Son las once de la noche, y usted sabe que debe predicar al día siguiente. Echa una nostálgica mirada a su cálido y confortable lecho, y luego se dirige hacia su estudio.

 La idea de orar aparece de pronto como muy atractiva. Después de su ferviente súplica pidiendo sabiduría, se pone a trabajar. Piensa en su congregación y sus necesidades. Piensa en la dirección por donde Dios quiere que usted conduzca a su rebaño. Por un momento su mente está prácticamente en blanco. Luego, gradualmente, siente las impresiones del Espíritu de Dios. Una idea toma forma, luego otra. Al principio no parece más que una confusa colección de ideas, pero de repente, en un momento de inspiración, aparece una hebra, y el proyecto comienza a tomar forma y sentido. Empieza a desarrollar un bosquejo, elimina algunos datos imprecisos, incorpora otros. ¡Parece que, después de todo, no estará tan mal!, piensa usted. Es la 1:30 de la madrugada. Y usted toma su concordancia bíblica…

¡Déjelo así como está! ¿Por qué buscar la concordancia a estas alturas? Con el propósito de salpicar su sermón con textos bíblicos, ¿por qué otra razón habría de ser? ¿Pero por qué hace eso? Sencillamente para vestir su sermón con la autoridad de la Biblia. Sin embargo, al hacerlo, su sermón tendrá una influencia que no merece. Sonará como si fuera la voluntad de Dios, cuando puede haber sido sólo las pulidas elucubraciones de un pastor desvelado. La Biblia tiene poco o nada que ver con el desarrollo de ese sermón. Usted nunca tomó tiempo para empaparse de la Palabra, de modo que sus textos expresaran lo que debe decirse.

 Lo que usted hizo equivale a un fraude, un fraude hermenéutico, en el que pretende tener algo para lo cual no ha invertido suficiente tiempo ni procedimientos apropiados.

 Pero ocurre algo peor. Aquellos que le escuchan -con respeto y atención que su preparación no merece- captarán una hermenéutica, una forma de aproximarse al estudio de la Biblia que no produce los mejores resultados. Ellos asimilarán la idea implícita de que realmente no importa lo que la Biblia diga mientras usted pueda usarla de un modo convincente. Aprenderán a leer la Biblia, no para someterse a la autoridad de Dios, sino para apoyar sus posiciones. Añadirán textos y más textos, que no corresponden al mismo contexto, con el propósito de probar algo. Incluso llegará el día cuando estos atentos oidores usarán la misma hermenéutica contra usted.

Exégesis versus intuición

Lo que aterra es que este enfoque se sale del elevado punto de vista de la inspiración. Usted y los miembros de su iglesia creen que .la Biblia lleva implícita la autoridad de Dios. Si usted no cree eso, no la usaría del modo en que lo hace. Ciertos usos pueden ser incluso más peligrosos que simplemente no usar la autenticidad de la Biblia.

 Si usted predica un sermón basado en la psicología, la sociología, o la experiencia, sea sincero con su público. “Yo no saqué esto de la Biblia, por lo tanto, no quiero que nadie se sienta competido a aceptar lo que voy a compartir con ustedes. Pero creo que el Espíritu de Dios ha puesto una carga en mi corazón esta mañana. Por favor, escuchen con oración, y entonces decidan si Dios quiere o no que incorporen esto a su vida”. Usted no necesita pretender tener ningún tipo de autoridad especial para predicar este sermón. No tiene por qué exigir que todos lo acepten. Si usted saca sus ideas de un libro o de sus experiencias personales, simplemente dígalo; y permita que el Espíritu aplique la autoridad de Dios si, de hecho, usted la tiene. Sin embargo, lo que ocurre con mucha frecuencia, es que usamos la Biblia para darle un manto de autoridad a un sermón basado en la psicología, la sociología, la experiencia o la mera intuición.

 Si, por otra parte, usted quiere predicar un sermón verdaderamente bíblico, debe sacar sus mensajes de la Biblia. Suena tan sencillo y obvio, pero puede ser bastante difícil. Quizá Dios ha ordenado que las verdades de su Palabra se entreguen ellas mismas sólo a un estudioso obediente y diligente (2 Tim. 2:15; Juan 7:17). Las gemas de verdad sólo pueden encontrarse cavando hondo, lo cual exige investigación profunda y significativa, empleo de mucho tiempo, y un enfoque productivo de la Escritura.

 ¿Cómo se puede estudiar la Biblia con el fin de extraer las verdades que realmente están allí y no simplemente para ver lo que queremos? En otras palabras, ¿cómo podemos hacer exégesis bíblica? Exégesis significa simplemente “interpretar”. El exégeta quiere y debe “interpretar” el texto que está allí. Lo opuesto es lo que ocurre cuando intenta preparar su sermón la noche anterior a la predicación: eisegesis, o sea “leer en” el texto lo que queremos ver allí o lo que pensamos.

Los problemas del autoengaño

 La causa básica, en general, del mal uso que se hace de la Escritura es el autoengaño. Nos engañamos a nosotros mismos, y ni siquiera tenemos la menor idea de lo que ha ocurrido. Convertimos la Biblia en un libro que parece reflejar nuestras propias ideas, conceptos, necesidades y carencias.

 La psicología habla de los mecanismos de defensa, formas automáticas e incluso inconscientes que tenemos para evitar el dolor y la pena que produce el conocimiento de la verdad en ciertas situaciones. Estos mecanismos de defensa naturales están diseñados para protegemos de las flechas emocionales de un mundo pecaminoso. Pero también se interponen en el camino a través del cual se recibe la Verdad. ¿Ha estado alguna vez leyendo la Biblia y de repente se dio cuenta que no tenía la menor idea de lo que estaba leyendo? Uno puede desviarse automática e incluso inconscientemente, y reinterpretar los conceptos bíblicos que consideramos amenazantes.

 Como resultado, he desarrollado una definición un tanto humorística de lo que es la exégesis: “El proceso de aprender a leer la Biblia de tal forma que dejemos abierta la posibilidad de aprender algo”. Es fácil estudiar la Biblia sin aprender nada, especialmente si lo que deberíamos aprender es que estamos equivocados o debemos cambiar. En efecto, es más fácil evitar la verdad y engañamos a nosotros mismos, incluso mientras estudiamos la Biblia.

Las lenguas originales

La mejor salvaguardia contra el autoengaño es un conocimiento de las lenguas bíblicas. Los eruditos no han hecho lo que podrían haber hecho para vender esta idea a los pastores jóvenes. Por ejemplo, ¿cómo aprendió usted español (o sea cual fuere su idioma materno)? A medida que usted escuchaba ciertas palabras una y otra vez, entendía poco a poco el significado de aquellos términos en el contexto de la vida diaria. Cada palabra le llegó en cierto momento, lugar y circunstancia. Cuando usted lee la Biblia actualmente en su idioma materno, cada palabra suscita estas asociaciones personales. La traducción evoca eventos, contextos y personas que usted automáticamente asocia con las palabras que encuentra en esos versículos. Cuando lee las Escrituras en su propio idioma, por lo tanto, usted imparte inevitablemente sus propias ideas en el texto.

 Por contraste, al leer el Nuevo Testamento en el griego permite romper los lazos de su pasado personal y comienza a experimentar con el significado que el escritor se propuso que tuviera en determinado texto. Un estudio erudito del Nuevo Testamento obliga a una persona a aprender el griego en su contexto original. Usted consulta léxicos y diccionarios, que le revelan los significados originales. Cuando yo leo el Nuevo Testamento en griego, comienzo a sentir asociaciones y patrones que jamás habría notado en el inglés. Con el tiempo, la capacidad de leer en griego produce una mayor brecha entre nuestra propia visión del mundo, y nos sumerge en la visión del mundo de los escritores de la Biblia, lo cual es el objetivo principal de la exégesis.

 Muchos, sin embargo, nunca desarrollarán una capacidad de leer fluidamente el griego ni se volverán especialistas en historia del mundo antiguo ni en las circunstancias especiales de tiempo y lugar de un texto. Es imperativo, por lo tanto, que tengan una forma aceptable de hacer una seria y honesta exégesis sin tal conocimiento.

 ¿Cómo podemos aproximamos en forma confiable a la Biblia en nuestro propio idioma, tiempo, lugar y circunstancia? En la conclusión de esta serie de dos partes (que aparecerá en marzo-abril de 1999), presentaré cinco principios de estudio de la Biblia que hacen la diferencia entre usar la palabra, por un lado, y recibirla y obedecerla, por el otro. Tengo la esperanza de que, a la luz de estos principios, nos apartemos de los apuros nocturnos, y preparemos consistentemente sermones, cuya fuente principal sea la Escritura, de la cual extraigamos una profunda verdad, en vez de cubrir frívolamente algo que podría no ser verdad en lo más mínimo.

Sobre el autor: Ph.D., es profesor de Interpretación del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día, en la Universidad Andrews, en Berrien Springs, Michigan.