Cuando nuestro bendito Salvador ascendió a los cielos a fin de preparar un lugar para nosotros, una sola preocupación pesaba sobre su corazón, y un solo mandato dio a sus discípulos. ¿Cuál fue? Helo aquí: “Por tanto, id y doctrinad a todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mat. 28:19, 20.)
En cumplimiento de este mandato, día tras día, en medio de las demás responsabilidades, nuestra principal preocupación debiera ser la búsqueda de almas para el reino de Dios. No hay sustituto para esta obra, para esta continua búsqueda de almas sinceras y hambrientas de la verdad, por las calles, por las plazas, por las casas y en todo lugar.
Toda iglesia viva que goza de salud espiritual. tendrá constantemente un almácigo de interesados creciendo en la gracia de Dios, para ir bautizándolos a medida que estén realmente convertidos y debidamente instruidos. No hay nada que mantenga ardiendo la llama del espíritu misionero de la iglesia como los bautismos. Las iglesias que sólo realizan un bautismo por año, están espiritualmente dormidas.
Con el propósito de conservar la salud espiritual de la iglesia, y mantener el celo misionero de sus miembros en favor de las almas que perecen, se recomienda que cada iglesia tenga por lo menos un servicio bautismal por trimestre, aunque no fuese más que un alma la que estuviese preparada para este glorioso nacimiento espiritual.
Es conveniente celebrar bautismos frecuentes por más de una razón. En primer lugar, los que se bautizan reciben grandes bendiciones espirituales. Mueren al pecado y adquieren una nueva y limpia conciencia. Por consiguiente tendrán gozo en su corazón, y sentirán el deseo de convertirse, a su vez. en colaboradores de aquellos que van en busca de los perdidos de la casa de Israel.
Los que se bautizan, muchas veces reciben también grandes bendiciones físicas. He visto a enfermos salir sanos del bautisterio, pues a veces el Señor usa su poder para dar la salud a un alma llena de fe. aunque la misma padezca alguna enfermedad de las llamadas incurables. transformando así lo imposible en posible. ¡Cuán grandes cosas haría Dios con nosotros si tan sólo tuviésemos más fe!
Por otra parte, se ha comprobado que cuando un alma vacila en echar su suerte con la del pueblo de Dios, el argumento más convincente para obtener su decisión es una ceremonia bautismal. realizada con toda solemnidad. Al ver a otros dar público testimonio de su fe, le ayuda al vacilante a ser valiente y afrontar la burla o la persecución. Verdaderamente no hay otro rito de la iglesia que llegue a tocar las fibras más íntimas del corazón humano como el bautismo. Es conmovedor el ver descender a las aguas a un pecador arrepentido, verlo sepultar en la tumba líquida, símbolo de su muerte a Ja vida antigua, a veces llena de pecado y de desilusión, y finalmente presenciar su resurrección como hombre nuevo en Cristo Jesús.
Además, cada bautismo nos hace recordar el nuestro propio. Nos brinda la oportunidad de hacernos un examen de conciencia, que nos ayudará a verificar si realmente hemos dejado el pecado y estamos viviendo más cerca del Señor que cuando lo conocimos. También nos proporciona la ocasión para renovar nuestra lealtad a Dios, dándonos valor para resistir las tentaciones, hacer frente a las luchas v pruebas, y permanecer incólumes en la verdad.
Estas consideraciones constituyen prueba suficiente de la conveniencia de tener por lo menos un bautismo por trimestre, hasta donde sea posible, en todas y cada una de nuestras iglesias. ¡Que así sea y el Señor añada sus bendiciones!