Es bastante grande el número de personas decepcionadas con la iglesia de la que forman parte y que terminan abandonándola. Ignorar este hecho es ignorar a esas personas y los motivos de su decepción. Analizar estos motivos es una actitud que revela amor y preocupación por ellas, mostrándoles que son muy importantes y que no son vistas solo como números.

De acuerdo con los especialistas en sociología, los creyentes decepcionados con la iglesia y que buscan otras iglesias generan el fenómeno llamado “tránsito religioso”. Los que abandonan la iglesia pero no buscan afiliarse a otra son denominados “sin filiación denominacional”.

Un estudioso del tema, Paulo Romeiro, alerta que, a pesar de que el índice de cristianos de la población brasileña está algo arriba del 90%, de acuerdo con el Censo Demográfico del año 2000, es grande el avance de una “no filiación religiosa”.[1] Pero, al contrario de lo que se podría suponer, eso no significa que la población se esté convirtiendo en atea. Está, sí, decepcionada con algunas denominaciones que prometen mucho y cumplen poco, más allá de la asistencia a ellas.

Para Ronaldo de Almeida y Paula Montero, las personas no se afilian a una denominación religiosa porque no se identifican con ninguna de ellas específicamente. Entienden que el hecho de no pertenecer a ningún sistema religioso no significa ausencia de espiritualidad. Negarse a afiliarse también puede ser fruto de la búsqueda infructuosa en las religiones institucionalizadas.[2]

Las razones del abandono

Los motivos que llevan a las personas a dejar la iglesia pueden ser caracterizados como exógenos (ajenos a la persona) o endógenos (internos). Entre los motivos exógenos están los ligados a la iglesia misma. En una investigación realizada por este autor, entre ex adventistas de la región sur del Brasil, se les pidió a los entrevistados que señalaran las razones, por parte de la iglesia, que los llevaron a abandonarla. Las respuestas incluyeron falta de acogimiento y cariño, falta de unión y amor, prácticas injustas, discordia, falso testimonio, aislamiento, chismes, poca preocupación por los jóvenes y falta de sintonía con el pensamiento de la época.

Otros criticaron el estilo de música considerada “profana”, con el uso de instrumentos de percusión; “falta de preparación de los líderes”; “falta de compromiso con la misión”; y distanciamiento del pastor, debido a la cantidad de trabajo con muchas congregaciones. Además, analizando los resultados de otras investigaciones con el mismo objetivo, realizadas en Londrina, PR, y en los Estados Unidos, Jorge Henrique Barro resalta que “el liderazgo pastoral fue la causa número uno que prácticamente señalaron todos los entrevistados” en la investigación de Londrina. Con respecto a la investigación hecha en los Estados Unidos, incluso resalta que “el desencantamiento de los miembros con los pastores fue señalado por el 37% de los entrevistados. Eso refleja el deseo y la necesidad de ser cuidadas que tienen las personas”.[3]

Los fieles

En lo que se refiere a los fieles, para los entrevistados de la región sur del Brasil, “les falta disciplina, reverencia y disposición para acatar las enseñanzas de la iglesia”. Hay un “exceso de vanidad”, “tibieza espiritual”, “conformismo con el mundo”, “uso de joyas y vestimenta inconveniente”.

Las investigaciones analizadas por Barro también señalaron las mismas cuestiones. “El comportamiento de los miembros es responsable del 17% del abandono de la iglesia. Otro 12% revela su desencanto por encontrar dificultades para participar”.[4]

También se mencionaron razones como cambio de ciudad, barrio o trabajo. Casamientos con no creyentes, relaciones sexuales y embarazo preconyugal, influencia de amigos, dificultad para guardar el sábado, divorcio, muerte en la familia, frustración en las relaciones con otros miembros de iglesia, y deberes profesionales, personales y domésticos, también fueron señalados.

El regreso

Al preguntárseles cómo se sintieron luego de dejar la iglesia, al igual que acerca de la pretensión de regresar, los entrevistados dieron las siguientes respuestas: “No regresé, ni busqué otra iglesia, pero continúo con mi fe en Dios”. “Siento deseos de regresar”. “No fui a otra iglesia; regresé”. “Siento que no debí haberme apartado. Siento un vacío en mi interior, fue el peor período de mi vida. El sentimiento de vacío y desamparo era constante”. “Sentí la falta de observancia del sábado”.

Los entrevistados también hablaron acerca de las expectativas alimentadas en relación con la actitud de la iglesia hacia ellos. Creían que serían buscados por los líderes o los miembros, que serían visitados por el pastor o que recibirían manifestaciones de empatía ante los problemas enfrentados. Otros, revelándose muy decepcionados, afirmaron haberte- nido expectativas y que la iglesia nunca les prestó atención.

Incentivadas a señalar hechos que les harían o les hicieron volver a la iglesia, las personas mencionaron el interés por la salvación de los hijos, comprensión del deber de perdonar a eventuales ofensores, estado depresivo personal, trauma ante la muerte de familiares, y reconocimiento de que, lejos de Cristo, la vida no tiene sentido.

Cantidad versus calidad

De acuerdo con Almeida y Montero, en la región sur del Brasil, el cambio de filiación religiosa se ha demostrado superior a la media nacional. Ante esto, como adventistas, necesitamos dar prioridad a lo que realmente es esencial: calidad en lugar de cantidad, o cantidad con calidad. Eso incluye una preparación criteriosa para el bautismo y la nutrición adecuada, teniendo en vista el crecimiento espiritual y la consolidación de la fe abrazada por el nuevo converso.

La iglesia debe examinarse a la luz del evangelio y no contentarse solo con el crecimiento numérico de sus miembros. Cristo no predicó un evangelio de resultados, sino de la verdadera transformación, de plena conversión. Por lo tanto, la iglesia debe hacer su parte, enseñando por precepto y ejemplo el amor de Dios, promoviendo la integración de los fieles, y demostrando un interés real y sincero por ellos. Debe ayudarlos a llevar las cargas de la vida y aliviar el peso de la cruz que cargan. Debe enseñar y practicar el perdón, dejando de utilizar la culpa y la fuerza del poder como medios para retenerlos.

Las personas desean sentirse aceptadas, perdonadas, apoyadas, comprendidas y amadas. Quieren recibir empatía, lealtad y respeto. Necesitan sentirse bien en la comunidad eclesiástica. Elena de White escribió: “Hay que tratar con paciencia y ternura a los recién llegados a la fe, y los miembros más antiguos de la iglesia tienen el deber de encontrar la forma de proporcionar ayuda, simpatía e instrucción para los que han salido de otras iglesias por amor a la verdad, y que en esta forma se han separado de la obra pastoral a la que habían estado acostumbrados. La iglesia tiene la responsabilidad de asistir a esas almas que han ¡do en pos de los primeros rayos de luz recibidos; y si los miembros de la iglesia descuidan este deber serán infieles al cometido que Dios les ha dado”.[5]

Finalmente, ella resalta que, “después de que las personas se han convertido a la verdad, es necesario cuidarlas. El celo de muchos ministros parece cesar tan pronto como cierta medida de éxito acompaña sus esfuerzos. No se dan cuenta de que muchos recién convertidos necesitan cuidados, atención vigilante, ayuda y estímulo. No se los debe dejar solos, a merced de las más poderosas tentaciones de Satanás; necesitan ser educados con respecto a sus deberes; hay que tratarlos bondadosamente, conducirlos, visitarlos y orar con ellos”.[6]

Ese es nuestro deber. Que Dios nos ayude a cumplirlo fielmente, haciendo de cada congregación una ciudad de refugio.

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Norte Paranaense, República del Brasil.


Referencias

[1] Paulo Romeiro, Decepcionados com a Graça: Esperanzas e Frustrações no Brasil Neopentecostal (São Paulo, SP: Mundo Cristão, 2005).

[2] Ronaldo de Almeida e Paula Montero, “Tránsito Religioso no Brasil” [en línea] Disponible en: http://www.centrodametropole.org.br/pdf/ronal- do_almeida2.pdf. Accedido en abril de 2009.

[3] Jorge Henrique Barro, Praxis Evangélica 12, 2007.

[4] Ibíd.

[5] Elena G. de White, El evangelismo, p. 258.

[6] Ibíd.