La predicación siempre ha sido conocida como un elemento intrínsecamente relacionado con la iglesia. Los pastores frecuentemente son llamados predicadores. Los que conocen el sistema cristiano de culto pueden identificar fácilmente el lugar que ocupa la predicación y la gran importancia que se le da en las iglesias.
La educación, en cambio, no ha sido siempre asociada a las funciones religiosas. Al hablar de la educación, las personas en general la relacionan más fácilmente con escuelas que con iglesias. ¿Será la educación una función circunscripta exclusivamente a las escuelas? ¿Qué lugar podría ocupar la educación en la iglesia? ¿Será correcto dedicar el tiempo, los talentos y el dinero de una congregación a cualquier otra actividad que no sea la predicación del Evangelio?
Naturalmente, cualquier denominación cristiana reconocería la importancia de establecer escuelas parroquiales y aun colegios y universidades cristianos, pero en relación con la iglesia o templo a veces surgen ideas confusas sobre su función específica.
Al considerar las responsabilidades de un pastor en la iglesia, ¿qué función debería ser puesta en primer lugar? ¿Debería el ministro ser considerado primeramente predicador, o educador, o ambas cosas a la vez? ¿Podríamos considerar los términos “predicador” y “educador” como sinónimos, al referirnos a las responsabilidades del pastor? En la compleja situación actual en que se halla la iglesia, se hace necesario definir más claramente la relación que existe entre predicación y educación en el contexto de la misión total de la iglesia.
Al examinar la Biblia, los escritos de Elena de White y la opinión de diversas autoridades en la materia, podremos determinar con certeza el lugar que deben ocupar y la importancia que han de tener en la iglesia de hoy la predicación y la educación.
La predicación en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento hay una clara distinción entre predicación o proclamación del Evangelio y educación o enseñanza. Según Dodd, los cristianos primitivos no reconocerían como predicación del Evangelio muchos discursos pronunciados en los púlpitos de hoy.[1] Predicación, de acuerdo con el Nuevo Testamento, no es lo mismo que exhortación e instrucción moral. Aunque la preocupación de la iglesia era transmitir las enseñanzas del Señor, ésta no era la forma usada para conseguir nuevos conversos. Era la kérugma —dice el apóstol Pablo— y no la didajé, el medio aprobado por Dios para salvar a los hombres.
La distinción entre kérugma y didajé se conserva claramente en los Evangelios, en el libro de Hechos, en las Epístolas y en el Apocalipsis. Por eso, al considerar la palabra predicación, siempre necesitamos recordar que en el Nuevo Testamento significa “proclamación”. El término griego kérugma se usa para indicar la sustancia de la proclamación, y el término kerussein para denotar el acto de proclamar o anunciar en alta voz.
Por lo tanto, el empleo de la palabra “predicación” en el Nuevo Testamento incluye el mensaje comunicado. Davis afirma claramente que “la predicación no tiene existencia aparte del mensaje predicado”.[2] En el Nuevo Testamento un hombre predica “el Evangelio” (Hech. 14:7), o “el Evangelio del reino” (Luc. 4:43), o simplemente “a Jesucristo” (2 Cor. 4:5). El hombre predica “buenas nuevas a los pobres”, “libertad a los cautivos”, y “el año agradable del Señor” (Luc. 4:18, 19).
La predicación está tan identificada con el Evangelio en el Nuevo Testamento, que un segundo término combina el contenido y el acto de predicar en una sola palabra griega: evaggelizein, que significa predicar el Evangelio o proclamar buenas nuevas, o simplemente evangelizar.
Podemos encontrar diferencias respecto a la vida y la práctica de los creyentes, así como respecto a cuestiones teológicas y religiosas en el Nuevo Testamento, pero no encontramos tales diferencias en lo que atañe al contenido central del Evangelio. Da-vis define el Evangelio como “las buenas nuevas de la acción redentora de Dios mediante Jesucristo nuestro Señor, que revela el amor de Dios hacia los hombres y su propósito en la historia, manifiesta simultáneamente su justicia y su misericordia, provee de ese modo una nueva base para la relación entre los hombres y Dios —compasión, perdón, favor inmerecido y ayuda— y trae a la existencia una humanidad regenerada, unida a Cristo y que no vive más según sus posibilidades biológicas sino por la participación en la vida de Cristo”.[3]
Jules Moreau subraya el hecho de que la palabra kérugma abarca tres factores de la predicación: F) La denuncia del pecado y el anuncio del juicio. 29) La proclamación de la acción redentora de Dios mediante Cristo. 39) La exhortación a aceptar el perdón de Dios y vivir como aquellos a quienes ha perdonado todos los pecados el único Dios que realmente puede perdonar.[4]
En resumen, éste es el Evangelio predicado en el Nuevo Testamento. El mensajero de buenas nuevas es importante como instrumento; no obstante, es secundario en relación con el Autor del mensaje, el contenido del mensaje y el pueblo a quien el mensaje debe ser transmitido. Así, aunque es sumamente valioso como instrumento, el predicador ocupa el cuarto lugar en orden de importancia.
Tan importante como el contenido del Evangelio es el propósito para el cual es enviado. Es enviado a los que no oyeron acerca de la acción redentora de Dios por medio de Cristo. Las buenas nuevas están destinadas a los que están alejados de Dios y extraviados en sus propios caminos. Como dice Pablo, las buenas nuevas se dirigen a los que están “muertos en.… delitos y pecados” (Efe. 2:1).
La Iglesia Apostólica vino a la existencia por medio de la proclamación de este Evangelio. Al enfrentarse diariamente con hombres que, al convertirse, nacían de nuevo, esto es, se transformaban en nuevas criaturas en Cristo, la iglesia reconoció que el Evangelio es “poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:24), “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16). Los inesperados resultados de la predicación de Pedro en el día de Pentecostés, de acuerdo con lo que se relata en Hechos 2; los resultados sorprendentes de la predicación del Evangelio por Felipe al pueblo de Samaría y la rápida difusión del Evangelio en todas partes, demuestran claramente que la causa de tal maravilla no era el simple hecho de hablar sino más bien la obra realizada por Dios mediante el Evangelio.
No puede haber dudas en cuanto a la importancia de reconocer la diferencia entre la proclamación del Evangelio y todas las otras formas de exposición religiosa. Únicamente el poder de Dios manifestado en el Evangelio pudo traer a la existencia y mantener viva a la iglesia. Fuera del Evangelio, nada tiene el poder de transformar a las personas y convertirlas en miembros del cuerpo de Cristo.
Por medio de instrucciones humanas, persuasión, promoción comercial y propaganda, sólo se puede producir una institución humana. Pero la iglesia no es eso. Davis se expresa con propiedad cuando dice que “la iglesia está donde se predica el Evangelio; ésta es la primera señal de su presencia. Donde el Evangelio no se predica, puede haber una floreciente institución. Sólo una cosa no puede existir donde no se predica el Evangelio: La iglesia no puede estar allí”.[5]
En la historia del cristianismo, dondequiera que se predicaba el Evangelio, el Espíritu Santo lo utilizaba y los frutos eran: arrepentimiento, confesión, conversión, regeneración, justificación, etc. Todavía hoy, la transformación radical de las personas es el resultado que debe esperarse dondequiera que se predique el Evangelio. La condición de los seres humanos exige nada menos que una transformación total, mediante la cual una persona centrada en el yo, se vuelve hacia Dios. Esto era real en los días del Nuevo Testamento y todavía lo es hoy.
La educación en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, íntimamente relacionada con kérugma, está la palabra didajé, que significa instrucción basada en la proclamación. Esta instrucción puede ser calificada de exhortación ética y moral, y señala la forma en que los cristianos que han respondido al acto redentor de Dios mediante Jesucristo deben vivir ahora en el mundo.
La instrucción no es inferior a la predicación en el Nuevo Testamento. Jesús no solo predicó, sino que enseñó acerca del reino de Dios. (Mar. 6:34.) Pedro, Pablo y todos los demás apóstoles enseñaron y predicaron. En cada lista de los deberes de los ministros que aparece en el Nuevo Testamento se incluye la educación o enseñanza.
Al referirse a las reuniones cristianas, las formas características del discurso son llamadas instrucción y profecía, en vez de predicación. Después del Pentecostés, los creyentes perseveraban en la doctrina (didajé) de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. (Hech. 2:42.) Resulta interesante notar que nada se dice sobre la predicación. En su carta a la iglesia de Roma, Pablo menciona la profecía, el servicio, la enseñanza, la exhortación y otras funciones, pero no incluye la predicación. (Rom. 12:6-8.) En la lista que envía a la iglesia de Corinto menciona Pablo a profetas y maestros, pero no a los predicadores. (1 Cor. 12:8-10, 28-30.) La única enumeración que incluye a los evangelistas es la de Efesios 4: 11.
En las epístolas del Nuevo Testamento, que debían ser leídas en voz alta en las asambleas de los cristianos, la predicación del Evangelio es mencionada comúnmente como algo que ellos oyeron en el pasado. Al escribir a los cristianos de Galacia, Pablo los llama de vuelta al Evangelio que les fue predicado al principio. (Gál. 1:6-9.) De la misma manera les recuerda a Jos corintios el contenido del Evangelio que les había predicado en un comienzo. (1 Cor. 15:1-11.) Pablo les habla de la predicación del Evangelio como de un hecho consumado en el pasado.
Sin embargo, los cristianos no predicaban un mensaje y enseñaban otro. El Nuevo Testamento no reconoce diferencia alguna de contenido entre predicación y enseñanza. Ambas se relacionan con la acción y la palabra de Dios. La didajé siempre se basa en el kérugma y deriva de él.
Cuando se menciona el Evangelio en una reunión de cristianos, se trata del mismo Evangelio predicado desde el comienzo, aunque sea diferente en la forma o en el énfasis. El apóstol se está refiriendo aquí a las implicaciones que el Evangelio tiene para los creyentes. Después de nacer de nuevo, el cristiano necesita instrucción a fin de comprender el significado y el fundamento de su nueva existencia, y conformar su vida a la nueva fe. La enseñanza sería el adiestramiento para la nueva vida. Tal educación podría denominarse educación religiosa o ética del Evangelio.
Del mismo modo, en la iglesia de hoy la educación o enseñanza no sólo ocupa un legítimo lugar, sino que cumple una función indispensable.
Predicación y enseñanza en la iglesia de hoy
La combinación y la armonización de la predicación y la enseñanza en la iglesia ha sido un asunto muy discutido. Predicadores y educadores han debatido frecuentemente la mayor importancia de una u otra en el ministerio total de la iglesia. Las críticas no siempre han sido hechas abiertamente, pero la cuestión de cuál tiene prioridad se pone en evidencia cuando es necesario decidir el destino de una suma, la preparación de personal para los diferentes ramos de la obra, o el énfasis que se dará a la predicación o a la educación.
Al analizar los argumentos de ambos lados, los siguientes puntos podrían ayudarnos a ver el problema más claramente.
- Una de las críticas que los educadores hacen a los evangelistas es el excesivo énfasis que ponen sobre el fenómeno momentáneo de la conversión sin dar la debida consideración a las experiencias anteriores y a los diversos procesos de la vida de una persona.
- Otro punto señalado por algunos educadores es el exagerado hincapié que ciertos evangelistas ponen en las técnicas, con lo que frecuentemente reducen los métodos de evangelización a técnicas comerciales de venta.
- Los educadores con frecuencia, acusan a algunos evangelistas de estar más interesados en los resultados cuantitativos, fácilmente mensurables, que, en los resultados cualitativos, de más difícil evaluación. Los educadores religiosos, que están dedicados al lento proceso de lograr el crecimiento espiritual de los miembros, ven en el énfasis puesto sobre los números la tentación de concentrarse en motivos superficiales, tales como el crecimiento de una institución, en vez de tener una motivación profunda basada en el interés real por cada persona como un individuo único a la vista de Dios. Un aumento en números exige un esfuerzo disciplinado y cuidadoso para estimular, asimilar y educar a cada persona alcanzada con el mensaje.
- Otra crítica referente a la evangelización que comúnmente hacen los educadores religiosos es la falta de la debida consideración a las leyes psicológicas (como las que atañen a la predisposición y a las diferencias individuales) que influyen en el proceso de la conversión y el crecimiento. Quizá las palabras que se encuentran en Lucas 14: 23 hayan sido usadas algunas veces fuera de su contexto para “forzarlos a entrar”.
Los predicadores y evangelistas también formulan algunas críticas en relación con ciertos aspectos de la educación religiosa.
- Los evangelistas algunas veces han acusado a ciertos educadores religiosos de tener una fe romántica en el proceso educativo, lo que es tan superficial como cualquiera de los recursos evangelizadores por cuyo empleo se critica a los evangelistas. Estos insisten en el hecho de que los procesos educativos son apenas canales a través de los cuales puede fluir el poder divino.
- También se acusa al educador de reconocer en forma inadecuada el significado de las decisiones. Desde el punto de vista psicológico, el crecimiento de un individuo no siempre puede ser trazado con una curva ascendente. Hay profundas caídas y pináculos pronunciados, que coexisten con el desarrollo físico y psicológico de una persona. El hombre es pecador por naturaleza, dice el evangelista, y uno de los primeros pasos para su salvación es el reconocimiento de su pecado y de la importancia de la redención ofrecida gratuitamente por Dios. Esto trasciende más allá de cualquier método educacional.
- Otra crítica que los evangelistas hacen con frecuencia es que los educadores en general carecen del sentido de urgencia que tiene todo el que siente la realidad de que sin Dios el hombre está perdido. Esta urgencia, por otra parte, no precisa llevar al educador o al evangelista a adoptar ciertos expedientes o atajos inadecuados.
- Los educadores religiosos también son acusados de que muchas veces se dejan absorber por los proyectos inmediatos a tal punto que llegan a perder el sentido de los fines últimos.
Evidentemente, cada una de las críticas mencionadas encuentra sólida base en la Biblia y en los escritos de Elena de White. Al contemplar ambos aspectos, se ve claramente una cosa: Aunque la predicación y la enseñanza pueden distinguirse con facilidad como formas diferentes, en la práctica se hace realmente difícil determinar dónde termina una y comienza la otra.
En relación con la enseñanza hay dos peligros contra los cuales debe estar alerta todo educador religioso. Primero, existe el peligro de considerar con negligencia el mensaje bíblico radical del cristianismo, y pasar a enseñar únicamente un idealismo moral y religioso. Segundo, existe el peligro de enseñar y recomendar un cierto comportamiento ético y religioso de manera tal que sugiera que no es necesario nada más, ningún cambio, ningún nuevo nacimiento. Esto es lo que ha ocurrido con la iglesia cristiana a lo largo de los siglos. Y todavía hoy, en muchas congregaciones, tal vez haya apenas unas pocas personas que creen que algún milagro de la gracia de Dios ha tenido lugar en sus vidas, apenas unos pocos que viven por la fe y que tienen a Cristo como Señor. Entretanto, la mayoría en el mundo de hoy y, quizá, inclusive en muchas iglesias, está —según las palabras de Davis— “donde estaban los espectadores en el día del Pentecostés, pero no está sintiendo soplo alguno, no está viendo lenguas de fuego ni oyendo en alguna lengua las maravillas de Dios”.[6] Este gran número de personas carece, antes que ninguna otra cosa, de la proclamación del Evangelio. Ellas todavía no están preparadas para recibir la educación cristiana o la instrucción religiosa. Pero apenas se predica el Evangelio, se lo acepta y se realiza el milagro de la conversión, la enseñanza se torna indispensable.
De este modo podemos entender la necesidad de que haya un equilibrio real entre las dos formas de ministerio. La importancia de tal equilibrio inmediatamente lleva al ministro adventista a investigar lo que Elena de White ha dicho sobre esta cuestión tan fundamental. Una investigación acerca de lo que dice el espíritu de profecía en cuanto a este asunto, se hace, entonces, imprescindible.
Qué dice Elena G. de White
Refiriéndose a la predicación y a su lugar en la -iglesia de hoy, Elena G. de White establece claramente su valor en muchas referencias directas. Ella reconoció la importancia de los predicadores al decir que “la causa de Dios necesita hombres eficientes; necesita hombres que estén preparados para prestar servicio como maestros y predicadores”.[7]
Aunque pueda haber conversos sin el expediente de un sermón, “la locura de la predicación” es el medio señalado por Dios para la salvación de las almas.[8]
No puede haber dudas en cuanto al contenido de la predicación. La conversión no se logra “por el don de la palabra ni por medio de milagros, sino por la predicación de Cristo crucificado”.[9] Al mismo tiempo, la predicación de la Palabra por sí sola de nada vale sin la presencia y la ayuda del Espíritu Santo. “Únicamente cuando la verdad llegue al corazón acompañada por el Espíritu, vivificará la conciencia o transformará la vida”.[10]
Las declaraciones de Elena de White acerca del concepto y la importancia de la predicación están en perfecta armonía con el Nuevo Testamento. La misma armonía se ve en sus expresiones en cuanto a la educación y su valor en la iglesia.
Un profundo interés en las necesidades reales de la iglesia en todas sus áreas movió a Elena de White a decir que “el predicador no está facultado para limitar su labor al púlpito, dejando a sus oyentes sin la ayuda del esfuerzo personal. Debe tratar de comprender; la naturaleza de las dificultades que se presentan en la mente de la gente. Debe hablar y orar con aquellos que están interesados, dándoles sabias instrucciones”.[11]
En otra ocasión Elena de White dijo claramente que “debe haber menos predicación y más enseñanza”.[12] Esa enseñanza es precisamente la función específica del educador religioso.
En su libro Obreros Evangélicos, Elena de White expone en forma muy apropiada el método por el cual Cristo enseñaba a los discípulos. “Cuando las grandes muchedumbres se congregaban en derredor del Salvador, él daba instrucción a los discípulos y a la multitud. Luego, después del discurso, los discípulos se mezclaban con la gente, y le repetían lo que Cristo había dicho”.[13]
Aunque en sus días recalcó que había más necesidad de instrucción que de predicación, Elena de White deja en claro el hecho de que el punto central, tanto de la predicación como de la enseñanza, es uno solo: “Hágase de la cruz de Cristo la ciencia de toda educación, el centro de toda enseñanza y estudio”.[14]
Al hablar acerca de la importancia de que los ministros sean eficientes en la preparación de otros, Elena de White dice que nuestros predicadores deberían educar a los obreros jóvenes.[15] Y amplía el pensamiento anterior al afirmar que los ministros “no sólo han de instruir a sus oyentes en los buenos principios, sino también educarlos para que sepan comunicar estos principios… Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos”.[16] Por consiguiente, la proclamación o predicación del mensaje trae consigo la necesidad de educación e instrucción. Esta incluye la preparación para predicar, de lo que resultará una iglesia que crece y que, a su vez, tendrá más necesidad de instrucción y educación.
El énfasis que se da en los escritos de Elena de White a la mayor necesidad de educación que de predicación no implica que una tenga más importancia que la otra. Ambas son igualmente importantes y deben ser conducidas en la iglesia y por la iglesia con perfecto equilibrio. Ella dejó esto bien aclarado cuando escribió, refiriéndose a los educadores, lo siguiente: “Los obreros son mucho más necesarios que los meros predicadores, pero las dos funciones deben estar unidas”.[17]
Conclusión
Luego de investigar el valor de la predicación y de la educación, y la importancia de cada una en la misión total de la iglesia de hoy, podemos llegar a algunas conclusiones.
En primer lugar, resulta claro que la distinción entre predicación y enseñanza atiende a la forma y no al contenido. El Evangelio de Jesucristo es el todo de la fe cristiana. La proclamación o predicación será siempre predicación del Evangelio. La enseñanza cristiana en cuanto a la responsabilidad ética y moral estará siempre adecuadamente relacionada con el Evangelio y sólo con el Evangelio. La misión de la iglesia no tiene sentido separada del Evangelio.
El objetivo de la predicación es proclamar las nuevas de la salvación a aquellos que están “muertos en delitos y pecados”, llevándolos a aceptar el don de la vida. La finalidad de la educación cristiana es ayudar a las nuevas criaturas a vivir a la altura de sus decisiones y prepararlos para la nueva vida.
Con esto en mente, al evangelizar a una persona deberíamos estar moralmente seguros de que será posible comprometerla en un programa sistemático de educación religiosa. Ese programa podría incluir: orientación sobre la familia cristiana, instrucción y disciplina de los hijos desde el nacimiento hasta la adolescencia, cursos de asesora- miento prematrimonial, cursos sobre principios de salud, doctrinas bíblicas, métodos de evangelización laica, etc. Al considerar los consejos de Elena de White acerca de la necesidad de que en la iglesia se imparta más instrucción y de la importancia de educar a la gente en la práctica de la religión, deberíamos pensar seriamente en realizar cursos de enseñanza religiosa para la preparación de los laicos. La experiencia de diferentes denominaciones cristianas ha demostrado el éxito que tienen tales cursos en la preparación de laicos que han de servir como dirigentes de las iglesias locales y como educadores en las áreas más diversas.
Cada ministro, sean cuales fueren sus talentos, está llamado a ser un predicador. Debe proclamar el Evangelio a aquellos que nunca lo oyeron. A la vez, el ministro no debe limitar su trabajo al púlpito. Como ministro, también es un educador: Debe dar instrucción a la gente.
De ese modo, como educador, debe saber cómo llegar a la mente de las personas. Debe comprender la naturaleza humana y conocer los procesos de aprendizaje a fin de promover y facilitar el crecimiento espiritual de cada uno de los miembros, jóvenes y ancianos. En ese sentido, el pastor puede ser considerado un educador religioso.
Elena de White lo expresa con las siguientes palabras: “Cristo fue un educador, y sus ministros, que lo representan, debieran ser educadores”.[18]
Referencias
[1] C. H. Dodd, The Apostolic Preaching, pág. 8. Harper & Brothers Publishers, Nueva York, 1937.
[2] H. G. Davis, Design for Preaching, pág. 108. Fortress Press, Filadelfia, 1958
[3] Id., pág. 109.
[4] Jules Moreau, “Kérugma”, en Westminster Dictionary of Christian Education, pág. 364. Abingdon Cokesbury Press, Nueva York, 1963.
[5] H. G. Davis, op. cit., pág. 115.
[6] Id., pág. 126.
[7] Obreros Evangélicos, pág. 96.
[8] 1 Cor. 1:21. (Véase Testimonios Selectos, tomo 3, págs. 299, 300.
[9] Meditaciones Matinales (1953), pág. 226.
[10] Obreros Evangélicos, pág. 301.
[11] Id., pág. 382.
[12] Id., pág. 423.
[13] Id., pág. 424.
[14] El Ministerio de Curación, pág. 365.
[15] Obreros Evangélicos, págs. 78, 79.
[16] El Ministerio de Curación, pág. 107.
[17] Testimonies, tomo 5, pág. 256.
[18] Ibíd.