“Predicar no es hablar acerca de Dios. Predicar es escuchar a Dios”.

    Una de las tareas más realizadas y visibles del ministerio es la predicación. En realidad, gran parte de la influencia espiritual del pastor o del líder cristiano depende de su modo de tratar las Escrituras en el púlpito. A fin de crecer en el arte y el oficio de la predicación, es necesario que los predicadores se mantengan dispuestos a perfeccionar sus habilidades homiléticas, ampliando su esfera de acción, y motivando a los miembros de la iglesia a profundizar su conocimiento y su práctica de la Palabra. Por más de dos décadas, el pastor Rubén Otto se ha dedicado a incentivar alumnos de Teología, pastores y dirigentes de iglesia a desarrollarse en este aspecto.

    Hijo de pastor, Rubén Otto recibió su educación en instituciones adventistas. Se graduó como licenciado en Teología en lo que hoy es la Universidad Adventista del Plata (UAP; anteriormente CAP) en 1974. Obtuvo la Maestría en Teología en 1992 y el Doctorado en Teología Pastoral en 2001. Durante diez años fue pastor en las repúblicas de Uruguay y de Argentina. En 1984 fue invitado para trabajar como secretario ministerial y evangelista en la Asociación Argentina del Norte. Desde 1992 ejerce la docencia como profesor de Teología Aplicada en la UAP.

    Como docente, se especializó en homilética, y dictó clases de grado y posgrado en la Argentina y en instituciones del Brasil y el Perú.

Además de ejercer la docencia, el profesor Rubén Otto fue director de la Secretaría de Extensión de la Facultad de Teología por seis años, y desde 2010 responde por la Secretaría Académica de la misma facultad. Casado con Graciela Gómez Jones desde 1975, tienen dos hijos y un nieto, Jeremy Ian, nacido en 2016.

Ministerio: ¿Cuándo y cómo sintió el llamado para ser evangelista o “un predicador de la Palabra”?

    Rubén Otto (RO): Creo que no fue un evento singular o categórico lo que determinó que sea un predicador de la Palabra. Sí, la sumatoria de experiencias y situaciones que se dieron a través de los años. Indudablemente, la influencia de un hogar cristiano, donde cada día se realizaba el culto familiar; el ministerio pastoral de mi padre; la enseñanza de mis maestras de escuela primaria; las Semanas de Oración en el colegio secundario; la carrera de Teología; y el claro compromiso con el ministerio de mi novia y esposa, marcaron hitos en mi vida y potenciaron una vocación de servicio. Pero debo mencionar, puntualmente, a un ministro de la Palabra que ejerció una fuerte motivación para proclamar el evangelio: el pastor Daniel Belvedere, quien como profesor y destacado evangelista incentivó mi deseo de realizar campañas de evangelización pública. Este consagrado docente me brindó, generosamente, en la teoría y en la práctica, las herramientas básicas para un desempeño eficaz.

¿Cómo llegó a ser docente especializado en el área de homilética?

    RO: Luego de 17 años de ministerio, fui invitado por la Universidad Adventista del Plata para desempeñarme como profesor de Teología Aplicada. Entré en las aulas con la experiencia de 16 campañas de evangelización pública, con una duración habitual de 90 noches de predicación en cada ciclo. En consecuencia, planificamos con la Facultad de Teología que enseñaría los dos primeros trimestres del año académico y dedicaría el tercero a una campaña de evangelización. En las campañas participarían estudiantes de Teología que habían cursado las asignaturas de Homilética I y II y Métodos de Evangelización Pública, de modo que pudieran conjugarse la teoría y la práctica sin disociación.

    Con el correr de los años, observé con inquietud algunas falencias que dificultaban el proceso de confirmación en la fe de los nuevos creyentes. Esta preocupación fue cada vez mayor, al punto de generar para mi tesis doctoral en Ministerio el tema Apostasía en la IASD en el territorio de la Unión Austral. Aunque el estudio de campo identificó varios factores que llevan a los miembros a alejarse de la iglesia, el principal descubrimiento fue la necesidad de visitación pastoral a los nuevos conversos y la calidad de la predicación del culto de adoración. Considero que ambas son herramientas imprescindibles para la confirmación de los nuevos creyentes. Desde entonces, procuro que mis predicaciones sean siempre edificantes e insto a los predicadores a hacer lo mismo.

¿Qué hace de la predicación un requisito tan importante para el ministerio pastoral?

    RO: La predicación es importante en el ministerio pastoral por el valor que la Biblia –en realidad, Dios mismo– le otorga. Y existen, por lo menos, cuatro razones de base.

    En primer lugar, al referirse al pastor, la Biblia utiliza diferentes títulos: ministro de Dios, ministro de Jesucristo, ministro del evangelio, ministro de la Palabra… Este último concepto incluye un enorme privilegio y, al mismo tiempo, una tremenda responsabilidad. Generalmente, la persona que ora por el predicador antes del sermón utiliza expresiones tales como: “Señor, unge los labios del pastor para que sus palabras sean las tuyas…”, o enunciados similares que armonizan con el fundamento teológico de la predicación que Dios vertió a través de Moisés en el Sinaí, cuando dijo a su siervo: “Está bien todo lo que el pueblo ha dicho”. Ahora, ¿qué había dicho el pueblo de Israel a Moisés? Luego del imponente espectáculo que rodeó la entrega de las tablas de la Ley, el pueblo expresó: “Acércate tú y oye todas las cosas que Jehová nuestro Dios dijere, y nosotros oiremos y haremos”. Este concepto de Deuteronomio 5:27 sintetiza la predicación auténtica: Predicar no es hablar acerca de Dios. Predicar es escuchar a Dios.

    Por otro lado, la predicación es importante porque constituye uno de los tres fundamentos básicos del ministerio de Jesucristo. Y, puesto que Jesús es nuestro ejemplo en todo, debe serlo también en lo concerniente a la predicación. La predicación es el momento central del culto de adoración. La audiencia adora a Dios porque ha escuchado su voz. Por último, los testimonios de Cristo (Mat. 4:4), Jeremías (Jer. 15:16), Pablo (Heb. 4:12) y Pedro (Juan 6:68), entre otros, reafirman la importancia de la predicación de la Palabra.

¿Quién ha sido la mayor influencia de su ministerio en el área de la predicación?

    RO: Además del pastor Daniel Belvedere, que ya mencioné, también recuerdo la excelencia de la cátedra del Dr. Mario Veloso sobre “Exégesis de Juan” que, sumada a sus predicaciones, despertaron mi admiración y entusiasmo por predicar expositivamente.

    Tampoco puedo omitir la influencia que ejercieron las clases de “Teología de la Predicación” del pastor Floyd Bresee y la lectura de sus artículos sobre predicación publicados en la revista Ministry (edición en inglés). Creo que Floyd Bresee fue quien más influyó en mi formación homilética.

    Además, debo agregar la influencia de autores renombrados como el presbiteriano Peter Adam, el metodista Willam Willimon, el anglicano John Stott, el bautista Haddon Robinson, y otros autores como Karl Barth, Charles Bartow, Dietrich Ritschl, quienes me permitieron acrecentar y enriquecer el panorama sobre el tema.

¿Cuál considera que es la parte más difícil en la preparación de un sermón?

    RO: Esto puede depender del talento y la experiencia del predicador. Pero creo que buscar buenas ilustraciones es una de las mayores dificultades que enfrenta el predicador. Por este motivo, el calendario de predicaciones debe definirse con suficiente antelación, a fin de que el predicador disponga de tiempo suficiente para elegir con sabiduría y propiedad las ilustraciones que utilizará.

    Se entiende por buenas ilustraciones aquellas que estén estrechamente relacionadas con el campo semántico del sermón. Floyd Bresee ilustra magistralmente este punto con el ejemplo del clavo y el martillo. Sostiene que el clavo representa la enseñanza bíblica y el martillo la ilustración. Para incrustar “el clavo” de la lección o enseñanza bíblica en la mente del oyente, debo utilizar el “martillo” de la ilustración.

¿Y la más gratificante?

    RO: Ver vidas transformadas por obra de la Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre.

¿Cuál ha sido la más importante lección de homilética que haya aprendidido?

    RO: Que predicar no es hablar acerca de Dios o de la Biblia. Que predicar es escuchar a Dios. Que la Palabra de Dios es poderosa porque Dios es omnipotente. Que “una frase de la Escritura tiene más valor que diez mil ideas o argumentos humanos” (Testimonios para la iglesia, t. 7, p. 71).

¿De qué manera ha evolucionado su pensamiento y su enseñanza sobre homilética a lo largo de los años?

     RO: En los primeros años de ministerio, me aboqué mayormente a la predicación temática. Y esto resulta lógico, si considero que, durante esos años, al realizar largas campañas de evangelización pública, la predicación temática era (y es) la ideal para un público conformado por no creyentes o creyentes con escaso conocimiento bíblico.

     Pero, al promediar los años ’90, comprendí que la predicación expositiva debía ser prioritaria en los púlpitos de iglesias maduras, doctrinalmente hablando. Comencé a profundizar en el área. Leí con interés las obras de Haddon Robinson, entre otras.

    Más tarde, como profesor de Homilética, al analizar las predicaciones de Cristo y de los apóstoles, observé que al predicar ante auditorios homogéneos conformados por judíos, como era el caso de las predicaciones sabáticas en sinagogas, utilizaban sermones expositivos o textuales, pero al predicar ante auditorios heterogéneos, conformados por gentiles y, en algunos casos, gentiles y judíos, predicaban sermones temáticos. En síntesis, creo que el ministro debe predicar ambos tipos de sermones, pero en iglesias ya establecidas debería darse prioridad a los sermones expositivos.

¿Qué consejo daría a los pastores que están formándose en el área de la predicación?

    RO: Les diría algunas de las frases que renombrados predicadores dejaron para la reflexión homilética: “La Biblia marca la diferencia entre un discurso y un sermón”; “El sermón auténtico se caracteriza por la lectura del texto bíblico, el comentario, la ilustración y la aplicación de su enseñanza”; “Predicar es más que hablar con propiedad y elocuencia; predicar es redimir”; “Predica la Palabra, no a otro predicador”; “Predica como si Jesús hubiera muerto ayer, resucitara hoy y regresara mañana”; “Predica de modo que Dios sea glorificado, su Palabra exaltada y su pueblo redimido”.

Al reflexionar en su fructífero ministerio, ¿cómo le gustaría ser recordado?

    RO: Como un siervo de Dios que enfatizó la frase paulina: “Que prediques la Palabra”.

Sobre el autor: Editor asociado de Ministerio, edición de la ACES