Si los ecologistas radicales, enamorados de los árboles, buscaran otro objetivo, la Iglesia Adventista del Séptimo Día seguramente sería uno de ellos.
Considerando la vasta empresa editorial de la iglesia, sólo en la imaginación puede uno concebir cuántos árboles han sido derribados, cuántos bosques talados, y cuántos azorados búhos expulsados de su hábitat, todo para fabricar el papel que los adventistas han consumido desde que el movimiento editó su primera página impresa en el año 1847. Si posee 56 casas publicadoras produciendo a todo vapor literatura en 245 idiomas, si envía 321 revistas en los correos de casi todas las naciones del mundo, y si edita e imprime millones y millones de libros anualmente (sólo en Rusia se han vendido 20 millones de libros desde 1991), la Iglesia Adventista seguramente debe ser una pesadilla para los ecologistas radicales.
¿Qué ocurre con esta iglesia que ama tanto los libros? La historia adventista muestra que doquiera vamos, una de las primeras cosas que hacemos es establecer una imprenta. Con pocas excepciones, donde están los adventistas, si todavía no está la literatura adventista, pronto le seguirá. Conocidos en una época (al menos por nosotros mismos) como “el pueblo del Libro”, ciertamente todavía somos el pueblo de los libros, revistas, tratados, folletos, trípticos, y cualquier otra cosa que implique tinta sobre papel. Quizá ahora mismo, en el 150 aniversario de La verdad Presente, pequeño folleto de ocho páginas publicado por el joven Jaime White, es tiempo de preguntamos: ¿Por qué tienen los adventistas una obra de publicaciones tan grande?
Y la respuesta es: Porque tenemos mucho que decir. Es la única razón. Desde los primeros días del movimiento adventista, nuestros pioneros se convencieron de que el Señor les había dado una verdad crucial y relevante en el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14. Después de 150 años, nada ni nadie ha podido hacemos cambiar de opinión. Enfocados en el “evangelio eterno” (Apoc. 14:6), las buenas nuevas de la muerte de Cristo por los pecados del mundo, y presentados en el contexto de los eventos de los últimos días que conducen al segundo advenimiento de Cristo, los mensajes de los tres ángeles son tan verdad presente hoy, como lo fueron cuando Jaime y Elena White comenzaron a anunciarlos el siglo pasado. Y considerando que (1) las palabras son el medio a través del cual los seres humanos comunicamos los hechos y las ideas; que (2) las palabras escritas son todavía el mayor (y más económico) vehículo de comunicación, y que (3) la mayor parte del mundo todavía no ha escuchado los mensajes de los tres ángeles, no extraña que la Iglesia Adventista esté tan profundamente comprometida con la obra de publicaciones. No podríamos cumplir nuestra “tarea” sin ella.
En realidad, aunque sólo Dios conoce los números exactos, abundan los testimonios del poder de la palabra escrita en nuestra predicación del evangelio de Cristo. Ya sea a través de un curso por correspondencia en Europa, por la lectura de una edición del libro El conflicto de los siglos comprado a un colportor en África, o incluso por un simple volante que sirve de invitación a una serie de conferencias evangelísticas o un Seminario de Revelaciones en Texas; millones conocen la verdad con respecto a “los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (veis. 12) a causa de la tinta impresa en una rebanada altamente refinada del tronco de un árbol. (De hecho, este servidor tuvo su primer contacto verdaderamente serio con este mensaje cuando los adventistas le regalaron un ejemplar del libro El conflicto de los siglos, en una tienda de abarrotes en Florida, en el preciso momento en que se dirigía hacia la biblioteca, para comenzar a hundirse en los libros sobre espiritismo y ocultismo.)
Un drogadicto, miembro de una pandilla en California, un soldado comunista en la ex Unión Soviética, un sacerdote católico romano en Sudamérica, y una joven madre en Virginia, son sólo algunos que han encontrado a Jesús y a su iglesia de los últimos días a través de la literatura adventista. Nuestra iglesia está llena de miembros a quienes el Espíritu Santo tocó con la página impresa. Estamos metidos de lleno en la obra editorial porque hoy, en la época del “ciberespacio”, la fibra óptica, y la comunicación vía satélite, el material impreso todavía funciona. Millones de vidas transformadas dan testimonio de ello.
Algo más acerca de la palabra impresa: perdura. Las conversaciones se desvanecen. Un cortés testigo en un destartalado autobús, un rápido testimonio en la esquina de una calle en la puerta de la pescadería, un estudio bíblico en un viaje aéreo, todos tienen su propio lugar. Pero una vez que la conversación termina, las palabras pronunciadas sólo permanecen en los frágiles, vagos, y con frecuencia olvidadizos, corredores de la memoria. En contraste, la palabra escrita que alguien posee, un libro, un tratado, un artículo de una revista, persiste, siempre está allí, disponible para que la persona vuelva a ella, para volver a sacar las ideas, enseñanzas, textos y promesas, una y otra vez. A diferencia de los recuerdos de una conversación, que comienza para disolverse inmediatamente después que el intercambio de palabras cesa, la página impresa preserva las palabras originales, inalteradas y sin ninguna adulteración por los efectos del tiempo. Mucho tiempo después que las palabras habladas se han desvanecido, la palabra escrita permanece.
Esa es la razón por la cual, teniendo imprentas en todos los continentes, es probable que no exista un solo día (excepto el sábado) cuando una prensa adventista no esté produciendo material escrito. Y esa es la razón por la cual, seguramente, no hay ni un momento de ningún día (especialmente el sábado), cuando, en cualquier lugar, alguien no esté leyendo material impreso en estas prensas.
Considerando lo que el Señor nos ha ordenado que proclamemos, no debería ser de ninguna otra manera, excepto que deberíamos decuplicar lo que estamos haciendo ahora.
La comisión
Por supuesto, nada de esto ha ocurrido por casualidad. Al contrario, la obra de publicaciones de la Iglesia Adventista comenzó con una clara admonición del Señor a través de su sierva Elena G. de White.
En el año 1848, remanentes de los adventistas y mileristas que habían quedado del Gran Chasco, celebraron conferencias sobre el sábado en los estados del noreste: Nueva York, Maine, Massachusetts, y Connecticut. Aunque el material había sido impreso después del chasco de 1844, (un predicador milerista llamado Jaime White, y un herrero de nombre Hermán Gumey, imprimieron 250 copias de un tratado de una sola página impresa por un solo lado en el mes de abril de 1846, que contenía la primera visión de Elena G. de White), fue, al parecer, hasta 1848, cuando se estableció un sistema centralizado y organizado de publicaciones. Pero como no tenían dinero, y no eran más que unos pocos centenares de observadores del sábado que creían lo mismo que ellos, estos primeros adventistas no sabían cómo comenzar.
En el mes de noviembre de ese mismo año, en una conferencia sobre el sábado celebrada en el hogar de Otis Nichols en Dorchester, Massachusetts, Elena G. de White tuvo una notable visión. Después de eso, le dijo a Jaime White: “Tengo un mensaje para ti. Debes imprimir un pequeño periódico y repartirlo entre la gente. Aunque al principio será pequeño, cuando la gente lo lea te enviará recursos para imprimirlo y tendrá éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto comienzo brotarán raudales de luz que han de circuir el globo”.[1]
James White no tenía un solo centavo y estaba luchando para sobrevivir financieramente (su esposa estaba encinta de su segundo hijo), mucho menos para comenzar una publicación que algún día circulara como “raudales de luz” alrededor del globo terráqueo. Aunque Jaime vivía en el hogar de un observador del sábado en Connecticut, decidió buscar trabajo para ganar los fondos que se necesitaban. Como el año anterior había ganado dinero cortando heno, intentó hacer otra vez aquel mismo trabajo matador. Sin embargo, se le mostró a Elena en otra visión que él no debía tomar la guadaña sino la pluma, y que debía “escribir, escribir y avanzar por fe”.[2]
Jaime escuchó el consejo. Toda la biblioteca que tema disponible consistía de una Biblia de bolsillo de las más baratas que había, la Cruden’s Condensed Concordance (Concordancia condensada de Cruden), y el Walker’s Old Dictionary (Antiguo Diccionario de Walker), al que le faltaba una de las tapas; y a pesar de eso, comenzó a escribir, teniendo a su esposa Elena muy cerca, a su lado. Al mismo tiempo necesitaba alguien que no sólo estuviera dispuesto a imprimir una revista de ocho páginas para un desconocido, sino que esperara hasta que los posibles lectores enviaran dinero donado (porque la revista debía distribuirse gratuitamente) para pagarle. En el tercer piso de un edificio de ladrillo en Middletown, Connecticut, James encontró a Charles Pelton, quien estuvo dispuesto a imprimir cuatro números de la revista, 1,000 copias de cada una. El costo total sería $64.50, que se pagarían a medida que hubiera fondos disponibles.
De este modo, en el mes de julio de 1849, salió a luz The Present Truth (La verdad presente) “Publicada bimensualmente por Jaime White”. El primer editorial comenzaba con un texto: “Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en LA VERDAD PRESENTE” (1 Ped. 1:12).
El número fue una apretada exposición del tema de la continuada validez del séptimo día sábado, comenzando con la semana de la creación, y siguiendo a través de todo el Nuevo Testamento. Los artículos también trazaban una clara distinción entre “la ley ceremonial de Moisés, y… la ley moral de Dios, los diez mandamientos”.[3] En general, Jaime White usó los mismos argumentos que los adventistas siguen empleando hoy. Después de la impresión de la revista, pidió prestado un carro tirado por un caballo, fue a la imprenta, y trajo las hojas impresas todavía frescas a su casa.
“Allí, un pequeño grupo de pioneros las dobló, las engrapó, y las rotuló; luego se reunieron alrededor del montoncito de papel impreso, se arrodillaron, y pidieron fervientemente a Dios que su bendición acompañara a aquella pequeña pila de revistas cuando salieran por primera vez en el cumplimiento de su misión. Entonces White puso la edición entera en una bolsa y caminó 14 kilómetros hasta el correo de Middletown, para enviar aquel producto de su fe. Cuando la gente leyó la revista enviaron medios para imprimirla, como él había esperado; así que poquito a poquito, la circulación fue aumentando, la verdad presente dio lugar en el mes de agosto de 1850 a la Revista Adventista y en noviembre del mismo año a la Second Advent Review and Sabbath Herald, que se ha conocido generalmente como la Review and Herald”,[4] Actualmente se llama Adventist Review (Revista adventista).
La obra de publicaciones comenzó lentamente. No fue sino hasta el año 1852 cuando los adventistas compraron su primera imprenta. Hiram Edson donó el dinero para comprar una prensa de mano marca Washington que costó, incluyendo un juego de tipos, $652.93 dólares. Mucho tiempo después que había dejado de usarse, la pequeña prensa siguió en Battle Creek hasta que fue destruida por el fuego en 1902.
Crecimiento continuado
Por lenta y humilde que haya sido al principio, llegó el momento en que la obra de publicaciones adventistas, explotó literalmente. Revistas, libros, y tratados continuaron saliendo de las plumas y de las prensas de los Adventistas del Séptimo Día. En 1855 se inició en Battle Creek, Michigan, la Review and Herald Publishing House (Casa publicadora Review and Herald). En 1872 salió la primera publicación de la iglesia en lengua extranjera, la Advent Tidende, revista mensual en danés, que se imprimió en Battle Creek; en 1876 Les signes des Temps (Las señales de los tiempos, en francés), publicada en Basilea, Suiza, llegó a ser la primera publicación adventista del séptimo día publicada en ultramar; en 1875 se fundó una casa publicadora en Oakland, California, en la costa oeste de Estados Unidos. ¿Su nombre? Pacific Press.
En 1879 comenzó en Noruega la Casa Publicadora de Norsk Bokforlag; en 1884 comenzó a imprimir la casa publicado de Stanborough en Inglaterra; la Casa Editora Sudamericana comenzó en Argentina en 1897; la Kustannusliike Kirjatoimi abrió sus puertas en Finlandia (1897), Shi Jo Sa en Corea (1909), African Publishing House en África Oriental (1913), la Advent Press, en Ghana (1937). Y la lista sigue, incluyendo en esta década (reflejando las revueltas políticas en estas áreas) la Casa Publicadora Fuente de Vida, en Rusia (1991), la Casa Publicadora Eslovaca, en la República de Eslovaquia (1993), y otra Casa Publicadora Fuente de Vida, esta vez en Ucrania (1993).
Las prensas adventistas producen casi seis millones de libros cada año. Cada mes se imprimen más de 3-5 millones de revistas y guías de estudios bíblicos (¡42 millones al año!). Hay 25,268 colportores que venden libros que traen como resultado 50,000 almas bautizadas cada año. Si bien la primera imprenta del movimiento (la que Edson ayudó a adquirir) podía producir cien páginas por hora, hoy, sus grandes imprentas (como una que hay en Brasil) pueden producir un millón de páginas por hora. Al constituirse la Iglesia Adventista como una de las más grandes publicadoras entre las denominaciones protestantes, la visión de Elena G. de White acerca de los “raudales de luz”, ha tenido un notable cumplimiento.
El nuevo milenio
Sin embargo, cabe preguntarse, ¿qué papel tendrá la obra de publicaciones adventistas en el siglo XXI, a medida que la ciencia de la informática experimenta un desarrollo explosivo? ¿Está a punto de convertirse en obsoleta la página impresa en un mundo computarizado? ¿Qué futuro les espera a los voluminosos libros y a las arrugadas revistas en la era del evangelismo vía satélite, los CD-ROMs, y el sistema Internet?
Un enorme futuro (al menos esa es mi visión). La tecnología de Internet, por maravillosa que sea, apenas está tocando un pequeñísimo porcentaje de la población mundial. Millones y millones de personas jamás han usado un teléfono, mucho menos han oído hablar de Navigator, Netscape o de bajar archivos gratuitos de Internet. Aunque como iglesia estamos aprovechando el sistema Internet (todos tenemos una página allí), nuestros materiales impresos todavía están alcanzando (y continuarán alcanzando por un buen tiempo) a los millones que tienen poco interés o acceso a la sofisticada tecnología del “ciberespacio”. Y en cierta forma, la tecnología de la computación ayuda, incluso, a la palabra impresa (por ejemplo, cuando termino de escribir artículos -incluso libros- simplemente los envío por correo electrónico a la editorial, sin tener jamás que confiar mis queridas “obras de arte” al servicio postal de los Estados Unidos). Si no, considere un momento cuánto material impreso se utilizó en Net98: gracias a la tecnología vía satélite, a incontable número de personas se les entregaron materiales adventistas impresos, por primera vez en sus vidas. Hay también algo especial en el acto de arrellanarse en una noche tranquila con un buen libro y una bebida caliente, que sencillamente no existe en el procesador de palabras.
Los sabios le han colocado a nuestro tiempo el título de Era de la Información. No Era del Conocimiento, ni Era de la Sabiduría, sino Era de la Información. Es la era de los hechos. Los hechos están por todas partes. Unos cuantos clicks en una terminal de computador, y tenemos hechos. Una vueltecita al sintonizador de un aparato de radio, y tenemos hechos. Un click al control remoto de un televisor, y voila!, más hechos. La gente se está ahogando en hechos, vaga perdida en una masa de hechos, barrida por oleadas y más oleadas de hechos.
Pero la gente necesita más que hechos. Ellos necesitan verdad. Y la verdad es mucho más que hechos. Un conocimiento de los hechos no puede salvar, sólo el conocimiento de la verdad puede hacerlo. “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
Con tantos hechos (y tan poca verdad) que acosan a cada momento la conciencia humana, cuán crucial es que nosotros los adventistas promulguemos, no simplemente más hechos, sino la verdad, especialmente la verdad presente, que se nos ha revelado a través de la Palabra de Dios. Para esto surgimos a la existencia; para realizar esta tarea es que fuimos llamados; y es por esta causa que, como iglesia, hemos creado una vasta empresa publicadora, que consume bosques enteros y quizá, incluso, desarraiga a algunos azorados y sorprendidos búhos.
Y aunque nos interesamos profundamente en el bienestar del ambiente, considerando los frutos de nuestro trabajo, almas rescatadas de la muerte y la destrucción eterna, hasta el más radical ambientalista tendría que admitir que, en última instancia, habría valido la pena.
Sobre el autor: Clifford Goldstein es autor de 13 libros acerca de las profecías bíblicas, interpretación, y asuntos de actualidad. Es también el nuevo director de las Lecciones para la escuela sabática de adultos.
Referencias:
[1] Elena G. de White, Notas biográficas de Elena G. de White, pág. 137.
[2] Id., pág. 138.
[3] The Present Truth (La Verdad Presente), julio de 1849, pág. 5.
[4] Seventh-day Adventist Encyclopedia (ed. 1976), pág. 1168.