Si haces silencio y permites a tu imaginación volar un poco, podrás escuchar los pasos de los soldados. Están entrando en la prisión para buscar a aquel anciano predicador. El apóstol está escribiendo los últimos consejos y orientaciones para su amado discípulo Timoteo; y también para ti y para mí.

Los años no han sido fáciles, pero la certeza de la misión cumplida se percibe en aquellas conocidas palabras: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano […]. He peleado la buena batalla […] me está guardada la corona de justicia” (2 Tim. 4:6-8).

A Pablo se le acercaba el invierno de su vida. Había dos cosas que extrañaba, además de a sus amigos: “el capote” y los “libros, mayormente los pergaminos” (2 Tim. 4:12). El capote era para abrigarse; los libros y los pergaminos eran para profundizar en la “Palabra”.

Es en ese contexto que el apóstol se encuentra escribiendo las últimas palabras para Timoteo, y para nosotros. Es en ese contexto, cuando el anciano Pablo, viendo que le quedaba muy poco tiempo de vida, escoge muy bien sus últimas palabras de orientación para quienes deberían terminar la tarea por él iniciada. Es en ese contexto que hace un ruego, tomando a Dios y al Señor Jesucristo como testigos de ese pedido tan importante: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo […] que prediques la palabra” (2 Tim. 4:1, 2).

Me parece estar viendo al amado anciano apóstol, escribiendo con grandes letras: “TE ENCAREZCO… PREDICA LA PALABRA”. Sí. Vendrán tiempos en que las personas se volverían a fábulas (2 Tim. 4:4). Me da la impresión de que ese tiempo ya llegó. Por eso Pablo nos escribe con tanto énfasis: “Te encarezco”, te pido, te ruego, te imploro, querido pastor que vives en el siglo XXI: “Predica la palabra”; “Cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:2, 5). Tú, apreciado lector y colega en el ministerio, ¿también ves al apóstol escribiéndote a ti, lo mismo que a mí?

¡Si hubo un tiempo en que se hace necesario predicar la Palabra, es AHORA! Pero, podremos predicar la Palabra solamente si conocemos bien al Autor de la Palabra, a la Palabra y al receptor de la Palabra.

1. El Autor de la Palabra: Es decir, Jesús, el Verbo (o Palabra), que se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1). Solamente si conocemos por experiencia personal a Jesús podremos predicar con propiedad, con eficiencia y con poder.

No es teoría lo que el mundo necesita; es a Jesús; al Jesús que tú y yo debemos conocer, amar y anunciar. Por eso, quien predica la Palabra debe conocer a su Autor, hablar con él y meditar sobre él. “Mientras meditemos en la perfección del Salvador, desearemos ser enteramente transformados y renovados conforme a la imagen de su pureza. Nuestra alma tendrá hambre y sed de llegar a ser como aquel a quien adoramos. Cuanto más concentremos nuestros pensamientos en Cristo, más hablaremos de él a otros y mejor lo representaremos ante el mundo” (El camino a Cristo, p. 89).

2. La Palabra: La Biblia debería ser nuestro libro de cabecera. “No debemos conformarnos con el testimonio de hombre alguno en cuanto a lo que enseñan las Santas Escrituras, sino que debemos estudiar las palabras de Dios por nosotros mismos. Si dejamos que otros piensen por nosotros, nuestra energía quedará mutilada y limitadas nuestras aptitudes. Las nobles facultades del alma pueden reducirse tanto por no ejercitarse en temas dignos de su concentración, que lleguen a ser incapaces de penetrar en la profunda significación de la Palabra de Dios” (ibíd.).

3. El receptor de la Palabra: Pablo manda a Timoteo que redarguya, reprenda y exhorte a la iglesia (2 Tim. 4:2), rechazando así la tentación a dejar a un lado las advertencias y las correcciones de las Escrituras. Es imposible hacerlo, a menos que conozcamos muy bien a nuestra audiencia, a quien va dirigida la predicación. Los oyentes deben ser amados; pero es imposible amar a alguien a quien no se conoce. El predicador debe conocer a sus hermanos y redargüirlos cuando sea necesario; su reprensión debe llevarse a cabo con “toda paciencia y doctrina” (2 Tim. 4:2), marcando la seriedad de su exhortación con compasión y ternura.

Como ministros del evangelio, hemos sido llamados para predicar la Palabra en esta hora final de la historia de nuestro mundo. Si queremos hacerlo con responsabilidad, debemos conocer y amar al Autor de la Palabra, su mensaje y al rebaño que el Señor colocó bajo nuestro cuidado.

Sobre el autor: secretario ministerial para la Iglesia Adventista en Sudamérica