La predicación poderosa nunca es un discurso teórico
En vez de seguir con mi columna acostumbrada “Sinceramente”, he decidido hacer algo diferente durante los próximos tres meses. Compartiré con ustedes algunas profundas convicciones y preocupaciones acerca de la predicación de los adventistas para los adventistas, porque en muchas de nuestras iglesias del mundo entero los ancianos y otros miembros laicos son llamados con bastante frecuencia a predicar el sermón del sábado por la mañana. Comparto, pues, estas inquietudes con los lectores de la Revista Adventista, así como con nuestros pastores a través de la revista Ministerio.
Mi primera preocupación es ésta: Necesitamos predicación bíblica “Que prediques la Palabra”, escribió Pablo; “que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina’ (2 Tim. 4:2). Estas palabras son mi esperanza y el motivo de mis oraciones para los adventistas de hoy. Si estas palabras se convirtieran en realidades en nuestro medio, nuestro pueblo sería alimentado, se llenaría de energía y sería motivado a vivir por Cristo y servirle en todo rincón de la tierra.
¿Qué es la predicación bíblica?
La predicación bíblica pone a la Palabra en el centro. No la psicología o los eventos corrientes; no una historia o una ilustración. Algunas veces las ilustraciones de los sermones son tan fuertes que es todo lo que la gente recuerda, ¡llevan a su hogar la historia pero no aquello que se suponía que la historia debía ¡lustrar!
No, nosotros deberíamos hacer que la Biblia y su autoridad constituyan la parte central. Esto significa que comenzamos y continuamos con la Biblia en nuestra planeación, y luego buscamos la forma de ilustrar el sermón. No comenzamos con material ilustrativo y entonces buscamos un texto para darle validez. ¡Esa forma de usar las Escrituras no nos da un texto, sino un pretexto!
La predicación bíblica se arraiga y funda en la Palabra. Puede ser expositiva, es decir, puede partir de un pasaje especifico y luego desarrollarlo punto por punto, mostrando su significado y aplicación a la vida. O puede ser un sermón de asunto, es decir, se construye alrededor de varios pasajes y no alrededor de uno solo, pero haciendo uso de la Palabra y enfocándolo en la Palabra respecto de un tema en particular. También hay otros tipos de sermones, como el narrativo; pero no importa cuál sea el tipo, en la predicación bíblica, la Palabra da forma a la exposición.
La predicación bíblica significa que nosotros nos inclinamos ante una autoridad más elevada. El predicador no trata de mostrar cuánto sabe acerca de determinado tema, no trata de impresionar mediante palabras altisonantes o entretener mediante divertidas historias. No es el predicador, sino la Palabra, quien debe ocupar siempre el centro del escenario.
Pero, como no quiero que alguien me malentienda, no pretendo decir que la predicación debiera ser insípida. No estoy abogando por los sermones grises y descoloridos. La predicación bíblica puede y debe ser viva, animada e interesante; puede, y debe, cautivar tanto al predicador como a los oyentes. ¡La Biblia es viva, se relaciona con la vida! Y la predicación bíblica debería ser práctica, realista, relevante. Mostrará lo que significa tomar la Biblia seriamente hoy.
¿Por qué necesitamos predicación bíblica?
Porque la Palabra, no el mundo, debería determinar nuestros valores, nuestros motivos y actitudes. Vivimos en una sociedad que es bombardeada constantemente con una filosofía secular y materialista; no podemos evitar esta penetrante radiactividad, no importa con cuánta fuerza lo intentemos. La respuesta no está en la prevención sino en la fortificación por medio de las Escrituras.
“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre”, escribió el apóstol Pedro (1 Ped. 1:23). La Palabra produce nueva vida; la Palabra sustenta la nueva vida. Protegidos y alimentados por la Palabra, podemos mantenernos en medio de los peligros de los últimos días.
Uno de los últimos capítulos de El conflicto de los siglos lleva como título “Nuestra única salvaguardia”. En ese capítulo Elena G. de White dice: “Pero Dios tendrá en la tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y la Biblia sola, como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas. Ni las opiniones de los sabios, ni las deducciones de la ciencia, ni los credos o decisiones de concilios tan numerosos y discordantes como lo son las iglesias que representan, ni la voz de las mayorías, nada de esto, ni en conjunto ni en parte, debe ser considerado como evidencia en favor o en contra de cualquier punto de fe religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto debemos cerciorarnos de si los autoriza un categórico “Así dice Jehová” (pág. 653).
Necesitamos una predicación hoy que no aliente meramente a los adventistas a estudiar la Biblia, sino que sea verdaderamente bíblica en sí misma. ¡Que el predicador ponga en práctica el consejo!
También necesitamos predicación bíblica porque somos la iglesia —la iglesia remanente. No somos simplemente una organización religiosa más, o un club o cofradía, o corporación con una misión mundial. Somos el pueblo de Dios. Nuestro Capitán está en el cielo, y nosotros esperamos su próximo advenimiento.
La Biblia nos dice quiénes somos, qué quiere Dios que hagamos, cómo quiere él que vivamos. La Biblia nos ayuda a establecer y mantener nuestra identidad en un mundo que ve la realidad en forma muy diferente de nosotros. La Biblia nos ayuda a mantenernos en la senda.
La predicación adventista debe edificar y fortalecer la identidad del pueblo de Dios. Y sólo puede hacerlo si procede directamente de la Palabra.
Y una tercera razón por la cual necesitamos predicación bíblica: Es el único lugar donde hay poder.
En la sociedad norteamericana los comediantes noctámbulos y los animadores de programas nocturnos como David Letterman, Jay Leño, y Arsenio Hall, tienen muchos oyentes y ganan grandes salarios. Estas personas de mente ágil, lengua ingeniosa, sensible y oportuna, mueven a su antojo a audiencias enteras en el estudio y a millones que están sentados frente al televisor.
Pero el poder de nuestra predicación debe proceder de una fuente diferente. “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… Pues ya que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:17,18, 21).
La predicación bíblica conduce a vidas transformadas. Dios obra mediante hombres y mujeres para transmitir sus mensajes, pero la gloria y el poder no provienen de fuentes y habilidades humanas. El Espíritu Santo, que dio origen a la Palabra en el principio, viene a nutrir la Palabra cuando ésta es presentada delante del pueblo.
En términos de la iglesia, lo que se ha dicho de la oración es verdad también en cuanto a la predicación:
Mucha Palabra, mucho poder
Poca Palabra, poco poder
Ninguna Palabra, ningún poder.
Finalmente, la predicación bíblica deja al oyente con una bendición que puede llamarse legítimamente “la frescura del alma”. Cuando un pasaje ha sido destacado delante de la congregación, explicado y aplicado a la vida diaria, la persona se encontrará con él, una y otra vez, a medida que lea la Biblia en su estudio personal. Entonces la inspiración y la instrucción del sermón, quizá escuchado años atrás, retorna y alegra el corazón.
¿Cómo podemos llegar a ser predicadores bíblicos?
Únicamente pasando mucho tiempo con la Palabra de Dios; hasta que nos forme y nos moldee;
hasta que su forma de ver a Dios y la vida llegue a ser nuestra; hasta que nuestro espíritu resuene con su Espíritu. No hay ningún otro camino; no hay atajos aquí.
Escucho a muchos adventistas de hoy lamentarse por la falta de predicación sólida en nuestras iglesias. ¿No será que la razón es que muchos predicadores adventistas no pasan suficiente tiempo personal con la Palabra? ¿No será que muchos predican sobre psicología, sociología o cualquier otralogía, puesto que esto es lo que conocen, porque eso es lo que tienen en sus mentes, más bien que la Palabra de Dios?
Cuando nuestras vidas estén saturadas con la Palabra, la tendremos a la mano en toda circunstancia. No tendremos problemas para saber de qué hablar, porque la Biblia nos dará una fuente inagotable de posibilidades.
Pero la predicación bíblica siempre relaciona la Palabra de Dios con la vida actual. En un sentido, equilibra la Biblia con las noticias. Relaciona las verdades intemporales y eternas de la Escritura con los eventos actuales, mostrando cómo ha actuado el pueblo de Dios en el pasado en circunstancias similares, y moldeando nuestras respuestas.
Un gran maestro de homilética dijo una vez que todos los sermones poderosos surgen de una de dos fuentes: la experiencia propia del predicador o alguna necesidad que el predicador ha observado en la vida de las personas. Así, la predicación poderosa nunca es un discurso teórico; resuena a medida que la Palabra trata con las esperanzas y las lágrimas, con las luchas y sufrimientos del pueblo de Dios.
Hubo un tiempo en que los adventistas fueron conocidos como el pueblo del Libro. Ya no lo he oído últimamente tanto como antes, y me siento afligido por eso. ¡Que cada uno de nosotros decida darle un vuelco total a esa tendencia! Que cada uno decida hacer de las Escrituras el punto central en nuestras vidas y en nuestro estudio. Y que cada adventista, ministro o laico, que predica, alimente al rebaño con el alimento sólido de la Palabra de Dios.
* Se refiere a su columna titulada “Sinceramente”, que aparece cada mes en la Revista Adventista
Sobre el autor: Roberto S. Folkenberg es presidente de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.