Denuedo, según el diccionario de la Real Academia Española, es: “Brío, esfuerzo, valor, intrepidez”. En la década de 1970, el señor Vergara residía con su familia en la ciudad de Paysandú, en la República Oriental del Uruguay. Era doctor en Historia, un hombre muy inteligente y observador. Llegó a ser consejero de la Organización de las Naciones Unidas.

    Un hombre muy sencillo, y que no había tenido la oportunidad de recibir una educación formal, llevaba la leche todos los días a la familia Vergara. Ese sencillo lechero siempre aparecía y se iba cantando o silbando himnos de su iglesia. Era adventista del séptimo día.

    El doctor Vergara observó su comportamiento durante algún tiempo. Sentía curiosidad por saber qué hacía de ese hombre tan simple una persona tan feliz y gentil. Cuando supo que el lechero era cristiano, cierto día decidió pedirle que le enseñara la Biblia. El lechero le dijo al doctor que su pastor podía enseñarle. “No, no le diga a su pastor”, le respondió el doctor Vergara; “yo quiero que usted me diga lo que la Biblia tiene, que hace que usted sea alguien tan feliz y servicial”.

     Siendo así, el repartidor de leche no tuvo otra elección, sino suministrar él mismo los estudios bíblicos. Escogió como primer estudio el capítulo 2 de Daniel. Tomó algunas diapositivas y el antiguo proyector, de aquellos en los que se colocaba una diapositiva cada vez, y salió confiando en que Jesús lo iba a acompañar.

    Sin tener experiencia, en vez de comenzar con la primera diapositiva comenzó con la última, que habla sobre la piedra lanzada desde los cielos, sin auxilio de manos; siguió con la diapositiva sobre los pies en parte de hierro y en parte de barro; y ¡terminó con la cabeza de oro! Sin duda, tú y yo jamás hubiésemos comenzado por la piedra.

    El doctor Vergara quedó tan impresionado con la “osadía” y la “seguridad” con la que el lechero le había hablado, evidentemente lleno del Espíritu Santo, que decidió continuar estudiando la Biblia. Hasta que, finalmente, fue bautizado.

    ¿Cuál fue el secreto de ese hombre tan simple para llevar a un doctor en Historia a aceptar a Jesús? Sin duda alguna, no fue la “mera teoría”, sino el testimonio y la osadía con la que actuó, bajo la influencia del Espíritu de Dios.

    Como pastores, nos corresponde predicar la Palabra. ¿Cómo estamos predicando? ¿Son nuestros sermones “profundos y teóricos” o “profundos y llenos de vida”? ¿Se transforman estos temas, primero, en parte de nuestra experiencia, para presentarla luego como “poderosa Palabra” que transforma corazones endurecidos? Elena de White dice: “Hay peligro de que los ministros que profesan creer la verdad presente se queden satisfechos con presentar la teoría solamente, mientras que sus propias almas no sienten su poder santificador. Algunos no tienen el amor de Dios en el corazón para suavizar, amoldar y ennoblecer su vida” (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 518).

    Un hombre inteligente observó: ¡Quién diera que mi pastor me diera algo más que flores, frases brillantes y banquetes espirituales! Mi alma está hambrienta del Pan de vida. Anhelo algo simple, nutritivo y bíblico. “El Cristo crucificado, el Cristo que ascendió a los cielos, el Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar la mente del ministro del Evangelio de tal manera que presente estas verdades a la gente con amor y fervor profundo. El ministro se perderá entonces de vista y Jesús será magnificado” (El ministerio pastoral, p. 221).

    La oración de cada predicador comprometido con el evangelio debe ser: “Concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hech. 4:29). Entonces, podremos esperar que ocurran maravillas como fue en los días de los apóstoles, en el inicio de la iglesia cristiana: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hech. 4:31). Solamente así podremos predicar con denuedo.

Sobre el autor: Es secretario ministerial para la Iglesia Adventista en Sudamérica.