Confieso que este texto no nació en virtud del tema de tapa de esta edición. De hecho, hace algún tiempo que llevo pensando en los grandes desafíos que involucran a la predicación del evangelio en nuestros días. Me parece que los patrones que rigen la comunicación en masa y los discursos de autoayuda están asediando a predicadores cristianos como necesarios, haciendo que el momento solemne de la exposición de la Palabra esté caracterizado por muchos recursos retóricos y poca manifestación real del poder de Dios.
Evidentemente, la relación entre predicador, mensaje y audiencia debe ser considerada con atención especial. Al final de cuentas, la iglesia cristiana tiene algo de suma importancia que proclamar. Sin embargo, en la búsqueda por la relevancia y la atención, es necesario que la perspectiva bíblica sea mantenida en su lugar de privilegio. En las Sagradas Escrituras, uno de los textos que me hacen reflexionar sobre este proceso se encuentra en 1 Corintios 1:21 al 23: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura”.
En este texto, el apóstol Pablo, en su condición de mensajero aprobado, describió el perfil de su audiencia y la esencia del mensaje que debía ser proclamado. A pesar de las pretensiones y las peculiaridades delos griegos y los judíos, el apóstol fue categórico con relación al contenido que debía predicarse: ¡Cristo! Más allá de la distancia temporal y geográfica entre la orientación a los corintios y el cristianismo del siglo XXI, estoy convencido de que en un mundo plural como el nuestro, más que nunca la Cruz debe ser exaltada, aunque continúe siendo escándalo para algunos y locura para otros.
Desdichadamente, sin embargo, en muchos casos, lo que se ha visto es una distorsión del mandato bíblico. En lugar de estar animados en la “locura de la predicación”, algunos cristianos prefieren una “predicación loca”. ¿Qué es lo que distingue una categoría de la otra? A continuación sugiero algunas distinciones.
La “locura de la predicación” está fundamentada en las Sagradas Escrituras y encuentra en todo su contenido la presentación del plan de la salvación, encarnado en Cristo y en la perspectiva del gran conflicto entre el bien y el mal. Ese es el hilo conductor que mantiene la unidad de la Biblia y que debe ser enfatizado continuamente en el púlpito. Por su parte, la “predicación loca” está basada en la experiencia personal, en las ciencias o en las agendas que dominan los periódicos, las revistas y las redes sociales. Tal mensaje hasta puede parecer agradable, relevante, y hasta políticamente correcto, pero es espiritualmente pobre, e incapaz de generar un verdadero arrepentimiento que resulte en la salvación de un hombre perdido.
Además de esto, la “locura de la predicación” destaca la obra completa de Jesús. En lenguaje paulino, “Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:30). De esta manera, el mensaje cristiano no disocia justificación, santificación y glorificación; es decir, la dinámica de la salvación no es mutilada. En contraste, la “predicación loca” compartimenta la obra del Salvador y distorsiona lo que no le conviene. En ese caso, algunos exaltan la “gracia barata”, “sin precio y sin costo”, como escribió Dietrich Bonhoeffer; otros, un “legalismo cristocéntrico”, tal como lo definió Martin Weber.
Finalmente, la “locura de la predicación” promueve una postura humilde frente a la grandeza de la gracia ofrecida por Cristo: “El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Cor. 1:31). Al contrario, la “predicación loca” subraya un pretendido poder que el profeso cristiano recibe al admitirse salvo. A contramano del amor y el servicio al prójimo, los adeptos a este tipo de predicación están en la búsqueda de estatus, poder y bendiciones para la satisfacción propia y la validación de un discurso ilusorio y antibíblico.
Delante de nosotros, pastores y dirigentes cristianos, se encuentran dos modelos de predicación. De un lado, una predicación bíblicamente fundamentada, profundamente cristocéntrica y notoriamente humilde. Del otro, un mensaje humanista, desequilibrado y egoísta. Al asumir el púlpito, ¿de cuál de los dos tipos has sido mensajero y testigo?
Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la Casa Publicadora Brasileira.