Pero había algo relacionado con los impuestos que me preocupaba. No dije que sí de inmediato. Llevé a casa la propuesta para estudiarla y también para orar acerca de ella. Algo que usted dijo hace unas semanas me hizo decidir en contra de ‘a propuesta. Usted me ayudó a ganar la victoria, créamelo, pastor. ¿Ha traído hoy algo que me ayudará a resistir la tentación y la presión de los negocios?”

“No sé si acaso usted me conoce, pastor. Somos Juan y María Baker —los recién llegados. Vinimos a la iglesia para escapar de un problema. Este es un nuevo comienzo para nosotros. Pocas semanas atrás nuestro matrimonio parecía estar deshecho y el divorcio parecía seguro. Sólo la iglesia nos mantuvo juntos. Y necesitamos ayuda urgente. Por favor, pastor, dénosla ahora en su sermón”.

Sr. Predicador, ¿ve a esa madre y a ese padre sentados allí? ¿Los conoce? Usted los casó, y dedicó a sus tres hijos. Han sido adventistas toda su vida, pero ello no significa que no tengan problemas. Tres hijos menores de cinco años ya constituyen suficiente problema. Están procurando educarlos correctamente. Pero la madre está tan cansada, y no hay mucho dinero de que disponer. Se desaniman fácilmente, pero un poco de ayuda es suficiente. La semana pasada uno de los niños se portó mal en la iglesia, así que la madre casi decidió quedarse en la casa esta semana. Le parecía mejor quedarse que perturbar a la gente, especialmente después de las miradas acusadoras que recibió. En su sermón de hoy usted puede darles ánimo, lo cual balanceará el platillo del desaliento.

Esto es sólo una muestra, pastor, pero hay mucho más. El Sr. Smith está luchando contra el hábito de fumar. Janos y su esposa tienen dificultad para ambientarse en este país al que llegaron hace poco. La Sra. Thomas será sometida a una delicada operación esta semana. El Sr. y la Sra. Jones se enteraron que su hijo, que sufrió un accidente de automóvil la semana pasada, no volverá a caminar otra vez. Harry Simpson está procurando interesar a su esposa en el mensaje. Luego quedan los muchachos y las chicas. ¿Hay algo especial para ellos en su sermón de hoy, pastor? Comerciantes, obreros, hombres de negocio, profesionales, empleados de oficina, estudiantes universitarios, amas de casa, ancianos, jóvenes, hombres en la plenitud de la vida, casados, viudas y solteros —todos esperan que usted les dé hoy ayuda espiritual y dirección. Se apoderarán ansiosamente de los trozos de verdad y de los granos de sabiduría que salgan de sus labios. Bajo la dirección de Dios, hoy todos pueden encontrar la ayuda que necesitan.

Hoy esas personas volverán sus ojos hacia usted como su dirigente durante cuarenta minutos. Lo considerarán como el elegido para estar entre ellos y su Dios, para que presente el mensaje divino a sus sedientos corazones. ¿Alimentará usted hoy a la grey de Dios? ¿O tan sólo organizará, promoverá y reglamentará? Su mensaje podrá ser doctrinal, inspirado o promocional; su predicación podrá ser expositiva, exegética o explicativa; pero debe alimentar a la congregación. De otro modo sufrirán hambre esta semana. ¿Ha pensado usted en las necesidades de su pueblo como individuos? ¿o bien ahora es demasiado tarde para cambiar su sermón, Sr. Predicador; pero hoy, le guste o no, usted tendrá que encontrarse con su congregación.

¿Cómo podemos, los que hemos sido elegidos a la más elevada de las vocaciones, satisfacer las diferentes necesidades de las congregaciones entregadas a nuestro cuidado? Hay toda clase de limitaciones puestas a nuestra predicación. Campañas, días especiales, el calendario eclesiástico —todo ello necesita promoverse. Cualquier congregación, no importa su tamaño constituye un desafío para el ingenio del ministro, y lo hace comprender su insuficiencia. La variedad de oficios, profesiones, personalidades y problemas torna al ministro muy consciente de su necesidad de ayuda divina en la tarea de alimentar a la grey de Dios.

“‘¿Quién pues es el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su familia?’ ¿Podemos nosotros contestar? ¿Soy yo el mayordomo fiel al sagrado cometido que se me confió?” (Testimonios para los Ministros, pág. 238).

¿Cuáles son los principios de la predicación pastoral de éxito que deberían subrayar todos nuestros esfuerzos?

1. Cabal preparación de cada sermón.

“La palabra del predicador de la luz, como el aceite áureo que fluye de la oliva celestial al vaso, hace que la lámpara de la vida brille con claridad y poder para que todos puedan discernir. Los que tienen el privilegio de sentarse para aprender de un ministerio tal, si sus corazones son susceptibles a la influencia del Espíritu Santo, sentirán una vida interna. El fuego del amor de Dios será encendido dentro de ellos” (Id., pág. 345).

El ministro “no se aventurará a venir ante la gente hasta que no haya tenido primeramente comunión con Dios” (Ibid.). La preparación comienza en el corazón. Debería ser completa para cada sermón. No sólo nuestros apuntes y referencias bíblicas deben estar bien organizados, sino también nuestros corazones deberían estar escrupulosamente limpios de pecado. Deberíamos buscar la bendición del Señor no sólo para el estudio que presentaremos sino también para la forma como lo presentaremos.

2. Sermones centrados en la Biblia

Ni aun los escritos del espíritu de profecía deberían tomar el lugar de la Biblia en nuestros sermones. H. M. S. Richards cuenta la experiencia de su padre, quien conoció personalmente a Elena G. de White. Una vez le preguntó cómo debería emplear los escritos del espíritu de profecía en sus sermones. Su consejo fue que extrajera su sermón de la Biblia. Que buscara todos los textos relacionados con el tema, luego que leyera lo que los escritos inspirados decían acerca de ellos. Y después que predicara de la Biblia. Los escritos del espíritu de profecía deberían emplearse abundantemente en la preparación, pero escasamente en la predicación. Nuestro pueblo no quiere una serie de citas de la Sra. de White como su sermón para el día. La Palabra de Dios es el pan de vida. Ella misma dice: “Tengo algo que decir a los jóvenes que han estado enseñando la verdad. Predicad la Palabra” (Evangelism, pág. 214). “Recomiendo al amable lector la Palabra de Dios como regla de fe y práctica. Por esa Palabra hemos de ser juzgados. En ella Dios ha prometido dar visiones en los ‘postreros días’; no para tener una nueva norma de fe, sino para consolar a su pueblo, y para corregir a los que se apartan de la verdad bíblica” (Primeros Escritos, pág. 78).

Nuestro pueblo no debería ser alimentado con un evangelio social, con una reseña política, con una investigación arqueológica o con una conferencia filosófica. Necesitan ayuda espiritual. Las verdades fundamentales del Evangelio son las que le darán lo que necesitan. Basad cada sermón en las Escrituras. Muchos sermones se preparan en torno a un versículo o pensamiento bíblico, pero no se añade nada más de la Palabra. Aseguraos de que cada presentación está entretejida con el hilo dorado de los Escritos Sagrados. Así cubriréis vuestras palabras con el ropaje de divinidad. Llegaréis a ser algo más que un mero hombre que habla a otros hombres. Os transformaréis en un hombre de Dios.

Una predicación cristocéntrica.

Este concepto es fundamental para toda la predicación adventista: todos los caminos del país de las Escrituras conducen a Cristo. No se trata de pasar todos los sábados hablando de la vida de Cristo, pero cada doctrina, cada ilustración, cada pensamiento, deberían tener el propósito de conducir al oyente a reconocer su dependencia de Jesús en la salvación, la vida y la eternidad. Estas familiares declaraciones de Elena G. de White son ilustrativas:

“Los discursos teóricos son esenciales, a fin de que la gente pueda ver la cadena de verdad, que, eslabón tras eslabón se une para formar un todo perfecto; pero ningún discurso debe predicarse jamás sin presentar a Cristo y a él crucificado como fundamento del Evangelio. Los predicadores alcanzarían más corazones si se explayasen más en la piedad práctica” (Obreros Evangélicos, pág. 167).

“No debe presentarse un solo sermón a menos que una porción de ese discurso se dedique especialmente a hacer claro el camino por el que los pecadores pueden venir a Jesús y ser salvos” (Evangelismo, pág. 141).

“Os presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y redención —el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros” (Id., pág. 142).

A esto se refería Pablo cuando dijo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:23). Jesús dijo: “Venid a mí todos los que está s trabajados y cargados, que yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Cuando predicamos a Cristo proporcionamos descanso a los que están cansados, consuelo a los enfermos y felicidad a los afligidos. Cristo puede satisfacer toda necesidad si lo ensalzamos como el Rey y el Salvador.

Alrededor de estos tres principios podemos construir los demás elementos que determinan la predicación de éxito. Las ilustraciones, los relatos, las anécdotas, todos cuadrarán en vuestro sermón. Conviene que haya un relato especial para los niños, pero no como algo separado, sino entretejido en la predicación, para que no piensen que ellos constituyen un grupo aparte de la congregación.

Finalmente, recordad a vuestra grey. Pensad en ella durante vuestra preparación, pero no como un mar de rostros, sino como hombres y mujeres, niños y niñas, que encuentran particularmente difícil el camino hacia el reino. Nadie lo encuentra fácil; y para algunos es muy duro. Si recordáis sus complejos y problemas personales podréis ayudarlos. Por cierto que no podréis tratar cada problema individual. Ni tenéis necesidad de intentarlo. Pero recordar sus necesidades condicionará vuestro pensamiento y predicación, de modo que podréis llevarlos más cerca de Cristo. De vuestro conocimiento y experiencia fluirán consuelo, curación e inspiración.

No recuerdo dónde escuché el siguiente relato, pero es uno de tantos relatos procedentes de la India que hablan de la riqueza enorme de los antiguos dirigentes hindúes. Cierta vez un general británico visitaba a un maharajá que gozaba de la reputación de ser el más opulento de todos. Después de disfrutar de la hospitalidad del príncipe hindú, el general le pidió un favor especial.

—“Majestad —le dijo—, ¿quisierais mostrarme la más preciosa de todas vuestras joyas y obras de arte?”

Debido a que el general era un huésped y a causa de la amistad del príncipe con los británicos, consintió. Los dos hombres descendieron a las bóvedas del tesoro que estaban debajo del palacio. Traspusieron las macizas puertas. El general quedó asombrado frente a los grandes montones de plata y oro, las obras de arte, y las curiosas filigranas e ídolos de oro. Había un increíble despliegue de riquezas.

Esperaba que en cualquier momento el maharajá se detuviera para señalarle uno de los hermosos objetos como su posesión más preciada. Pero pasaron junto a todos etilos —junto a las diademas de perlas radiantes, de los barriles de diamantes, de cofres de rubíes, esmeraldas y zafiros. Finalmente llegaron al lugar más alejado de la bóveda. Se dirigió hacia un estante y tomó una cajita.

—Aquí está mi tesoro más precioso —le dijo al general mientras le pasaba el cofre.

Este, lleno de expectación y con temblorosos dedos abrió la caja sin poder imaginar su contenido.

—-¡No puede ser! ¡No puede ser esto! —exclamó cuando miró adentro de la cajita, donde había, en medio de rica seda un porotito blanco y arrugado—. ¡No puede ser éste el tesoro del hombre más rico del mundo!

El maharajá sonrió.

—Tómelo en su mano. Ahora colóquelo en el interior de su casaca para que reciba el calor de su cuerpo. Así está bien. Retire la mano ahora.

Con enorme asombro el general miró el objeto que tenía en la mano. La transformación que había experimentado escapaba a la comprensión humana. Ya no estaba muerto ni arrugado, sino que era una perla, refulgiendo con preciosa luz. El príncipe volvió a hablar.

-—Es el calor de su corazón el que ha realizado la transformación.

Volvamos a la grey. Si sentís con ellos, si conocéis y comprendéis sus necesidades, si vos otros mismos habéis estado en la mano de Cristo y os habéis calentado con el calor de su gran corazón, vuestra congregación también será calentada. Y más aún, a través de vosotros fluirá el poder transformador del amor de Dios. Las vidas débiles serán fortalecidas, los corazones cansados serán refrescados, el vigor juvenil será encauzado, los tristes serán consolados, los perplejos serán orientados, los cansados descansarán. “Era sabio el Predicador… Procuró el Predicador hallar palabras que agradasen”.

Sobre el autor: Director de la Voz de la Profecía de la División Australasiana