“¡No puedo creer lo que ven mis ojos!” -dijo para sí-, ¿Cómo puede avergonzarme de esta manera? ¿Cómo podré mirarle la cara a la gente en lo sucesivo? ¡Mírenlo nomás!” Su cerebro fomentó el enojo al repasar lo que le diría cuando lograra ponerle las manos encima.

            Para él, el día había sido sumamente estimulante, puesto que se había cumplido un sueño largamente acariciado. Finalmente había logrado traer el arca sagrada a su legítimo lugar de descanso. Las emociones bullían en su corazón mientras se regocijaba con su pueblo. Cuando las festividades públicas terminaron, se dirigió a su casa para descansar un poco de las agotadoras actividades del día con una buena celebración familiar. Pero antes que David entrara por la puerta principal, Mical le gritó:

            – ¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel -y sonrió con aire despectivo-, ¡desnudándose hoy delante de las criadas y corriendo así por todas partes como un necio desvergonzado!

            La respuesta de David fue rápida y cortante. Era como si hubiera estado fraguándose a través de episodios similares; quizá había practicado silenciosamente en su mente una respuesta para un momento como éste:

            – ¡Lo que hice lo hice para el Señor! ¡Tú pareces olvidar que yo, sólo yo, fui elegido para reemplazar a tu padre y a su casa como rey de esta nación! ¡Por lo tanto, me regocijaré delante del Señor en la forma en que mejor me parezca! ¡Incluso haré cosas más atrevidas que sólo quitarme la ropa! Después de todo, ¿qué puede importarme lo que pienses? ¡A muchísimas mujeres les gusto tal como soy!

            Su abrumadora y vengativa respuesta no le dejó a Mical ni aliento para responder; por lo menos no se registra ninguna respuesta en 2 Samuel 6. Pero la triste posdata nos dice fríamente que Mical no tuvo hijos. Quizá no es más que el frío epitafio de la muerte de la intimidad en su matrimonio.

La ira es inevitable en las relaciones íntimas

            La ira es común a todos. Sin embargo, los cristianos la niegan muy a menudo y son incapaces de reconocerla. Dadas las expectativas que se tienen de los pastores, es incluso más difícil admitir que acecha también a sus familias. En público nos esforzamos mucho y hacemos todo lo posible para evitar que otros sepan que sucumbimos a la ira en nuestras vidas privadas. En momentos de gran tensión, cuando bajamos la guardia, inventamos graciosos eufemismos para referimos a la ira. No es más que “irritación”, “molestia” o “frustración”. Cierta caricatura representaba a un pastor muy encorbatado que respondía a las acusaciones de los miembros de una iglesia acerca de que estaba airado: “Los buenos cristianos no se aíran, -afirmó el ministro obstinadamente-. ¡Pueden irritarse en espíritu, pero no se aíran!

            Llámele como quiera, la emoción es la misma.

            La Escritura muestra sencillamente que la ira es parte de la estructura humana. Es inevitable en las relaciones íntimas. Por experiencia personal conocemos las fricciones que experimentan las parejas casadas a causa de sus diferencias de personalidad, temperamentos, hábitos, valores y creencias. La ira casi siempre acompaña a las tensiones del ajuste, de la reorganización de valores acariciados y la forja de métodos nuevos de relacionarse después de la luna de miel.

            Nosotros hicimos un esfuerzo consciente con nuestros hijos de restarle importancia al hecho de que éramos una familia pastoral, con la esperanza de establecer expectativas razonables para todos los miembros de nuestra familia. Sin embargo, la sensación de vivir en una pecera era constante; y lo mismo ocurría con la ira. Nos airábamos con cualquiera que esperara que esta pareja muy real, con niños muy normales, hiciera un despliegue de perfección cuando nuestros hijos, y todavía peor, nosotros mismos, nos pusiéramos en evidencia. Nos llenaban de ira las excesivas demandas que se imponían a nuestro tiempo y a nuestras energías; nos molestaba en extremo que se nos robara la oportunidad de reunirnos y divertimos como familia; nos airaba el hecho de quedar atrapados entre los deberes de la iglesia y las responsabilidades en el hogar. La ira nos invadía cuando nuestro duro trabajo no nos elevaba al mismo nivel y estilo de vida que disfrutaban otros profesionales mejor pagados. Nos airaba el hecho de que la iglesia parecía no apreciar que estaba logrando dos por el precio de uno. Nos sentíamos airados cuando el éxito se medía en términos sobre los cuales no teníamos ningún control. Y nos airábamos porque no sabíamos cómo comprender y manejar nuestra ira.

            Si pudiéramos procesar y dominar nuestra ira, estaríamos libres para disfrutar de una mayor intimidad en nuestras familias. Si no, podríamos separarnos más los unos de los otros. Si la ira no se controla, casi con seguridad se volverá destructiva dentro de nosotros mismos y en nuestras relaciones. En el mejor de los casos, inhibe nuestras energías para el crecimiento y/o nos somete a una persistente y tácita hostilidad. Y en el peor, se vuelve abusiva. Las buenas nuevas son que sí podemos llegar a comprender esta emoción. Podemos someterla a la disciplina del Espíritu Santo, aprender a apreciarla por lo que puede revelamos, y encauzar sus energías para el bien.

Una emoción con un buen propósito

            La ira es una parte importante de nuestra estructura emocional. Si bien todos nuestros sentimientos han quedado manchados por el pecado, el evangelio tiene el poder de cambiar nuestras vidas y nuestras emociones. El poder de Dios que obra dentro de nosotros a través del Espíritu Santo puede capacitamos para poner nuestras emociones bajo el control de la razón y de la conciencia y restaurar así el propósito original de Dios para ellas en nuestras vidas.

            La Escritura condena las actitudes y comportamientos airados que surgen de una vida centrada en el yo, y que son altamente destructivos (Sal 37:8; Gál. 5:19- 21). Estos pertenecen al “viejo hombre’’ del cual se aconseja a los cristianos que se “despojen” (Col. 3:8; Efe. 4:31). La Escritura hace bien claro que estas actitudes y comportamientos destructivos son propios de una vida alejada de Cristo, mientras que la ira como emoción en sí misma no lo es. Efesios 4:22-27 sugiere que el individuo que vive en Cristo puede airarse, pero no pecar. De este modo notamos una diferencia entre los sentimientos de ira y el pecado. No olvidemos esta diferenciación, procuremos encontrar medios de emplear la ira para propósitos constructivos en nuestras vidas y no permitamos que se manifiesten sus aspectos destructivos y pecaminosos.

            “Es cierto que hay una indignación justificable aun en los seguidores de Cristo. Cuando vemos que Dios es deshonrado y su servicio puesto en oprobio, cuando vemos al inocente oprimido, una justa indignación conmueve el alma. Un enojo tal, nacido de una moral sensible, no es pecado. Pero los que por cualquier supuesta provocación se sienten libres para ceder a la ira o al resentimiento, están abriendo el corazón a Satanás. La amargura y animosidad deben ser desterradas del alma si queremos estar en armonía con Dios”.[1]

            Al estudiar los pasajes de la Escritura los pensamientos de apoyo de Elena de White, encontramos que la ira tiene al menos estos buenos propósitos:

  • Jesús se airó por las actitudes y comportamientos de algunos individuos hacia Dios, su culto y su Casa (Mat. 21:12; Mar. 11:15; Juan 2:14-17).
  • Todos los seres humanos deben ser tratados con dignidad, respeto y justicia, porque han sido creados a la imagen de Dios y redimidos a un elevado costo por Jesucristo. El Señor se airó por las actitudes y comportamientos mostrados hacia el hombre que tenía la mano seca (Mar. 3:1- 5). Nehemías y David reaccionaron contra la injusticia (Neh. 5:6; 2 Sam. 12:5). El maltrato a los seres humanos inocentes e indefensos y la falta de disposición a tratar a todos con justicia debería despertar la ira en nosotros.
  • La ira es un sistema de alarma primitivo que protege nuestro propio sentido de valor y dignidad personal. Cuando somos denigrados por otros, la ira saludable se opone a la evaluación equivocada que hacen de nosotros. Un autor la compara con la señal de humo en su hogar o un sonido raro en el motor de su carro que le advierte de algún problema que necesita atención inmediata.[2] Oliver y Wright añaden: “(La ira] es un mensaje que nos dice que algo no está bien. Puede ser que hayamos sido heridos, nuestras necesidades no estén satisfechas, o nuestros derechos violados, o que hemos reconocido claramente una injusticia. La ira nos dice que hay algo en nuestra vida que necesita arreglarse”.[3]

            La ira puede servimos también como señal de alarma de que algo está funcionando mal en nuestras relaciones. Cuando las personas se aíran una contra otra, puede serles muy útil considerar la ira como una señal de que hay asuntos que deben arreglarse en vez de pensar que es necesariamente mala. Proceder así puede revelar que los límites han sido impropiamente traspasados y el espacio personal invadido. O quizá alguien nos está manipulando o aprovechándose de nosotros.

  • Abuso es una expresión dolorosa de injusticia y opresión, la explotación de un individuo en lo que debiera ser una relación respetable y confiable. La ira de aquel que está siendo objeto de abuso es un indicador de advertencia confiable de la violación. Estimula la acción para reprimir el abuso y asegurar la autoprotección. Por ejemplo, el salmista se llenó de ira por el mal trato que recibía y expresó con justa razón su aflicción, buscó ayuda y pidió que se repararan las injusticias que se le habían hecho (Sal. 4; cf. con 7:1,6,10; 35:1,2, 4,17, 23, 24; Luc. 18:3-8).

Cuando la ira daña las relaciones

            Las personas de temperamentos distintos y experiencias diversas en la vida manejan la ira en formas diferentes. Darle rienda suelta, reprimirla y procesarla son formas típicas de reaccionar ante ella. Por su propia naturaleza, las primeras dos son más dañinas que útiles para las relaciones.

  • Esto incluye los ex abruptos verbales que van desde variados tonos de voz hasta llorar, gritar, maldecir, o lanzar insultos. La explosión puede ser física, y va desde el berrinche, tirar objetos y azotar puertas, hasta el trato abusivo de personas y animales. Muchas veces, cuando se da rienda suelta a la ira, se acalla cualquier explicación de la otra parte, y ésta retrocede hacia una distancia más segura. En algunos temperamentos la explosión de ira dura poco después del ex abrupto físico o verbal. Sin embargo, ésta conduce inevitablemente a un distanciamiento de las relaciones. Es la forma de expresar la ira más comúnmente condenada por los cristianos a causa de su obvia manifestación y sus efectos dañinos.

            Represión. Reprimir la ira es ocultarla, hacerla menos ostensible. Podría haber una completa negación del sentimiento de ira y un intento de buscar la paz a cualquier precio, o una actitud de “olvídense de eso”. Otras manifestaciones son adoptar una actitud dulce y agradable para camuflar la ira, el silencio punitivo, la crítica, o un comportamiento pasivo-agresivo.

            En el caso de una pareja de profesionales que conocemos, el esposo era muy enérgico y hacía una violenta manifestación de ira por todo lo que veía. Su mayor molestia era la lentitud de su esposa para cumplir compromisos. El, sin embargo, insistía en la puntualidad y ponía en marcha el carro y salía a esperarla fuera de la cochera. Era una forma de aguijonearla para que se diera prisa. Si esto fallaba, comenzaba a tocar frenéticamente la bocina del vehículo. La respuesta de ella también estaba llena de ira, pero del tipo pasivo – agresivo. En vez de apresurarse a subir al vehículo, caminaba lentamente a través del jardín, cortando una flor marchita aquí, arrancando algunas malezas allá, y oliendo el aroma de sus rosas acullá. Cuando creía que era el momento conveniente, subía al vehículo.

            La ira reprimida se almacena. Por lo general reaparece revigorizada (quizá por “quítame allá estas pajas”). La investigación indica que la ira suprimida tiene efectos deprimentes sobre la salud, entre los cuales se encuentra una elevada incidencia de enfermedades del corazón, cáncer, accidentes, suicidios y muerte prematura.[4]

            Siendo que los que reprimen su ira no manifiestan las características identificables de los que le dan rienda suelta, corren el peligro de descansar en la falsa creencia de que ellos, o no se aíran, o manejan su ira en forma aceptable. Sin embargo, la represión de la ira casi siempre conduce a una hostilidad velada en las relaciones.

            Furia. Para algunos, la ira a la que se da rienda suelta o se reprime puede trascender los límites normales y sobrepasar lo que de otra manera sería apropiado para las circunstancias. La furia, como se denomina a la ira intensa, tiene características muy complejas que están más allá de los objetivos de este artículo. Bussert sugiere que la socialización cultural de los varones los priva a menudo de los sentimientos normales de respuesta. “Las así llamadas emociones del corazón como la tristeza, el dolor, la desilusión, la pena, los sentimientos de desadaptación y vulnerabilidad, están canalizadas en la expresión de una sola emoción: la explosión de ira”[5]

            Oliver y Wright señalan que la ira explosiva y la furia manifestada tanto por hombres como por mujeres en la edad adulta se relacionan con el exceso de control, así como la negación y represión de la ira en nuestras familias en la niñez. No es inusual detectar explosiones de ira en los supervivientes del abuso infantil. Nosotros sugerimos con insistencia que las familias pastorales busquen la intervención de un consejero profesional cuando se manifiesta la ira o cuando hay otras expresiones de furia fuera de control.

Procesamiento: cómo airarse sin pecar

            Si bien la ira es un enemigo cuando se le da rienda suelta o se la reprime, puede convertirse en nuestra amiga cuando se la procesa. El procesamiento de la ira comprende los siguientes pasos:

  • Los que tienen un enfoque positivo de la ira permiten que otros se aíren e informen todo lo referente a ella sin sentimientos de culpabilidad, con la misma facilidad con que lo hacen cuando están hambrientos o cansados. Están de acuerdo en que nunca atacarán, culparán o rebajarán a otros, ni se menospreciarán unos a otros por aceptar tales sentimientos. Aunque comprenden que la ira puede manifestarse sólo en uno de ellos, se comprometen a trabajar juntos para resolverla cuando se expresa en las relaciones.
  • El calor de la ira puede evitar la solución de los problemas que requieren atención. Conceda suficiente tiempo para que las emociones se calmen. Luego revise las situaciones o los eventos que estimulan la ira y discútalos. La paciencia mutua es importante. Las personas difieren en la rapidez con que pueden manejar esta poderosa emoción. No suponga que, porque la furia ha pasado, el asunto en cuestión se ha resuelto. “Ocultar las cosas debajo de la alfombra” es crear un bulto cada vez más grande, en el cual finalmente alguien tropezará y caerá.

            Escuche la expresión de los sentimientos. Escuche la expresión de los sentimientos y acéptense mutuamente, aun cuando resulte difícil comprender los sentimientos expresados. La ira, por lo general, está revestida de otras emociones como la tristeza, la desilusión, los sentimientos heridos, el temor, la frustración, o la baja estima. Procesar la ira es regresar a estas emociones primarias. Al colocamos detrás de la ira podemos aprender cosas importantes acerca de nosotros mismos y acerca de otros con quienes nos relacionamos. Podemos aclarar los malentendidos, clarificar las expectativas y encontrar mejores formas de suplir las necesidades mutuas, respetando al mismo tiempo los límites y preservando la dignidad y el valor los unos de los otros. Aprender a reconocer las emociones primarias cuando aparecen, y responder a ellas, puede ayudar a desactivar muchas situaciones potenciales de ira.

  • La ira que surge de necesidades no suplidas no puede resolverse simplemente por el hecho de ventilarla y discutirla. Se necesita una respuesta de seguimiento para resolver los problemas que están detrás de ella de modo que deje a todos los involucrados con la sensación de que su perspectiva ha sido escuchada y sus necesidades atendidas.
  • En el mismo fondo de la ira que sentimos se percibe el ataque contra nuestro valor o dignidad personal. La disposición a escuchar y a procesar los sentimientos de ira del otro puede ser muy afirmativa en sí misma cuando surge de una empatía y afecto genuino. La seguridad de que la ira por sí misma no lo hace a uno una mala persona ni le arrebata el amor y la protección de Dios o el amor familiar, nos da aliento adicional y muchas veces acelera la recuperación. Busque nuevas maneras de alentar y fortalecer el sentido de valía personal del herido por la ira. Muchos de nosotros albergamos, a causa del pecado, la convicción interna de que somos seres humanos heridos. Así la ira se convierte en un medio desesperado de auto protegemos para que los demás no descubran la horrible verdad que hemos llegado a creer y acerca de la cual nos sentimos tan desamparados.

Jesús el Sanador

            Jesús puede sanar nuestras emociones lastimadas. La respuesta a nuestro sentido de indignidad interno puede hallarse sólo en Aquel que nos creó, nos redimió y dotó de un valor inestimable, no por lo que somos o por algo que hayamos hecho, sino por lo que él es y por lo que ha hecho. Por nuestra actitud positiva unos con otros en momentos de ira, mediante nuestro compromiso de trabajar a través de esta emoción difícil, al poner en armonía nuestro propio corazón herido con los corazones heridos de los otros que están más cerca de nosotros, podemos ser instrumentos de Cristo para transmitir el mensaje de su amor y valor y para alcanzar la intimidad que anhelamos en nuestras familias.

Sobre los autores: son directores del Ministerio de Vida Familiar de la Asociación General.


Referencias:

[1] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana. 1955), pág. 277.

[2] Véase David Mace, Love andAnger in Marriage (Grand Rapids: Zondervan Pub. Assn., 1982).

[3] Gary Jackson Oliver y H. Norman Wright, When Anger Hits Home (Chicago: Moody Press, 1992), pág. 22.

[4] Véase Oliver y Wright.

[5] Joy M. K. Bussert, Battered Women: From a Tbeology of Suffering to an Ethic of Empowerment (New York: Lutheran Church in America, 1986), págs. 44,45.