Los resultados de las encuestas a menudo confirman los hechos. La Universidad Andrews acaba de publicar un informe de ese tipo.

El Dr. Gottfried Oosterwal, director del Departamento de Misiones Mundiales de dicha universidad, dio a conocer recientemente los resultados de una encuesta realizada entre los miembros de 28 iglesias de la Unión de los Lagos, en Estados Unidos. Se tabularon tres mil formularios. Entre otras conclusiones, el estudio revela lo siguiente:

1. Después del bautismo la salud espiritual de los miembros de iglesia depende más de las reuniones sabáticas y de la relación con otros miembros que del culto personal.

2. En forma casi unánime, los feligreses afirman que la causa principal de la notoria falta de crecimiento espiritual radica en la deficiencia en la predicación, la dirección y el plan de visitas del pastor.

¿Qué contestaron los pastores a este último punto? Según el informe, “los pastores aseguraron que estaban pasando por dificultades. Manifestaron que ocupaban la mayor parte de su tiempo en asuntos administrativos y en la promoción de programas de la asociación o la unión. La abrumadora cantidad de problemas locales y de pedidos de la asociación, prácticamente no les dejaba tiempo para preparar sus sermones, para adiestrar a los laicos y ni siquiera para su culto personal. Muchos pastores declararon que después de terminar el colegio o el seminario, no realizaron ningún estudio serio y que habían descuidado enormemente su familia, el descanso y el ejercicio”.

Estas palabras nos resultan familiares, ¿verdad? Sin embargo, el simbolismo de la mujer que la Biblia aplica a la iglesia viene muy bien. La culpa la tiene “la mujer que me diste”. ¿Es a la mujer, a la organización de la iglesia, a quien debemos culpar por nuestro fracaso en el estudio de la Palabra? Así lo creía yo antes. Pero ya no permito que el diablo me siga engañando en este punto. Si descuido el estudio, la oración y la meditación, ¡la culpa es sólo mía! ¡Claro que hay mucho trabajo! ¡Indudablemente, creemos que hay mil detalles que requieren atención! Pero la verdad es que los pastores, ustedes y yo, todavía tenemos libertad de elección, y si permitimos que las presiones del trabajo nos despojen de nuestro derecho a pasar algún tiempo con Dios cada día, ¿a quién hay que culpar? No me preocupa el hecho de que el lector sea el presidente de la Asociación General o el más novato aspirante al ministerio que atiende la iglesia más pequeña. Usted, nadie más que usted, es responsable por el éxito o el fracaso que experimente en este trascendental asunto del culto personal, el estudio profundo de las Escrituras y la preparación de sermones poderosos, imbuidos del Espíritu Santo.

Dos extremos

La verdad del asunto es que somos culpables de caer en un extremo o en otro. Lo más probable es que la mayoría de los culpables caigan en el extremo de estudiar poco o nada la Biblia. Unos pocos, o quizá algo más que unos pocos, estudian con diligencia la Palabra, pero gran parte de su estudio está dedicado a tratar de encontrarle cinco patas al gato. Actualmente, por ejemplo, se habla mucho acerca de la naturaleza de Cristo y de la doctrina de la justificación por la fe. Sin emitir juicio en contra de nadie, me pregunto si toda esta atención y preocupación que demostramos en el diálogo permanente acerca de estos temas implica un uso realmente provechoso de nuestro tiempo. Si estuviéramos a la vanguardia, rescatando almas atrapadas por Satanás, quizá estos estudios tendrían significado. Pero con demasiada frecuencia tienden a causar división entre los hermanos en lugar de constituir una búsqueda profunda y ferviente de la verdad, que no sólo refresca el alma del que investiga, sino que también lo capacita para ser un ganador de almas mejor preparado.

El primer extremo que mencionamos, de estudiar poco o nada la Biblia, no sólo es peligroso sino fatal para el crecimiento espiritual presente y para la vida eterna que nos aguarda. El pastor o el laico que dejan que su Biblia acumule polvo durante la semana, tienen pocas posibilidades de crecer espiritualmente. Si en verdad las Escrituras contienen hojas del árbol de la vida, cuyo propósito es la sanidad de las naciones, es evidente que el éxito genuino en el ministerio depende, en gran medida, de nuestro progreso espiritual personal realizado por medio del estudio ferviente de la Biblia, dirigido por el Espíritu Santo.

¿De qué manera podemos experimentar la muerte al yo y la vida en Cristo? ¿Cómo podemos aprender a preguntar, por experiencia propia, “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5). ¿Cómo puede Jesús llegar a ser real para nosotros? ¿Qué nos impide caer en el cruel engranaje del pecado? ¡El único camino se encuentra en la Palabra de Dios y por medio de ella!

Si un pastor desea convertirse en una granada humana para producir sermones explosivos, de esos que sacuden los corazones endurecidos, debe permanecer durante largo tiempo y con todo fervor en el arsenal divino.

Los laicos deben probar por sí mismos

¿Por qué razón la mayoría de los miembros de nuestra iglesia no beben por sí mismos de la fuente de salvación, en lugar de depender del pastor? Los pastores que alimentan adecuadamente al rebaño terminan por notar en sus feligreses un renovado interés en el estudio de la Palabra de Dios. El pastor convertido no disfruta egoístamente de su experiencia, sino que inspira a los miembros de su iglesia para que busquen a Dios por sí mismos, por medio del estudio de su Palabra.

¡Dios, daños algunos Esdras, que produzcan dondequiera que estén un reavivamiento en el estudio de la Palabra! ¿Por qué? Porque Esdras “era escriba diligente en la ley de Moisés, que Jehová Dios de Israel había dado” (Esd. 7:6). Necesitamos más Hilcías, para que descubran las Escrituras ocultas bajo los periódicos y las revistas que están en la mesita del televisor, y para que, por medio de un estudio consecuente, prediquen la palabra de verdad a nuestra congregación. Necesitamos hombres como el rey Josías, quien leyó por sí mismo “todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová” (2 Rey. 23:2). Una poderosa reforma siguió a la decisión de Josías. Solemnemente prometió delante de Dios efectuar todos los cambios que fueran necesarios, de acuerdo con los rollos descubiertos. De no haber sido por las Escrituras, Josías jamás hubiera perseverado en su obra de limpiar la tierra de la idolatría. En eso consistía su autoridad, su poder y su motivación.

¡Dios, daños más Pablos, capaces de dirigir a los Timoteos de esta época para que estudien con diligencia la Palabra a fin de usar correctamente la verdad!

¡Dios, daños otros Luteros! Lutero vivió, literalmente, en la atmósfera de la Biblia. Era una verdadera catarata de pensamientos y escritos bíblicos. Ante su mirada, Cristo y su justicia brotaban de cada página de las Escrituras.

¡Dios, daños más hombres como Tyndale, que bajo la dirección del Espíritu Santo ayuden a nuestros hermanos a abrir las Biblias que mantienen cerradas en sus hogares!

¡Dios, daños más hombres como Latimer, Ridley, Hus, Granmer, Barnes, Knox y Frith, y ayúdanos para que también nosotros encendamos eficazmente la luz de la autoridad y de la suficiencia divinas de las Escrituras!

¡Dios, daños otros hombres como Jeremías Taylor, capaces de declarar con elocuencia: “Si deseas aumentar tu religión, ¡hazlo por medio de los cultos ordinarios y no de los extraordinarios”!

Dios es capaz de hacer cosas extraordinarias por medio de un hombre común, si éste decide dedicar una parte de cada día a su crecimiento espiritual.

¡Dios, daños más gente como los esposos White, como Bates, Andrews y Smith, que amaban la Palabra a tal punto que le daban el primer lugar en sus vidas y en sus obras! El secreto del poder del movimiento adventista estuvo en las incontables horas que nuestros pioneros dedicaron, día y noche, a escudriñar las Escrituras sobre sus rodillas. Sus lágrimas bañaron las páginas de la Biblia mientras rogaban a Dios que los iluminara con la verdad.

¡Nada de investigadores avaros!

Estos hombres no fueron investigadores avaros, codiciosamente encerrados en sus libros y apartados del mundo. Por el contrario, su estudio tenía un doble propósito. Primero, experimentar personalmente los caminos de Dios, y en segundo lugar, compartir sus descubrimientos acerca del oro de la verdad.

Finalmente, Dios, daños más hombres como Roberto Murray McCheyne, ese joven pastor de la Iglesia de Escocia, en el siglo XIX, que dio a otro joven el siguiente consejo con respecto a la lectura de la Biblia y su relación con la vida de oración: “Usted lee regularmente su Biblia, por supuesto; pero procure comprenderla, y sobre todo sentirla. No se limite a leer una sola parte por vez. Por ejemplo, si lee el Génesis, incluya también un Salmo; si estudia el Evangelio de Mateo, añádale una pequeña porción de una epístola. Ponga oración en la Biblia. Por ejemplo, si está leyendo el Salmo 1, abra la Biblia sobre la silla, y arrodillándose frente a ella, ore así: ‘Oh, Señor, concédeme la bienaventuranza de este hombre: no permitas que ande en consejo de malos’. Este es el mejor método para conocer el significado de la Biblia y para aprender a orar”.

He aquí un hombre que no daba a sus feligreses sino aquello que le había costado una diligente aplicación al estudio, acompañada por meditación y oración.

Los pastores adventistas, que viven en el tiempo del fin, ¿pueden permitirse ser menos diligentes que esos hombres al escudriñar las Escrituras?

Sobre el autor: Secretarlo asociado de la Asociación Ministerial de la Asociación General