Pablo, sin embargo, permaneció íntegro a la fe a pesar del enorme riesgo político. Los dirigentes íntegros de hoy harán lo mismo

     Se cuenta la historia de un joven predicador recién salido del seminario que quería impresionar a su pequeña congregación de las montañas de Kentucky con su fuerte oposición al pecado. El primer domingo predicó contra el vicio del tabaco. Después del sermón, un diácono ya anciano se le acercó y le susurró al oído:

     —Tenga cuidado, hijo. Una tercera parte de esta gente son productores de tabaco.

     Strike one.

     El siguiente domingo el joven habló contra el hábito nocivo de beber licor. El anciano con una expresión de evidente desagrado lo llevó de nuevo a un lado.

     —Joven amigo, ¿no sabe usted que una tercera parte de esta gente están en el negocio de vinos?

     Strike two.

     El tercer domingo el joven predicador condenó con profunda convicción los trágicos resultados de las apuestas y el juego. Sí, usted lo adivinó —el resto de su audiencia criaba caballos de pura sangre para las carreras.

     Strike three.

     La airada junta de iglesia convocó a una reunión de emergencia para quitarse de encima a este atormentador de conciencias, que se había atrevido a cuestionar los negocios comunes. El desesperado joven comprendió que sus convicciones no lo estaban llevando más que a la puerta de salida. Pidió a la iglesia que le diera una oportunidad más.

     El siguiente domingo predicó su más poderoso sermón a aquella congregación de Kentucky. ¡Agitando sus brazos con autoridad, condenó los delitos de la pesca en alta mar, fuera de los límites territoriales!

     De allí en adelante navegó con velas desplegadas. Todos lo querían. Finalmente el joven predicador había aprendido las lecciones de cómo sobrevivir a la política: no permitan que sus convicciones los metan en problemas. Pueden condenar el pecado, pero no los pecados de sus congregaciones. Sigan la corriente. Esperen a ver el rumbo que llevan los elefantes antes de saltar al frente y dirigir el desfile.

     A veces, la mayoría de nosotros nos sentimos tentados a hacer política, sacrificando las convicciones en aras de la ambición profesional o del instinto de supervivencia. Los jóvenes pastores, deseosos de escapar del hoyo de un distrito difícil, y ansiosos de ser promovidos a valles más placenteros, con frecuencia se vuelven extremistas. Lo mismo les pasa a los ancianos que ya piensan más en la jubilación que en el rejuvenecimiento. Se vuelven tan liberales que prefieren que la iglesia se aparte de la senda estrecha y angosta de Cristo para vagar en el desierto espacioso, pero árido, del secularismo. Pero Dios advierte: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).

     Muchos fundamentalistas, más celosos que sabios, tienen su propia agenda. Tratan de atar a su pastor a la tradición legalista, sin comprender que su pretendido y firme fundamento no es otra cosa que arena movediza.

     El apóstol Pablo rehusó rendirse ante una de las ramas extremistas. En la epístola a los Gálatas describió una fiera batalla reñida contra judaizantes de la iglesia, que amenazaban con suprimir la libertad que confiere el Evangelio a los nuevos conversos. Dijo que la crisis surgió por causa de algunos “falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra’ libertad ‘que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos *a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros” (Gal.2:4-5)

     Desafortunadamente el apóstol Pedro, sucumbió a la presión política, “pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos” (Gál. 2:12-13).

     Como camaleones que se arrastran lentamente, Pedro y Bernabé se adaptaron circunstancialmente al ambiente legalista. Pablo, sin embargo, permaneció íntegro a la fe a pesar del enorme riesgo político. Los dirigentes íntegros de hoy también harán lo mismo.

     Jesús dijo: “El buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado… ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa” (Juan 10:11-12).

     Cuántas veces las ovejas indefensas —nuevos miembros y jóvenes sacados de nuestras iglesias han sido esparcidas por culpa de un pastor asalariado que no las defendió oportunamente contra despiadados extremistas. Estoy convencido de que uno de los más importantes deberes pastorales es luchar contra los lobos que arrebatan las ovejas. No nos intimidemos cuando corresponde tomar una posición firme. Y si perecemos, que perezcamos.

     En los oscuros días de principios de la Segunda Guerra Mundial, Hitler se abrió paso a través de las fronteras de Checoslovaquia. El primer ministro británico Neville Chamberlain trató de apaciguarlo con la política de paz a cualquier precio. Winston Churchill condenó la elegante cobardía de Chamberlain, y estuvo dispuesto incluso a ir a la guerra, para salvarguardar la libertad. El mundo todavía está en deuda con él.

     Los chamberlains modernos, es verdad, tratan de mantener la paz en la iglesia, aunque en realidad hacen mucho daño al complacer a los legalistas Celotes cuyas tácticas no son sino terrorismo camuflado. Que Dios nos ayude a estar dispuestos a ir a la guerra si es necesario para rescatar a los inocentes rehenes (no para salvar nuestra reputación). Debemos hacerlo bondadosa y tiernamente, —¡pero hagámoslo!