Dios tiene un lenguaje para cada hombre y para cada circunstancia de la vida. El dolor ensancha la mente y el corazón, y predispone, como tal vez ninguna otra circunstancia, a escuchar ese lenguaje divino.
El hombre es poderoso y se lanza a toda clase de empresas, dando alas a su imaginación, pasiones, sentimientos, emociones y voluntad. Construye y destruye. Se ensoberbece y se siente suficiente para resolver problemas y tomar determinaciones. Pocas veces hace consultas al trazar sus planes tanto presentes como futuros. Analiza y juzga. Actúa o deja de actuar, según las circunstancias. Muchas veces corre desde la mañana hasta la noche y desde la cuna hasta la tumba, procurando vivir en su mundo, y otras veces, ignorándolo.
Las razas y los pueblos difieren entre sí en lenguaje, costumbres, religión e ideologías políticas. A pesar de ello, todos los hombres del mundo, cualesquiera sean su raza, cultura y posición social, tienen un lenguaje común: el lenguaje del dolor que se presenta de diferentes maneras en la vida de los seres humanos.
Cuando un ser querido es llamado al descanso, el misterio de la vida y de la muerte predispone el espíritu humano al análisis y la reflexión seria. Muchos, quizás por vez primera, se detienen ante el cuadro de la muerte para encontrarse consigo mismos, con los demás y con el Ser Supremo. La impresión varía en profundidad de acuerdo con el grado de afecto que se haya tenido con el ser arrebatado por la muerte. Pasan por la mente pensamientos que antes no tenían lugar. Los sentimientos, hondamente afectados por el dolor, predisponen a escuchar algo que en otras circunstancias jamás se sintió necesidad de atender.
Los momentos de dolor experimentados frente al enfermo grave son áureos y deben aprovecharse bajo la dirección divina, tanto para beneficio del enfermo como de sus familiares y amigos. Y cuando la muerte arrebata al ser querido, la voz del siervo de Dios que habla con sabiduría debe oírse para dar la palabra “sazonada con sal”.
El servicio fúnebre puede ser un verdadero potencial evangelizador si se lo emplea como corresponde. Para muchos, puede ser la única ocasión de su vida para escuchar la Palabra de Dios. ¡Para cuántos el camino de la verdad comenzó al pie de un ataúd o frente a una fosa abierta! En esos momentos el hombre y la realidad se encuentran frente a frente. El Espíritu de Dios obra señaladamente si el pastor ha hecho la debida preparación y ha rogado al Señor que utilice tales circunstancias para que, de alguna manera, algún alma se entregue a él. He visto en muchos servicios fúnebres rostros iluminados que evidenciaban que el poder de Dios se estaba haciendo sentir en sus vidas. He visto a hombres y mujeres rendirse a Cristo después de que su corazón endurecido fue quebrantado por la partida de algún ser amado. Roturado el terreno y preparado por Dios, la semilla sembrada en tales circunstancias fue regada por la lluvia del Espíritu Santo y produjo fruto para la vida eterna. ¡Cuántas almas entrarán en el reino por este medio aparentemente extraño! El Señor, que conoce la naturaleza humana, sabe qué clase de lenguaje emplear en cada ocasión, y cuando ha llegado la hora de que el ser humano escuche la voz de Dios, él empleará los medios que crea más convenientes y necesarios. Para que esto pueda ser una realidad, el siervo de Dios debe gozar de una estrecha relación con el cielo y solicitar sabiduría para cada situación de esta naturaleza que se le presente en su sagrado ministerio.
Para que el servicio fúnebre pueda brindar los resultados deseados, debe ser bien planeado. No se deben usar en él pasajes bíblicos que den ocasión a controversias religiosas, sino que conviene hacer referencia a la gloriosa esperanza de la resurrección, la vida futura. Cristo como única esperanza y medio para lograrlas, el significado de esta vida y cómo vivir para honra y gloria de Dios. La vida terrenal debe ser presentada como un don de Dios que debe ser cuidado y administrado como algo de que debemos dar cuenta al Ser Supremo. Se debe apelar a los sentimientos y a la razón, y hacer sentir la necesidad de estar siempre preparados para cuando Dios nos llame al descanso, siendo que nadie sabe cuándo lo sorprenderá la muerte.
Entre los pasajes bíblicos frecuentemente empleados en esta clase de servicios religiosos, me agrada utilizar los siguientes que llaman a la reflexión seria: “¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es un vapor que aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Sant. 4:14). “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). “En tiempo aceptable te he oído, y en día de salud te he socorrido: he aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salud” (2 Cor. 6:2).
En estas ocasiones no hay que extenderse mucho en la exposición del tema y menos aún, intentar desplegar galas oratorias o de elocuencia. Las palabras sencillas y sentidas producen un magnífico efecto. Si hay alguna oportunidad en la cual debemos expresarnos con propiedad y sabiduría de lo alto, es precisamente ésta. Nuestras palabras deben proporcionar consuelo, llamar a reflexión y dar esperanza. La oración que se eleva a Dios debe expresar un sentimiento profundo y sincero.
Las visitas del pastor al hogar enlutado, con la frecuencia que las circunstancias permitan, serán de gran valor y conducirán a los estudios bíblicos con los miembros no creyentes de la misma. Temas como los siguientes pueden ser de mucho valor para despertar interés en el estudio y la investigación de las Sagradas Escrituras: las promesas de Dios, la seguridad de su compañía y dirección, ¿por qué permite Dios el sufrimiento?, las bendiciones del dolor, la tierra nueva y nuestra seguridad de estar allí, si somos fieles, en compañía de nuestros amados que ya partieron, y, sobre todo, la presentación de Cristo como el gran centro y la solución de todos nuestros problemas.
Que el Señor nos conceda sabiduría celestial para emplear todo recurso a nuestro alcance en la salvación de las almas. Que la alegría como el dolor y las variadas circunstancias de la vida humana nos concedan la oportunidad de ponernos en contacto con las almas sinceras que Dios desea agregar a su pueblo antes de que termine el tiempo de gracia.
Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Central de Montevideo.