Debían ser aproximadamente las tres de la tarde. La lancha ¿que nos conducía de Manaus a Parintins avanzaba a 60 km/h sobre las aguas del río Amazonas. Estábamos completando casi siete horas de viaje, pero no se hacía monótono por causa del exuberante paisaje de la selva.

Mis ojos no perdían detalle de ese verde intenso, multiforme y variado. De repente, alguien se sentó cerca de mí y me ofreció una botella de agua. Era el pastor Carlos.

-¡Muchas gracias! -dije agradecido, reconociendo el gesto cariñoso de mi colega.

-Soy yo el que le agradece -respondió-. Sus mensajes me ayudaron mucho en el momento más difícil de mi vida.

-¿Cómo fue eso? -pregunté.

Sus ojos brillaban de emoción mientras me contaba su historia.

Abandonado por sus padres cuando tenía solo 3 años de edad, fue criado por una señora bondadosa que cuidaba de otros trece hijos, algunos de ellos adoptados. A los 15 años se integró en un grupo que practicaba capoeira y comenzó a vivir una vida llena de peligros y riesgos. Fue en esa época de confusión que el evangelio lo alcanzó y, unos años después, sintiendo el llamado de Dios, concurrió al Seminario para estudiar Teología. Carlos es hoy un pastor amado por la iglesia y respetado por sus colegas. Un predicador poderoso y lleno del Espíritu.

Aquel día, en el río Amazonas, escuchando su historia, olvidé que a esas horas de la tarde todavía no habíamos almorzado y estábamos con hambre.

-Así es,- pastor -dijo Carlos, suspirando profundamente-. Soy pastor únicamente por la gracia de Dios. Aquel grupo de capoeira estaba formado por cinco jóvenes. Cuatro de ellos fueron asesinados. El único sobreviviente soy yo porque en su misericordia, el Señor Jesús me alcanzó, me sacó de esa vida y me hizo pastor.

Creo que todo pastor tiene una historia fascinante para contar. La manera en que Dios encuentra a sus siervos, los llama, los prepara y los cuida a lo largo del ministerio es siempre un acto de misericordia.

El apóstol Pablo tenía conciencia de eso. Por eso, reconoció: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Esta declaración figura en el capítulo 15 de la primera Epístola a los Corintios. En ella, Pablo habla de la resurrección como un milagro divino: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (vers. 3, 4).

Observe la repetición de la expresión “conforme a las Escrituras”. Se apoya en las promesas brindadas por Dios en su Palabra. La convicción de su llamado no es un asunto emotivo, sino de confianza en la Palabra escrita de Dios. Dios había anunciado que Jesús resucitaría, y resucitó: el sepulcro no fue capaz de retener el cuerpo de Cristo. La muerte tuvo que dar paso a la vida, porque la Palabra de Dios lo había afirmado así.

Después de resucitado, Cristo se presentó a sus discípulos. ¿Por qué? ¡Para resucitarlos también! Estaban muertos y enterrados en un mundo de lamentaciones, dudas y desconfianza. No eran capaces de mirar más allá de la tempestad; solo veían nubes oscuras que presagiaban un futuro aterrador.

En su opinión, Jesús había muerto y el reino que prometió había sido solo un sueño que nunca se realizaría. Para ellos, todo estaba acabado. Habían llegado al fin. No eran capaces de confiar en la Palabra de Dios; su fe en sus convicciones no estaba fundamentada “conforme a las Escrituras”.

A pesar del cuadro deprimente que presentaban, Jesús no los vio como eran, sino como lo que algún día llegarían a ser, transformados por su gracia. Por eso, el Maestro les confirmó el llamado: “Apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles, y al último de todos, tomo a un abortivo, me apareció a mi. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor. 15:5 10).

¿Cuál habría sido el fin de la vida de Pablo si el Señor, por su gracia, no lo hubiera alcanzado aquella noche camino a Damasco? Saulo era un hombre sincero. Con toda sinceridad creía que estaba cola botando con Dios al perseguir a esa “banda de herejes”. Solo que la sinceridad no es sinónimo de estar en lo correcto. Saulo estaba siendo sincero, pero completamente errado: muerto y enterrado en su mundo de prejuicios y amenazas. Pero el Señor Jesús lo alcanzó. En medio de la oscuridad de la noche; brilló la luz de ese encuentro personal con el Maestro; nació el llamado.

Años después, escribiendo a los corintios, Pablo recordaba su pasado. ¿Quién había sido? Un gran capitán. Profesional y socialmente realizado; pero espiritualmente vagaba por los desiertos de sus angustias, temores y prejuicios. Todo eso era asunto del pasado. Ahora él era un apóstol, un enviado, un comisionado para anunciar las buenas nuevas del evangelio que un día lo alcanzara. ¿Había hecho algo para merecer ese llamado? No. Era lo que era solo por la gracia de Dios.

¿Hasta qué punto soy consciente de esta verdad? ¿Cuántas veces me atrevo a pensar en algún “derecho” que tengo porque “también soy hijo de Dios”? ¿Hasta qué punto esta verdad sale del mundo maravilloso de mis conceptos y se confronta con la realidad de mi vida diaria?

En el versículo 10 del capítulo 15 de 1 Corintios, Pablo no expresa solo una decía ración teológica, sino que describe un hecho real: “Su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”.

Aquí está la causa originaria y el resultado: la gracia es la causa; el resultado es el trabajo. ¿Estaría forzando la interpretación de este texto si dijera que la realidad de la gracia en la vida de un ministro es proporcional a su trabajo y dedicación al ministerio?

Nada hice para merecer el ministerio. Soy lo que soy solo por la gracia divina, pero si esta declaración teológica es una verdad en mi vida, necesita ser una vida de mucho trabajo y muchas obras “pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”

Finalmente, arribamos a Parintins. Había muchos hermanos en el puerto que vestían remeras coloridas y agitaban pañuelos en señal de bienvenida la compañía de Carlos, y la historia de su vida y de su llamado al ministerio hicieron menos cansador el viaje El, todos los pastores y yo, somos solo el producto de la gracia divina y nunca tendremos palabras para agradecer a Dios por eso.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.