Desde hace muchos años estoy convencido de que un adventista debe saber la Biblia más que otros. A menudo decimos que los adventistas somos el pueblo de la Biblia, pero en realidad la gran mayoría de la hermandad la conoce poco. En algunas ocasiones he controlado pequeños certámenes bíblicos en nuestras iglesias, y me ha sorprendido el hecho de que los participantes no podían contestar las preguntas más elementales. He visto que de otras confesiones religiosas van a las casas de los adventistas a predicar sus doctrinas, presentan sus puntos de vista, bien entrenados, con textos bíblicos, y nuestros hermanos quedan indefensos ante ellos, porque no conocen la Biblia. Esta es la triste realidad. Si nosotros basamos nuestra fe y doctrinas sobre la Biblia, pero no la conocemos más profundamente, ¿qué clase de base tendremos? Por eso desde hace muchos años dediqué tiempo a conocer mi Biblia. Digo mi Biblia, por- que desde 1930 uso la misma Biblia, mar- cada, subrayada, y me he familiarizado con su lenguaje. De esta manera conozco en qué parte de la página se encuentran muchísimos versículos, lo que me facilita su ubicación. Así la mucha lectura y estudio me hicieron sentir capacitado para participar en los certámenes bíblicos internacionales auspiciados por el Estado de Israel. En el primer certamen en 1958 y en el segundo en 1961 no tuve éxito. Pero estas dos frustraciones me enseñaron cosas que me fueron muy útiles en el tercer certamen.

En muchas ocasiones me han preguntado cómo me animé a participar en certámenes de tanta envergadura. Mi respuesta ha sido que además del premio que era un viaje a Israel, con todos los gastos pagados y que me resultaba muy tentador, sabía que el ganador devengaría prestigio para su iglesia. Pues bien, yo he sido adventista desde mi niñez y soy celoso por el nombre y prestigio de mi iglesia, y quería ganarlo, y gracias a Dios con su ayuda lo conseguí. En 1964, en el tercer certamen bíblico internacional, después de diez semanas de intensa lucha con rivales muy calificados, el jurado me declaró ganador en Argentina, lo cual me dio el derecho de viajar a Israel representando a nuestro país en las finales que se realizaron en Jerusalén. Estas fueron algunas de las razones por las que aprendí la Biblia.

Ahora, ¿cómo aprendí la Biblia? La Biblia constituye un tema muy vasto, Profundo y difícil. En ella hay miles de nombres de personas y lugares, innumerables hechos y acontecimientos, comentarios, amonestaciones de todos los profetas casi del mismo tenor. Aprender todo eso no se consigue con unas lecturas superficiales. Primero yo tenía interés en aprender la Biblia. Este es un factor muy importante. Si no tenemos interés no aprenderemos. Segundo, cualquier detalle aparentemente insignificante puede ser una pregunta. Por ejemplo, en 1961 en el segundo certamen internacional, no di importancia al capítulo 49 de Génesis, pensando que allí no figura ningún hecho, sino que Jacob está profetizando el futuro de sus hijos, y no lo estudié. Pero en el certamen justamente me preguntaron de ese capítulo, en el que Jacob comparó a cinco de sus hijos con algún animal. ¿Quiénes son esos hijos y qué animales correspondía a cada uno de ellos en la comparación? Por haber descuidado el estudio de ese capítulo solamente pude contestar que el león correspondía a Judá, la serpiente a Dan y el lobo a Benjamín. Isacar y Neftalí quedaron sin contestación y ésa fue la causa de mi eliminación del certamen. Eso me enseñó que cualquier detalle tiene su importancia. En mi Biblia todos los detalles así están marcados y al repasarlos quedan grabados en mi mente.

Otro hecho muy importante es saber cuántos autores han repetido el mismo concepto o palabras. Por ejemplo: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que publica la paz!”. Al oír estas palabras en seguida nos acordamos de Isaías 52:7. Pero puede ser que nos pregunten: ¿Cuáles otros dos diferentes autores mencionan esas palabras? Pues además de Isaías, el profeta Nahúm en su libro, capítulo 1:15 y San Pablo en su epístola a los Romanas 10:15 también las mencionan. Otro ejemplo: si nos preguntaran quién dijo: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”, en seguida nos acordamos de Proverbios 1:7, pero debemos saber que en Job 28:28, Salmo 111:10 y Proverbios 9:10 también se repiten.

He mencionado dos ejemplos de fondo espiritual, pero es más difícil todavía acordarse de una serie de acontecimientos parecidos registrados en diferentes libros de la Biblia. Por ejemplo, cuatro ocasiones en que los israelitas ayudados por las fuerzas o elementos de la naturaleza prevalecieron sobre sus enemigos. La respuesta puede ser, el paso por el Mar Rojo, Éxodo 14; la caída de los muros de Jericó, Josué 6; la granizada que en la guerra de Gabaón deshizo a los cananeos, Josué 10:11, y las avispas que persiguieron a los amorreos, Josué 24:12. En resumen, conviene aprender los hechos similares en serie. En Jerusalén pusieron a prueba nuestro conocimiento con esta clase de preguntas y les aseguro que son muy difíciles de contestar en dos minutos. Usando este sistema, después de un tiempo uno se dará cuenta de que ya tiene un amplio conocimiento de la Biblia.

Aquí alguien puede argüir que para esto hay que tener una memoria excepcional. Es verdad, la memoria tiene mucho que ver. Pero yo pregunto, ¿quién no tiene memoria? ¿No es verdad que nos acordamos de muchas cosas importantes o insignificantes de la vida? A los jóvenes que me preguntan cómo puedo yo aprender tantos nombres, les contesto que en la misma forma en que ellos aprenden los nombres de los jugadores de los equipos de fútbol.

También hago uso de algo de mnemotecnia. Por ejemplo, en Isaías 9:6 hablando del niño Mesías dice: “Llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. He oído a muchos que al querer decir de memoria estos nombres mezclan el orden; dicen un nombre antes que el otro, lo cual les confunde. Para aprender tal cual está en la Biblia yo lo aprendí así: si buscara estos nombres en un diccionario, “Admirable” viene antes que “Consejero”, “Consejero” antes que “Dios”, “Dios” antes que “Padre”, y “Padre” antes que “Príncipe”.

En esta forma se me facilita la memorización. Otro ejemplo. En Salmo 85:10 dice: “La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron”. Las cuatro palabras principales de este texto: misericordia, verdad, justicia, paz, me resultaban difíciles para decirlas en orden. Entonces relacioné la “misericordia” con Misionero, y la “verdad” con Voluntario, o sea MV y entonces me fue más fácil acordarme del orden MV, misericordia y verdad, después la justicia y la paz siguen automáticamente. Usando recursos mnemotécnicos muchas cosas se facilitan. A mí me dio buen resultado, pero cada uno puede emplear o inventar el sistema que más le convenga.

Antes de terminar quiero sugerir a los pastores que organicen en sus iglesias pequeños certámenes bíblicos, tal vez de sólo una porción de la Biblia. Toda sería muy difícil. Puede ser de un solo libro, o de algunos como el Pentateuco, o los evangelios. Se puede dar un mes de tiempo para estudiar, después realizar el concurso ante toda la iglesia. Para hacerlo más interesante podría probarse lo siguiente. Si un participante no pudo contestar una pregunta, el animador del concurso no debe dar la respuesta, sino preguntar al público y pedir a alguno que levante la mano, porque generalmente los presentes que saben la respuesta están ansiosos de contestar, así participan todos.

Tal vez alguien pensará qué importancia tiene un conocimiento técnico de la Biblia. Lo importante es la parte espiritual y doctrinaria. A los que piensan así les digo: pregúntenle a un pastor protestante que estuvo conmigo en Jerusalén y fue mi compañero de pieza. Me decía que cuando él preparaba sus sermones no se preocupaba de los nombres de los faraones, ni de los detalles de la vida del rey Saúl. Por causa de esa despreocupación se clasificó uno de los últimos. Lo mismo pasó con un sacerdote católico de Francia. Por no poder contestar las preguntas en serie no he visto un hombre tan deprimido y desanimado como él. En el Nuevo Testamento vemos que Jesús y San Pablo conocían los nombres y detalles del Antiguo Testamento y los aplicaban a sus enseñanzas. La persona que tiene un conocimiento técnico de la Biblia además del doctrinario tiene un panorama más amplio de la Palabra de Dios que le será muy útil en sus sermones y estudios.

Si todos los adventistas dedican más tiempo y esfuerzo para aprender las Escrituras, entonces podremos decir que “somos el pueblo de la Biblia”.

Sobre el autor: Miembro laico de Florida, Buenos Aires