Para preparar este trabajo, el autor tuvo necesariamente que hacer mucha investigación en la historia y la situación actual del adventismo. Es un excelente ejemplo de buenas relaciones públicas que revela un acercamiento cortés y respetuoso hacia aquellos que mantienen muy diferentes puntos de vista en la teología personal. Aun cuando toca asuntos tales como el sábado y el anticristo, este autor no manifiesta un prejuicio descortés y concluye con el llamado a sus compañeros católicos romanos a que abandonen “las defensas de la contrarreforma” y sean inteligentes en “distinguir entre posiciones teológicas inaceptables y esas prácticas y costumbres que podrían ser puestas al servicio de la iglesia”. Todos los que tengan que realizar algún comentario sobre las creencias de otros tienen en este artículo una ilustración recomendable de cortesía cristiana.

Hace cien años todos los adventistas del mundo podrían haberse reunido en un auditorio de mediana capacidad. Los 4.000 adventistas de 1865 vivían en los Estados Unidos y el Canadá.

Desde entonces los adventistas han extendido silenciosamente su red de iglesias, escuelas, misiones y editoriales en un mundo que ellos creen confiadamente que está llegando a su fin. Hoy esta iglesia de origen norteamericano opera en 189 países y tiene registrados 1.428.000 miembros adultos.

A diferencia de la mayoría de las denominaciones cristianas, la Iglesia Adventista del Séptimo Día apenas si ha sido tocada por el movimiento ecuménico actual. Las iglesias protestantes tradicionales no tienen más contactos con los adventistas que el catolicismo. Algunos teólogos catalogan a los adventistas junto con los mormones, la ciencia cristiana y los testigos de Jehová como sectarios extravagantes y pseudocristianos, mientras que algunos influyentes fundamentalistas han instado recientemente a sus compañeros protestantes a revisar su concepto de los adventistas y a invertir este severo juicio.

El catolicismo romano figura bastante pobremente en la predicación y la literatura adventista. Algunos autores adventistas mantienen antiguos sentimientos de vindicación contra la Iglesia de Roma, cuyos papas fueron los responsables del cambio del día de reposo del sábado al domingo, llevando de esta forma a la cristiandad por el camino de la apostasía.

Teniendo esto presente podremos preguntarnos si los católicos podemos aprender algo de nuestros vecinos adventistas. ¿Puede una denominación tan alejada de la herencia católica tener algo que ofrecernos? Yo pienso que sí.

Como los católicos, los adventistas del séptimo día se preocupan muchísimo de la educación parroquial. En efecto ellos sostienen el sistema mundial más grande de escuelas privadas después del que mantiene la Iglesia Católica. Su sistema educacional incluye 5.074 escuelas con 342.472 alumnos desde jardines de infantes a facultades de medicina.

Una congregación adventista tratará de abrir una escuela primaria si hay apenas 20 alumnos listos para la inscripción. En los Estados Unidos solamente la Iglesia y el Sínodo de la Iglesia Luterana de Misouri tienen más escuelas parroquiales. Sin embargo, no hay duda de que los adventistas inscriben un mayor porcentaje de sus hijos en escuelas de iglesia que cualquier otra iglesia. En estos momentos los adventistas educan a seis de cada diez de sus miembros en edad escolar en sus propias instituciones, desde primer grado hasta el colegio superior. Los católicos ni nos acercamos a este porcentaje al nivel de la escuela secundaria y superior.

Esta iglesia relativamente pequeña que registra 346.000 miembros adultos en los Estados Unidos, sostiene dos universidades, diez institutos de educación superior de cuatro años y dos de dos años. Su centro médico altamente estimado de la Universidad de Loma Linda, en California, prepara médicos, dentistas y técnicos médicos. La Iglesia Adventista sostiene más colegios superiores y universidades que la Iglesia Protestante Episcopal que es diez veces mayor, o que las Iglesia Cristianas (Discípulos de Cristo) que son siete veces más numerosos. Una reciente encuesta indica que hay tres veces más graduados de cursos de enseñanza superior entre los adventistas que en el promedio de la población norteamericana.

Lo que debemos considerar los católicos es que este gran sistema educacional es financiado sin los servicios gratuitos de hermanas religiosas, frailes o sacerdotes. Los sueldos adventistas no son como para que un maestro pueda hacerse rico, pero son más altos de los que pagan la mayoría de las escuelas católicas a las monjas que enseñan. La necesidad de más profesores laicos en las escuelas parroquiales ha sembrado el pánico entre algunos católicos; ellos aseguran que la comunidad católica no puede permitirse un recargo semejante en las contribuciones. Es una lección para nosotros el que nuestros amigos adventistas y luteranos hayan estado sosteniendo sus escuelas parroquiales durante décadas pagando los sueldos de maestros laicos.

En verdad el sistema educacional adventista no es cuestión de centavos. Los adventistas están sólidamente cerca del tope entre todos los miembros de iglesia en la lista de contribuciones individuales a su iglesia. La mayoría de los adventistas está en la clase media o más abajo; es raro encontrarlos entre los ejecutivos de las sociedades mercantiles o en Wall Street. Pero en 1962 los adventistas contribuyeron con un promedio de 213,97 dólares para su iglesia y otros 38,46 dólares para las misiones. Recordemos que la contribución es por miembro y no por familia; podríamos multiplicar estas cifras por tres para obtener la contribución promedio por familia: más o menos 750 dólares. ¿Cómo pueden muchas familias católicas de clase media que se quejan de los costos elevados de la educación parroquial pretender hacer frente a sus obligaciones para con la iglesia arrojando uno o dos dólares en el canasto de la ofrenda los domingos? Naturalmente, la educación religiosa cuesta dinero, pero la evidencia indica que los católicos adinerados de este país ni siquiera han comenzado a sacrificarse en la medida en que algunos de sus vecinos protestantes lo han hecho por sus iglesias, escuelas y misiones.

Se espera que un adventista del séptimo día contribuya con el diez por ciento de sus entradas brutas antes de deducir los impuestos. Además de este diezmo básico, muchos adventistas contribuyen con otro diez por ciento para sostener los programas misioneros, asistenciales, educacionales, médicos y de publicaciones.

Podríamos pensar que una iglesia que espera que el mundo termine en cualquier momento se ocupara únicamente en asuntos religiosos. Esto es lo que hacen los testigos de Jehová; ellos no tienen hospitales, hogares de ancianos, orfanatorios, colegios superiores, clínicas. Su único interés parece ser advertir a la humanidad de la inminencia de la batalla del Armagedón.

No así los adventistas. Su creencia en la pronta venida de Cristo no ha enfriado su celo en el servicio o la asistencia médica o educativa hacia los demás. Ninguna iglesia puede jactarse de tener un servicio médico como el de los adventistas, teniendo en cuenta el número de sus adeptos.

El año pasado, más de 3.850.000 pacientes fueron atendidos en los 124 sanatorios y 146 clínicas y salas de tratamientos adventistas. En todo el mundo los adventistas emplean a 488 médicos, la mayoría graduados de Loma Linda, y 15.642 personas más relacionadas con el arte de sanar. Del número total de sanatorios, 37 están en los Estados Unidos y el Canadá.

Desde sus primeros días, los adventistas promovieron la reforma pro salud, la prevención y la curación de las enfermedades. Un adventista laico, el Dr. J. H. Kellogg, inventó los copos de maíz y cambió el menú de millones de mesas norteamericanas a la hora del desayuno. Los adventistas comenzaron el sanatorio de avanzada de Battle Creek para el tratamiento de trastornos nerviosos e introdujeron las técnicas de la hidroterapia y fisioterapia.

El respeto hacia el cuerpo humano ha llevado a los adventistas a insistir en la abstinencia total del licor, el tabaco y los narcóticos. Por razones similares de salud, que son discutidas, la mayoría de los adventistas ha adoptado el vegetarianismo. Aunque no sean vegetarianos, todos los adventistas observan la prohibición del Antiguo Testamento contra el consumo de la carne de cerdo en cualquiera de sus formas, y de los mariscos.

Estudios comparativos indican que estas restricciones hacen que los adventistas sean menos susceptibles a las enfermedades del corazón, el cáncer del pulmón y otras causas de muerte. Los católicos a veces nos conformamos con prohibir el uso del licor y el tabaco a los cristianos, sin dar a conocer a nuestros jóvenes las positivas ventajas sanitarias de la temperancia y aun de la abstinencia.

La mayoría de los protestantes, así como los católicos rechazan la interpretación adventista del mandamiento acerca del día de reposo como exigiendo la observancia del sábado. Sin embargo, podríamos sacar algún provecho al observar cómo los adventistas tratan de santificar su sábado. Para el adventista devoto el sábado comienza a la puesta del sol del viernes, como para los judíos ortodoxos. Los alimentos se preparan el viernes, de manera que el tenerlos listos no ocupa el tiempo del sábado para el ama de casa. El sábado de mañana se pasa en la iglesia y en la escuela sabática. El resto del día es dedicado a la lectura y estudio de la Biblia, a sencillas recreaciones familiares, como paseos en la naturaleza, la oración y la charla sobre temas bíblicos, con los amigos. La radio y el televisor están apagados hasta la puesta del sol del sábado.

¿Podemos contrastar esta observancia del día de reposo con la que caracteriza la conducta de millones de cristianos? En demasiados hogares el domingo puede ser un día libre de las tareas regulares, pero en realidad es otro día de semana. Si caminamos por un vecindario cualquiera veremos a muchos cristianos pintando sus casas, lavando el automóvil, haciendo reparaciones diversas o realizando cualquier actividad casera. Sabemos que los comercios y almacenes no tendrían tantas utilidades el día domingo si millones de cristianos no eligieran ese día de la semana para comprar muebles, automóviles, herramientas, comestibles y ropa. Profesamos estar afectados porque los soviéticos han borrado deliberadamente el significado religioso del domingo para socavar el papel de la religión en la vida del pueblo ruso. ¿No hemos hecho en gran medida la misma cosa en los Estados Unidos, y a menudo desafiando leyes que estaban designadas para preservar las ventajas de un día de reposo?

Nuestros amigos adventistas nos recuerdan que el sábado no fue dado solamente a una muchedumbre en el desierto hace siglos sino a todas las generaciones de los hombres. Dios pide a todos los hombres que pongan aparte uno de cada siete días para su servicio tanto como para la recreación del cuerpo y espíritu humanos. El Autor de la naturaleza del hombre conocía que es esencial un día tal para el bienestar espiritual, emotivo y físico del hombre. No solamente desobedecemos su mandamiento, sino que jugamos con nuestro desastre personal al ignorar el significado del día de reposo. Como católicos hemos auspiciado a menudo una observancia mínima del día del Señor; asistimos a misa y evitamos el trabajo servil, en términos generales. Quizá los adventistas nos pueden hacer recordar que la observancia creadora y sagrada del día requiere más que este reducido mínimum.

Otro campo que está en el corazón de nuestros amigos adventistas es el de las misiones. Esta iglesia envió a su primer misionero al extranjero en 1874. El estableció la fe en Suiza y ahora cuatro de cada cinco adventistas viven fuera de los Estados Unidos. Los adventistas toman en serio su deber personal de predicar el Evangelio a todos los hombres y de ayudar a los que son llamados a ser misioneros de tiempo completo.

Solamente pocos países, entre ellos Afganistán y la Ciudad del Vaticano, no cuentan con un contingente de misioneros adventistas. Hasta la minúscula isla Pitcairn, habitada por los amotinados del Bounty, fue visitada por los esforzados misioneros y hoy todos los descendientes de los amotinados son fieles adventistas del séptimo día.

Con los fondos recibidos de los diezmos regulares de los miembros, la Iglesia Adventista emplea a 57.000 hombres y mujeres como misioneros, maestros y profesores, impresores y personal médico. Esto significa que uno de cada 31 adventistas es un empleado rentado de la iglesia. El presidente de la iglesia percibe unos 100 dólares por semana y todos los otros obreros de la iglesia, incluso los médicos y los directores de los colegios superiores, cobran algo menos.

Los adventistas no limitan sus esfuerzos evangelísticos a los países extranjeros. Ellos ofrecen cursos bíblicos gratuitos por correspondencia que han matriculado ya más de 3.500.000 estudiantes. Algunos adventistas siguen el ejemplo de los testigos y los mormones, yendo de casa en casa para interesar a los habitantes en sus doctrinas.

Todos los medios de comunicación han sido empleados para presentar el mensaje adventista. Esta iglesia administra 43 editoriales que imprimen libros, revistas y folletos en 228 idiomas. El programa La Voz de la Profecía se transmite en inglés y castellano por 922 estaciones mientras que Fe para Hoy se ve por 222 canales de televisión.

Generalmente los adventistas crían dos o tres chicos en sus familias de manera que es pequeño el índice de crecimiento debido a la tasa de nacimientos (a diferencia de los mormones). Sin embargo, la iglesia registra hoy seis veces más miembros de los que se registraron en el censo federal de 1906. Sus métodos evangelísticos ganan conversos y su sistema educacional cimenta la lealtad de los adventistas a su iglesia y reduce al mínimo las defecciones.

Aunque los mormones administran un enorme programa asistencial. ellos limitan la prestación de esos servicios sociales a sus correligionarios en plena comunión de fe. Los adventistas en cambio extienden su ayuda a gente de cualquier religión o de ninguna. Generalmente están preparados cuando y dondequiera ocurra un desastre: tornado, terremoto, inundación o explosión. La iglesia dispone de unidades móviles para esos casos que pueden ser enviadas a esos lugares. Los adventistas a menudo auspician en la comunidad clases gratuitas de primeros auxilios. La Iglesia Adventista posee dos enormes depósitos, uno en cada costa de los Estados Unidos, desde donde se envían por barco materiales de ayuda a las zonas damnificadas de ultramar.

Cada congregación adventista organiza una sociedad Dorcas o de beneficencia cuyos miembros realizan actividades parecidas a las de la Sociedad San Vicente de Paúl y del Ejército de Salvación. Los miembros de Dorcas se reúnen regularmente para confeccionar y remendar ropa, recolectar alimentos y hacer vendajes…

Podemos ver que no puede tomarse livianamente la decisión de hacerse adventista. Se espera que el converso diezme sus ingresos, asista a los servicios sabáticos cada semana, se abstenga de todo trabajo innecesario en sábado, renuncie al licor y el tabaco, eduque sus hijos en escuelas de iglesia, evite el baile, el jugar a los naipes, el ir al cine, abandone los cosméticos y las joyas y corte sus lazos con cualquier sociedad secreta. Y sin embargo los adventistas parecen ser un pueblo lleno de vida, contento, que disfruta con gran satisfacción de su religión.

La Iglesia Adventista hace remontar su historia al gran reavivamiento de la esperanza de la segunda venida producida por la predicación de Guillermo Miller en los comienzos del siglo XIX. Miller, un veterano de la guerra de 1812. investigó en la Biblia, especialmente en los libros de Daniel y Apocalipsis, y anunció que el fin del mundo vendría en 1843. Más tarde puso la fecha del 22 de octubre de 1844. Cuando esta fecha pasó sin novedad, la mayoría de sus seguidores se escurrió.

Un grupo de adventistas de Washington, Nueva Hampshire, siguió prestando fe a la predicción de Miller. A su tiempo este grupo aceptó la interpretación de que el acontecimiento que debía ocurrir el 22 de octubre de 1844 no era el fin del mundo visible sino la purificación del santuario celestial por Jesucristo. Nunca más los adventistas pusieron una fecha definida para la segunda venida, pero quedaron convencidos que la historia estaba llegando a un pronto fin y que Cristo aparecería en el futuro cercano.

A esta doctrina básica del adventismo la minúscula congregación de Nueva Inglaterra añadió la creencia de que los cristianos deberían observar el sábado del Antiguo Testamento, y no el domingo que había sido instituido por uno de los primeros papas. El papel del papa en el cambio del día de reposo ha dado al movimiento una orientación anticatólica. Muchos adventistas parecen considerar al papa como el anticristo.

El movimiento creció y los adventistas pudieron establecer su cuartel general en Battle Creek, Michigan. Esas oficinas fueron trasladadas a Takoma Park, un suburbio de Washington, en 1903.

La Sra. Elena G. de White se destacó en el movimiento adventista por cerca de 70 años y es considerada una profetisa por los adventistas. Ella escribió 53 libros y más de 4.500 artículos, muchos de los cuales estaban basados en visiones. El papel de Elena de White como profetisa ha causado molestias a los protestantes fundamentalistas, quienes de otra manera estarían de acuerdo con muchas posiciones adventistas, como su interpretación literal de la Biblia y la oposición cerrada a la teoría de la evolución. Muchos aspectos del adventismo son repudiados por católicos y protestantes, pero hemos visto que en ciertas áreas —educación parroquial, sostén de la iglesia, observancia del día de reposo, interés en las misiones, reforma en la salud, actividades asistenciales— podemos descubrir algunas cosas en el adventismo que en una forma adaptada podrían enriquecer nuestras vidas como católicos.

Al entrar más plenamente en la era ecuménica y al abandonar las defensas de la contrarreforma, podemos encontrar tesoros de ejemplos en las vidas y prácticas de nuestros hermanos separados. Deberíamos distinguir con inteligencia entre posiciones teológicas inaceptables y esas prácticas y costumbres que podrían ser puestas al servicio de la iglesia.

Sobre el autor: Este artículo del Dr. William J. Ehalen será leído con interés por todos. Apareció en la revista U. S. Catholic, publicada por los religiosos de una congregación católica de Chicago. El autor es profesor de historia en la Universidad de Purdue.