Entre las diversas actividades que se espera que lleve a cabo el pastor, por encima de todas se destaca la predicación. Muchas veces Pablo realzó la importancia de la predicación al escribir a Timoteo, y ese mismo énfasis se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Los momentos cumbre de la historia de la iglesia cristiana confirman la importancia de la predicación bíblica, cuyo fundamento es la Palabra de Dios; un elemento que está ausente en muchas predicaciones de la actualidad. El contenido de la predicación debe incluir temas didácticos, como también exhortaciones, para que los resultados concuerden con lo que se enseñó.[1]
La predicación es el medio indicado por Dios para proclamar las verdades eternas al mundo, y para santificar y fortalecer a su iglesia. Hace poco, oí que aproximadamente el 70% de la gente no cree que la Biblia sea la Palabra de Dios; que sólo el 50% sabe que el Génesis es el primer libro de la Biblia; y que sólo el 30% sabe que Jesús predicó el Sermón del Monte. Si continuáramos con esta investigación, ¿cuánta gente encontraríamos que cree en la existencia de la vida después de la muerte, o en la Teoría de la Evolución? Sabemos que, desde los comienzos de la historia, Satanás ha tratado de desvirtuar y oscurecer las verdades de la Palabra de Dios; y, como si eso no fuera suficiente, hoy trata de disminuir la influencia de la predicación en los pulpitos de nuestras iglesias.
En este mundo posmoderno, la gente, al parecer, resiste cada vez más las enseñanzas divinas. El mundo dice que hay muchos caminos para ir el cielo; pero Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). La sociedad considera que la homosexualidad es un estilo de vida alternativo; la Biblia dice que no agrada a Dios. La mayoría dice que cada cual debe hacer lo que le parece mejor; Jesús afirma: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). ¿Cómo podemos, entonces, presentar con claridad las verdades bíblicas al mundo? En 2 Timoteo 4:2, encontramos cinco órdenes; la primera de ellas es: “Predica la Palabra”. Los otros imperativos nos muestran cómo hay que hacerlo.
La obra del pastor no se limita a relacionarse con la administración; también debe predicar. A veces oigo que alguien dice: “Ese pastor es un gran visitador, es una buena persona, un excelente administrador; pero no sabe predicar”. Ningún pastor es completo si no considera la predicación como su tarea prioritaria. Esto implica alimentar correctamente al rebaño, porque una parte indispensable de la tarea del pastor es el cuidado y la alimentación de los fieles. Por eso, algunas de sus labores más importantes las lleva a cabo el pastor mientras predica sus sermones: por medio de ellos puede alertar, proteger, curar, rescatar, entrenar y alimentar a sus ovejas.[2] A la vista de Dios, tener éxito en el ministerio pastoral implica poner en su lugar la predicación.
Si consideramos que toda predicación, más allá de su debida conformación, debe desempeñar el papel que Dios le ha asignado, es necesario que se fundamente en la Palabra. Lamentablemente, muchas de las predicaciones de hoy se basan más en la psicología moderna, en la filosofía popular de autoayuda y en la exposición de diversos temas, que en la exposición bíblica pura. Cada vez que el predicador se aparta del texto bíblico, pierde en gran medida su autoridad para predicar. Cuando leemos, explicamos y aplicamos debidamente un versículo de la Biblia, estamos cumpliendo la orden: “Predica la Palabra” La falta de esta base bíblica nos explica, en primer lugar, la decadencia y la pobreza de algunos púlpitos de la actualidad. Esa decadencia es la principal causa de la debilidad y la secularización de la iglesia.[3] No basta que el predicador interprete el texto y lo exponga delante de sus oyentes: tiene que aplicar en forma práctica lo que predica. Los predicadores no siempre lo hacen; por lo menos, no con el esmero y la prolijidad que corresponde.
La iglesia sólo va a recuperar su fuerza y su poder espiritual cuando la predicación verdadera ocupe su auténtico lugar. El pastor tiene el privilegio de formar parte responsablemente en ese proceso. No hay otro llamado más importante; por lo tanto: “¡Predica la Palabra!”
Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.
Referencias:
[1] John MacArthur Jr, Recovering Expository Preaching |Li recuperación de la predicación expositiva).
[2] Charles lefferson, The Minister as a Shepherd |EI ministro como pastor), pp. 19, 20
[3] Jay E. Adams, Preaching With a Purpose (Predicando con un propósito), pp 19, 20