Cuando el predicador tiene un objetivo, y éste es Cristo, el Espíritu lo guiará en la preparación y la presentación del mensaje, y será una bendición para los oyentes.

Hace algunos años un programa deportivo de televisión presentó un hecho interesante con respecto a las carreras de perros. Cuando se les abrieron las puertas de las jaulas, un aparato electrónico iba delante de ellos llevando un conejo artificial. Esa estratagema mantenía a los perros en carrera, con la esperanza de alcanzar al conejo. La velocidad del aparato determinaba el ritmo de la carrera. En esa oportunidad, la persona encargada de mantener la velocidad posiblemente se descuidó, y uno de los perros consiguió alcanzar el falso conejo. ¡Cuán frustrado se debe de haber sentido cuando, al morder ese muñeco, sólo sintió gusto a trapos y a grasa! Cabizbajo, abandonó la carrera y los demás animales lo siguieron.

¿Es posible que algunos predicadores también estén preparando y predicando sus sermones en procura de objetivos falsos? ¿Es posible que estén corriendo en vano y abofeteando el aire sin objetivos definidos? ¿Por qué algunos, cuando termina el culto, sienten que su predicación no obtuvo eco en la gente? ¿Por qué otros experimentan una sensación de vacío y futilidad? Para que la predicación alcance a los oyentes es necesario que el predicador trate de satisfacer tres necesidades: las de conocer, preparar y aplicar.

EL CONOCIMIENTO

El predicador necesita tener un conocimiento general del ser humano y sus necesidades básicas. La soledad, las dificultades financieras, los problemas familiares y de salud, la incertidumbre del presente, la culpa del pasado y el temor del futuro son algunos de los verdugos del hombre de hoy.

El predicador también tiene que conocer las necesidades que hacen a su predicación. A cada reunión llegan personas con los más diversos problemas, en procura de algún bálsamo para curar sus heridas; las visitas y la obra pastoral ayudan a conocer a los miembros de iglesia y sus problemas personales, y señalan los tópicos que deben tratarse en la presentación del mensaje.

Otro método, que también puede aplicarse con eficacia, es averiguar en cada congregación cuáles son las dotrinas que más les cuestan entender a los feligreses. Por medio de una encuesta anónima, semestral o anual, el pastor o el anciano pueden evaluar su congregación y saber si el alimento ofrecido cada semana está dando los resultados esperados.

Si el predicador desconoce las necesidades de sus oyentes, es muy probable que su predicación se asemeje a una descarga de escopeta, cuyas municiones se esparcen por todas partes sin saber adonde van a ir a parar, o si le van a dar a algo o a alguien.

La preparación

La necesidad de preparar el sermón implica tres aspectos: la preparación de) predicador, del mensaje y de los recursos auxiliares.

La preparación personal. La manera en que el mensajero se presenta ante el público habla en favor o en contra de la eficacia de su mensaje. La preparación personal del hombre al que Dios usa como instrumento incluye, principalmente, una vida de comunión con él y su Palabra, además de un buen testimonio, tanto ante la congregación como ante la comunidad. Eso significa vivir lo que predica y practicar lo que enseña. Forma parte de un pasado remoto la época cuando se respetaba a la gente sólo por su sapiencia y su elocuencia; la vida familiar, las relaciones interpersonales y la conducta en los negocios destruyen o edifican una predicación. El mensaje separado de la vivencia ha sido la causa del fracaso de muchos talentosos predicadores. La gente percibe cuando el predicador no es sincero

Otro aspecto de la preparación personal es la lectura. El predicador necesita disponer de toda clase de información. Debe dedicarse a la lectura, especialmente de asuntos de actualidad. Podemos actualizar la recomendación del apóstol Pablo: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21). Si eso es necesario para todo cristiano, cuánto más para el predicador.

¿Y qué decir de la apariencia personal? Se debe usar ropa adecuada al ambiente y al clima. A veces una prenda desaliñada o mal combinada puede causar estragos. La gesticulación exagerada, la voz estridente o destemplada perjudican la presentación. Esas cosas llaman la atención de los oyentes y los distraen, de tal manera que el mensaje se diluye.

No hay que olvidar la práctica de la oratoria. Sólo se la puede aprender practicándola. Un gran orador no nace como tal, sino que llega a serlo como consecuencia del esfuerzo personal y la práctica.

La preparación del mensaje. La figura del cocinero que prepara alimentos para el consumo es una excelente ilustración de la preparación de un sermón. El cocinero selecciona los ingredientes, y los añade en peso y cantidades exactas, evaluando los nutrientes que contienen; así debe actuar el predicador al preparar su mensaje. Debe leer buenos libros acerca de la preparación de sermones, escoger el tipo de sermón que quiere predicar, estar al tanto del modelo que mejor se adapta a su estilo personal y preocuparse por alcanzar el objetivo de alimentar al rebaño, y entonces ¡manos a la obra!

El tema del sermón se debe escoger con oración, y tratando de satisfacer las bien conocidas necesidades de los oyentes. El bosquejo es el esqueleto o estructura del sermón que, con otros elementos adicionales, se debe transformar en un poderoso instrumento para alcanzar los corazones. Cada parte del sermón merece atención. la introducción, el cuerpo con sus divisiones y la conclusión o llamado. Con el auxilio de las herramientas de la investigación, tales como los comentarios bíblicos, los diccionarios y la concordancia, el predicador debe profundizar el terreno en procura de la comprensión del texto escogido. También es bueno disponer de varias versiones de la Biblia.

Un discurso sin base bíblica no es un sermón. Se le puede dar cualquier nombre, menos el de sermón. Muchos predicadores están llevando al púlpito ideas extrañas a la Biblia, y lo más notable es que lo llaman sermón.

Debe evitarse el uso excesivo de cualquier material. Si hay una fuente que se debe citar siempre es la Biblia. En el pasado, la iglesia ha sufrido por el exceso en citar los escritos de Elena de White. Algunos predicadores lo hacían en forma tan exagerada que, muchas veces, la Biblia no se abría durante todo el sermón y ni siquiera se la citaba. Ahora parece que nos hemos ido al otro extremo: los escritos que consideramos inspirados han sido dejados de lado por algunos predicadores, como si no tuvieran ningún valor. Esas herramientas deben usarse para descubrir lo que el escritor bíblico quiso comunicar a sus destinatarios inmediatos y, de esa manera, podremos entender lo que ese texto tiene que comunicamos hoy. Si no descubrimos los objetivos de un texto bíblico, no se lo debe usar en el sermón.

Acerca de la duración del sermón, de modo general se cree que no debe ser el reloj el que la determine. El sermón largo es el que parece largo, mientras que el corto es el que termina cuando la gente todavía tiene deseos de seguir oyendo; pero treinta minutos es una duración bastante satisfactoria.

La preparación de los elementos auxiliares. Es verdad que los primeros predicadores usaban como único recurso su cuerpo: sus gestos y su voz. Sólo unos pocos elementos se incorporaban al sermón; básicamente la música. Pero hoy existe una sólida estructura tecnológica que está al servicio del predicador. Éste y las iglesias deben estar atentos a los cambios que se están produciendo. La forma en que reacciona la sociedad a esos cambios también debe ser objeto de atención. El proyector de diapositivas, que tanto éxito tuvo antaño, hoy se encuentra perimido hasta en las zonas rurales. Los retroproyectores, las videocaseteras y las computadoras conectadas a cañones (proyectores para programas de computación como Power Point) son las herramientas de última generación que amplían el alcance y los efectos del mensaje.

La música como medio de fijar el mensaje y, principalmente, como auxiliar en la toma de decisiones, no se ha usado tan sabiamente como sería dable esperar. El predicador puede unir el mensaje hablado con el cantado, con la ayuda del director de música.

Un recurso usado por Jesús, que hasta hoy tiene efectos benéficos para los oyentes, son las ilustraciones. Si se adaptan al ambiente y concuerdan con el tema, son las ventanas por donde entra la luz, y ayudan al oyente a entender el mensaje. Hay muchos libros de ilustraciones que pueden usarse, pero con precaución. Esas ilustraciones no deberían presentarse nunca como si fueran experiencias personales, pues alguien las podría haber usado con anterioridad, y eso puede destruir la confianza del oyente en el predicador. Las mejores ilustraciones para los sermones son las que provienen de la vida diaria y de la experiencia personal del predicador.

Debemos ser equilibrados en el uso de ilustraciones. Un edificio lleno de ventanas se puede derrumbar porque carecerá de solidez. Debemos evitar las anécdotas cuyo único fin consista en hacer reír, porque el propósito de la predicación no es divertir a la gente. También debemos evitar el uso de ilustraciones basadas en confidencias, porque correremos el riesgo de poner en evidencia a alguien; para evitar situaciones embarazosas, si el predicador quiere utilizar esa confidencia como ilustración, debe conseguir primero la autorización del confidente.

La aplicación

Después de que el mensaje y el mensajero ya están preparados, todavía debemos considerar otro factor que contribuye a la eficacia del mensaje: su aplicación a los oyentes. Algunos escuchan lindas explicaciones de pasajes bíblicos, y se preguntan: “¿Qué tiene que ver esta historia conmigo y con mis problemas?”

La meta del predicador consiste en alcanzar a la congregación. Un sermón sólo lo es si cumple esta misión. Y ¿cuál es esta misión? Algunas definiciones anónimas nos pueden ayudar a encontrarla. “Un sermón debe consolar a los atribulados y atribular a los consolados” O “un sermón no es una obra de arte que se debe admirar, sino un pedazo de pan que se debe comer”. La clásica definición de Pattison se sigue destacando entre otras por su brevedad y su precisión: “La predicación es la comunicación verbal de la verdad divina con el fin de persuadir”.

Aquí aparecen los tres elementos de la predicación: el tema (la verdad), el método (la comunicación verbal) y el objetivo que se quiere alcanzar (la persuasión). Si la congregación no se sintió alimentada, si no se la desafió para que venciera los obstáculos, se le robó su tiempo y se destruyeron sus esperanzas. Se necesitan tres cosas para alcanzar el objetivo de la predicación: captar la atención de los oyentes, aplicar el mensaje bíblico en un contexto actual y llevarlos a la decisión.

Cómo captar la atención. Mantener a la congregación atenta por aproximadamente treinta minutos no es tarea fácil, ni siquiera para el más experimentado predicador Cuando llega el momento de la predicación, como es normal que suceda un sábado, después de hora y media de programación previa, la tarea se torna casi imposible. Por eso el predicador, para que se le preste atención y se lo entienda, debe usar los recursos que hemos mencionado previamente.

No se consigue la atención de un niño amenazándolo, sino prometiéndole una recompensa. ¿Serán diferentes los adultos? La atención es natural cuando el tema es importante y se lo presenta en forma interesante. Además, los oyentes necesitan saber cuál es la relación que existe entre el costo y los beneficios: si oigo este sermón, ¿me beneficiará en algo? ¿Qué ventaja hay para mí en escuchar a este predicador por treinta o cuarenta minutos? Nadie soporta un sermón sin importancia y dado con voz monótona.

La aplicación del mensaje. Cómo lograr que el mensaje bíblico cobre actualidad, es el siguiente desafío del predicador. Aunque ya haya predicado varias veces el mismo sermón, en cada nueva oportunidad el pastor puede y debe remodelarlo. La mejor modificación consiste en actualizarlo y darle utilidad. Los predicadores son los únicos seres humanos que se imaginan que la gente viene a la iglesia para enterarse de los detalles de historias antiguas; muy pocos se preocupan por lo que la gente necesita oír. Muchos, incluso, predican sólo para llenar el tiempo asignado por el programa de la iglesia.

El predicador debe tener en cuenta a la gente. A menos que lo haga, jamás conseguirá presentar las soluciones divinas para los problemas humanos. Cada persona que escucha un sermón enfrenta alguna dificultad, y el predicador tiene la oportunidad de que su mensaje bíblico cobre realidad para ella.

La gente quiere oír algo acerca de sus necesidades, pero también necesita oír lo que Dios tiene que decirle. Ésta es la doble tarea del predicador: decir lo que Dios quiere que la gente oiga, y al mismo tiempo referirse a las necesidades humanas.

Cómo llevar a la gente a la decisión. Finalmente, ¿qué hacer para que los oyentes tomen una decisión positiva con respecto a la verdad que se presentó? Seguramente, será una frustración llegar al final del sermón sin saber qué hacer. Toda predicación debe finalizar con una invitación a los oyentes; pero es necesario estar atentos a sus reacciones para decidir qué clase de llamado se va a extender. El predicador que siempre hace el mismo llamado termina cansando a sus oyentes. Cuando la gente no está siguiendo el hilo de lo que se dice, o cuando ya está cansada e oír, puede sentirse tentada a atender la invitación para que el sermón termine pronto y librarse así de la molestia que se le ha impuesto.

El llamado no debe ser una parte obligatoria del final de todo sermón, ni extenderlo sólo porque está marcado en el bosquejo. Debe fluir a través de todo el sermón, induciendo al oyente a reflexionar en cada parte del mensaje: “Frente a lo que se está presentado, ¿qué debo hacer?” Recuerde: algunos de los presentes podrían estar oyendo su último sermón. ¿Cómo predicaría usted si supiera que alguien en el auditorio no tendrá la oportunidad de oír otro sermón?

Cristo, el centro

En general, cuando la gente asiste a la iglesia quiere recibir alimento espiritual. Cuando un predicador acepta la responsabilidad de dar un mensaje en determinado día y hora, tiene que trasponer los obstáculos para hacer su tarea con eficiencia. Todo predicador, ya sea novato o experimentado, puede aprender a lograr los objetivos de la predicación.

Cristo debe ser el corazón de todo sermón; si la principal preocupación del predicador ha sido presentar a Cristo, ciertamente llegará a los oyentes y alcanzará los objetivos de la predicación. No es posible predicar para alcanzar los objetivos si no hay preparación en todas las etapas. Sin la presencia de Cristo ningún sermón alcanzará resultados positivos.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación Río de Janeiro Fluminense, Rep. De Brasil