La antigua Pompeya un día amaneció como la ciudad pecadora más rica, alegre y despreocupada del mundo romano, y al día siguiente no era más que un montón de ruinas, sumida en el polvo.
La situación de Pompeya no podía ser mejor: estaba cerca de la costa del golfo de Nápoles al sur de Italia, emplazada en un terrena elevado, a poco menos de dos kilómetros de la base del Vesubio. La naturaleza volcánica del suelo lo hacía muy fértil, y el clima era ideal para el cultivo intensivo de higos, almendras y melones, trigo y mijo: la verdura, la fruta, los granos y las nueces se producían en gran abundancia y con un mínimo de trabajo.
Las primeras erupciones del Vesubio y la terrible destrucción que habían ocasionado habían sido olvidadas por las generaciones posteriores. El volcán que una vez estuvo activo se había apagado, y los pobladores lo consideraban como un amigo benéfico. Se establecieron en sus laderas y plantaron sus huertos en la lava convertida en buena tierra.
Con el transcurso de los años Pompeya se hizo más atractiva para los ciudadanos de Roma. Los potentados influyentes de la capital hallaron en ella el aislamiento, la paz y la belleza que tanto deseaban. Las viñas florecientes proporcionaban un vino excelente, (pie constituía una gran atracción. Arquitectos hábiles supieron aprovechar la hermosa combinación panorámica de la montaña y el mar para crear villas de hermosura sobresaliente. Todo lo que rodeaba esas casas hablaba de alegría y deseo de vivir bien. Las preocupaciones de cada día eran superadas por el afán de disfrutar al máximo de la vida fácil.
Pompeya es el deleite de los arqueólogos que procuran reproducir los hechos de una edad desaparecida, porque proporciona cuadros vividos y detallados de la vida tal como transcurría en los días en que Roma estaba en el .pináculo de su poderío. La repentina erupción del Vesubio no dió lugar a preparar la huida, y la devastación total de la ciudad dejó las calles, las casas, los templos y las tiendas tal como estaban en el espantoso día del 24 de agosto del año 79 DC. cuando sobrevino la catástrofe.
Con una terrible conmoción que sacudió la tierra, la cumbre del Vesubio se partió, produciendo un horrísono trueno y lanzando al espacio una columna de llamas. Luego una lluvia de cenizas, tierra y piedras oscureció el sol y cubrió todo lo que había en un radio de 25 a 30 km.
Una capa de unos siete metros de cenizas, piedras volcánicas y polvo sepultó a Pompeya. Las casas, los animales y las personas quedaron enterrados donde estaban a la hora del cataclismo. La acción del agua transformó los materiales en una masa sólida que sirvió de molde para las personas y objetos; esto nos permite apreciar en la actualidad el horror y el dolor experimentados por esos infelices en la hora de la muerte.
Pompeya nunca fué reconstruida. Sólo unos pocos sobrevivientes lograron regresar para excavar la masa de desechos volcánicos en busca de algún objeto de valor. De este modo el arqueólogo que excava en ese lugar encuentra la ciudad tal como estaba hace 19 siglos. Encuentran alimento en las mesas, perros atados a sus postes, pinturas en las paredes, utensilios y ollas en las cocinas, instrumentos quirúrgicos en los consultorios médicos, gladiadores encerrados en sus cuarteles y equipados con sus armas, cascos y armaduras, caballos cargados que no pudieron escapar, estatuillas de exquisita hermosura y gracia en los jardines y en los talleres de los plateros, mercaderes de vino, herreros, panaderos y comerciantes alineados en las calles marcadas por las ruedas de los carros.
Los intereses de sus habitantes
La persona que visita las ruinas de Pompeya y recorre sus calles, sus casas y tiendas, sus templos y teatros, sus villas y baños, queda impresionada por el hecho de que sus habitantes estaban preocupados de gozar de la concupiscencia de la carne y de los placeres de la vida. Los temas religiosos observados en los frescos tratan en forma particular los asuntos amorosos de los dioses. Se ve con mucha frecuencia a Venus en los brazos del apuesto Marte o con el hermoso Adonis; se pinta a Apolo persiguiendo a Dafne; y la preocupación principal de Júpiter parece ser el rapto de cualquiera de las graciosas diosas, quienes a su vez aparecen muy complacidas en ser seducidas.
Una imponente plaza fue el centro de esta ciudad del placer. Se excluía a los carros para permitir que los ciudadanos gozaran plenamente de ese lugar, entregándose a paseos ociosos, a visitar los negocios, a la adoración de los dioses o a la diversión. En el extremo norte había un templo dedicado a Júpiter, Juno y Minerva. En el este había una cantidad de edificios públicos, en el sur estaban los almacenes y en el este, una basílica que era el edificio más grande de la ciudad, y un templo de Apolo.
Pompeya era una ciudad religiosa, dedicada al servicio de los dioses, pero la religión parecía proporcionar tanto placer en esta vida como en la de ultratumba. El culto misterioso de la diosa egipcia Isis era popular; su templo es el único que ha llegado a la posteridad en buen estado de conservación. El culto de esta diosa ejercía una poderosa atracción, porque ofrecía placeres en esta vida y deleites en la otra.
Al este de la basílica estaba situado un templo a Venus, diosa de la belleza y el amor, considerada por los jóvenes pompeyanos como su protectora particular. Sin embargo no siempre se veneraba a la diosa, según se infiere de una inscripción hecha por una persona defraudada en el amor, que prometía romperle las costillas y la cabeza, después de maldecirla.
Pompeya contaba con muchos lugares de placer. Su teatro más grande tenía capacidad pata cinco mil personas, y había sido excavado en la roca viva de la ladera de una montaña. Junto a él había un teatro cubierto de dimensiones más reducidas con capacidad para 1.500 espectadores destinado mayormente a la representación de comedias. En otro lugar se encontraba un anfiteatro capaz de contener a 20.000 personas. En él se llevaban a cabo los deportes más crueles, donde los hombres peleaban entre sí hasta morir, o bien luchaban contra las fieras; donde las fieras peleaban unas con otras. Los gladiadores que triunfaban se hacían muy populares, y sus nombres y hazañas aparecían escritos en las murallas en toda la ciudad.
Los baños públicos se destinaban al aseo de las personas, y a la vez eran centros de diversión y recreo. Algunos tenían enormes dimensiones y contaban con un equipo de primera clase y con lujosos accesorios. Había grandes piscinas públicas, baños turcos, baños de agua fría o caliente, y lugares para el ejercicio, el reposo o la recreación. Las paredes eran ingeniosamente calentadas por conductos embutidos, y el agua llegaba a través de cañerías subterráneas de plomo.
Pompeya también tenía sus casas de vicio, que han quedado como un testimonio mudo de las indecibles profundidades a que habían caído los hombres y las mujeres en su búsqueda del placer pecaminoso. El mundo romano era más escandaloso y más liberal en sus manifestaciones sensuales y en la práctica del vicio que lo que es nuestro mundo actual. En los edificios públicos y en las salas de los domicilios aparecen pinturas de danzas licenciosas y lascivas escenas de amor. Los encantos de Venus se exponían ante el público sin embarazo alguno, para excitar a los amantes.
Las inscripciones en las paredes a través de toda la ciudad son particularmente reveladoras de la vida y del pensamiento de esos tiempos. Los hombres expresan amenazas contra sus enemigos los candidatos a los puestos públicos estampan maldiciones contra sus opositores, los hombres ensalzan los encantos de las mujeres o manifiestan su odio contra sus rivales. El grueso de estos mensajes trata del amor, que era el comienzo y el fin de la vida, el centro alrededor del cual giraban todas las cosas.
Las bebidas alcohólicas eran tan comunes en Pompeya como en cualquier parte en nuestros días. A lo largo de las calles es posible observar los numerosos establecimientos encargados del expendio de las bebidas alcohólicas. Las inscripciones de las paredes revelan la sed insaciable de sus autores. El vino se servía durante las comidas en vasos de oro o plata exquisitamente trabajados.
Y si los romanos amaban la bebida no amaban menos la buena comida. Una gran parte del tiempo y del esfuerzo de la vida giraba en torno al alimento. Los frescos que adornan las paredes de los comedores exponen vívidamente los deleites epicúreos. Los huéspedes aparecen gozando plenamente de los placeres de la vida. Los platos que se servían incluían ostras, pescado y casi todas las clases de alimentos proporcionados por el mar, carnes de todas clases, y frutas como uvas, dátiles, cerezas, membrillos e higos.
Su preocupación final
Ni en la hora de la muerte los pompeyanos pudieron olvidar su lealtad a los dioses que habían escogido. En todos lados los cuerpos de los muertos evidencian su preocupación final. Mientras caía la lluvia de fuego y la muerte sobrecogía la ciudad condenada, muchos demoraron demasiado junto a sus tesoros y objetos de placer y no lograron escapar. Y cuando finalmente decidieron huir, iban cargados con los tesoros que habían elegido. Unos tras otros se encuentran los cadáveres junto a sus bolsas de oro monedas, joyas, artículos de plata, cobre1 o bronce que inútilmente procuraron salvar sólo para sumergirse en un mar de ceniza y perecer miserablemente con sus posesiones. Las caras de los muertos revelan expresiones de extremo terror y dolor; y sus hermosas vestiduras aparecen esparcidas alrededor en un esfuerzo supremo por alejar la muerte.
Gladiadores, sacerdotes, bebés acunados en los brazos de sus padres, esclavos que protegían las riquezas de sus amos, una doncella apretando convulsivamente su espejito de bronce, una madre y una hija llevando sus trajes más costosos y luciendo sus anillos más preciosos, sus brazaletes y hebillas de oro un padre, un hijo y un esclavo que procuran huir después de haber sacado los tesoros del hogar —todas estas personas sufrieron la muerte más desdichada.
Uno se pregunta si los habitantes de Pompeya se daban cuenta de la magnitud de lo que estaba sucediendo, y si el mensaje del cristianismo había llegado hasta ellos. Probablemente lo habían recibido, pero en tal caso no había hecho mucho efecto. Un misterioso criptograma y una impresión de la cruz pueden ser señales secretas de la presencia de cristianos en esa comunidad pagana. Pablo, en su viaje a Roma hecho por el año 61 D C. encontró cristianos en Puteólos, en el golfo de Nápoles. a sólo pocos kilómetros del escenario del desastre que iba a ocurrir unos 18 años más tarde; esto hace suponer con mucha razón que existiera una comunidad cristiana en ese lugar. Un cuadro pintado en una pared con toda probabilidad representa el juicio de Salomón. En otra pared se encuentran las palabras “Sodoma, Gomorra.” Esto muestra que por lo menos había algunas personas en la ciudad que se alarmaban ante la enormidad de sus pecados y del terrible juicio que podría caer sobre ella.
La destrucción de Pompeya es una débil vislumbre de la destrucción mucho más terrible y universal que sobrecogerá al mundo en los días finales de su historia. Pedro dice que el día del Señor “vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos. y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas.” (2 Ped. 3: 10.) “Y el cielo se apartó como un libro que es envuelto; y todo monte y las islas fueron movidas de sus lugares. Y los reyes de la tierra, y los príncipes, y los ricos, y los capitanes, y los fuertes, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas; ‘‘Caed sobre nosotros y escondednos de la cara de aquél que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero: porque el gran día de su ira es venido: ¿y quién podrá estar firme?” (Apoc. 6: 14-17.)
Jesús comparó ese día con los días de Noé: “Mas comedlos días de Noé. Así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día que Noé entro en el arca, y no conocieron hasta que vino el diluvio y llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. (Mat. 24:37-39.)
Judas da la siguiente instrucción respecto del significado de Sodoma: “Sodoma y Gomorra, y las ciudades comarcanas… habían fornicado, y habían seguido la carne extraña, fueron puestas por ejemplo sufriendo el juicio del fuego eterno.” (Jud. 7.)
Aunque el desastre asolará al mundo, el pueblo de Dios hallará refugio en él: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos aunque la tierra sea movida; aunque se traspasen los montes al corazón de la mar.
Sobre el autor: Profesor de Religión y Filosofía del Emmanuel Missionary College