El púlpito cristiano clama por mensajes bíblicos que fortalezcan la fe y transformen el corazón
Vivimos en una época en la que sistemas filosóficos y culturales han alcanzado éxito en transformar las ideas religiosas menos significativas y las instituciones religiosas más marginales.[1] La estrategia enemiga se vale no apenas de la secularización, sino especialmente de una espiritualización fútil. Dios, sin embargo, tiene sus métodos para llamar pecadores al arrepentimiento y edificar la iglesia.
La predicación bíblica ha sido uno de los medios utilizados por el Espíritu Santo para convencer a la humanidad “de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Al final, “el Espíritu es lo que rodea al alma de una atmósfera santa, y habla, a los impenitentes, palabras de amonestación, para señalarles a Aquel que quita el pecado del mundo”.[2] Desde Enoc (Jud. 14) y Noé, “predicador de justicia” (2 Ped. 2:5); los apóstoles (1 Tim. 2:7); los padres de la iglesia; los apologistas; los reformadores y hasta el pastorado contemporáneo, el ministerio de la predicación ha sido el constructor de puentes entre la revelación divina y la ética humana.
Dada la importancia de ese ministerio para la vida de la iglesia y el rescate de los perdidos, el objetivo de este artículo es reflexionar en cómo nuestros púlpitos pueden presentar mejor la Palabra de Dios, ofreciéndole a las congregaciones sermones que carguen el sello de la autoridad bíblica, que sean creativos, motivadores y relevantes en su aplicación para la vida.
Autoridad
Los sermones nacen del encuentro del predicador con la Palabra. Como pastores necesitamos conocer las necesidades de nuestras congregaciones. Sin embargo, un sermón solamente suplirá adecuadamente tales necesidades si brota de un encuentro con la Palabra, ya sea en el tiempo en que las observamos o en otro anterior a él. Los pastores, “deben escuchar para oír lo que el Señor dice, y preguntar: ¿Cuál es tu palabra para la gente? Sus corazones deben estar abiertos, para que Dios pueda impresionar sus mentes, y entonces podrán dar a la gente la verdad emanada del cielo. El Espíritu Santo les dará ideas adaptadas para suplir las necesidades de los concurrentes”.[3]
Un sermón tiene autoridad cuando es bíblico. Este va más allá de una simple lectura del texto de la Biblia. Necesita ser orientado por el texto. En ese sentido, el sermón del tipo expositivo es más eficiente. Escogemos un fragmento, relativamente corto o largo, extraemos su significado considerando la ocasión de su escritura y una aplicación para la época actual, y elaboramos un esbozo didáctico. Al exponer el mensaje delante de la iglesia, procedemos con la lectura del texto de manera integral y, entonces, seguimos para la exposición, de acuerdo con el guión previamente elaborado (Neh. 8:8).
Los sermones temáticos, obviamente, también tienen su valor y facilitan la comprensión de determinados asuntos. Sin embargo, el predicador puede ser fácilmente seducido a conducir el texto a fin de confirmar sus propias deducciones e ideas, en lugar de dejar que Dios hable a partir de las Sagradas Escrituras. En los temáticos se hace necesario un ejercicio constante de autoconsciencia sobre nuestra honestidad intelectual en la preparación del mensaje.
Pero, lo mejor que podemos hacer, siempre que sea posible, es predicar expositivamente para alimentar a nuestras iglesias y fortalecer nuestros púlpitos. También es muy útil la implementación de una secuencia de temas que permitan al oyente, a partir del texto sagrado, construir gradualmente su conocimiento sobre el asunto.
Hay varios tesoros en la Biblia que pueden ser explorados, con el mismo significado, pero con diversas aplicaciones. Menciono aquí algunos que ya traen un esbozo prácticamente listo: Isaías 58:1–14; Mateo 24 y 25; Lucas 15:11–32; 24:13–35; Juan 15:1-17; 17; Romanos 8; 1 Corintios 12; 15:35–58; Gálatas 5:1–25; Efesios 1:3–14; 6:10–20; Colosenses 3:1–4:6; Hebreos 12:1–3; 1 Juan 1:1–2:2. En relación con la preparación de los sermones, hay un excelente capítulo, de autoría de John Stott,[4] que puede ayudar a rescatar el hábito de profundizar sobre el texto bíblico para darle voz en el púlpito. El apóstol Pablo resumió bien ese punto, cuando exhortó a Timoteo diciéndole que sea un obrero aprobado que interpreta correctamente la Palabra de la verdad (2 Tim. 2:15) y la expone (1 Tim. 4:5).
Creatividad
Al mismo tiempo, Elena de White instruyó a no hacer uso de “discursos floridos, cuentos agradables, o anécdotas impropias”.[5] Ella advirtió que “cuando un predicador cree que no puede apartarse de un discurso fijo, el efecto es poco mejor que el producido por la lectura de un sermón. Los discursos formales y sin vida tienen en sí muy poco del poder vivificador del Espíritu Santo”.[6]
La creatividad debe estar al servicio de la didáctica. Esta puede ser utilizada de diversas maneras, a fin de abrir camino al contenido y fijarlo en la mente de los oyentes. Por ejemplo:
Ilustraciones con objetos: Una cuerda de 15 metros puede tener una punta de 20 centímetros pintada color rojo para indicar nuestra vida, mientras lo restante representa la eternidad. El predicador estira la cuerda a través del corredor central del auditorio, dejando claro el contraste entre lo pasajero y lo eterno; llevando a la reflexión sobre cuánto invertimos en lo pasajero en detrimento de la eternidad.
Imágenes: Ilustraciones, diseños o figuras que permitan la visualización del escenario bíblico o que refuercen la idea que está siendo trabajada en la argumentación.
Títulos e introducciones que cautiven la atención: Un predicador decidió exponer el cántico de Moisés y anunció el título del mensaje como “La melodía de la victoria”. Relató cómo él se despertaba las mañanas de los domingos, cuando era un niño, con el sonido de los autos de Fórmula 1. Enseguida recordó el clima de expectativa por la bandera a cuadros. En ese momento, el equipo de sonido tenía que tocar el tema de las victorias de Ayrton Senna. Hasta las generaciones posteriores al atleta brasileño pudieron sentir en aquella melodía un elemento de triunfo, de celebración, aunque sin haber vivido aquel tiempo. Entonces, hizo la conexión con el cántico de Moisés, el cual no presenciamos, pero que puede contagiarnos con el triunfo de la gratitud por la victoria en Cristo.
Testimonios que fortalecen el mensaje predicado: Combinar previamente conpersonas que tengan experiencias dentrodel tema abordado y conducir una rápidaentrevista, que contagie a los oyentes aque se fortalezcan en la fe, que crezcanen fidelidad y que busquen la superación.Seamos creativos, ¡pero no nos olvidemosde ser relevantes!
Relevancia
La relevancia de la predicación depende del alcance de los temas, teniendo en vista la característica heterogénea de la congregación y de cómo, lo que fue expuesto a partir del texto, se aplica a la vida cotidiana. Un calendario homilético, planificado al final de cada año para ser utilizado durante el próximo, es la manera más apropiada para atender las necesidades de la Iglesia y las exigencias de la Palabra.
Los ancianos reunidos, bajo el liderazgo pastoral, deben definir el énfasis del púlpito en cada mes o bimestre del año, abordando temas sobre doctrina, familia, profecía, relaciones, estilo de vida, libros bíblicos y otros temas teológicos. En esa dinámica, los predicadores deben ser invitados e informados del tema y del énfasis con una anticipación suficiente como para que se puedan preparar de manera adecuada, respetando la secuencia del calendario.
Tan importante como lo abarcante de los temas es su aplicación a la vida de los miembros durante la exposición de la Palabra. Así, lo general, temas abarcantes a lo largo del año, se hace específico; es decir, determinado tema es aplicado de manera individual para la edificación de los miembros del cuerpo de Cristo.
Es importante recordar que, en relación a la interpretación fidedigna, exponer lo que el autor pretendió mostrar, le ofrece autoridad al sermón; la aplicación a nuestros días garantiza su relevancia. El texto de Filipenses 2:1–30, por ejemplo, podría tener la siguiente aplicación: “Cuando pensamos que merecemos más o que somos más, sería bueno mirar al ejemplo de Jesús y también el de aquellos que colocaron los intereses de Dios y del prójimo por encima de los intereses propios: el apóstol Pablo, Timoteo y Epafrodito”.
Interpretar el texto, sin aplicarlo a la vida de los oyentes, es como tocar el timbre de una casa y salir corriendo antes que alguien abra la puerta. Aplicarlo es muy importante porque la Biblia no fue dada para informar, sino para transformar la vida de las personas.
Por lo tanto, en esta época de futilidades, “permítase a la palabra de Dios que hable al corazón, y que aquellos a quienes sólo se habló de tradiciones, teorías y máximas humanas, oigan la voz de Aquel que puede renovar el alma para vida eterna”.[7]
Sobre el autor: Pastor en Tatuí, San Pablo, Brasil.
Referencias
[1] Mark Shaw, Lições de Mestre (San Pablo: Mundo cristiano, 1997), p. 130.
[2] Elena de White, Obreros evangélicos, p. 162.
[3] Ibíd., p. 174.
[4] John Stott, Eu Creio na Pregação (San Pablo: Vida, 2003), p. 225.
[5] Elena de White, Obreros evangélicos, pp. 161, 162.
[6] Ibíd., p. 174.
[7] Elena de White, Profetas y reyes, p. 462.